“No me ofendáis, no me degradéis con un perdón que ni quiero, ni necesito, ni merezco. He luchado junto a los que más han luchado, he disparado junto con los que más lo han hecho; exijo para mí el honor de la muerte que habéis dado a los otros”.
-Luisa Michel ante los jueces tras la comuna de París-
Montseny ostentaba todavía el cargo de ministra de Sanidad (el lector nos permitirá recordar que fue la primera mujer en la historia de España que llegó a ministra). La conferencia fue editada para su publicación por la Oficina de Información, Propaganda y Prensa de la CNT, y fue impresa por la editorial Imprenta y Lit. Ortega en manos de la UGT y la CNT. En esta larga conferencia, Montseny salta como un tigre sobre la historia, como diría W. Benjamin, para reconstruir los vínculos entre la Revolución francesa (1789-1794), la Comuna de París (1871) y la llamada “Revolución española” (1936-1939). No era un gesto en absoluto gratuito. El mundo libertario español, y particularmente el catalán, fueron herederos conscientes y decididos del republicanismo democrático, socialista y federalista del siglo XIX, en especial de la obra de Pi i Margall, autor y líder político al que reivindicaron continuamente. Esta conferencia es solo una muestra más de esos vínculos, pero también de cómo el conjunto de las izquierdas -socialista, anarquista, comunista, republicana, etc.- proviene de ese gran tronco en común que fue la Revolución francesa.
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Camaradas y amigos. Pueblo de Valencia y de toda España: Me ha sido encargada una misión para mi harto satisfactoria; hablar de la Commune de París, hoy, después de setenta y seis años de esa gesta cruenta y heroica. Hablar de la Commune de París, la primera revolución social consciente que hubo en el mundo, en estos momentos en que, como ha dicho el camarada Bajatierra, los hechos se repiten, la historia se enlaza y se continúa en otra gesta: paralela. Ya no por lo que la Commune representa, sino por el símbolo de eternidad que ella significa.
No podemos jamás desligamos del pasado, como no podrán jamás nuestros hijos y nuestros nietos desligarse del presente que nosotros somos. La vida continúa, las ideas transmigran, por así decirlo, de un tiempo a otro. Las ideas sofocadas este siglo, en el siglo que viene triunfan y se imponen y, a su vez, son rebasadas por otros ideales. Esta es la filosofía de la Historia. Es esta la eternidad de la misma vida. Desde que el mundo existe, desde que hay hombres sobre la tierra y desde que estos hombres tuvieron conciencia de sí mismos y se agitaron persiguiendo un ideal que ha sido eterno, así ha ocurrido siempre, constantemente. Este ideal eterno es la persecución incesante del Bien, de la Libertad, de la Justicia.
Hemos pugnado siempre por vivir mejor de lo que vivíamos, por ser más felices de lo que éramos, por gozar una mayor libertad, a la que está vinculada la propia razón de nuestra existencia. Y así se ha hecho la Historia, así se han ido produciendo los grandes movimientos de masas y este movimiento selecto, cerebral, de las minorías, que han sido las conductoras de las masas. Ellas han sido las conductoras de las masas; es preciso reconocer y proclamar esto.
El pueblo, como abstracción grandiosa, se incorpora a la historia del mundo en el momento en que formula aspiraciones concretas, aspiraciones a realizar. Y este momento llegó con la primera revolución política, con la Revolución francesa. Hasta este instaste, el pueblo, las masas eran la fuerza amorfa, la catapulta histórica de que se valían las minorías selectas para luchar contra los poderosos de su tiempo.
La Commune de París fue el primer movimiento revolucionario consciente; pero antes de la Commune, ¡cuántas conmociones sociales, qué proceso trabajoso y lento, terriblemente sangriento, ha sido la vida de los pueblos! La revolución de los siervos en la Edad Media; más lejos aún, las rebeliones de los esclavos con Espartaco; más lejos todavía, las rebeliones de los primeros hombres que se sintieron oprimidos, de las primeras tribus que fueron sometidas por otras, y siempre la misma lucha, la misma pugna; Prometeo, encadenado, pugnando por desencadenarse, y el cerebro, el hombre, formando conciencia de sí mismo, dándose cuenta de su dignidad, de su majestad, sintiéndose el dios de la creación, el único dios que existía, buscando la verdad, la justicia, esforzándose por libertarse a sí mismo y por libertar a sus semejantes. Los siervos se rebelaron en Cataluña, conducidos por Verntallat; en Alemania se produjo el movimiento formidable de los campesinos, ahogado en sangre; en Bohemia, el levantamiento social-religioso de los husitas. Y en tanto, las minorías selectas, los hombres que, con su sacrificio personal, gestaban los movimientos de las masas, los hombres, individualmente considerados, eran quemados en las hogueras, subían las gradas de los patíbulos, morían en la horca, sus cabezas caían destrozadas por el hacha de los verdugos.
Y así siempre, la historia eterna: el pueblo, estimulado por la desesperación, por el hambre, por la sed de venganza, lanzándose en un momento determinado a la calle. Siempre ahogado, siempre sofocado, siempre vencido. Y la idea, el anhelo eterno que lo santifica todo, corriendo de una aspiración a otra, de una idealidad a otra, de un hombre a otro, de una generación, de una época a otra, siempre perfeccionándose, siempre luchando por alcanzar un mayor grado de bien, de libertad, de justicia.
Estalla la Revolución francesa, el primer movimiento de masas que lleva ya una finalidad, que sabe a lo que aspira: a los derechos del hombre y del ciudadano, que aún no han sido realizados por la democracia de ningún país. La Revolución francesa fue vencida también por el mismo hecho fatal, porque la Historia demuestra que no progresamos en línea recta, sino en espiral permanente, a saltos siempre, un paso adelante, dos atrás y oíros pasos adelante. Siempre, cuando una revolución se produce, en el primer momento de impulso, avanzamos; luego hemos de retroceder y nos quedamos, al final, en un justo medio, que es el justo medio de las posibilidades del momento, no el justo medio de las posibilidades humanas.
La Revolución francesa es vencida. He de hablar de la Commune, pero no puede hablarse de la Commune sin hablar antes de la Revolución. La misma similitud, alargada por un periodo mayor de tiempo, que ofrece la Commune do París con la Revolución española, la ofrece la Revolución francesa con nuestra Revolución también. Estalla la Revolución francesa, son decapitados los reyes, es destruido el poder feudal, es arrebatado el poder absoluto de manos de la monarquía, y se produce una revolución de tipo político que destruye para siempre la idea de Dios, vinculada a la soberanía de los reyes.
