El título es penetrante: Capitalismo y pulsión de muerte. El autor es el coreano Byung- Chul Han, uno de los más célebres filosófos de este tiempo. Este libro replica el tono escéptico de sus últimos ensayos así como también el formato breve y de fácil lectura. Entrega frases punzantes, definiciones eficaces para aludir a una conexión entre el sistema y el mundo interior de quienes lo habitan y padecen. Conexión ya visitada por múltiples pensadores, en un legado que Han reconoce, otorgando una mirada actualizada. Editado por Herder, el libro reúne 14 artículos y dos conversaciones.
El hecho de que sea una compilación hace que el acercamiento al tema se torne fragmentario. A pesar del hilo conceptual no hay un punto de llegada claro o directo. Son escritos aislados que abordan subtemas que quizá vuelven a aparecer más adelante en las páginas o incluso ideas de libros anteriores muy conocidos -como La sociedad del cansancio-. Así y todo, Capitalismo y pulsión de muerte es completo en sus tópicos: pinta una época signada por la autoexplotación, la exposición de datos, la falta de hospitalidad para con los refugiados, la muerte de los rituales, la aceleración del tiempo, el fenómeno de la selfie, las autolesiones que se generan sobre todo los jóvenes, entre otros.
Hay, sí, una ausencia llamativa: a diferencia del enfoque de autores como el francés Eric Sadin, entre otros, aquí el análisis excluye el avance de las nuevas derechas y el odio a un otro como pasión ubicada en el centro de la existencia. En este sentido, la violencia que Han revisa es la que el “sujeto del rendimiento” -deprimido, angustiado y culposo- se devuelve a sí mismo.
Las ideas más novedosas están al comienzo. “El capitalismo está obsesionado con la muerte. Lo mueve el miedo inconsciente a la muerte. Sus imperativos de acumulación y de crecimiento surgen en vista de la amenaza de muerte”, define Han, quien en medio de la pandemia polemizó con Zizek sobre qué pasaría con el sistema ante el avance de la Covid. Las consecuencias de la expansión se sienten especialmente en dos planos: las catástrofes son naturales y mentales. En el texto que abre el libro, titulado también “Capitalismo y pulsión de muerte”, el coreano dialoga con Walter Benjamin, Jean Baudrillard, Georges Bataille, Theodor Adorno, Arthur Schnitzler, Bernard Maris y, como no podría ser de otra manera, con Sigmund Freud.
Tan obsesionado está el capitalismo con la muerte que una “rigidez cadavérica recubre la vida”. Somos “zombis” del rendimiento -nuevo principio neoliberal, base en la filosofía de Han-, el fitness o el bótox. “La separación de vida y muerte, que constituye la economía capitalista, genera la vida no-muerta, la muerte en vida. El capitalismo genera una paradójica pulsión de muerte, pues le quita la vida a la vida. Su afán de una vida sin muerte acaba siendo mortal”. De este modo, “la vida se anquilosa en mera supervivencia”.
El fenómeno de la selfie le sirve para explicar el funcionamiento de los terroristas suicidas, que oponen la “muerte real” al sistema que la niega. Tienen el “mismo cuadro psicológico que los habitantes” de la sociedad capitalista. “El suicidio asume la forma de una autoproducción. Es imaginado como un selfie definitivo (…). La pulsación del botón que hace explotar la bomba se parece a la pulsación del disparador de la cámara. El terrorista suicida es consciente de que tras cometer su acto su foto circulará enseguida por todos los medios. Se le presta la atención que hasta entonces se le había denegado. Es un Narciso con cinturón de explosivos.”
El panóptico digital es otro de los grandes temas del libro. Este dispositivo vuelve posible “un control psicopolítico de la sociedad”, ya que a través de él hasta se puede penetrar en nuestros pensamientos. Exponemos todos nuestros datos y nos comunicamos afiebradamente, sin soportar vacíos. Todo por “necesidad interior”, sin coacción externa. “El Estado policial de Orwell con telepantallas y salas de tortura es algo totalmente distinto del panóptico digital con Internet, smartphones y gafas de Google, donde impera la apariencia de una libertad y una comunicación ilimitadas. Aquí no se tortura, sino que se ponen posts o se tuitea. La vigilancia que se identifica con la libertad es muchísimo más eficaz que aquella otra que actúa contra la libertad”, dice Han.
