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La dialéctica en suspenso. Revolución y contrarrevolución en Chile, a tres años del «estallido social» [Parte II]

Julio Cortéz Morales :: 17.12.22

Las revueltas son siempre el polo negativo de una revolución: su momento insurreccional. En este sentido, como destaca Villalobos-Ruminott, no existe una verdadera oposición o dicotomía entre revueltas y revoluciones, a pesar de lo que señala Furio Jesi en su libro Spartakus. Simbología de la revuelta.

22 de noviembre 2022

La dialéctica en suspenso. Revolución y contrarrevolución en Chile, a tres años del «estallido social» [Parte II]

por Julio Cortés Morales

http://carcaj.cl/la-dialectica-en-suspenso-revolucion-y-contrarrevolucion-en-chile-a-tres-anos-del-estallido-social-parte-ii/

 

Revueltas e insurrecciones, revoluciones y contrarrevoluciones

Las revueltas son siempre el polo negativo de una revolución: su momento insurreccional. En este sentido, como destaca Villalobos-Ruminott[1], no existe una verdadera oposición o dicotomía entre revueltas y revoluciones, a pesar de lo que señala Furio Jesi en su libro Spartakus. Simbología de la revuelta[2], cuando refiere que “de acuerdo con el significado habitual de ambas palabras, la revuelta es un repentino foco de insurrección que puede insertarse dentro de un diseño estratégico pero que de por sí no implica una estrategia a largo plazo, y la revolución por el contrario es un complejo estratégico de movimientos insurreccionales coordinados y orientados relativamente a largo plazo hacia los objetivos finales”. Visto así, “la revuelta suspende el tiempo histórico e instaura de golpe un tiempo en el cual todo lo que se cumple vale por sí mismo, independientemente de sus consecuencias y de sus relaciones con el complejo de transitoriedad o de perennidad en el que consiste la historia”, y “la revolución estaría, al contrario, entera y deliberadamente inmersa en el tiempo histórico”[3].  

Pero el mismo Jesi, al referirse al martirio de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en 1919 durante el aplastamiento de la revolución alemana señala que ese desenlace escogido conscientemente demostraba la imposibilidad de separar revuelta y revolución. Si bien Rosa juzgó inoportuno el momento en que estalló la revuelta, no se disoció del comportamiento de sus compañeros de clase porque hacerlo “significaba reconocer la fractura entre revolución y revuelta”, y “por más hostil que fuera la revuelta, Rosa Luxemburgo no aceptaba y no aceptó considerarla totalmente distinta de la revolución”[4].

Lo que ocurre es que las revoluciones que son exitosas en establecer un nuevo orden social, son monumentalizadas en su función de mito fundacional del nuevo sistema de dominación. En ese punto el momento insurreccional es fetichizado y finalmente escondido y olvidado, pues si el nuevo orden pretende basarse en el Derecho no querrá que se le recuerde su origen violento. La violencia fundadora de derecho se consolida en violencia conservadora de derecho, y la antigua clase revolucionaria para a ser contrarrevolucionaria.

La concepción monumentalizada de la revolución parece neutralizar mitologizando su polo negativo, para concentrarse exclusivamente en la exitosa transformación del régimen político o del orden social. Esto explica que por una parte se niegue el carácter de revolución a las revueltas o insurrecciones que por poderosas que sean no logran hacer caer el antiguo régimen para iniciar uno nuevo, y que por otra parte se considere como revoluciones a simples golpes de Estado como las revoluciones militares chilenas de 1924 o 1932, o incluso al 18 de septiembre de 1810, evento en que no hubo sublevación popular alguna sino sólo maniobras propias de la afirmación política autónoma de la oligarquía criolla[5].

La monumentalización del concepto de revolución acarrea un efecto social y político importante, que consiste en castrar la imaginación radical y el deseo de transformaciones profundas, propiciando un modelo de sacrificio militante calcado de las grandes figuras masculinas/patriarcales de los héroes de la revolución. En comparación a los “grandes hombres” de la Revolución con mayúscula la importancia de la acción individual y colectiva de todos nosotros se diluye,  pues nunca nuestras revueltas van a saciar la tremenda ansia de heroicidad que se desprende de la concepción normativa de los revolucionarios profesionales, que al despreciar todos los procesos que no se realizan a imagen y semejanza de su propio mito fundacional son los primeros en olvidar el testamento político de Rosa Luxemburgo, que culmina diciéndole a los esbirros estúpidos (entre los cuales además de los defensores del viejo orden yo incluiría a fascistas y estalinistas) que “La revolución, mañana ya ‘se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto’ y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!”[6].

Muy por el contrario: para ellos las revoluciones sólo se ubican en el tiempo mítico del pasado distante de la vieja lucha de clases y en el futuro también mitológico del “hombre nuevo” y los “nietos liberados”. En el intertanto, dicen que octubre no pudo ser ni de cerca una revolución porque no tomamos el poder, no hubo soviets, tampoco lucha armada, y no tuvimos ni de cerca a un  Lenin ni a un Che Guevara ni nada que se parezca a la clásica figura revolucionaria del Gran Timonel[7]. En el mejor de los casos, estos sujetos reconocen de forma despectiva a las revueltas más recientes en el mundo como “revoluciones de color”. Lo cual suministra un gran dato: su revolución es gris, en blanco y negro.

Pero afortunadamente existen otras voces y miradas más frescas. Así, en base a la experiencia palestina de la Intifada, Rodrigo Karmy señala que ese concepto, que literalmente significa “revuelta”, se usa indistintamente con el de thawra, que designa la “revolución”. Y agrega que, a diferencia de la revolución rusa que se basó sobre el modelo de la francesa, las revoluciones de nuestro tiempo serían “revoluciones de final abierto”, como teorizara Hamid Dabashi en relación a la Primavera árabe: “no se trata de una simple revuelta, pero tampoco de una revolución consumada, sino de un híbrido que excedió tanto la noción de revuelta como la de revolución”. En este sentido Karmy responde a mediados de noviembre de 2019 la interrogante sobre si nuestro octubre se trataba de una revolución diciendo que “seguramente sí, pero de una revolución exenta de filosofía de la historia, que sabe que no hay garantías de nada porque todo arde en el vestíbulo de una historicidad siempre abierta”[8].

Poniendo en cuestión el concepto progresista-lineal de la revolución, Walter Benjamin dijo que, si para Marx “las revoluciones son la locomotora de la historia universal”, tal vez ocurre en realidad algo completamente distinto, y “las revoluciones son el gesto de agarrar el freno de emergencia que hace el género humano que viaja en ese tren”. Interrupción y no aceleración del tiempo histórico del capital: la revolución proletaria y humana no nada a favor de la corriente, sino que a contracorriente del progreso como catástrofe. Esto nos hace pensar en la necesidad de revolucionar permanentemente nuestra teoría de la revolución, pues a fin de cuentas, como señala en otra parte Sergio Villalobos-Ruminott al referir los aportes de Furio Jesi a la teoría de la revuelta, todas esas nociones emparentadas (revuelta, insurrección, levantamiento, huelga general, rebelión, protesta, motín, asonada, etc.) “constituyen un marco conceptual amplio, y no necesariamente ajeno a contradicciones, en el que es posible atisbar una relación no convencional con el tiempo histórico. Es como si cada una de estas nociones quisiera nombrar un momento de alteración de la concepción lineal y espacializada del tiempo, favoreciendo una experiencia no convencional de la historia y del ser en común”[9].

Esto es lo que importa tener en cuenta, superando la noción historicista y monumentalizada de las revoluciones modernas, que en nuestro tiempo aún pesan como una presencia fantasmal que nos hace ningunear las revueltas actuales por no ajustarse a la concepción normativa del modelo burgués de revolución. No se trata de “revuelta o revolución”, sino de profundizar y conectar todas las revueltas transformándolas en una gran revolución.

De octubre a noviembre: la revuelta desde abajo activa una contrarrevolución desde arriba

Tal vez uno de los elementos más determinantes para juzgar si estamos en presencia de revueltas/revoluciones es la existencia de la contrarrevolución.

Para el caso de Francia en 1968, los situacionistas concluían que “finalmente, en conjunto, las pruebas retrospectivas del carácter revolucionario del movimiento de las ocupaciones son tan incuestionables como lo que arrojó al rostro del mundo existiendo: la prueba de que llegó a esbozar una legitimidad nueva es que el régimen restablecido en junio nunca osó perseguir, para lograr la seguridad interior del Estado, a los responsables de acciones manifiestamente ilegales que le habían despojado parcialmente de su autoridad, o sea de sus edificios. Pero lo más evidente, para aquellos que conocen la historia de nuestro siglo, es esto: todo lo que los estalinianos hicieron por combatir sin descanso el movimiento demuestra que la revolución estaba allí”.

