EMMA RODRÍGUEZ © 2020
https://lecturassumergidas.com/2020/12/30/edgar-morin-hemos-entrado-en-la-era-de-las-incertidumbres/
“Si no esperas lo inesperado no lo encontrarás”, dejó dicho Heráclito. A las palabras del filósofo presocrático griego recurre Edgar Morin en el discurrir de su ensayo Cambiemos de vía, subtitulado Lecciones de la pandemia, que ha llevado a cabo con la colaboración de la socióloga y urbanista francesa Sabah Abouessalam. Yo hago mía la frase como indicador de que no deberíamos asumir que las circunstancias, las costumbres, los movimientos económicos y políticos que rigen hoy nuestras vidas son así porque no hay otros caminos, porque no queda más remedio que aceptarlos. Si algo es esta entrega, absolutamente esclarecedora y certera en sus diagnósticos y propuestas, es todo lo contrario. Si algo es este libro, que parte del presente inmediato para proyectarse hacia el futuro, es un impulso que nos lleva a creer, a propiciar también, esos momentos inesperados, de transformación, de cambio de paradigma, que hacen girar el rumbo de la Historia.
Morin (París, 1921) sabe mucho de vaivenes y derivas. En su larga existencia ha sido testigo de guerras, se ha visto envuelto en conflictos y revueltas que han ido modificando su modo de estar en el mundo. En este convulso 2020, contar con su experiencia nos permite darnos cuenta de que, pese a la dureza de lo vivido, no atravesamos la peor época de los últimos siglos. Ha habido otros momentos que han impulsado a la humanidad en determinadas direcciones y ahora estamos a la espera del surgimiento de algo nuevo tras reconocer que somos seres vulnerables, que la prepotencia y arrogancia no nos valen para afrontar los desafíos que se presentan.
El veterano filósofo y ensayista francés, autor de una vasta obra que incluye títulos tan significativos como Breve historia de la barbarie en Occidente, Para una política de la civilización, ¿Hacia dónde va el mundo? o La vía, empieza este ensayo, que reúne muchas de las ideas, búsquedas y conclusiones de su trayecto, con un hermoso preámbulo biográfico, Cien años de vicisitudes, cargado de intensidad y sinceridad, donde recorre sus etapas vitales en paralelo al desarrollo de los acontecimientos históricos. Un sendero atravesado por heridas y deslumbramientos. Una travesía personal, cargada de plenitud, que refleja a un hombre entre dos siglos, a un resistente que no se ha dejado amilanar por nada, tampoco por la velocidad, por el cambio de ritmo impuesto por las nuevas tecnologías, circunstancia que ha observado con la lucidez y clarividencia que le caracterizan. Pero vayamos a esas páginas iniciales en las que se mira a sí mismo, en las que intenta descifrar las claves de su personalidad, los impulsos y las decisiones que han marcado su vida.
ACERCAMIENTO A UN GRAN “RESISTENTE”
“Yo soy una víctima de la epidemia de gripe española, y puede decirse que, a causa de ella, nací muerto. Me reanimaron las cachetadas ininterrumpidas del ginecólogo, que me mantuvo treinta minutos suspendido por los pies”, cuenta en el primer párrafo de su libro, aclarando que al referirse a su condición de víctima se refiere a la lesión cardiaca que sufrió su madre a consecuencia de la terrible pandemia de 1918, motivo por el que le prohibieron tener hijos.
El precepto médico no se cumplió y un 8 de julio de 1921 llegó al mundo Edgar Morin, quien ahora, 99 años después, traza un largo puente que le traslada a un nuevo tiempo de terrible epidemia a nivel global. Dos circunstancias similares en las dos orillas de su vida que le llevan a recapitular, a tomar en las manos su álbum de recuerdos. Las páginas del mismo le ofrecen su imagen con 10 años. Vivía solo con su padre – su madre había fallecido en 1931– y los años posteriores a la gran crisis de 1929, a la gran depresión económica que asoló el mundo, fueron particularmente duros, con sus evidentes “estragos políticos y sociales”, muy cerca aún de los efectos del Tratado de Versalles, “que puso fin a la primera guerra mundial y plantó las semillas de la segunda”.