La Santa Alianza contra la Revolución
Inmediatamente se hace la santa alianza de todas las monarquías contra la revolución francesa, la misma santa alianza que se ha hecho hoy contra España y la Revolución española. Se unen los países todos contra Francia. Los reyes no defienden la cabeza de Luis y de María Antonieta. El propio hermano de María Antonieta, emperador de Austria, deja morir en el patíbulo a Luis y a María Antonieta, porque le interesaba contar con el pretexto de vengar la sangre de unos reyes ejecutados por el pueblo, para poder invadir Francia. Y Francia se defiende, como nos defendemos hoy nosotros. No hay ejército organizado: el ejército organizado era realista, era monárquico. Y los primeros soldados que luchan contra Alemania, Rusia. Italia, Austria e Inglaterra, son las legiones de desarrapados de Hoche, el caudillo de la revolución. Se organiza el ejército, lo organizan las masas de Marselleses, y es la Marsellesa el himno que les lleva a la muerte y a la victoria. ¡Hasta dónde habría llegado la Revolución francesa, en su plan de posibilidades y de realizaciones, si no hubiera surgido el hecho fatal que se produce en casi todos los movimientos revolucionarios! En el caos producido y enconado, incluso por los mismos elementos que tenían interés en cortar la marcha de la revolución, surge un hombre que recoge la desesperación, la desorientación, que la coordina en lo que es el imperativo categórico de la hora: la necesidad de organizar una fuerza armada y de luchar contra el invasor. Ese hombre es Napoleón. En el momento en que Napoleón llega a ser primer cónsul, la Revolución ha terminado. Pero las ideas de la Revolución, han quedado sembradas. Sembradas, no ya solamente en la conciencia de la “élite” que siempre ha ido orientando los movimientos de las multitudes: han quedado sembradas en el alma misma de las multitudes.
Crecen nuevas generaciones. En Francia, entregada al poder absoluto de Napoleón, las ideas son amortiguadas, son destruidas por los mismos intereses creados por la Revolución y vinculados a la vida del primer imperio. Pero las ideas recorren el mundo, y las ideas de la Revolución francesa son las que producen el verdadero renacimiento espiritual y filosófico que se extiende por toda Europa. Todo el siglo XIX, fecundado por la Revolución francesa, es un siglo de revueltas populares, es un siglo de filosofía, de investigaciones científicas, de literatura, de arte, de música, de poesía revolucionaria. Se suceden unos a otros los movimientos. En 1830, el segundo movimiento revolucionario en Francia, abortado también, traicionado, porque surgen los aprovechadores, los demagogos fáciles que recogen las aspiraciones del pueblo para establecer la monarquía con Luis Felipe, esta vez con carácter constitucional y de tipo demagógico.
El año 48, movimientos populares en toda Europa, en Alemania, en Italia, en España, en Francia. Y otra vez los aventureros, otra vez los ambiciosos, otra vez los que se aprovechan de la eterna candidez del pueblo, para conseguir triunfar e imponerse: Napoleón Bonaparte, el pequeño. Otra era para Francia. Otra era de convulsiones internas. Entre tanto, se gesta, se hace espiritualmente una generación nueva: la generación de la Commune.
En todo el mundo las ideas de la Internacional surgen
La democracia ya ha nacido, y en todo el mundo las ideas de la Internacional surgen. Es el primer grito lanzado a los pueblos y a los hombres. La primera vez que se dice a los proletarios de todos los países, que deben unirse, que para el obrero francés, para el obrero italiano, para el obrero inglés o español, no hay patria, que la patria es propiedad de los ricos que la poseen territorialmente, y que para los pobres no hay más que una patria universal. Esta idea, la idea madre de la Internacional prende, se extiende y se van formando los movimientos obreros organizados, porque hasta entonces, los movimientos obreros no habían sido más que luchas de gremios que se agrupaban para resistir a las huelgas, para defenderse de injusticias personales, pero no existía un movimiento obrero organizado como lucha contra el capital. En España surgen las primeras asociaciones, la primera sociedad obrera de resistencia al capital, y surgen también las represiones, tan fecundas siempre, porque ellas son las que en realidad siembran las ideas revolucionarias. Viene la represión de Zapatero, el general siniestro, fusilando centenares y centenares de obreros.
Y en España empieza un movimiento que continúa el de los constitucionalistas: es ya el movimiento republicano. Son los republicanos, con un contenido de ideas sociales, revolucionarias, que supera al de casi todos los republicanos del mundo. En España, la República fue, desde el primer momento, una República de tendencias socialistas. Los que trajeron la idea eran hombres abiertos al mundo. Eran un Pi y Margall, un Sixto Cámara, un Figueras, un Joarizti, un Salmerón, todos hombres de cultura, de ideas universales, que habían vivido proscritos en el extranjero, y que traían a España, junto con las de República, las ideas de Proudhon, de Bakunin, de Carlos Marx.
La guerra con Prusia fue un capricho imperial
Llegamos al hecho culminante del imperio de Napoleón III: la guerra con Prusia. Estalla la guerra con Prusia, que es un capricho imperial. Un emperador y una emperatriz imbuidos, poseídos de delirio de grandeza, quieren emular las glorias de Napoleón I, y se atreven a desafiar a Bismarck y a Guillermo. Estalla la guerra con Prusia, en la cual, el ejército francés, dirigido por una serie de generales de salón, conducidos por un mariscal sanguinario e inepto, cual Mac-Mahon, motivó una frase de Guillermo que simbolizó aquella lucha. Guillermo, contemplando como se batían los soldados franceses, pronunció esta frase histórica: “Es un ejército de leones dirigidos por asnos”.
Cada día las cosas se ponen peor. Para mantener la guerra, se carga de impuestos al pueblo francés. Las masas están descontentas. Empiezan a escasear los alimentos. No se puede trabajar, y en París hay una élite, hay una juventud magnifica, hay una legión de hombres y mujeres abrevados en las ideas de la Internacional, preparados espiritualmente por todo un proceso de resistencia, de oposición al segundo Imperio, mucho más pequeño, mucho más ruin y mezquino que el primero. Y, como he dicho al principio, ideales ahogados en este siglo, dos o tres siglos después, surgen y se pugna por realizarlos. Cuando son ideas muy audaces, cuando son principios sociales que requieren una transformación total de las conciencias, se precisa mucho tiempo para conseguir que triunfen.
Hace cuatro siglos Valencia inició un movimiento social
Hace cuatro siglos que en Valencia, precisamente, fue ahogado un movimiento producido a compás y como consecuencia del movimiento de los Comuneros de Castilla, aunque en Valencia adquirió desde el primer momento carácter más social. No eran ya los señores feudales españoles que luchaban contra el invasor extranjero, sino los obreros, los gremios, los trabajadores de la ciudad y del campo, los que, agrupados en las famosas Germanías, a la vez que luchaban contra los flamencos de Carlos V de Alemania y Carlos I de España, pugnaban por un mínimo de reivindicaciones, luchaban por la autonomía de los Municipios, por los fueros y franquicias de Valencia como por los fueros y franquicias de Castilla y León luchaban los comuneros.
Es ahogado el movimiento de las Germanías, son muertos sus hombres representativos, centenares, millares de obreros y campesinos son ahorcados en los campos y en las calles, pero queda el principio comunalista. De ahí que, cuatro siglos después, pueda escribir Ramón de Cala un libro titulado “Los comuneros de París”. Salvando la distancia, el movimiento de París es presidido por la misma idea lanzada al vuelo y destruida en Villalar, en Castilla, y con la ejecución de los agermanados en Valencia.