Joseph De Maistre, uno de los primeros pensadores reaccionarios conscientes, dijo en sus Consideraciones sobre Francia (1796) que “se acostumbra dar el nombre de contrarrevolución al movimiento, cualquiera que sea, que ha de dar muerte a la Revolución; y, puesto que este movimiento será contrario al otro, habrá que esperar consecuencias opuestas”. Él entendía que “el restablecimiento de la Monarquía, que llaman contrarrevolución, no será una revolución contraria, sino lo contrario de la revolución”. Discrepando de esa definición, parece más certera una cita aparentemente falsa que con su curioso sentido del humor Louis Althusser atribuye a Maquiavelo y/o Mao: “no se ha insistido lo suficiente en que una contrarrevolución también es una revolución”.

En un sentido similar, Paolo Virno ha dicho que la contra-revolución “no debe entenderse solamente una represión violenta —aunque, ciertamente, la represión nunca falte. No se trata de una simple restauración del ancien régime, es decir del restablecimiento del orden social resquebrajado por conflictos y revueltas. La ‘contrarrevolución’ es, literalmente, una revolución a la inversa”, que “al igual que su opuesto simétrico, no deja nada intacto” [10].  La contrarrevolución “construye activamente su peculiar ‘nuevo orden’. Forja mentalidades, actitudes culturales, gustos, usos y costumbres, en suma, un inédito common sense. Va a la raíz de las cosas y trabaja con método. Pero hay más: la ‘contrarrevolución’ se sirve de los mismos presupuestos y de las mismas tendencias —económicas, sociales y culturales— sobre las que podría acoplarse la ‘revolución’, ocupa y coloniza el territorio del adversario y da otras respuestas a las mismas preguntas” (Virno).

Cada revuelta o revolución produce su propia contrarrevolución, no necesariamente sangrienta, y en los momentos álgidos de la lucha de clases la revolución y la contrarrevolución se desarrollan contradictoria y simultáneamente, interactuando y modificándose una a otra. En su combate se entrelazan estrechamente, como Trengtreng FiluKaykay Filu, las serpientes mitológicas de tierra y agua de acuerdo a los mitos y leyendas de los mapuche y el archipiélago de Chilwe.

¿Cómo se expresó esta lucha en el 2019?

18 de octubre

Como ya dijimos, previo al 18 de octubre la revuelta se expresaba con cada vez más fuerza en las calles al menos desde el lunes 14. El viernes 18 ocurrió una poderosa insurrección, en toda la Región Metropolitana, que durante el fin de semana se extendió al resto del país. La violencia de esta irrupción reconstituyó al pueblo como sujeto colectivo, que de inmediato logró interrumpir el tiempo lineal de la dominación, y junto con alzarse contra el gobierno atacó todos los símbolos del poder económico, político y militar: bancos, farmacias, Isapres, AFPs, centros comerciales, recintos policiales. La revuelta era destituyente: las consignas que se gritaban en las calles eran por un lado la afirmación de la unidad y consciencia del pueblo (“El pueblo unido jamás será vencido”, “Chile despertó”) y una crítica radical contra el sistema político y social del capitalismo en su versión chilena o “neoliberal” (“No más abusos”, “No más AFP”, “No son 30 pesos, son 30 años”, “No era depresión, era capitalismo”).

No se vio en esos días iniciales de insurrección mucha preocupación por los temas institucionales/constituyentes, pues en ese instante de peligro parecía ser más central el hecho mismo de poder estar en la calle, en contra de los ejércitos de los dueños de Chile, lo cual planteaba una serie de tareas concretas y logísticas a un nivel nunca antes visto. De hecho, recuerdo haber visto el domingo 20 en las inmediaciones del Parque Bustamante un grafiti muy destacado que sencillamente decía: “ASAMBLEA CONSTITUYENTE: HERRAMIENTA DE LA BURGUESÍA”. Toda la razón.

Pero a mitad de semana, en la primera Asamblea Territorial que se llevó a cabo en la Villa Olímpica pude escuchar a conocidos militantes del principal partido de la izquierda autoritaria tradicional señalando que la revuelta había sido “un estallido de democracia” y había generado el escenario y el momento ideal para luchar por una Nueva Constitución. Ahí entendí por donde iba la apuesta del sector izquierdo del partido del orden.

25 de octubre

Y así llegamos al famoso viernes 25, con la concentración de más de un millón de personas en el centro de Santiago, y marchas y eventos simultáneos en todas las ciudades del país. En esas jornadas revolucionarias se pudieron ver hermosas marchas en que los habitantes de ciudades vecinas (Viña del Mar y Valparaíso, Coquimbo y La Serena) se encontraban entremedio de ellas y se abrazaban emocionados hasta las lágrimas. En la calle no se producían confrontaciones internas, más allá del intento inicial por evitar enfrentamientos con la policía a que se dedicaron algunos grupos de pacifistas, así que la impresión que quedaba era la de un enfrentamiento abierto entre la sociedad y el Estado. La revuelta era una fiesta, pero aún no se había carnavalizado ni monumentalizado, y de hecho el 25 de noviembre no hubo escenarios ni oradores ni artistas invitados.

La manifestación enorme, alegre y también combativa, mostraba por una parte el apoyo a todo el ciclo de protestas, a las evasiones en el metro y a la insurrección del viernes previo, además de la oposición frontal contra un gobierno inepto y represivo que en una semana ya tenía las manos bien manchadas de sangre. 

Pero al mismo tiempo el 25 de octubre dejó en claro el carácter inter o multiclasista de la movilización, además del inicio de un creciente protagonismo de la pequeña burguesía progresista, que ponía en primer plano la demanda constitucional y que, más que por sumarse a la insurrección, destacó por su tendencia a pacificar, ciudadanizar y darle un carácter “artístico-cultural” a la presencia en el espacio público, como si no fuera la insurrección misma la mayor obra de arte en que hayamos tenido ocasión de participar todos juntos. Por otra parte, es de destacar que la “clase obrera” en tanto representación colectiva y burocratizada (sindicatos, partidos) no tuvo prácticamente ningún protagonismo en todo este proceso. Lo cual no quita que miles sino millones de proletarios hayan participado en la revuelta, pero desde sus territorios, no en los lugares de trabajo. De hecho, pertenecían al proletariado y precariado urbano la gran mayoría de quienes perdieron la vida por la represión de la revuelta: Alex Nuñez, Romario Veloz, Kevin Gómez, Abel Acuña, Mauricio Fredes, Cristián Valdebenito…

Tras 10 días con presencia militar en las calles, que sólo en la Región de Coquimbo mató a dos personas en un día (Romario Veloz y Kevin Gómez, asesinados a tiros durante protestas y saqueos el 20 de octubre), el estado de excepción constitucional llegó a su fin, a pesar de que la protesta en las calles se mantuvo en alza al menos hasta mediados de noviembre. Se estaba en el punto exacto en que la revuelta se profundizaba o empezaba a retroceder. La burguesía estaba muda o delirante (la primera dama calificó el evento como una “invasión alienígena”, mientras el nefasto especialista en educación Mario Waissbluth veía por todas partes hordas de “anarco/narcos”). La policía estaba colapsada y acudía a la mutilación masiva y el trauma ocular como técnicas favoritas para el control del orden público[11]. El gobierno estaba realmente a punto de caer: tuvo que sacrificar a algunos de sus ministros más odiados y cancelar las cumbres COP 25 y APEC que estaban agendadas para fin de año.

La revuelta avanzaba sin parar, “se dirigía hacia todos lados y en todas direcciones, se enfrentaba al orden imperante y a todo lo que representa alguna forma de opresión, mostrando claramente la heterogeneidad de sus participantes y de sus motivaciones”[12].

Entrados ya al penúltimo mes del año, todas las ciudades ardían en masivas protestas día y noche. Surgía la “primera línea” para asumir la necesidad de autodefensa frente al terrorismo policial. El pueblo anárquico desplegaba su creatividad por donde podía y surgían curiosos símbolos de la revuelta como el “Negro matapacos”, homenaje colectivo a un combativo quiltro que había acompañado a los revoltosos en las calles de Santiago por muchos años.