Morin sigue adelante en su particular ejercicio de memoria. Dice no recordar el día en que Hitler se convirtió en canciller de Alemania, un 30 de enero de 1933, pero sí es consciente de que por esa época nació su interés por la política y de que muy pronto se vería “embarcado en la Historia”. Una mirada retrospectiva a la década de 1930-1940, le lleva a definirla como “un formidable ciclón, hasta llegar a la extrema barbarie de una guerra que se convierte en mundial en 1941”.
Acontecimientos estremecedores transformaron y formaron al adolescente, al joven, Morin, quien se preguntaba por entonces qué debía pensar, qué debía hacer. “Todo se puso en cuestión, todo se convirtió en problema: democracia, capitalismo, fascismo, antifascismo, comunismo estalinista, comunismo antiestalinista (trotskismo), reforma, revolución, nacionalismo, internacionalismo, tercera vía, guerra y paz, verdad/ error”, va argumentando, a punto de llegar a un nuevo capítulo.
En 1938 se afilió “al pequeño Partido Frentista, que propugnaba la lucha en dos frentes –contra el estalinismo y contra el hitlerismo–” y poco después se sumergió en los escritos de Marx y descubrió que “toda política debe basarse en una concepción del hombre, de la sociedad y de la historia”. Hecho que le llevó a matricularse en la universidad para estudiar historia, sociología, filosofía, economía y ciencias políticas, pilares sobre los que ha construido toda su obra, disciplinas que siempre ha visto conectadas entre sí, no como departamentos estancos, ofreciéndole una visión de las complejidades del mundo, del devenir humano.
El “gigantesco torbellino histórico” de la Segunda Guerra Mundial, “sacudió las mentes en todos los sentidos”, constata el pensador, dando cuenta de los cambios de bando, de ideología, que se produjeron en esos momentos. A él la contienda le transformó en un resistente antinazi y le llevó a abrazar el comunismo, un fervor que desapareció al cabo de un tiempo y “luego se transformó en su contrario, durante los tres años en que se impuso la segunda glaciación estalinista”, va rememorando Morin.
“A raíz de la escritura de mi libro “Autocrítica”, extraje la lección de no volverme a dejar arrastrar, de mantener la vigilancia crítica y autocrítica, y de revisar mis ideas cuando se produjeran nuevas experiencias históricas. Pero la lección principal de la guerra fue resistir. Me siento muy feliz de haber asumido en esa época el riesgo importante de incorporarme a la Resistencia”, prosigue su relato biográfico, señalando a continuación que en los años posteriores la vida le pondría por delante otras maneras de resistencia: durante la Guerra de Argelia, apoyando el derecho a la independencia del país; durante la aplastada revolución húngara convirtiéndose “en enemigo acérrimo de la mentira y la opresión del sistema estalinista”.
«la lección principal de la guerra fue resistir. Me siento muy feliz de haber asumido en esa época el riesgo importante de incorporarme a la Resistencia”, SEÑALA EDGAR MORIN.
Más adelante, Mayo del 68 ocupa un lugar muy especial en la trayectoria de Morin. “La explosión estudiantil era previsible y, a la vez inesperada” (…) “Vi en esas revueltas una aspiración a la “verdadera vida” (…) “Lo imprevisto es que Francia fue el único país donde una revuelta estudiantil arrastró a una huelga general a todos los trabajadores”, vamos leyendo, hasta llegar a una idea esencial: “Lo ocurrido abría una brecha en la línea de flotación de nuestra civilización”.