La Commune de París se produce. Y ahora empieza el periodo de similitud con la situación española. Como reacción del pueblo de París, cuando se da cuenta de la maniobra tendente a entregar París a las hordas prusianas. Napoleón el pequeño, ruin siempre, miserable siempre, viéndose vencido, cotiza su vencimiento y ofrece París a Bismarck y Guillermo a condición de asegurarle determinados derechos. Hay agitación revolucionaria en Francia, hay descontento en París y en las provincias contra el Imperio. Se grita nuevamente “¡Viva la República!”, en las calles y plazas de París. El pueblo vuelve los ojos hacia los principios proclamados por la primera revolución, la grande, la eterna, y Napoleón se da cuenta de ello, como se dan cuenta de ello los aventureros que le siguen, ya que Napoleón, para triunfar, engañando al pueblo, ante el que se presentó con una máscara socialista, necesitó rodearse de una legión de ex presidiarios o de gente presidiable. Los crímenes de su reinado se fueron acumulando uno tras otro. Se casó morgánicamente con una inglesa, miss Howard, con la cual tuvo un hijo, y cuando quiso casarse con la emperatriz Eugenia, como miss Howard resultaba molesta, un día la encontraron estrangulada en su cama. Hubo un general pundonoroso y digno que intentó desenmascarar a Napoleón. Este general era Bazaine, y fue condenado a reclusión perpetua en la Isla de Santa Margarita.
Un crimen tras otro. Un periodista intentó hacer una campaña, descubriendo el crimen de que había sido víctima miss Howard, y a este periodista le asesinaron al entrar en su casa. Era Napoleón un hombre que no vacilaba ante nada ni ante nadie. Aventurero vulgar, de ambiciones pequeñas, no puede compararse con Napoleón I, que tuvo, a pesar de todo, pasiones y grandezas de hombre. Y viéndose vencido, viendo que era imposible contener el estallido revolucionario de Francia, se preparó para vender Francia a los Alemanes. Esto flotaba en el ambiente parisino. y cuando ya sonaban los cañones alemanes en Paris, cuando se oía ya el fragor de la lucha, cuando con cinismo incomparable Mac-Mahon y Napoleón hablaban de rendirse y retirarse, como lo hicieron, a Versalles, surge la Commune. Surge el grito del pueblo negándose a dejar entrar a los alemanes en París.
París contra Versalles
Fue la Guardia Nacional, constituida por elementos republicanos, la que dió el golpe de Estado que produjo la Commune de París. Se proclamó un Gobierno revolucionario, se constituyó un Comité Central de la Guardia Nacional, que fue el que organizó la lucha con los Versalleses. Se constituyó en París el primer Consejo Comunal. El Gobierno revolucionario tomó este nombre. Las ideas de la Commune estaban ya lanzadas al vuelo. Las masas las recogían y pugnaban ya por realizarlas. Estalló el 18 de Marzo; duró la Commune hasta el 21 de Mayo. Durante estos dos meses, la lucha fue terrible, constante. París se defendía doblemente, contra el ataque de los alemanes y contra el de los versalleses. El pueblo en armas mantenía la lucha. La desgracia de París fue la de verse abandonado por las provincias.
La Commune fue proclamada en Marsella, en Burdeos, en Lyon, pero sofocada y destruida en pocas horas. Los pueblos, no agitados, no preparados, no advertidos, permanecieron mudos, y Napoleón pudo pactar con los alemanes y sofocar el movimiento revolucionario de París. Pactar de tal manera, que junto con los soldados que entraron por la puerta de San Claudio, el dia 21 de Mayo, entraron no pocos soldados alemanes confundidos con las tropas napoleónicas.
Por primera vez se aplican los principios socialistas
La Commune, durante su breve vida, realizó una serie de hechos justos, proclamó una cantidad de principios socialistas por los que ahora precisamente estamos pugnando nosotros. Dos meses de vida, y ¡qué dos meses, camaradas! La similitud otra vez se establece. París, sitiado, con el enemigo delante y detrás; Prusia y Versalles contra él. Y París, debatiéndose en un mar de luchas internas. Hay unas palabras de Flourens, la más pura, la más nobilísima, la más excelsa figura de la Commune, que parecen aplicadas a nuestros momentos. Los versalleses se introducen en París; cada día entran espías y agentes provocadores. Ellos siembran la desconfianza entre el pueblo. Están ya enfrentados el Consejo Comunal y el Comité Central de la Guardia Nacional, en la que hay un hombre austero, rígido, el general Cluseret. Se enfrentan las dos tendencias: de un lado, los jacobinos de Rigault y Ferré; de otro, los socialistas moderados. La lucha se encona, la desconfianza se extiende, y Flourens, en un momento de amargura, dice: “Sin confianza nada puede hacerse. Si somos traidores, fusiladnos, pero antes concedednos un margen de confianza, sin el cual nada se puede hacer”.
La muerte de Flourens es un detalle de aquel tiempo. Un capitán de gendarmes le abrió la cabeza de un sablazo. El cuerpo quedó tendido en tierra, los sesos esparcidos, la sangre de aquel hombre, puro y noble, regando la tierra, y las prostitutas doradas, las mujeres de lujo, las queridas de los mariscales, de los nobles, se entretenían en levantar los sesos de Flourens con sus sombrillas y en ultrajar el cuerpo, pisoteándolo. Flourens es un detalle.
Una vez la Commune sofocada, lo que fue la venganza de los versalleses no tiene nombre. La Commune no puede fijarse en un nombre solo. Son una legión de hombres, de mujeres; son Reclus, Pyat, Rigault, Ferré, Luisa Michel; ¡son tantos y tantos hombres y mujeres! Son las “petroleras”, mujeres heroicas entre las cuales (detalle que cito) la Historia recoge el nombre de María Fernández, española. El poder, vinculado a la tiranía y al crimen, ya no se llama Mac- Mahon, el general inepto, el asno que conducía un ejército de leones, pero que servía perfectamente para llenar de sangre las calles de París; ya no se llama Napoleón. Tiene otro nombre: se llama Thiers.
Aparentó recoger el clamor revolucionario del pueblo, pero no con el carácter que el pueblo quería darle, sino con el carácter moderado, reaccionario, mejor dicho, de una República vinculada a sus intereses, y fue Thiers el hombre de la represión, el que hizo fusilar a los comunalistas, a sus mujeres, a sus hijos, diciendo: “Matadlos a todos, los lobos, las lobas y los lobeznos”. Los dichosos fueron los que, como el viejo Delescluze, murieron en la barricada, sin entrégame, agotando hasta el último cartucho. Fueron los más felices los que consiguieron morir enseguida, pero ¡cuántos hombres y mujeres triturados, con las manos cortadas, con el cuerpo acribillado por los bayonetazos!
La represión, Reclus, Luisa Michel
La represión de la Commune fue horrorosa; 35.000 obreros murieron en diez días contra el muro de los federales en el Pére Lachaisse. Pero para daros idea lo que fué la represión, os diré que en París había 80.000 obreros metalúrgicos antes de empezar el movimiento de la Commune. Después, cuando fue restableciéndose la calma, la calma de las tumbas, cuando volvieron al trabajo, estos hombres solo eran ya dos mil. El resto había sido fusilado, estaba en la cárcel, estaba perseguido o andaba huyendo.