El hecho de que el “líder” de la revuelta operara sólo como un símbolo unificador, que por lo demás ya estaba físicamente muerto y era un animal no humano, dice bastante sobre la ausencia de “conducción” por parte de partidos o aparatos organizados. Esto le quedaba claro a un burócrata de la Fundación Jaime Guzmán cuando señalaba que “’Matapacos’ se ha convertido en un signo que refleja un lugar vacío. El vacío que declara es de autoridad y liderazgo, se deroga la conducción y los otros símbolos sobre los cuales hemos construido nuestra historia institucional (héroes, sistema político, valoraciones, etc.)”[13].

También un columnista de Bloomberg destacaba este factor, intentando sacar lecciones para América Latina: “En Chile, donde la política convencional carece de un partido o una personalidad para canalizar sus quejas, los manifestantes han recurrido al vandalismo autodestructivo. Es decir, mientras que los carismáticos populistas latinoamericanos tienden a poner nerviosos –con justa razón– a los líderes occidentales, Chile demuestra que pueden desempeñar una función vital»[14].

Además, en esas semanas de una euforia colectiva que se producía al reconstituirse la comunidad humana, la Historiografía oficial fue cuestionada derribando una gran cantidad de estatuas y monumentos a los dominadores coloniales y republicanos, civiles y militares.

 Estas acciones de “des-monumentalización” no son nuevas: en cada brote de revuelta y revolución social se han apreciado, desde 1789 a 1871, y después del estallido chileno y la revuelta norteamericana del 2020 ante el asesinato policial de George Floyd se esparcieron por varios países más, provocando incluso que gobiernos locales progresistas prefirieran retirar las estatuas más ofensivas de esclavistas y genocidas. 

El 29 de octubre en Temuco es derribado masivamente un busto de Pedro de Valdivia, para ser luego arrastrado con una cuerda y “empalado” a los pies de una estatua de Lautaro.  En La Serena el 20 de octubre fue derribado e incendiado un monumento a Francisco de Aguirre, cruel exterminador del pueblo diaguita, y en su reemplazo se instala a Milanka (mujer diaguita). El 4 de noviembre en Punta Arenas es derribado el monumento al exitoso emprendedor y exterminador de fueguinos José Menéndez, para ser depositado a los pies de la estatua del indio patagón en la Plaza de Armas y reemplazado por un homenaje al pueblo selk´nam[15].

La cresta de la ola del proceso vivido en la primavera del 2019 parece haberse producido entre el martes 12 y el viernes 15 de noviembre: lo que Vienet analizando el 68 llamó “el punto culminante”, justo antes de dar paso al “restablecimiento del Estado”. Muchos de los detalles de lo que pasó y se decidió en esos días no los vamos a conocer jamás.

12 de noviembre

Coincidiendo con el día de los enamorados, la historiadora de derechas Lucía Santa Cruz, consejera del Instituto Libertad y Desarrollo, compartió en El Mercurio una columna en que refería la existencia de un interesante “juego de historiadores” consistente en decidir qué acontecimientos del presente iban a ser vistos a futuro como grandes hitos o puntos de inflexión.

“¿Cuáles serán los eventos que marcarán la interpretación historiográfica de la crisis actual, esa que yo me resisto a llamar ‘estallido social’ y reconozco mejor en el concepto de insurrección?”, se preguntaba doña Lucía aplicando el ejercicio al presente.

Tras referir al ambiente previo que señala como de “legitimación de la violencia”,  y señalar que “los atentados terroristas al metro del 18 de octubre, y la marcha de protesta del 25, aparecerán como datos importantes»[16], la historiadora concluía que: “el evento más importante, más radical y sustantivo de la crisis, aunque indebidamente, ha pasado desapercibido y ocurrió el 12 de noviembre, el día más violento hasta hoy, cuando estuvimos al borde del abismo, hasta que el Presidente Piñera optó por intentar una salida pacífica, por medio de un acuerdo político” [17].

Coincido con esta señora en que el 12 de noviembre fue el momento más intenso de toda la revuelta chilena.

El 18 de octubre ya había mostrado la fuerza de un cataclismo social, y sólo ocurrió en la Región Metropolitana. La huelga general del lunes 21 de octubre, en que los niveles de represión y la resistencia fueron tan impresionantes que dieron para hablar de “La Batalla de Santiago”[18]: el mismo nombre que se le dio al 2 de abril de 1957. Para la huelga general convocada para el 12 de noviembre ya todo el pueblo insurrecto en todo el país tenía instintivamente claro qué hacer y en tres semanas había aprendido a coordinarse y usar las mejores tácticas, atreviéndose incluso a atacar no sólo comisarías sino que recintos militares. Los militares ya no estaban en la calle, y la policía había generado el más alto e intenso nivel de odio tras matar a palos y patadas a Alex Nuñez en la Estación Del Sol, y haber causado centenares de lesiones irreversibles, como el cegamiento de Gustavo Gatica el viernes previo. Superando con creces cuantitativa y cualitativamente la detonación inicial, creo que el estallido llegó en ese momento a su punto más alto. 

Durante el día se había anunciado una cadena nacional de Piñera para las nueve de la tarde. Tres semanas de intensa represión ya estaban generando un efecto en la psiquis colectiva: la reaparición del temor a un golpe de Estado. Este elemento es clave en la cultura popular y de izquierda en Chile, y fue clave a mi juicio en movilizar el voto “antifascista” contra Kast y darle finalmente el triunfo a Boric en diciembre de 2021. En noviembre del 2019 este temor colectivo funcionó como una especie de lastre en relación al empuje mostrado por la multitud, que ya había desafiado a las tanquetas permaneciendo en la calle “¡sin miedo!”.

El presidente Piñera demoró casi dos horas en salir a hablar desde La Moneda, y cuando finalmente lo hizo su alocución resultaba bastante poco comprensible. Tras hacer ver que la violencia había alcanzado un punto nunca antes visto, y reconocer que las dos policías (Carabineros e Investigaciones) estaban totalmente sobrepasadas…anunció que iban a llamar a los “reservistas” de ambas instituciones para colaborar con sus labores. Finalmente, señaló que “todas las fuerzas políticas, todas las organizaciones sociales, todas las chilenas y chilenos de buena voluntad tenemos que hoy día unirnos en torno a tres grandes, urgentes y necesarios acuerdos nacionales:

Primero, un acuerdo por la paz y contra la violencia que nos permita condenar en forma categórica y sin ninguna duda una violencia que nos ha causado tanto daño, y que también condene con la misma fuerza a todos quienes directa o indirectamente la impulsan, la avalan o la toleran.

Segundo, un acuerdo para la justicia, para poder impulsar todos juntos una robusta agenda social que nos permita avanzar rápidamente hacia un Chile más justo, un Chile con más equidad y con menos abusos, un Chile con mayor igualdad de oportunidades y con menos privilegios.

Y tercero, un acuerdo por una nueva constitución dentro del marco de nuestra institucionalidad democrática, pero con una clara y efectiva participación ciudadana, con un plebiscito ratificatorio para que los ciudadanos participen no solamente en la elaboración de esta nueva constitución, sino que también tengan la última palabra en su aprobación y en la construcción del nuevo pacto social que Chile necesita”.

Lo que en verdad se sabe de lo que ocurrió ese día en La Moneda es que se había decidido declarar otro estado de excepción y sacar nuevamente los militares a la calle.  Los ministros Blumel, Rubilar y Espina no estaban de acuerdo. A las 21 horas Piñera conversó telefónicamente con el general Martínez, comandante en jefe del Ejército. A nombre de los militares Martínez manifestó no estar disponibles para sacar las castañas del fuego sin garantías de que no serían perseguidos por eventuales violaciones de derechos humanos.  Como destacan Landaeta y Herrero: “los abogados del Ejército se habían dado cuenta de que, en medio del apuro y el caos de la noche del viernes 18 de octubre, los papeles legales dejaban como principal responsable de cualquier delito a los jefes de la Defensa Nacional y no al presidente de la república. Como no había memoria reciente de un procedimiento de esa naturaleza en Santiago desde septiembre de 1986 —después del fallido atentado a Pinochet—, la comandancia en jefe mandó a desempolvar los archivos de esa época. Y, en efecto, los documentos legales estipulaban que el responsable final de cualquier acto imputable durante el estado de emergencia era el presidente. En palabras simples, si se les pedía salir nuevamente a las calles, los documentos debían decir de manera clara que el responsable legal era Sebastián Piñera”[19] . Los abogados del gobierno respondieron que algo así resultaba imposible. De ahí habría surgido la disyuntiva: “¿sacamos de nuevo a los militares o entregamos la constitución?”