Pese a que pronto todo volvió a la supuesta normalidad, pese a que la economía y el orden se restablecieron, el ensayista nos hace ver que “el cometa dejó una cola muy larga que ejerció su ímpetu acelerador en el largo y lento proceso de emancipación femenina, en cierta liberalización de las costumbres y en una mejor comprensión de las homosexualidades” . Y poco después llegó el “informe Meadows”, de los primeros en desvelar las “degradaciones cada vez más amplias y rápidas del medio natural” (…) “el catalizador que dio origen a la conciencia ecológica”. En ese momento Edgar Morin se convirtió en uno de los pioneros de la política ecológica, un nuevo modo de lucha, de resistencia.
“Esta política no se limita a proteger el medio ambiente natural, también aspira a proteger el medio ambiente humano, y para ello hay que transformar nuestros pensamientos, nuestras costumbres y nuestra civilización”, nos dice, lamentando “la extremada lentitud de la toma de conciencia ecológica, que en cincuenta años no ha sido capaz de generalizarse, y correlativamente, la indigencia de la acción política y económica para evitar los desastres humanos y naturales”.
Morin pone en el centro del problema “los enormes intereses económicos, que priorizan los beneficios inmediatos”. Agradece que la alerta del calentamiento climático haya podido “movilizar por fin a una parte de la juventud de diferentes países, que ha encontrado a una Juana de Arco en la adolescente Greta Thunberg” y apunta que la crisis de la pandemia está contribuyendo a que más gente despierte. “Tal vez habrá que esperar a estar al borde del abismo para desencadenar el reflejo de salvación vital”, argumenta.
Despertar las conciencias es el objetivo de este libro, señala Morin, quien en su larga vida no ha dejado de enfrentarse una y otra vez a diferentes crisis, a resistir intelectual y políticamente a “dos barbaries que amenazan cada vez a la humanidad”: las xenofobias y los racismos y “la barbarie fría y gélida del cálculo y el beneficio, que domina en una gran parte del mundo”.
La primera parte de esta entrega, de cariz biográfico, resulta esencial y reveladora, porque en ella asistimos al germen, a la iniciación, de este hombre que nunca ha dejado de preguntarse en qué lado de la Historia debía situarse sin traicionar sus principios; que nunca ha dejado de reflexionar, de hacerse preguntas, de interpretar el mundo, de concebir propuestas de mejora, de avance. Os estoy hablando de un libro que aporta perspectiva, nos regala la distancia suficiente para vernos en un continuo histórico, para despertarnos de la amnesia en la que estamos sumidos, también para devolvernos un poco de esperanza.
En el repaso a su álbum de fotografías y recuerdos, Edgar Morin llega al ahora, a lo inmediato, y vuelve a asumir que el discurrir histórico está lleno de imprevistos, de acontecimientos inesperados. “Un virus minúsculo aparecido de repente en una lejanísima ciudad de China ha provocado un cataclismo mundial. Ha paralizado la vida económica y social de 177 países y ha generado una catástrofe sanitaria cuyo balance es tan sombrío como alarmante”, escribe.
“La crisis general y gigantesca provocada por el coronavirus debe ser vista también como el síntoma virulento de una crisis más profunda y general del gran paradigma de Occidente convertido en paradigma mundial: el de la modernidad, nacido en el siglo XVI europeo”, argumenta más adelante, aludiendo al “dolor” y al “caos” que se genera cuando se producen torbellinos que anuncian transformaciones a gran escala, cambios en ciernes que pueden llegar a imponerse o no. “Mayo del 68, la degradación de la biosfera, la crisis de civilización y las antinomias de la globalización” forman parte, en su opinión, de ese torbellino.
“Un cambio de paradigma es un proceso largo, difícil y caótico que topa con enormes resistencias de las estructuras establecidas y de las mentalidades. Se efectúa mediante un largo trabajo histórico a la vez inconsciente, subconsciente y consciente…”, señala Morin, quien se pregunta por lo que vendrá después, por si seremos capaces de sacar las lecciones apropiadas de la actual pandemia, una pandemia que “ha revelado un destino compartido por todos los seres humanos, ligado al destino bioecológico del planeta”. “El poscoronavirus es tan inquietante como la propia crisis. Podría ser tan apocalíptico como esperanzador”, argumenta. Todo está en el aire. “Hemos entrado en la era de las incertidumbres”, nos dice. “El futuro imprevisible se está gestando hoy”.