¡Los comunalistas acusados de criminales, de asesinos! Después del asesinato de Flourens; después de la muerte alevosa del general Duval, al que arrastraron por las calles; después de todos los crímenes cometidos por los versalleses con los comunalistas, sus mujeres y sus hijos, sólo en un barrio, en el cual se defendían corno último reducto los comunalistas, la única cosa que hizo la Commune fue fusilar un grupo de rehenes, entre los cuales estaba el arzobispo de París, al que ofrecieron para canjearlo por Blanqui, otra ilustre figura de la Commune, y al que Thiers no quiso entregar, fusilándole. Ni un crimen, ni una innobleza, ni una deslealtad que manche el puro prestigio de la Commune.
En cambio, no es posible hablar de la represión, porque nosotros sabemos lo que son represiones. Hemos vivido algunas en España, pero la de la Commune, por su crueldad, no tiene igual en la historia, supera todos las horrores de la antigüedad y la Edad Media. La Commune ya está vencida. El 21 de Mayo termina la epopeya. La represión duró cinco años, cinco años de tribunales condenando a muerte, a deportación en Caledonia, en Guayana, en Cayena. Entre las grandes figuras condenadas, figuraba Elíseo Reclus. Un sabio, un geógrafo eminente, de fama universal, un pacifista, hasta el extremo de que tomó parte en la lucha con el fusil boca abajo, porque él decía: “Yo estoy conforme con la idea de la Commune, y voy a morir junto con los que por ella mueren, pero en cambio yo, pacifista, no quiero matar a nadie, y llevo el fusil boca abajo”. Este hombre fue condenado a muerte, y todos los sabios, las eminencias científicas del mundo, los intelectuales de fama universal, llenaron un pliego con miles de firmas que obligaron a Thiers a evitar su muerte y devolverlo a la civilización y a la cultura.
Otra figura: Luisa Michel. Una joven institutriz, hija bastarda de un noble y de una criada que el noble tenía. Mujer excelsa, nobilísima, que luchó como quien más luchara y que pronunció ante el Tribunal estas palabras solemnes que, por si solas, bastarían para incorporarla a la historia. Por ser mujer, por ser hija, aunque ilegítima, de una familia noble, que trabajó constantemente para salvar su vida, los jueces querían ser clementes con ella, se habían comprometido a serlo. Luisa rechazó el perdón, diciendo al Tribunal: “No me ofendáis, no me degradéis con un perdón que ni quiero, ni necesito, ni merezco. He luchado junto a los que más han luchado, he disparado junto con los que más lo han hecho; exijo para mí el honor de la muerte que habéis dado a los otros”.
No se atrevieron a condenarla a muerte, pero no tuvieron más remedio que deportaría a Nueva Caledonia. Volvió al cabo de bastantes años, vieja, agotada por una vida dura y cruenta, pero su nombre quedó agregado al acervo revolucionario del mundo como una figura excelsa, toda sensibilidad, que llevaba su ternura, prolongándola, desde las mujeres, los hombres y los niños, hasta los perros y los gatos, hacia todo ser que sufriera en la tierra. Luisa Míchel sintetiza la Commune, todo lo que era, como eflorescencia generosa, como manifestación magnífica de ideas superiores, de una nueva concepción de la sociedad y de la vida.
Continuamos la tradición de la Commune
Han pasado 66 años, camaradas, desde que la Commune fue vencida entre dos fuegos, vencida con sus consejos comunales, con sus asociaciones de productores organizados. Sesenta y seis años de lucha, en que las ideas han ido germinando. No eran comunistas: eran comunalistas. No podían llamarse comunistas.
Era, precisamente, aquel movimiento lo que ha sido eternamente en España el movimiento federalista y libertario. Era el Municipio con derechos de poder constituido, organizando la vida sobre el pacto o federación y el mutuo acuerdo. Si la idea de la Commune hubiera triunfado en Francia, se habría constituido el Gran Consejo Federal. Cada provincia, cada ciudad habría tenido consejos comunales autónomos, con una Federación entre sí. Políticamente estas eran las ideas de la Commune. Ideas arraigadas entre nosotros, vinculadas a nuestra propia vida, y esa es la interpretación que tienen nuestras comunas libres. Y en Francia, medio en broma medio en serio, existen comunas libres, como la comuna de Picpus, artística y literaria, como la comuna libre de Suresnes, en la que ha puesto todo su entusiasmo Sellier, el que hoy es ministro de Sanidad de Francia. Existen aún el espíritu, la tradición, las ideas de la Commune a los 66 años; rebrotan en España, porque estas ideas son completas, en el aspecto político. Se levantan sobre los derechos del hombre y del ciudadano. El hombre con derecho a la libertad, con derecho igual a la vida, el hombre trabajando de acuerdo con los demás hombres. Y del hombre al Municipio, del Municipio a la Asociación de Municipios, a la Federación universal. Ideas federalistas en el orden político que respetan la libertad humana, que la enlazan y la vinculan resumiéndolas en esa frase casi definitiva de Pi y Margall: “la libertad de uno, termina donde empieza la libertad de otro”. Ponerlas de acuerdo, coordinar todas las libertades en una acción de conjunto, he ahí el concierto establecido, he ahí la armonía universal.
En el aspecto social, las ideas de la Commune son las ideas socialistas sin adjetivos. No son el socialismo anarquista ni el socialismo demócrata. Son la socialización de los medios de producción, de las fábricas, de los campos, de los talleres, socializados por las asociaciones de productores. Decidme vosotros, si no aspiramos a lo mismo que intentó realizar la Commune de París, que realizó durante los dos meses de su existencia. De ahí que, para nosotros, para España, la Commune tenga una importancia fundamental; de tal manera la tiene, que podemos decir que la represión de la Commune repercutió sobre nosotros.
España, sede del socialismo federalista
El año 1871 se produjo la Commune. Inmediatamente después, la represión internacional contra la Internacional de los Trabajadores. Se la acusó de ser la que había organizado la Commune, de preparar los movimientos de protesta contra la represión en todas las ciudades importantes de Europa. Se persiguió por igual a todos los miembros de la Internacional, que se llamaban socialistas sin adjetivos, porque aún no se había producido la división fundamental que había de separar a los socialistas bakuninistas de los socialistas demócratas o marxistas.
A través del tiempo, 66 años después, la gesta de la Commune, revolviéndose contra la opresión, contra la invasión de Ejércitos extranjeros, la gesta de la Commune pugnando por las ideas federalistas, resurge en España. Y resurge venciendo la división establecida y estableciendo de nuevo el gran principio unitario del socialismo sin adjetivos, de la socialización que es reivindicación de los derechos del hombre; poniendo al productor en usufructo de los medios de producción y organizando la vida sobre la base de la sociedad sin clases, sin explotados ni explotadores, sola y exclusivamente de productores, de hombres útiles para la especie y para si mismos, hombres dedicados a todas las actividades, lo mismo intelectuales que manuales, pero no viviendo de explotar la actividad de los demás.