Luego de la conversación con Martínez el presidente reflexionó y finalmente se decidió.  En rigor, las opciones que tenía eran tres: sacar los militares a la calle, llegar a un acuerdo con la oposición, o renunciar. La primera fue descartada puesto que los militares no querían asumir ellos el costo de controlar el orden público, y la egolatría soberbia que caracterizaba al mandatario nunca le llevó a considerar en serio la tercera.  Gran parte de la derecha presionaba por la solución militar, pues como expresaba un asesor de confianza del presidente “Mira, si tienen que morir cincuenta, cien o doscientos sería terrible, pero si ese es el costo por pacificar el país, habrá que hacerlo. ¡Si esto no puede seguir así!”[20]

Mientras elaboraba el extraño discurso que pronunció esa noche, mandató al ministro Blumel (sucesor del caído Chadwick) a tomar contacto con los partidos de oposición. Al llegar el ministro a su casa, donde lo esperaban los senadores Harboe y Quintana (del Partido por la Democracia), les dijo: “Hoy para todos los efectos es 10 de septiembre de 1973 y de nosotros depende que mañana no sea 11 de septiembre”[21].

Entre el 13 y el 14 de noviembre sectores de izquierda llamaron a “evitar provocaciones”, dado que el 14 se cumplía un año desde el asesinato policial de Camilo Catrillanca en el Wallmapu.

El jueves 14 estaba anunciada una visita de diputados del Frente Amplio al profesor Roberto Campos, primer caso emblemático de prisión política, al ser encadenado por Ley de Seguridad del Estado al haber sido captado por cámaras pateando un torniquete el 18 de octubre. Ese mismo día se supo que el diputado Boric finalmente no iría a verlo en la Cárcel de Alta Seguridad, porque según declaró a 24 horas: “Yo no voy a asistir en este momento a una reunión de esas características porque estoy dedicado, a tiempo completo, a colaborar en encontrar acuerdos para el momento que estamos viviendo”. Además aprovechó de aclarar que “aplicarle la Ley de Seguridad Interior del Estado nos parece que es una medida desproporcionada, sin perjuicio del error que él ha cometido”[22].

El “error” era en realidad uno más de los millones de gestos individuales y colectivos que dieron origen a la revuelta. Como declaró luego Campos: “Sentía rabia por las injusticias sociales, porque ser profesor no es fácil (…) No tengo cubiertos mis derechos sociales básicos, la salud, por ejemplo. Y todo lo que ha sucedido a lo largo de la historia con los profesores, la deuda histórica, que posiblemente cuando jubile voy a ganar el sueldo mínimo y fueron todas esas injusticias que en ese momento me obnubilaron y le pegué al metro, le pegué al torniquete”[23]. De haber un error en esta acción, seguramente fue el no haberse preocupado de ocultar su rostro, lo cual no sólo sirve para evadir la acción policial (pues hasta el Derecho Penal burgués reconoce el derecho a no auto incriminarse), sino que además porque -como dijo una vez el joven filósofo Antonio Negri- al ponerse la capucha uno se desindividualiza y pasa a fundirse con la comunidad humana proletaria.  

No necesitamos explayarnos acerca de la importancia de gestos como el de Boric para el espectáculo de la realpolitik. Lo que está claro es que para el entonces diputado la alternativa se planteaba en términos absolutos: o estaba con la revuelta visitando a sus presos, o con el Gobierno y el Congreso jugándoselas por salvar al Estado y evitar que el pueblo genere una ruptura institucional haciendo caer al presidente, lo que para todos los concertacionistas y frenteamplistas implicaba “dañar la democracia”. Nunca fue una opción para él vincular una cosa a otra, poniendo como un punto base de las negociaciones la libertad de los presos de la revuelta y la sanción de las graves violaciones de derechos humanos cometidas por agentes del Estado.

La elección de Boric no fue un “error” ni nada de eso sino una demostración más de que, tal como dijo Karl Marx, “para el Estado no existe más que una ley única e inviolable: la supervivencia del Estado”. El partido del orden contra el partido de la anarquía.

15 de noviembre: Acuerdo por la Paz Social. La canalización institucional de la revuelta y el restablecimiento del Estado

“El descontento social que se expresó durante los últimos meses sigue presente, no se puede esconder debajo de la alfombra, y tenemos que canalizarlo institucionalmente” (diputado Gabriel Boric, 2020).

En este punto es que parece claro en retrospectiva que mientras el sector más conservador del partido del orden clamaba por sacar una vez más pero ahora sí en serio a los militares a la calle en una especie de autogolpe defensivo, fue una vez más la versión actual de la socialdemocracia progresista la que movió todos los hilos necesarios para rearticular al mando político del Estado y propiciar una auténtica salida contrarrevolucionaria que, sin romper con las reglas de la democracia formal, lograra desviar la potencia de la revuelta hacia los cauces institucionales, apagándola lenta pero inexorablemente mientras se regresaba a una “nueva normalidad” que cuatro meses después implicaba nuevos estados de excepción constitucional e intensas medidas restrictivas de derechos a causa de la pandemia de coronavirus.

Varios detalles de lo que pasó entre el 13 y el 15 de noviembre fueron señalados dos años después en un reportaje de The Clinic titulado “’De acá no se mueve nadie hasta que lleguemos a acuerdo’: 14 protagonistas del 15N revelan episodios de ese día histórico”[24]. Significativo resulta lo que dice Jaime Quintana (PPD, en ese entonces presidente del Senado): “Así como se había producido el momento de la sociedad el 25 de octubre, con la marcha más grande que nadie podía sacar de su retina y su mente, éste fue el momento de la política. Algunos críticos dicen: ‘esto debió haber sido en la calle, en una asamblea’… ¡Por favor! La política fue un instrumento que, en ese momento, funcionó bien”. Nótese que Quintana omite referir el 18 de octubre: el “momento insurreccional” que accionó el “momento social”.

Mario Desbordes (ex carabinero y presidente de Renovación nacional en ese momento) lo plantea así: “Fue un día bisagra para el chileno, donde pudieron haber caído todas las instituciones y haber tenido una anarquía o una guerra civil, y lo que se logró fue encausar esto por una vía democrática”.

El senador Alfonso de Urresti (PS) señala entre las cosas anecdóticas de esa jornada “la solicitud de cambio de nombre, de Asamblea Constituyente a Convención Constitucional, que planteaba la derecha porque claramente era una derrota completa para ellos y al menos querían salvar el nombre”.

Tal vez lo más revelador son los recuerdos del senador Harboe (luego elegido convencional constituyente): “un momento inolvidable fue cuando se bajó Convergencia Social, después de que Gabriel Boricestuvo todo el día negociando. Entonces él dijo ‘estoy en dudas de qué hacer’ y yo tuve una conversación larga y franca con él. Y él tomó la decisión valiente y responsable de perseverar en el acuerdo a pesar de que su partido se había bajado y eso era muy importante para que el acuerdo no se viera como de la Concertación. Eso me emocionó mucho”.

Con justa razón: sin Boric el acuerdo al que llamó el gobierno de Piñera no habría funcionado como factor clave para desmovilizar a las masas que hasta ese día tenían el país paralizado y alzado. Lo cierto es que Boric fue el único que firmó el Acuerdo Nacional a título personal. El Partido Comunista de Chile no se decidía, pero ahí estaba, y aunque finalmente no firmaron, de todos modos Quintana recuerda que en el edificio del Congreso en Santiago “estaban los principales actores sociales del momento, léase Bárbara Figueroa de la CUT, el Presidente del Colegio de Profesores, el de No más AFP, varios otros dirigentes”. Es decir, tal como en 1968, el estalinismo político y social estaba ahí en pleno, pues como dijo Debord en 1979, “la cabra siempre tira para el monte y un estalinista se encontrará siempre en su elemento en donde sea que se respira un olor a crimen oculto de Estado”[25].

No vale la pena explayarse mucho sobre lo que ocurrió posteriormente con el plebiscito de entrada y el proceso constituyente, pues eso sí ha estado en la tribuna noticiosa al punto que se ha ido olvidando el origen de este itinerario de posible transformación institucional.