“La crisis general y gigantesca provocada por el coronavirus debe ser vista también como el síntoma virulento de una crisis más profunda y general del gran paradigma de Occidente».
A partir de aquí, el ensayo se articula en quince lecciones esenciales, llamadas a provocar un despertar de las conciencias que se transforme en acciones de cambio. Os invito a sumergiros en las páginas del libro, porque merece mucho la pena seguir cada uno de los aspectos que se destacan, partiendo de un profundo cuestionamiento sobre la manera en la que vivimos, sobre el sentido de la existencia.
“Nuestra fragilidad estaba olvidada, nuestra precariedad estaba oculta. El mito occidental del hombre cuyo destino es convertirse en “amo y señor de la naturaleza” se derrumba ante un virus. Ese mito ya estaba gravemente tocado por la conciencia ecológica, que supo demostrar desde hace décadas que cuanto más dueños somos de la biosfera, más dependemos de ella; cuanto más la degradamos, más degradamos nuestras vidas”, vamos leyendo.
Vivimos tiempos en los que toca pensar, echar por tierra verdades asumidas, convicciones inoculadas. El progreso tecnoeconómico no puede constituir por sí solo el progreso humano. El bienestar social no puede ser determinado únicamente por el libre comercio y el crecimiento económico. No podemos caer en las promesas del transhumanismo, con su fe en la inteligencia artificial como salvación y el acceso a la eternidad como objetivo.
“El enorme poder de la tecnociencia no suprime la debilidad humana ante el dolor y la muerte (…) Jamás podremos librarnos de los accidentes mortales que destrozan nuestros cuerpos; jamás podremos librarnos de las bacterias y los virus que mutan sin cesar para hacerse resistentes a remedios, antibióticos, antivirales y vacunas”, reflexiona el filósofo, conduciéndonos a la paradoja que supone que el aumento del poder humano vaya acompañado de un aumento de su debilidad.
Tenemos que aceptar las incertidumbres, porque “toda vida es una aventura incierta” y esta constatación, que tantas veces olvidamos, se intensifica a causa de la pandemia, acentuándose las perplejidades, las dudas sobre el futuro (“debemos prepararnos para convivir con ellas”). Tenemos que repasar nuestra relación con la muerte, con el duelo, que las sociedades capitalistas tanto se han afanado en ocultar y que ahora se han hecho demasiado visibles, descolocando las piezas de lo cotidiano en las sociedades de la productividad, de las prisas.
El confinamiento obligado, al devolvernos al interior de las casas, a nuestro interior, nos ha demostrado hasta qué punto estábamos entregados a lo exterior, a lo superficial; de qué manera nos encontrábamos intoxicados por el consumismo. Debemos reflexionar sobre ello. Y valorar el auge de las iniciativas de solidaridad surgidas en una situación tan extrema, con el fin de mantenerlas. No hemos de olvidarnos de las desigualdades sociales que han quedado aún más de manifiesto durante la crisis sanitaria; en los efectos devastadores que ha provocado en los colectivos más vulnerables. Ni tampoco de los oficios infravalorados (enfermería, servicios de limpieza y de reparto, personal de supermercados, agricultura, fuerzas y cuerpos de seguridad…), que se han mostrado esenciales y que de ahora en adelante deberán gozar, como indica Morin, del prestigio social que merecen.
He aquí algunas de las lecciones que destaca Edgar Morin en Cambiemos de vía, donde también apunta al aprendizaje de la gestión de crisis de este tipo partiendo de los errores cometidos; a la búsqueda, por parte de los gobernantes, de soluciones creativas que supongan pasos adelante, de progreso, siempre dispuestos a parar los movimientos regresivos que suelen surgir en situaciones así; a no atender a las presiones de poderosos lobbies que querrán mantener a toda costa el orden anterior.