Reencontramos, a través del tiempo, las ideas defendidas en Valencia con el movimiento de las Germanías. En nuestra revolución, mejor que en la propia revolución rusa, rebrotan las ideas de la Commune, a pesar de que aquélla pugnó también por lo mismo, ya que los soviets de obreros y campesinos organizados en las ciudades y en los pueblos no eran ni más ni menos que los Consejos Comunales de la Commune. Al final, el mismo anhelo de poner los hombres de acuerdo, de transformar la Sociedad, convirtiéndola en sociedad de hombres útiles y destruyendo las clases, estableciendo una sola categoría: la de los hombres que trabajan, y una Sociedad única, una Sociedad en que puedan vivir libres e iguales. La misma idea de libertad y de igualdad vinculada a los principios esenciales de la revolución francesa. Los derechos del hombre y del ciudadano no fueron solamente el derecho al sufragio, la igualdad ante la ley. etc., reivindicaciones políticas ya conseguidas por la democracia; los derechos del hombre y del ciudadano eran los expresados en el programa de “Los Iguales”, los que fueron lema de la revolución francesa: libertad. Igualdad y Fraternidad.
La vida nos alecciona constantemente
Ahora hablaremos de otro aspecto. No es posible que esta conferencia sea, pura y simplemente, una mirada retrospectiva, una glosa del pasado, examinando un movimiento separado de nosotros por la distancia enorme de 66 años.
Cada año ha habido un aniversario de la Commune; cada año se han escrito artículos periodísticos rememorando la Commune; cada año se han glosado las figuras excelsas de la Commune, pero en ningún año, en España sobre todo, la Commune había de tener tal repercusión, tal eco. Hemos de sacar enseñanzas. No haríamos nada nosotros, sin aprovechar las enseñanzas que los otros nos dan. La vida nos alecciona y hemos de aprender constantemente. Aprender para la especie, para la Historia. Nosotros, individualmente considerados, como época, como generación, no somos nadie. Nada más que eslabones de una misma cadena, y si los niños para andar tienen que caer muchas veces, así nosotros también hemos de caer muchas veces para aprender a andar. La Commune fue una de las innumerables caídas de la especie, que ha de enseñarnos a andar. En esto también hemos de volver a Flourens, que decía que para el verdadero revolucionario todo se reduce a una cosa: no darse jamás por vencido.
Un verdadero revolucionario, es revolucionario siempre. Si en una revolución es vencido, en otra revolución triunfa. El movimiento se demuestra constantemente, andando. En España hemos tenido también caídas dolorosas. ¡Cuántas veces hemos ido rebotando sobre las piedras de todos los caminos! ¡Cuántas aristas clavadas en nuestra carne! ¡Cuántas víctimas dejadas en el camino! Pero todo eso nos ha enseñado a andar; gracias a todo eso andamos. Andamos aún a ciegas buscando la idea madre, la idea motriz que nos conduzca hacia el camino verdadero, por el que pueda ser realizada.
El error de la Commune fue aislarse del campo
La Commune cometió errores imperdonables. El error más grande fue el de ser, pura y simplemente, un movimiento de masas industriales. Esa fue la desgracia de Francia. Francia, mientras ha sido un pueblo viril, un pueblo digno, ha tenido siempre dos o tres ciudades, hirvientes de entusiasmo, agitadas constantemente. De un lado, una enorme población campesina, unas provincias que han sido constantemente una rémora para París, para Burdeos, para Lyon, para Marsella. Este fue el error de la Commune. Se preparó, se gestó en París, que era el cerebro, la cabeza, pero el resto del cuerpo fue abandonado a sí mismo. Por eso, las provincias enviaron los soldados a Versalles y estos soldados lucharon contra el pueblo de París.
En España, en este error no hemos incurrido. Hemos pensado siempre que no hay revolución posible si esa revolución no se hace en la ciudad y en el campo. Félix Pyat, cuando moría, pronunció estas palabras: “Estábamos equivocados; aún no se habían transformado lo bastante las conciencias”. “Era un movimiento prematuro”. Pero nosotros hemos tenido tiempo de trabajar las conciencias, de preparar la conciencia popular española, de los obreros industriales y de los campesinos. En España, una burguesía cerril, inculta e inepta, una aristocracia aún más inculta que la propia burguesía, una clase media de aspiraciones reducidas, de horizontes morales pequeñísimos. Y solo un proletariado, solo una masa obrera de la ciudad y del campo, agitándose, persiguiendo ideales eternos de justicia. Esa ha sido España, y esa ha sido la suerte y la desgracia de España. De ahí que en España todos los movimientos, aun los políticos, han debido tener un contenido social.
Desde el 48 hasta hoy, no se ha producido en España ningún movimiento político, republicano, socialista o anarquista, que no haya tenido un contenido social. Ha de tenerlo a la fuerza, cuando es el pueblo, son los explotados, los siervos de la gleba, los mineros que bajan al fondo de las minas, los que ganan el pan con el sudor de sus frentes en los talleres, en las fábricas, los que producen el movimiento, los que dan su sangre por el movimiento y por los ideales a él vinculados. De ahí el contenido social de todos los movimientos populares españoles.
Todos los movimientos en España han tenido un fuerte sentido social
La primera República de España tuvo ya contenido social. Y lo ha debido tener la segunda. Precisamente porque se intentó quitarle el contenido social que le había dado el espíritu popular, se produjeron movimientos revolucionarios y se llegó a la revolución que estamos viviendo. En España sólo se conseguirá el equilibrio en el momento en que el ideal político, el plan de realizaciones sociales dé cumplida satisfacción a las necesidades y a los anhelos de los que son el nervio, la sangre arterial de todos los movimientos: los trabajadores de la ciudad y del campo. Pero si la Commune cometió el error de olvidar las provincias y abandonar el campo, nosotros también hemos incurrido en errores, y contra esos errores trabajamos hoy con desesperación. Con desesperación he dicho, y esta es la palabra.
La situación de París, sitiado, era difícil, pero no es menos difícil la situación de España. En España hay uu círculo de hierro establecido por todas las naciones extranjeras. Estamos cercados por mar y por tierra, con un enemigo interior apoyado internacionalmente y con un pueblo abandonado por el proletariado y las democracias de todo el mundo, sacrificado al interés de cada país, como si las ideas universalistas de la Internacional, del socialismo, fuesen letra muerta para un pueblo como el inglés, como el francés, como el belga, que nos inmolan al terror que sienten de que se repita la guerra, que no podrán evitar tampoco a pesar de nuestro sacrificio. Pero el hecho es éste: Una España debatiéndose en una guerra civil, parecida a la guerra civil producida en Francia después de la primera revolución. Los plutócratas, los reaccionarios, los privilegiados de siempre, unidos contra nosotros. Nosotros, los trabajadores, los explotados de siempre, unidos también más o menos relativamente contra la unidad de los otros. Y nuestros errores, de los que hay que hablar siempre para que puedan ser subsanados.