Las manifestaciones siguieron luego del anuncio del acuerdo que se produjo casi a las 3 de la madrugada. Ese mismo viernes la represión intensa mediante perdigones y lacrimógenas causó la muerte por infarto cardíaco de Abel Acuña, uno de los miles que estaban en la Plaza Dignidad manteniendo viva la protesta a pesar de las negociaciones.

Pero poco a poco, entre el verano, la pandemia y las elecciones, la revuelta fue agotándose y se mantuvo sólo esporádicamente en las protestas del hambre y por ayudas económicas durante el encierro pandémico, y cada viernes en la Plaza Dignidad, exigiendo la libertad de los presos de la revuelta.

Tras triunfar por casi un 80% la opción Apruebo en el plebiscito de entrada, rechazando por la misma diferencia la posibilidad de una “Convención Mixta” entre delegados elegidos directamente y representantes del Congreso, las posteriores elecciones de delegados para Convención Constitucional dejaron a la derecha con menos de 1/3, con lo cual se le complicaba al menos formalmente su labor de defensa del orden previo, puesto que parte del acuerdo del 15-N consistió en establecer un quórum de 2/3 para modificar las regulaciones constitucionales actuales. No deja de ser tragicómico que un año después de la instalación de la Convención, antes de poner fin a su misión y plebiscitar su propuesta de Nueva Constitución, ya quedó establecido un mecanismo inédito mediante el cual es el Congreso quien tendrá a su cargo implementarla en caso de que sea aprobada, con un quorum de 4/7 para modificar su contenido, con lo cual -en palabras de un connotado experto- “sigue dejando a los partidos herederos de la dictadura con la llave de cualquier cambio constitucional”[26]. Es el mismo Congreso que un 80% de los electores en octubre del 2020 exigió que no metiera sus manos en la Nueva Constitución. El mismo Congreso que ha seguido gobernando desde octubre del 2019 hasta ahora en base a estados de excepción, que en febrero del 2020 aprobó la “Ley antibarricadas” (algo que ni la dictadura hizo) y el mismo Congreso que nunca aprobó el proyecto de indulto general para los presos del estallido presentado por algunos senadores en diciembre de 2020.

En un texto en que analizaba esa propuesta legal me referí a la declaración aprobada por la Convención Constitucional en su tercera sesión, donde señalaba que “la violencia que acompañó los hechos de Octubre fue consecuencia de que los poderes constituidos fueron incapaces de abrirnos una oportunidad para crear una Nueva Constitución y hoy que estamos comenzando el trabajo de la Convención deben hacerse cargo de aquello”[27]. Si con ese acto inaugural la amplia mayoría de los constituyentes estaban evitando ser parte del “espectáculo penoso” que hace un siglo Benjamin denunciaba en “los parlamentos” que “no guardan en su conciencia las fuerzas revolucionarias a las que deben su existencia”[28], hay que destacar que pocas semanas después varios de los firmantes -así como los nuevos gobernantes asumidos en marzo del 2022- negaban la existencia de presos políticos  e invitaban a tratar las protestas de los viernes como una mera cuestión de orden público.

La socialdemocracia en su versión actual (cuyas expresiones abarcan desde el estalinismo renovado del PC, al neoliberalismo progresista del PS y la generación de recambio neo concertacionista identitaria, paritaria y “decolonial” expresada en el Frente Amplio) logró canalizar exitosamente una insurrección de una magnitud y forma inusitada, evitando que el momento negativo de la revuelta se expresara en una verdadera revolución política. Para ello se necesitaba derrocar el antiguo régimen, y a partir de ahí reconstruir las relaciones sociales e inventar otra forma de convivencia colectiva entre los pueblos. No llegamos a ese momento porque la energía fue desviada en el momento justo, y el pueblo anárquico que hizo la revuelta fue disuelto y la colectividad fue atomizada nuevamente en un gran conjunto de estadísticas y electores individuales: el pueblo que en pocas horas hizo lo que por décadas parecía imposible ha quedado degradado por el “boricismo” a algo así como un club de fans.

Finalmente, antes de que se cumplan tres años del gran acontecimiento, el borrador de Nueva Constitución entregado a las autoridades y la ciudadanía el 4 de julio de 2022 ya logró la proeza de eliminar de su texto toda referencia al “estallido social”. Frente a la magnitud y clarividencia de esta jugada maestra de la burguesía chilena, el que finalmente gane el apruebo o el rechazo en el plebiscito de salida son variaciones menores respecto al resultado general asegurado: el restablecimiento de la esencia del amor al orden propio del partido portaliano, caracterizado desde los inicios de la República de Chile por “la idea de que los pueblos no tienen capacidad alguna de gobernarse, de plantear sus leyes porque, según esta mirada, carecerían de cualquier virtud cívica”[29]

En gran medida lo que ocurrió a partir del 15-N hasta hoy fue la crónica de un desangramiento anunciado, pues al parecer la convocatoria a procesos constituyentes es a estas alturas una ya clásica maniobra de la clase dominante en el momento en que estalla una revolución negativa (la revuelta) y necesita evitar que se transforme en revolución positiva (la reconfiguración de un nuevo orden). Por eso es que, en nuestra época -como ha dicho el Comité Invisible- las insurrecciones finalmente llegaron, pero se estrangulan en la fase del motín.

Precedentes: 1848

“Tan sólo ha habido dos revoluciones mundiales. La primera se produjo en 1848. La segunda en 1968. Ambas constituyeron un fracaso histórico. Ambas transformaron al mundo” (Arrighi, Hopkins y Wallerstein).

Ferdinand Lassalle en una conferencia obrera dada en 1862 hacía un balance de las revoluciones de 1848, período también conocido como la “Primavera de los pueblos”, y de como las transformaciones políticas y sociales se empantanaron en el lodo constituyente. “Si la Constitución es la ley fundamental de un país, habrá de ser una fuerza activa que, mediante un imperio de necesidad, hace que todas las otras leyes e instituciones jurídicas operantes en el país sean aquello que realmente son, de forma que, desde ese instante en que existe ese algo, sea imposible promulgar en tal país, aunque se desease, cualesquiera otras”[30]. Para este rival de Marx en el movimiento socialista alemán son los “factores reales del poder”, y no la “hoja de papel”, lo realmente decisivo y clave detrás de las constituciones escritas.

“El 18 de marzo demostró, sin duda, que el poder de la nación era ya, de hecho, mayor que el del Ejército. Después de una larga y sangrienta jornada, las tropas no tuvieron más remedio que ceder”. No obstante ese triunfo popular espontáneo, el poder minoritario aunque bien organizado de la monarquía y el ejército resultaba a la larga más eficaz. Por eso, “si se quería, pues, que la victoria arrancada el 18 de marzo no resultase forzosamente estéril para el pueblo, era menester haber aprovechado aquel instante de triunfo para transformar el poder organizado del Ejército tan radicalmente que no volviera a ser un simple instrumento de fuerza puesto en manos del rey contra la nación”. 

Pero no se hizo nada de eso, pues el pueblo se entretuvo con la formación de una Asamblea Nacional para formular una Constitución escrita, y así en noviembre de 1848 cuando la revolución ya mostraba su esterilidad, el rey sacó los cañones a la calle de nuevo, disolvió la Asamblea, y proclamó una Constitución escrita que lejos de ser abiertamente reaccionaria, era bastante liberal y de hecho se basaba en gran medida en el trabajo de dicho órgano constituyente.

Lasalle concluye que “elaborar una Constitución escrita era lo menos importante, lo menos urgente” comparado con la labor de “modificar y desplazar los factores reales y efectivos de poder presentes en el país”. Eso era lo que “había que echar por delante, para que la Constitución escrita que luego viniera fuese algo más que un pedazo de papel”. 

Por eso la conferencia de Lasalle concluye recomendando al público: “si vuelven a verse alguna vez en el trance de tener que darse a sí mismos una Constitución, espero que sabrán ustedes ya cómo se hacen estas cosas, y que no se limitarán a extender y firmar una hoja de papel, dejando intactas las fuerzas reales que mandan en el país”.

En pleno 1848, comentando el funcionamiento de la Asamblea constituyente en Francfort del Meno, Friedrich Engels criticaba: “Durante las sesiones debió tomar las medidas necesarias para frustrar todos los intentos de la reacción, para afianzar el terreno revolucionario sobre el que pisaba, para salvaguardar contra todos los ataques la conquista de la Revolución, que era la soberanía del pueblo. Pues bien, la Asamblea Nacional alemana ya ha celebrado una docena de sesiones y no ha hecho nada de eso”[31].