La ciencia y la medicina son llamadas a entablar cooperaciones fecundas en este recorrido que desemboca en la importancia de una educación atenta a las complejidades, que sume y relacione especialidades y saberes, en vez de compartimentarlos. Los estados y las sociedades tendrán que adoptar “estrategias que integren lo imprevisto”, capaces de “prever la eventualidad de lo inesperado”, señala Morin, lamentando decisiones políticas como los sucesivos recortes en sanidad, promovidos a través de políticas neoliberales, atentas a la rentabilidad y a la competitividad más que al cuidado y la prevención.
Y también la globalización, con sus mecanismos de dependencia y deslocalización, es fuertemente cuestionada, ya que la pandemia ha puesto de manifiesto sus fallas, la carencia de material sanitario básico en los distintos países. En este sentido se aboga por huir de la “mal planteada oposición entre soberanismo y universalidad”, restaurando una autonomía vital de las distintas naciones, que garanticen su autosuficiencia en productos alimentarios y sanitarios esenciales, y entendiendo el sentido globalizador como unidad de destino compartido, de cooperación política e intercambios culturales.
Replantearse el papel de Europa, su reanimación a través de iniciativas ecológicas comunes y de un despertar solidario, también merece un capítulo aparte en este ensayo absolutamente atento a la que puede considerarse la gran lección, la toma de conciencia de vivir en un planeta en crisis. En determinados momentos el análisis se dirige a las circunstancias de Francia, no muy distintas a las de otros países del entorno europeo, occidental, y en cualquier caso, las cuestiones de fondo son de carácter universal.
MIRANDO AL FUTURO: LOS DESAFÍOS
Cambiemos de vía es un ensayo que resulta demoledor en muchas de sus argumentaciones y conclusiones, pero no carente de esperanza y optimismo. Nos enfrenta a los males de nuestro mundo, pero también a las salidas, a los desafíos que tenemos por delante como colectividad. ¿Qué dirección queremos tomar? ¿Volveremos al mismo tipo de vida cuando superemos esta crisis o tendremos claro que debemos modificar el rumbo?¿Qué impulsos nos moverán, de progreso o de regresión? Estas cuestiones esenciales nos acompañan en todo momento durante la lectura.
Una y otra vez, Edgar Morin plantea interrogantes. Ya sumergido en el trecho en el que analiza las posibilidades y retos de futuro, en la fase que denomina “poscoronavirus” [destacar que el ensayo, escrito desde la inmediatez, fue elaborado antes de la llegada de las vacunas], nos hace mirar a las etapas de confinamiento, cuando al recuperar la inactividad, la lentitud –quienes pudimos permitírnoslo– fuimos más conscientes que nunca de la malsana aceleración de nuestras vidas. “Una vez desconfinados, ¿retomaremos esa carrera informal? (…) ¿Dejaremos de querer ir más rápido y más lejos? ¿Dejaremos de subordinar lo principal, nuestra propia realización personal y nuestros lazos afectivos, a lo secundario y fútil?”, nos pregunta.
Y más adelante se cuestiona qué quedará realmente de las aspiraciones reformadoras, transformadoras. “¿Qué lecciones sacan las autoridades de la experiencia? Ni siquiera podemos estar seguros de que haya algún progreso político, económico o social como lo hubo después de la Segunda Guerra Mundial”, reflexiona. “La crisis ha obligado a los Estados a abandonar la política de austeridad presupuestaria y a gastar masivamente en salud, en las empresas y los trabajadores privados de salario”, prosigue, un primer paso que ojalá desemboque en las dos necesidades básicas de la renovación política que propugna Morin: “salir del neoliberalismo y reformar el Estado”.