Hay que transformar la conciencia social de nuestro pueblo
En España ha habido un movimiento obrero, abrevado siempre en ideas revolucionarias, en oposición permanente, porque en ella residía precisamente la posibilidad de mantener en constante tensión al pueblo. Y ahora necesitamos dar a las masas, a los trabajadores de la ciudad y del campo, el sentido constructivo, la capacidad organizadora, todo lo que no pudimos desarrollar en ellos, porque no podíamos dedicarnos a más labor que la de la lucha, que la de oposición. Si el error de la Commune fue abandonar a los obreros del campo, desafiar sola, confiando en su potencia espiritual y moral, al enemigo, el error nuestro sería también desafiar al enemigo de fuera y de dentro, sin tener transformada la conciencia popular que ha de darnos la victoria, que ha de realizar las ideas de la Commune rebrotadas en España.
Nos debatimos siempre en el mismo círculo vicioso. Necesitamos dar sentido constructivo a nuestra revolución. Necesitamos que nuestras masas, que el proletariado, la esencia y la potencia de España, tengan sentido constructivo, para que se conviertan en la fuerza organizada con que hemos de luchar contra los enemigos, contra los de dentro y los de fuera. ¡Transformar la conciencia! Hacerla serena, sobria. Confiando sin exceso, pero no desconfiando sistemáticamente, porque nada puede hacerse sin un mínimo de confianza en los demás.
Si miramos a nuestro alrededor y no vemos más que enemigos, más que traidores, más que gentes que pueden colaborar con el adversario, estamos absolutamente perdidos; no haremos nada. Flourens lo decía con desesperación, viendo cómo se extendía la divergencia entre los jacobinos y los moderados. Unidad, consciente y serena, y sentido constructivo, no negativo. Hasta ahora hemos destruido, hemos sido una fuerza de oposición; ahora hemos de ser una fuerza constructiva. Serenamente, sobriamente, firmemente.
Unidad y sentido constructivo contra el bloqueo internacional
Para luchar, se necesitan fortificaciones. No pueden luchar los hombres sin parapetos, sin trincheras. Socialmente, tampoco se lucha sin parapetos, sin fortificaciones. ¿Sabéis cuáles han de ser las nuestras, las de los que luchamos por una sociedad mejor? Las realizaciones. Aquello que se hace sólidamente, firmemente, y que no puede ser destruido así como así. ¡Construir! He aquí el imperativo categórico del momento. Hacer labor efectiva. Esto es lo que debemos de hacer nosotros. Reparar nuestros errores, superar nuestra propia conciencia transformándola y adaptándola a las necesidades del momento. Actuar, trabajar, realizar. No podemos perder ni un segundo. Hemos de hacer una doble obra de confianza y de defensa.
Con las fortificaciones, en el frente, los soldados resisten, se baten y vencen. Nosotros, en la retaguardia, en el aspecto social hemos de hacer lo propio. Realizar algo que quede, que reste. Si no lo hacemos, si nos dedicamos sólo a destruir, si el enemigo rebasa nuestras primeras líneas, nos encontrará en la retaguardia desarmados, indefensos también en el aspecto económico. Pensemos ahora por un momento. El bloqueo de España es un hecho. Llamarlo ‘control’ es una ironía sangrienta. La realidad es esto: un bloqueo. Italia-Alemania, Inglaterra, Francia, rodeando las costas españolas. Mientras se consiente que Italia controle la costa mediterránea, para poder desembarcar a su gusto divisiones, no se permite que Rusia controle nuestras costas porque se la considera beligerante en la lucha de España. Además, por si fuera poco, empieza a hablarse ya de tomar medidas financieras contra España, y eso se hace después de haber hablado Italia de la conveniencia de embargar el oro español.
¿Sabéis lo que eso representa? El bloqueo de todas las divisas, impidiendo la entrada en España de materias primas, de medicamentos, de alimentos, de todo lo que España necesita. Y se hace contra España, contra un país que está enzarzado en una guerra civil, que no es combatiente contra nadie. Pero eso se va a hacer. Es una combinación magnifica, una manera de conseguir los dos objetivos fundamentales del momento: los mismos objetivos que perseguía la santa alianza contra Francia el año 93. Lo que perseguían Napoleón y Bismarck contra la Commune de París. Entregados a nosotros mismos, debatiéndonos en una lucha desigual, porque mientras Francia e Inglaterra serán fieles al control, no dándonos absolutamente nada, en cambio Alemania e Italia darán lo que les parezca a los rebeldes. Un cordón de fuego y de hierro a nuestro alrededor.
Una revolución que estalla, un país que aspira a realizar ideales socialistas, un capitalismo internacional con intereses colosales, con minas en Riotinto, en Puertollano, en Almadén, en Asturias, en Vizcaya, en toda España; con capitales en toda clase de empresas españolas, desde la Telefónica hasta la última explotación de Suria y de Figols. Y este capitalismo pugnando por reducir por el hambre a un país que va a realizar una revolución, intentando someterle por hambre, como se somete a la familia del revolucionario obligándole a ir a misa y a aceptar más horas de trabajo, por el mismo procedimiento de una forma vulgar expresado.
Si nosotros no tenemos aquí trincheras económicas, ¿qué será de nosotros? No podremos traer trigo del extranjero, ni materias primas. Si no intensificamos la producción, si no realizamos los máximos esfuerzos, la lucha durará poco. Seremos reducidos por hambre. No serán las hordas de Franco y Mola, contra las que luchamos victoriosamente, no serán las cuatro divisiones de italianos que luchan en el frente de la Alcarria lo que nos vencerá. Será el bloqueo por el hambre, será la imposibilidad de traer a España alimentos y materias primas. ¿Comprendéis esto?
Intereses imperialistas frente a nuestra revolución
Nosotros podemos pensar que la revolución, en virtud de esos saltos de que os hablaba, dos pasos adelante, uno atrás, no avanza tanto como queremos; podemos considerar, decir entre nosotros, que la revolución está sacrificada, que actuamos contrarrevolucionariamente, que saboteamos los principios revolucionarios, pero para el extranjero todo eso no existe. Para el extranjero no hay más que una verdad única y simple: un capitalismo destruido, unos intereses capitalistas internacionales reducidos a cero, una revolución socialista que sigue su curso y que va a realizar ideas demasiado avanzadas, que pueden ser el ejemplo que sigan los proletarios de los demás pueblos. Y contra esto, que para nosotros es poco, que para los de fuera es muchísimo, la unidad sagrada, la santa alianza de todos los países capitalistas europeos.
Inglaterra está frente al poder naval de Alemania y de Italia; Inglaterra ha de defender los intereses coloniales frente al expansionismo imperialista de Italia y de Alemania, pero frente a la revolución española, que puede agitar las legiones de siervos que tiene en Asia, que puede producir movimientos similares en Escocia, en Irlanda, en el País de Gales, forma también el cuadro, tiene que ser enemiga nuestra, porque defiende los intereses de los capitalistas ingleses. Francia, país democrático, el país de la Commune, desangrado por la guerra, destruido espiritualmente por la guerra, con un proletariado que prevé una amenaza fascista interior, se debate en una lucha cruenta, en una lucha moral terrible, porque, a pesar de todo, el espíritu francés es caballeresco y noble, y Francia sufre el drama más tremendo que puede sufrir un pueblo individual y colectivamente considerado: una Alemania poderosa, armada hasta los dientes, delante; una Italia al lado; el peligro de una invasión alemana por los Pirineos; interiormente desarmados, sin fuerzas para resistir contra Alemania, contra Italia y contra una España fascista, no confiando más que en Inglaterra y oscilando a compás de las oscilaciones de Inglaterra.