Junto a Karl Marx, desde las páginas de la Nueva Gaceta Renana, estos jóvenes comunistas hacían ver al calor de los acontecimientos precipitados desde la revolución alemana de marzo cómo en ese momento resultaba vital también para las clases dominantes no reconocer “como una verdadera y auténtica revolución la lucha librada en las calles, que se pretende presentar como una mera revuelta”. Así “se ponía en tela de juicio la existencia de la revolución, cosa que podía hacerse porque ésta no era más que una revolución a medias, el comienzo de un largo movimiento revolucionario”[32]. Por eso insistían en que “la más importante conquista de la revolución es la revolución misma”, y en que sólo “mediante una segunda revolución se confirmará la existencia de la primera”[33], lo que en cierta forma constituye a Marx y Engels como precursores teóricos de la “revolución permanente”.

Al igual que en 1848, en Chile la dimensión revolucionaria del movimiento que estalló en octubre fue soslayada o negada, y más por la burguesía de izquierdas que por la de derechas. En vez de consolidar en los hechos la fuerza real de un movimiento popular tan amplio, se optó por apostar a una transformación institucionalizada de la Constitución escrita, la hoja de papel, evitando desde arriba  la ruptura institucional por abajo, y sepultando la idea misma de que era posible en ese momento desencadenar algún tipo de revolución.

El mensaje del “realismo capitalista” se impone ahora en su versión progresista/posmoderna: sólo podemos vivir bajo el capitalismo, pero podemos elegir nuevos representantes y escribir otra Ley Suprema, con paridad, plurinacionalidad y enfoque inclusivo:

“Nosotras y nosotros, el pueblo de Chile, conformado por diversas naciones, nos otorgamos libremente esta Constitución, acordado en un proceso participativo, paritario y democrático”[34].

Ya no hay alusiones al estallido social en la propuesta de Nueva Constitución, que en su primera redacción incluía:

“Considerando los dolores del pasado y tras un estallido social, enfrentamos las injusticias y demandas históricas con la fuerza de la juventud, para asumir esta vía institucional a través de una Convención Constitucional ampliamente representativa”.

Fuego y rabia

“Se juntó mucha rabia” me dijo ese chiquillo el 18 de octubre al mediodía, cuando ya todo el sector de boleterías del Metro los Héroes estaba totalmente destrozado. Pero los daños más profundos no empezaron sino en el momento en que entraron con gran violencia las Fuerzas Especiales de Carabineros, comandadas por Claudio Crespo, pateando, apaleando y deteniendo estudiantes secundarios que evadían en masa. La respuesta de todo el resto de la multitud no se hizo esperar: los torniquetes fueron destruidos para ser utilizados como enormes proyectiles en una gran batalla para rescatar a los detenidos. En un momento pude mirar hacia abajo, en los andenes, y ver que la muchachada se había sentado con los pies colgando a los bordes de la línea del tren subterráneo. Nada simbolizaba mejor la “interrupción del tiempo histórico” de la que hablaba Furio Jesi o la “dialéctica en suspenso” de la que hablaba Walter Benjamin: los trenes habían dejado de pasar, literalmente.

En la tarde del 18-O miles de trabajadores, entre ellos mi padre, caminaban de regreso a sus hogares sin ninguna forma de transporte público en funcionamiento. La peligrosa jugada del gobierno con la que presumiblemente buscaba generar rechazo ciudadano hacia los disturbios fue un verdadero tiro por la culata: la mayoría de ellos se unía a las protestas.

Las imágenes de una adolescente sangrando por impacto de perdigones en el muslo, a corta distancia y muy cerca de una arteria, y los anuncios por parte de Chadwick de aplicación de la Ley de Seguridad del Estado terminaron por llevar el fuego a cada esquina de la ciudad. A la noche vi a un viejo de alrededor de setenta años arrojando al fuego de una barricada un enorme sillón mientras decía: “¡ya está bueno ya!”. Todo el mundo reunido en la calle a las afueras de una estación de metro lo aplaudía emocionado. En las otras dos estaciones más cercanas se intentaba abrir las rejas, tapar o destruir las cámaras, y se arrojaban bolsas de basura encendidas al interior de las estaciones, custodiadas por carabineros.

¿Quién quemó el Metro? Se preguntan muchos hasta hoy, y las respuestas oscilan entre la manía conspiranoide en versión de derecha que señala como culpables a infiltrados del castrochavismo, y la de izquierda que culpa a las policías y/o a la ultraderecha. La mayoría cree que era imposible quemar las estaciones desde afuera, y entonces necesariamente alguien debió hacerlo desde el interior de cada estación siniestrada.

Yo no tengo pruebas ni el conocimiento experto para argumentar técnicamente a favor de una u otra versión, pero creo y recuerdo que esa noche la tendencia natural de la multitud en la calle era tratar de atacar el Metro. Si me preguntan, creo que Fuenteovejuna quemó el metro, pues ese era notoriamente el deseo colectivo en ese momento. Lo cual no quita que en determinados puntos la mano oscura de la inteligencia del Estado haya aprovechado de añadir literalmente más bencina y acelerantes, para así garantizar la declaración del estado de excepción. Como comentaron unos compañeros desde Argentina, “desde el Poder Ejecutivo y los medios de comunicación se estaban desplegando una serie de técnicas para generar caos, confusión y terror, preparando el terreno para una intervención militar masiva”, contando para ello “con efectivos militares y policiales de civil añadiendo destrucción y caos a la destrucción y el caos generado por la propia revuelta proletaria”[35]

En todo caso, me quedo con la breve y contundente reflexión que al respecto hicieron los comunistas esotéricos en Tiempos mejores: “¿Quién no se explica porque se queman las estaciones y los buses del sistema público de transporte? Los mismos que no se explicaban que en el inicio de la industrialización se quemaban las máquinas. El General Ludd, nuestro viejo camarada de tantas batallas perdidas, ahora nos saluda sonriendo mientras cabalga por Santiago de Chile”. A su paso por avenida Santa Rosa yacía incendiado el edificio de la empresa de electricidad.

Por lo mismo, era claro el lunes 21 en la tarde que miles de jóvenes “cabeza de polera” avanzaban hacia la comuna de Providencia para llevar la revuelta al barrio alto. El espontáneo y evidente deseo colectivo en ese momento pasó a ser el de prender fuego al edificio del Costanera Center, según Karmy “el memorial de la tumba de Pinochet”, que murió justo al frente, en el antiguo Hospital Militar, y por eso Horst Paulmann “construyó el Costanera como su animita, el agradecimiento por el que el empresariado homenajea al fallecido dictador”[36]. Sucesivas columnas de militares y carabineros le impidieron el paso a la valiente muchachada morena a punta de miles de perdigones esa calurosa tarde en que según la Defensoría Jurídica de la Universidad de Chile se produjo uno de los momentos peak de violencia represiva, con centenares de heridos colapsando los hospitales.

Los días siguientes, en el centro, se caracterizaron más por la violencia policial que por la respuesta violenta de la multitud. Incluso se veían a veces grupos de pacifistas interponiéndose con las manos en alto entre la policía y manifestantes que estaban dispuestos a enfrentarse con ella. Pero cada vez más la cobarde y dañosa agresión policial generaba más rabia y ganas de enfrentarla con decisión. Así fue surgiendo la llamada Primera Línea.

El estallido social reducido a las brutales andanzas de hordas de saqueadores fue una imagen bastante usual en las clases dominantes y otros sectores que reaccionaron en contra del proceso, asustados por su violencia intempestiva. Pero desde la invasión alienígena de la que habló la primera dama Cecilia Morel de Piñera a las teorías del profesor Mario Waissbluth sobre la irrupción de los “anarco/narcos”, no se capta lo que en realidad ocurrió en las calles, donde confluyeron variadas formas de violencia y contraviolencia, y en que la violencia “innovadora” de algunos “saqueadores” que querían apropiarse de las mercancías para revenderlas convivía con la euforia comunitarista de quienes repartían de inmediato todo lo expropiado y la violencia rebelde de quienes sólo querían insumos para alimentar el fuego de las barricadas.

Un participante de la Primera Línea entrevistado en un estudio de Raúl Zarzuri y Karla Henríquez incluido en Violencias y Contraviolencias[37] señala que “llegamos a un consenso y se quitan todas las cosas y se echaron al fuego. Ya se quitan todas las hueás y se echan al fuego, por lo sano, en el mismo momento”. En otro caso se relata que se permitía sacar comida, pero repartiéndola más o menos equitativamente y luego llevando a repartir también en las inmediaciones.  Por supuesto, esto no quita que en varios lugares y momentos hubo bandas organizadas que se llevaban las cosas en camionetas y no para comunizarlas sino que para consumar de una manera ilegal su rol en el proceso de valorización.