Son muchos los desafíos a los que nos enfrentamos: el desafío de la globalización; el desafío de la democracia (afectada por la corrupción, la demagogia, la intensificación de los nacionalismos, la xenofobia); el desafío digital y el de la preservación ecológica. Edgar Morin se detiene en cada uno de ellos. Analiza el alcance de las restricciones a la libertad impuestas en este tiempo, que evidentemente tendrán que desaparecer con el virus; aboga por un uso responsable de las herramientas digitales, a la vez instrumentos de libertad y de control; se replantea la manera de viajar y de consumir, que tendrían que tender al decrecimiento, y advierte sobre las regresiones que pueden producirse, en un presente en el que la intolerancia y el fascismo ganan terreno. Todo ello sin olvidar el peligro nuclear, los arsenales bacteriológicos con los que se arman los Estados, las catástrofes naturales derivadas del cambio climático, que a su vez aumentarán las corrientes migratorias…
“La crisis ha obligado a los Estados a abandonar la austeridad presupuestaria y a gastar en salud, en las empresas y los trabajadores privados de salario”. un primer paso Hacia las dos necesidades básicas de la renovación política que propugna Morin: “salir del neoliberalismo y reformar el Estado”.
“Las carencias políticas, económicas y sociales que la pandemia ha puesto al descubierto, así como los grandes peligros de regresión que ha podido aumentar, hacen indispensable una nueva Vïa”, expone el filósofo, quien explica su preferencia por este término, “Vía”, en vez de revolución [remite a episodios emancipadores que acabaron fracasando, oprimiendo], o proyecto de sociedad, noción muy estática e inadecuada para un mundo en transformación.
En este punto es cuando el ensayo se abre a las probabilidades, las expectativas, las propuestas de transformación. Las amenazas han sido nombradas, las regresiones mencionadas “son probables, pero solo probables”, apunta Morin. “Conservemos la esperanza, aunque sin ninguna euforia”, nos dice, centrando las líneas maestras de “la nueva Vía político-ecológico-económico-social”, unas líneas guiadas por “la necesidad de regenerar la política, la necesidad de humanizar la sociedad y la necesidad de un humanismo regenerado”.
Es mucho lo que aporta este ensayo esclarecedor, capaz de situarnos en el aquí el ahora, al tiempo que abre las ventanas hacia el futuro, hacia los posibles futuros. Se trata de buscar equilibrios, de conjugar globalización y desglobalización; crecimiento y decrecimiento; desarrollo y arropamiento [este último término alude a la solidaridad y la comunidad]; unidad y diversidad nacional. Se trata de reformar el Estado, de desburocratizar y desanquilosar las administraciones públicas. Se trata de reducir progresivamente el poder de las oligarquías económicas, aplicando impuestos justos y, sobre todo, suprimiendo los paraísos fiscales. Se trata de que los consumidores tomen conciencia de su poder. Se trata de que las empresas reconozcan a los trabajadores “en su plena humanidad”, lo cual mejoraría las condiciones de vida de los mismos y también los resultados.
En todo el ramillete de propuestas que ofrece la obra, en un capítulo encabezado por la frase de Heráclito, que tomé como arranque de este artículo (“Si no esperas lo inesperado, no lo encontrarás”), hay un apartado fundamental: la reforma democrática, a través de la participación ciudadana. “Habría que diseñar y proponer formas de democracia participativa. Sería útil al mismo tiempo fomentar el despertar de la ciudadanía, a su vez inseparable de una regeneración del pensamiento político. También sería útil multiplicar las universidades populares que ofrecieran a los ciudadanos una iniciación a las ciencias políticas, sociológicas, económicas y jurídicas”, expone el ensayista, consciente de que este tipo de iniciativas requieren tiempo, un tiempo de “arraigo y aprendizaje”.
Hay grandes dosis de idealismo y de entusiasmo en esta entrega que vuela hacia mejores horizontes de futuro, pero, no nos engañemos, muchas de las ideas que plantea ya están en el aire, ya han empezado a filtrarse en las capas de lo cotidiano. Edgar Morin visualiza y pone argumentos a impulsos que están aflorando. Ya lo explica cuando habla del cambio de paradigma en marcha. Frente a las consignas de viejos partidos, de medios de comunicación anquilosados, dependientes de intereses económicos que lastran su independencia en exceso, surgen por todas partes iniciativas creativas, puntos de vista innovadores. Asistimos, somos parte activa, del combate entre las fuerzas del progreso y las de la regresión.