“¿Por qué hoy no es posible ninguna revolución?” es una pregunta que seguramente se hagan quienes aman la Filosofía y creen que otra vida es posible. El filósofo da una respuesta que, por lo menos, parece honesta, en un escrito que lleva ese interrogante como título. En él aparece un contrapunto con el italiano Antonio Negri, con quien compartió una charla en un teatro berlinés. Negri se presentó a sí mismo como un “revolucionario comunista” y alguien que confía en la resistencia, en una multitud capaz de derrocar al imperio. A Han -docente en Alemania, donde vive- lo llamó “profesor escéptico”. Es que él no cree en nada de aquello.
En esta imposibilidad se mezclan varios aspectos. Por un lado está el hecho de que el poder no sea ahora “represivo” como ocurría en la sociedad disciplinaria e industrial. Se presenta como seductor y tentador. Los trabajadores son empresarios de sí mismos, autoexplotados. No hay un enemigo tan visible. Y mientras que en la sociedad disciplinaria el sujeto creía estar ante un Estado como instancia de poder que sonsacaba informaciones contra su voluntad, actualmente, en cambio, nos “desnudamos voluntariamente”.
Mejor que lo diga Han: “Desvelarse y desnudarse voluntariamente obedece a la misma lógica de la eficacia que la autoexplotación libre. ¿Contra qué protestar? ¿Contra sí mismo? (…) Esta técnica de dominación neutraliza la resistencia de una manera muy efectiva. (…). La opresión de la libertad enseguida provoca una resistencia. La explotación de la libertad, por el contrario, no.” Las personas están agotadas, depresivas, aisladas. ¿Cómo conformarían una masa revolucionaria? “El burnout y la revolución se excluyen.”
En este contexto, el comunismo queda atrapado en la lógica capitalista. “En todas partes se insta a compartir y se invoca a la comunidad, pero la economía del compartir lleva en último término a la comercialización total de la vida“, afirma el autor. Pone de ejemplo a Airbnb, “mercado comunitario que transforma hogares en hoteles” y que “rentabiliza incluso la hospitalidad”. “En una sociedad de la valoración recíproca se comercializa incluso la afabilidad. Uno se vuelve afable para recibir mejores valoraciones. Incluso en plena economía colaborativa impera la dura lógica del capitalismo“, sentencia.
Capitalismo y pulsión de muerte también da protagonismo a los refugiados con citas a Kant -una invitación a volver a los principios de Sobre la paz perpetua- y Hannah Arendt. Tomando un concepto de la alemana, Han se define a sí mismo como un “refugiado optimista” (desde los 22 años vive en Alemania, adonde se instaló buscando una nueva vida tras estudiar Metalurgia) y cuestiona la falta de hospitalidad de los Estados para con los inmigrantes, con críticas hacia Europa y la Unión Europea. Hacia el final del libro recupera un tópico que está entre sus obsesiones: el tiempo. Reafirma algunas ideas del imperdible y bello La desaparición de los rituales, también publicado en la Argentina recientemente por la misma editorial. La hipótesis central es que el tiempo laboral se ha convertido en tiempo total: el descanso no instaura un tiempo distinto. Se descansa para volver a rendir.
En el apocalíptico recorrido, Han hace dos propuestas. Dos revoluciones harían falta para vivir mejor. Por un lado, una “de la conciencia” que devuelva “la muerte a la vida”. “Hay que tomar conciencia de que la vida solo es viviente en un intercambio con la muerte y de que el rechazo de la muerte destruye todo presente vivo”, sugiere (quizá aquí se filtren sus raíces orientales). La otra propuesta es la de una “revolución temporal”. No una desaceleración, sino el comienzo de un tiempo “totalmente distinto”, ajeno al “del yo”: el tiempo del “prójimo”. “A diferencia del tiempo del yo, que nos individualiza y aísla, el tiempo de lo distinto genera la comunidad, e incluso el tiempo común”, concluye.