Por lo demás, el Ministerio Público ha aclarado en base a numerosos datos que los narcotraficantes no participaron mayormente del estallido porque alteraba las condiciones normales en que realizan su negocio, y además el hecho de que, al contrario de lo que muchos y ellos mismos creían, no hubo una concentración de saqueos en los “barrios críticos”, sino que “simplemente se expandieron por toda la ciudad”[38].

La actividad agitativa y de revuelta minoritaria permanente que se expresa en Chile desde inicios de los noventa por parte de los llamados “encapuchados” como continuidad directa con las luchas juveniles y populares que vertebraban la lucha social autónoma contra la dictadura en la década anterior[39],  ha sido en general considerada disruptiva o a lo menos molesta, siendo siempre criminalizados oficialmente por el segmento duro del sistema penal, o informalmente en los medios que siempre hablaron de “vándalos” y “cobardes que ocultan su rostro”, y en la propia izquierda autoritaria, que como no tiene sobre estos sectores control alguno siempre ha optado por descalificarlos a priori como irracionales[40], “infiltrados” o “provocadores” [41].

En clara ruptura con esa percepción, a fines del 2019 hubo un momento en que el grueso de la población chilena simpatizaba no sólo con el amplio y potente movimiento social que estaba ocurriendo, sino por sobre todo con la “violencia revolucionaria” que implicaba la mantención de barricadas y la actividad de la “primera línea” como respuesta espontánea que tomó semanas en desarrollarse, ante la necesidad objetiva de contener los brutales avances policiales. Así y todo, cabe destacar que muchos sectores sociales apoyaban estas acciones sólo en la medida que las entendían como “autodefensa”, o como una forma de posibilitar el “derecho de manifestación”, manteniendo el repudio de otras formas de violencia, haciendo casi una distinción entre los tradicionales “capuchas antisociales” y los “héroes” de la primera línea, que incluso fueron ovacionados en una sesión en el edificio del Congreso en Santiago y visitados por el juez Baltasar Garzón (un héroe de la izquierda chilena por su actuación frente a Pinochet en 1998, logrando su detención en Londres). Así fue surgiendo rápidamente una separación entre ellos y el resto de los manifestantes, e incluso una tendencia a contemplarlos y aplaudirlos en tanto expertos en una violencia separada del resto del movimiento, sobre todo desde los sectores más pequeño burgueses que hacían un carnaval mientras estos “valientes” los defendían[42].

A medida que la revuelta se fue enfriando y canalizando institucionalmente muchos de esos sectores volvieron a criticar estas formas de contraviolencia, con el argumento de que “no es la forma”.

Para el primer aniversario del estallido ya era posible apreciar que en parte esta violencia había degenerado en “contradicciones en el seno del pueblo”, como se pudo constatar en la masiva pelea de más de tres horas de duración entre barras bravas en el Parque Bustamante. Algo así resultaba imposible en la fase ascendente de la insurrección, cuando todos confluían en una multitud que vencía el miedo con euforia y cuando confrontación era, parafraseando a Pierre Clastres, de (casi) toda la sociedad contra el Estado (representado por sus hipertrofiadas fuerzas policiales).

No hay un consenso acabado sobre cuando terminó el “estallido social”. En tanto insurrección o revuelta callejera, creo que no sobrevivió a la pandemia y el estado de excepción decretado a causa de ella en marzo del 2020.

Es difícil saber ahora qué caminos tomará en definitiva la reconfiguración política e institucional que a modo de respuesta desde arriba se orquestó desde el 15 de noviembre de 2019, y la medida en que el pueblo democrático, más noviembrista que octubrista, seguirá tratando de disputar el proceso en las urnas, mientras la “clase política” reedita la democracia de los acuerdos con Boric en vez de Aylwin, y una nueva concertación de partidos que aspiran a ser el pilar izquierda del gran partido del orden.

La “escalada del totalitarismo democrático” a la que se refiere la Novena Carta hacia el final del Reporte ha avanzado tanto que se estableció que para el plebiscito de salida en septiembre del 2022 acudir a las urnas es obligatorio.

¿Y qué haremos los que no comulgamos con su democracia ni su acuerdo ni su proceso constituyente? Por de pronto, afirmarnos en este Reporte, en nuestras vivencias y experiencias de la revuelta, sabiendo que nada fue en vano, que “hay rebelión en afirmar que uno podría rebelarse”, y que “si vivimos, vivimos para marchar sobre la cabeza de los reyes”. 

No olvidaremos jamás esos días en que, al decir de Furio Jesi, “a la hora de la revuelta dejamos de estar solos en la ciudad”. Una ciudad que se sentía como propia en el triple sentido indicado por Jesi: “en primer lugar, porque desactiva la diferencia entre el ‘yo’ y los ‘otros’, pues la ciudad deja de ser de sus ‘dueños’ y deviene enteramente común; en segundo lugar, porque se despliega en una miríada de luchas especialmente intensas que, hasta cierto punto, han sido elegidas por la propia comunidad; y en tercer lugar, porque resulta ser un trastorno de la temporalidad en la que los días del calendario se contraen a un solo instante de suspensión del tiempo histórico”[43].

Como concluye el Reporte que tienes en tus manos, octubre va a volver, más temprano que tarde, porque “el potencial de la comunidad humana está aún por realizarse”.

Santiago de Chile, mediados de julio del 2022

Colofón: el callejón sin salida del progresismo “woke”

Bastó medio año para que el gobierno de Gabriel Boric, artífice clave del acuerdo contrarrevolucionario del 15 de noviembre de 2019 y emblemático rostro de la nueva izquierda posmoderna, mostrara su verdadera naturaleza de continuidad total con el Estado policial/militar chileno y condujera el proceso constituyente al fracaso absoluto en las urnas.

En los seis meses transcurridos desde su instalación el 11 de marzo y el plebiscito del 4 de septiembre de 2022 no se impulsó ninguna amnistía para la gran cantidad de personas condenadas y/o en prisión por los delitos asociados a la rebelión del 2019 (desórdenes, incendios, saqueos, barricadas, enfrentamientos con la policía), y en vez de una muy anunciada reforma integral a las policías se mantuvo en su cargo de General Director de Carabineros a Ricardo Yañez, que era el encargado de la Dirección Nacional de Orden y Seguridad durante la brutal represión de la revuelta del 2019. Luego se anunció una modificación de los requisitos para ingresar a Carabineros: ahora podrán hacerlo personas más bajas, con tatuajes, pie plano o caries[44].

En agosto fue detenido en un restaurant en Cañete el líder de la Coordinadora Arauco Malleco, Héctor Llaitul, y se le dejó en prisión preventiva en base a figuras de la Ley de Seguridad del Estado, totalmente validada por la nueva administración en un continuum tal que le bastó con ampliar querellas presentadas por el gobierno anterior para poder seguir usando este Derecho penal político dando señales de Ley y Orden. De hecho, al pedir su prisión preventiva el abogado del gobierno señaló que Llaitul era un líder que “ha perdido el rumbo” y que con sus llamamientos a combatir por las armas el capitalismo depredador de las empresas forestales “no se ha dado cuenta del daño que está generando a su mismo pueblo”. Pocos días antes del plebiscito fue detenido su hijo, Ernesto Llaitul, que también fue dejado en prisión preventiva.

Cabe señalar que el Programa de Gobierno de Boric decía: “impulsaremos leyes que reconozcan el derecho a manifestarse y la derogación de leyes represivas, tales como las normas que regulan el control de identidad preventivo, la ley antibarricadas y la Ley de Seguridad del Estado”[45].

El conjunto de los esfuerzos por demostrar “mano dura” no sólo no sirvió para evitar que se inclinaran por el Rechazo el 62% de los votantes en la elección más masiva de la historia de Chile (dado que el voto esta vez era obligatorio votaron más de 13 millones de personas[46]), sino que las confusas y contradictorias señales dadas por el gobierno en los meses previos sirvió para decepcionar a gran parte de los apoyos con que contaba más a la izquierda. Así, como señala Oscar Ariel Cabezas, “el triunfo del rechazo se logró desde la falta de un gobierno que se decidió por un discurso liberal en el que, por un lado, pinta las patrullas de policía con la bandera del orgullo gay, encierra a líderes mapuches y, por otro, descalificaba artistas de las disidencias en nombre de la educación infantil”[47].