“Habría que diseñar y proponer formas de democracia participativa. Sería útil al mismo tiempo fomentar el despertar de la ciudadanía, a su vez inseparable de una regeneración del pensamiento político».
La ecopolítica, el “green deal”, ocupa otro capítulo esencial de esta entrega que reivindica en todo momento un humanismo regenerado, capaz de reconocer “la complejidad humana hecha de contradicciones” y de rechazar la divinización del hombre. Los principios republicanos de Libertad, Igualdad y Fraternidad iluminan este libro que desemboca una y otra vez en la necesidad imperiosa de reducir las desigualdades, de cultivar la solidaridad, tan debilitada en las sociedades individualistas, egoístas, tecnificadas… Vamos avanzando en la lectura a través de nociones como “Malestar difuso”; de lemas como “Menos pero mejor”; de búsquedas hacia “una verdadera vida”. Y llegamos a la esencia de lo que debe ser una “política de la humanidad” y “una política de la tierra”.
Llegada a este punto, opto por transcribir algunos fragmentos del ensayo que me parecen especialmente significativos, enriquecedores. Un estímulo para seguir adelante, buceando entre las incertidumbres, esperando encontrar los anhelados cambios en lo inesperado.
– “La civilización occidental puede y debe propagar lo mejor de sí misma: la tradición humanista, el pensamiento crítico y el pensamiento autocrítico, los principios democráticos, los derechos del hombre y de la mujer. También debe abandonar su arrogancia.
– “La toma de conciencia de la comunidad de destino compartido terrestre entre la naturaleza viva y la aventura humana debe convertirse en un elemento esencial de nuestro tiempo: debemos sentirnos solidarios con este planeta de cuya existencia depende nuestra vida; debemos no solo ordenarlo, sino también protegerlo; debemos reconocer nuestra filiación biológica y nuestra filiación ontológica; es el cordón umbilical que hay que reanudar.
– “Hay dos realismos. El primero consiste en creer que la realidad presente es estable. Ignora que el presente siempre está trabajado por fuerzas subterráneas, como el viejo topo del que habla Hegel, que finalmente desintegra un suelo que creía firme (…) El verdadero realismo sabe que el presente es un momento en un devenir. Trata de detectar las señales, siempre débiles al principio, que anuncian transformaciones (…) El verdadero realismo puede proponer ideas que a los realistas oficiales les parecen utópicas. El verdadero realismo sabe que lo improbable es posible, y que lo más importante y frecuente es que en la realidad irrumpa lo inesperado. Como, por ejemplo, el principio del retorno a la soberanía sanitaria y el infringir las reglas presupuestarias consideradas sacrosantas”.
– “La utopía del mejor de los mundos debe ceder su lugar a la esperanza de un mundo mejor. Como toda gran crisis, como toda gran desdicha colectiva, nuestra crisis planetaria despierta esa esperanza. El humanismo debe regenerar esa gran aspiración permanente de la humanidad a un mundo mejor. Pero, aunque pudiera advenir, ese mundo no sería irreversible. Ninguna conquista es irreversible, ni la democracia, ni los derechos humanos. Ninguna conquista de civilización es definitiva. Lo que no se regenera degenera. Por eso el verdadero realismo es la regeneración permanente. Trotski creía en la revolución permanente; nosotros debemos practicar la regeneración permanente”.
– “Repitámoslo: la toma de conciencia de la comunidad de destino compartido terrestre debería ser el acontecimiento clave de nuestro siglo. Es, sin duda, el mensaje más fuerte de la crisis de 2020. Somos solidarios en este planeta y de este planeta. Somos seres antropobiofísicos, hijos de la Tierra. Es nuestra Tierra-patria”.
Cambiemos de vía. Lecciones de la pandemia, de Edgar Morin, con la colaboración de Sabah Abouessalam. La traducción la ha realizado Núria Petit para la editorial Paidós.