Solos frente al enemigo
Y nosotros absolutamente solos, porque Rusia está muy lejos, puede ser fácilmente cerrado el paso de los Dardanelos, y Méjico más lejos todavía. ¡Solos! Esa es la realidad. Solos con nuestras luchas y con nuestro espíritu negativo, pugnando aún por transformar las conciencias de que hablaba Félix Pyat, que la Commune no pudo transformar en dos meses. Nosotros llevamos varios meses y hemos de darles el espíritu constructivo que no han tenido hasta ahora. Hemos de ser el puntal material que resista al bloqueo económico y militar.
Hemos de exaltar en nosotros un sentimiento que, aunque después pueda convertirse en peligroso, hoy ha de ser el aglutinante que nos una a todos. Aquí estamos, reunidos, republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas, hombres de todas las tendencias, con anhelos políticos diversos. Podemos pugnar los unos por una cosa y los otros por otra. Pero hemos de ver muy claro, que si España es sometida por Italia y Alemania, lo que se realizará aquí será algo ajeno a nuestra raza, algo importado de fuera. En España se rompió los dientes Napoleón, en España se estrelló el poder napoleónico; podemos decir que el Alcalde de Móstoles fue la avanzada de Waterloo. Y ahora yo os digo, camaradas de todas las tendencias que no habéis perdido como españoles el espíritu indómito de la raza: hay una unidad, una triple unidad a establecer: la unidad racial contra el invasor; la unidad moral contra el enemigo político, porque hay muchos puntos de contacto entre nosotros, porque hay un ideal común y eterno que han perseguido siempre los hombres, y la última, la instintiva, la que establecen los animales cuando se ven acosados por el hombre. Cuando en las selvas africanas y asiáticas aparecen los cazadores, los animales se agrupan: los antílopes y ciervos al lado del león, su enemigo, y las cabras al lado de las serpientes, que se deslizan por el suelo.
En la paz, el león devora al ciervo y la serpiente se come al cabritillo tierno; pero cuando surge el hombre, que es el enemigo de todos, huyen al unísono y todos se meten en el mismo agujero: es la unidad de la vida, es la unidad del instinto de conservación. ¿Seremos inferiores a los animales, que ni esa unidad sepamos establecer? La hemos establecido, pero, ¡cuántas veces quebrada por los unos y por los otros! Y eso es un crimen. Tal es el caso de las que, llámense como se llamen, hagan obra partidista, pugnen por realizar sus ideales particulares, por emplazar los intereses de partido o de organización por encima del interés colectivo de la lucha.
Vosotros, trabajadores de todas las tendencias, vinculados a la causa de España, que es la causa de la libertad y de la justicia, de la defensa contra el enemigo interior y exterior, no debéis hacer obra partidista. Toda obra partidista es una obra contrarrevolucionaria. Lo he dicho mil veces, y lo repito ahora: si la hacen los unos, ellos serán los contrarrevolucionarios; si la hacemos nosotros, lo seremos también.
Unidad nacional contra el invasor extranjero
Unidad política, de hombre que lucha contra el enemigo secular de todos los principios democráticos, porque la democracia se extiende desde la palabra democracia -Gobierno del pueblo por el pueblo- hasta la palabra acracia, que es gobierno de cada hombre sobre sí mismo. Unidad elemental, primaria, troglodítica, que es la establecida por los animales y por los primeros hombres contra las tribus que los perseguían. Triple unidad y comprensión clara del momento, sabiendo lo que nos jugamos en esta guerra y en la revolución, que solo ha empezado. ¿Sabéis cuánto tiempo necesitó la Commune de París para llegar al momento psicológico propicio? Ocho años. Nosotros, de tanteo revolucionario, llevamos solamente seis. La revolución no ha comenzado hasta el 18 de julio. Han transcurrido ocho meses. ¿Qué son ocho meses? Nada. En el tiempo nada; como una gota de agua en el océano. ¿Cuánto tiempo durará la revolución? ¡Quién sabe! La revolución rusa empezó el 18 y puede decirse que aún no ha terminado.
¡Quién sabe lo que durará la nuestra! Lo que sí sabemos es que vivimos el periodo inicial, el que acosa a todas las revoluciones: la santa alianza, la unidad sagrada de los intereses que la revolución daña, contra los que los dañamos, contra todos; los republicanos, porque no consintieron que Franco y Mola se apoderara del Gobierno; los socialistas, volviendo a incorporarse al ritmo revolucionario con el movimiento de octubre del 34, y nosotros porque hemos sido los que hemos mantenido en constante tensión, los que hemos hecho hacer gimnasia revolucionaria al pueblo español desde el 14 de Abril hasta la fecha. Pero esa gimnasia revolucionaria ahora ha de transformarse. Ahora hay que hacer la gimnasia del trabajo, poniendo en tensión todos los músculos de nuestro cuerpo. La que hace el obrero de la mina arrancándole sus tesoros; la que hace todo obrero que trabaja, que produce, que puede decir: esto es lo que he hecho.
Las dos fases: destrucción y construcción
Hay dos períodos revolucionarios: el que yo llamo prerrevolución, que es el periodo de agitación permanente, en el que el revolucionario no debe darse nunca por vencido, periodo magníficamente llevado por nosotros. Después el revolucionario, el período de coordinación del esfuerzo, de organización de la lucha, en que la destrucción moral se convierte en destrucción material, y las masas lo aniquilan todo. Y después el período constructivo, que revolución que destruye sin construir no hace absolutamente nada. Si destruimos un barrio obrero porque es sucio, porque está formado por casuchas infectas, en las que viven, revueltos, los chicos, los hombres y los perros. Hemos de tener preparado otro más sano, más alegre, más claro, para estas familias. Si no hacemos esto, a esas familias las dejamos sin amparo.
Otra cosa que quiero que comprendáis bien: una revolución destruye todo lo pasado, todo lo sucio, todo lo atrasado; pero ha de ser a condición de que construya lo nuevo, la casa limpia, la casa sana, la casa mejor. Y esa es la obra que hemos de realizar nosotros. Construir un mundo nuevo que sustituya el mundo viejo que estamos destruyendo. En una mano la piqueta demoledora y en la otra el buril que cincela. Hemos de estar en todas partes, hemos de saber cumplir todos, nuestra misión de revolucionarios, de combatientes, de productores. El que no sirva para el frente, en la retaguardia, pero trabajando, pero produciendo. No se puede exigir a todos los hombres que sean héroes, que tengan espíritu combativo, pero se puede exigir a todos los hombres que rindan un servicio a la sociedad, que sean útiles a sus semejantes. El que no sirva para combatir, que trabaje, pero nadie, por nada, en nombre de nada, tiene derecho a dedicarse a destruir lo que los otros hacen.
España, País predestinado a grandes destinos
Esa es la labor. Y si no lo hacemos, camaradas, ¿cuál será nuestra suerte? No soy pesimista. No he creído nunca que podamos ser vencidos. En cierto modo, por temperamento, quizá por condición de la raza, soy un espíritu fatalista. Yo creo que las cosas no están escritas, pero que hay un encadenamiento de hechos, hay una causalidad que nos conduce a un fin predestinado. El destino lo forjamos nosotros, con nuestras reacciones frente a los hechos que se van encadenando.
Yo creí siempre que España era un país predestinado para convertirse en país mesías. Lo he creído, si queréis de una manera absurda. ¿Cómo podía creerlo esto de un pueblo que tiene un contingente de analfabetos superior a todos los países europeos; de un pueblo industrialmente situado en un nivel medio inferior en mucho al de los pueblos francés, inglés o alemán? Pero cada vez que salgo de España, cada vez que me asomo al mundo y veo el contraste violento entre la vitalidad española, entre la fuerza y el empuje de España, y la entrega, el acomodamiento a lo constituido de los demás hombres y de los demás pueblos, veo que España, con todos nuestros defectos, con nuestra incultura, con nuestra pobreza material y espiritual, es un pueblo guía, un pueblo de empuje, de impulso.
Decía el otro día, y lo repito hoy: las montañas sólo las vemos grandes cuando estamos lejos de ellas; los árboles nos impiden siempre ver el bosque; pero cuando nos alejamos, es cuando vemos la inmensidad de una montaña, cuando contemplamos la majestuosidad de un Himalaya. España, de cerca, vista desde aquí, la vemos pequeña; hay que verla desde otros pueblos, a distancia, con sus sacrificios y sus grandezas. Un país inacabado, pero que es cantera magnifica, de la que van desprendiéndose y cada día se desprenderán mejores productos; un país que halla su fuerza, su impulso, en la tierra misma; un país guía predestinado para la libertad y que no podrá verse jamás sometido a la esclavitud. Definía Napoleón a España como una piel de buey, y decía: “Cuando la tengo aplastada por un lado, se levanta por otro”. Y así ha sido. Cuando no en Andalucía, en Cataluña, en Asturias, en Vizcaya, basta en la más modesta y miserable de sus regiones.
Contra la confabulación internacional, caramadas: ¡hay que vencer!
De ahí arranca mi inmensa confianza en España; pero eso no quiere decir que nos durmamos sobre los laureles. ¡Si fuéramos vencidos! No quiero hablar del horror que fue la represión de Octubre en España, de lo que ha sido la entrada de los facciosos en Badajoz, pongo por caso, en cuya Plaza de Toros, con una ametralladora, se fusiló a 1.500 obreros ante los burgueses, los aristócratas, los funcionarios vinculados a la causa de Franco, entre risotadas. El espectáculo revive los horrores de los circos romanos en que morían los cristianos devorados por las fieras. Os he hablado de lo que fue la represión de la Commune, y esa sería la represión de la revolución española, entre aullidos formidables, surgidos de todos, absolutamente de todos los países capitalistas, como en Octubre la plutocracia española jaleaba a los verdugos y les incitaba a verter más sangre.
Todos gritarían contra los revolucionarios, y dirían: “No hay que tener piedad con ese país que ha intentado correr demasiado, que quiso dañar nuestros privilegios de clase”. Eso, por orgullo racial, por sentimiento de dignidad, no puede ser. España lo impedirá. ¿De qué manera? Como sea, camaradas, defendiéndonos con las uñas y con los dientes, formando la unidad, el contacto de codos preciso para que seamos un bloque indestructible. Después dilucidaremos nuestros conflictos, discutiremos quién tiene más razón de todos, pero primero la unidad elemental, la primaria, la establecida por los animales en peligro, y siempre en el sentido constructivo que jalona la obra del hombre, dejando huellas, dejando rastro, diciendo: “Por aquí hemos pasado, porque hemos hecho esto”.
Voy a terminar, camaradas, porque estoy muy cansada. Voy a terminar con una recomendación única a todos vosotros. Yo hablo siempre con sinceridad, con nobleza, yo no engaño a nadie. Si alguna vez engañara, seria yo la primera engañada, y de todo lo que he dicho, de esa lección del pasado que he intentado hacer desfilar ante vuestros ojos, sacad una sola enseñanza. Pensad que os lo digo con el fin de contribuir, en la medida de mis fuerzas, al triunfo sobre un enemigo internacional y poderoso. Para contribuir a la obra revolucionaria y constructiva que ha de hacerse. Cuando veo de qué manera vienen a España los hombres mejores de otros países, la “élite” espiritual, los elegidos de cada pueblo, las individualidades conscientes que vienen a España a prestarnos su esfuerzo y a morir y vencer junto a nosotros, aun cuando no fuese más que por eso: para pagar de alguna manera el Sacrificio, para corresponder a la fe, a la confianza que en nosotros ponen esos hombres, pienso que debemos ser dignos de ellos, de ese esfuerzo, de esa sangre generosa mezclada, al derramarse, con la nuestra.
La suerte del mundo la decide nuestra revolución
Pero, además, hay toda una causa mundial vinculada a la nuestra. La Commune vencida, fue la represión en todo el mundo. La revolución española, vencida, sería el principio del fin de una reacción internacional en Europa y en América. El fascismo se extendería como una mancha de aceite.
España en poder del fascismo seria el preludio de una Francia también fascista, sería el fascismo universal, el Estado totalitario dueño absoluto de los destinos del mundo. Y las ideas de democracias y todo lo que representaron la revolución francesa, la Commune de París, la revolución rusa, destruido por mucho tiempo. De nuevo, el esfuerzo trabajoso; de nuevo las minorías que luchan y que mueren, las masas sojuzgadas, y las conquistas elementales de los trabajadores anuladas, destruidas. ¿Comprendéis esto, camaradas? No luchamos sólo por nosotros.
No es nuestra vida, nuestro derecho solamente lo que está en litigio; está en litigio el propio porvenir del mundo. Triunfante la revolución en España, el fascismo vencido en España, es una puñalada de muerte asestada al fascismo internacional, es la revolución que comienza en todo el mundo. Nosotros vencidos, triunfante el fascismo, es la represión universal, es la reacción triunfante, es el fin de la democracia y del socialismo, es la propia Rusia en peligro, es todo, absolutamente todo perdido. Todo eso representamos nosotros. De un lado, la libertad y el progreso; de otro, el Estado anulando la personalidad humana, destruyendo sus conquistas, la obra de civilización de muchos siglos. ¡Luchemos hasta morir! ¡Luchemos hasta caer rendidos!, pensando que no luchamos por nosotros, por España solamente: que luchamos por el mundo entero, por el mañana de nuestros hijos, por la libertad de los pueblos y por nuestra dignidad de hombres.
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* Federica Montseny Mañé. Dirigente anarquista española y escritora, fue ministra de Sanidad durante la Segunda República (1936-1937). Hija de los escritores anarquistas Juan Montseny Carret (”Federico Urales”) y Teresa Mañé Miravet (”Soledad Gustavo”), editores de “La Revista Blanca”, Federica Montseny es una de las figuras más cruciales de la historia de las izquierdas.
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