El estruendoso fracaso de la vía institucional ha dejado una gran desazón en los sectores que apoyaron el proceso, plenamente confiados o de manera más crítica. Lo más llamativo ha sido ver la ausencia total de alusiones al 15N como causa inicial de esta debacle que dejó al pueblo anárquico sin revuelta y al pueblo democrático sin Nueva Constitución[48]. Muy por el contrario, la crítica progre se dirige contra la ignorancia del bajo pueblo, descalificándolo por no haber comprendido lo maravilloso del texto propuesto por la Convención Constitucional y acusándolo de haber sucumbido a las fake news de la derecha. 

La irrupción del pueblo pobre más precarizado, nacionalista y conservador es señalada como una fascistización del electorado, olvidando que la debacle del Apruebo en las encuestas comenzó cuando el gobierno de Boric se opuso a un nuevo retiro de fondos de las Administradoras de Fondos de Pensiones, tras haberlos apoyado todos cuando era diputado[49].

Si bien es  difícil analizar ahora todos los factores que influyeron en este resultado[50], lo cierto es que como dijo Saint-Just “quienes hacen revoluciones a medias cavan su propia tumba”, y mientras la izquierda “woke” (“despierta”, en la jerga que suelen usar los millenials) se diluye en la rabia y la frustración, los estudiantes secundarios han tomado las calles una vez más con la misma convicción de quienes nos opusimos desde el inicio al acuerdo constituyente y todas sus consecuencias: más temprano que tarde, Octubre volverá. Espero que este Reporte nos deje valiosas lecciones para ese futuro que ya está frente a nuestros ojos.

Septiembre de 2022


[1] “Teoría de la revuelta y revuelta de la teoría”, en: https://www.youtube.com/watch?v=W39xKvVVxrc&ab_channel=SergioVillalobosRuminott

[2] Editado en Argentina por Adriana Hidalgo, 2014.

[3] Furio Jesi, op. cit., pág. 63.

[4] Ibid., pág. 109. Recomiendo leer el comentario de Karmy en el capítulo de Intifada titulado “Mitología de la revuelta” (Metales Pesados, 2021, págs. 73-96).

[5] El historiador marxista libertario Luis Vitale decía que el 1810 chileno, que se caracterizó por una escasa participación del pueblo (sólo 350 personas acompañaron a la primera Junta de Gobierno el 18 de septiembre en el salón del Consulado), fue solamente una revolución política separatista, que no perseguía un cambio social estructural y no realizó ninguna de las tareas de las revoluciones burguesas en Europa, en las que supuestamente los dirigentes criollos se habrían inspirado. Sólo en la segunda etapa de esta revolución, luego de la Reconquista española, hubo mayor participación popular. Ver: https://elporteno.cl/luis-vitale-la-interpretacion-marxista-de-la-independencia-de-chile/

[6] Rosa Luxemburgo, “El orden reina en Berlín”, 14 de enero de 1919. En: https://www.marxists.org/espanol/luxem/01_19.htm

[7] Los compañeros de Théorie Communiste han profundizado en la crítica de la concepción normativa del comunismo y la revolución: “el comunismo no es una norma que permita juzgar cada fase revolucionaria según el grado en que se haya aproximado a dicha norma ni que permita explicar su fracaso por el hecho de que no lo haya logrado”, es una “producción histórica de cada uno de los ciclos que ha marcado la historia de este modo de producción y de la lucha de clases”. Ver: Théorie Communiste. De la ultraizquierda a la teoría de la comunicación. Más allá del programatismo.  Traducción de Federico Corriente. Rosario, Lazo, 2022.

[8] Dabashi (2014), citado por Rodrigo Karmy, “El pueblo quiere iniciar un nuevo régimen”, en: El porvenir se hereda. Fragmentos de un Chile sublevado, Sangría, 2019, pág. 99-105, disponible como columna en: https://www.eldesconcierto.cl/2019/11/19/el-pueblo-quiere-un-nuevo-regimen/.

[9] Sergio Villalobos-Ruminott, Mito, destrucción y revuelta. Notas sobre Furio Jesi (2021). En: https://ficciondelarazon.org/2021/01/06/sergio-villalobos-ruminott-mito-destruccion-y-revuelta-notas-sobre-furio-jesi/

[10] Paolo Virno, “Do you remember counter-revolution?” Apéndice a Virtuosismo y revolución, Madrid, Traficantes de Sueños, 2003.

[11] No me he topado con muchos análisis sobre esta modalidad específica que adoptó la represión en ese momento. Yo mismo redacté el texto “Violencia sexual y mutilación masiva como política represiva” (El Desconcierto, 29 de noviembre de 2019. Incluido en Julio Cortés Morales, La violencia venga de donde venga. Escritos e intervenciones de antes y durante la revolución de octubre, Vamos hacia la vida, 2020), y también existe el texto de Cristóbal Durán y Silvana Vetö titulado “La ‘rostridad’ en el estallido social chileno de 2019: acerca de la estrategia político-policial de mutilación ocular”, en Logos: Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura, 31(1), 2021, págs. 202-217.

[12] Equipo de Investigaciones de editorial Tempestades, Preámbulo a Rabia dulce de furiosos corazones. Símbolos, íconos, rayados y otros elementos de la revuelta chilena (2020).

[13] Claudio Arqueros, “Matapacos”, El Líbero, 30 de enero de 2020. Incluido en: La insurrección chilena desde la mirada de la Fundación Jaime Guzmán (2020), pág. 32.

[14] https://www.emol.com/noticias/Economia/2019/10/22/965141/Columnista-Bloomberg-aborda-crisis-Chile.html

[15] Los actos de desmonumentalización popular ocurridos desde fines del año pasado han sido documentados en una publicación irregular llamada “La Descolonizadora” (Año 0, Día 90), en cuya presentación se dice que “desmonumentalizar es una de las múltiples expresiones del movimiento social que remeció los órdenes establecidos de forma salvaje a partir de la evasión liceana”. En esos actos “fueron derrumbados podios del conquistador español, como también, de agentes del estado chileno en el siglo XIX. Porque la arremetida colonizadora no solo provino desde el imperio, sino que también adquirió su forma en la república, desde la cual se invadió, se exterminó y fueron usurpados los pueblos en nombre de la patria”. En su momento realicé un resumen de acciones de este tipo, desde antes y hasta después de la revuelta chilena, disponible en:  http://carcaj.cl/desmonumentalizacion-popular-algunos-episodios/

[16] En que “lo nuevo, lo radical, lo distinto, no fue la movilización social, que ya tenía antecedentes anteriores semejantes, aunque menos masivos, sino que el uso de una violencia altamente sofisticada, coordinada, organizada y simultánea en los ataques”, y el que “detrás de estos movimientos radicalizados no había meramente reivindicaciones sociales, sino un claro objetivo político, que no era otro que la destitución del Presidente de la República” (el subrayado es mío).

[17] Lucía Santa Cruz, 12 de noviembre de 2019. El Mercurio, 14 de febrero de 2020. En: https://lyd.org/opinion/2020/02/12-de-noviembre-de-2019/

[18] El relato, incluido en este Reporte, fue editado en Argentina en una “re-versión gráfica” del ilustrador Gustako Cornejo bajo el título de Evade (Tren en movimiento, 2021). Disponible en: https://issuu.com/gustaffgustaco/docs/evadesubidaonline

[19] Es lo que señalan Laura Landaeta y Víctor Herreroen el capítulo pertinente de su libro “La revuelta” (Planeta, 2021). En: https://interferencia.cl/articulos/segundo-adelanto-del-libro-la-revuelta-capitulo-la-noche-de-los-fusiles-y-los-lapices

[20] Conversación de un asesor no identificado con uno de los autores de “La revuelta” (2021).

[21] Esta es la versión que da el ex director de La Tercera, Cristián Bofill, en: https://www.ex-ante.cl/https-www-ex-ante-cl-la-noche-mas-tensa-de-la-crisis-de-octubre-el-dialogo-de-pinera-con-el-jefe-del-ejercito/

[22] https://www.publimetro.cl/cl/noticias/2019/11/14/gabriel-boric-diputado-profesor-metro-acuerdo-constitucion.html

[23] Referido por Ignacio Abarca Lizana, “De cuando el pueblo chileno decidió levantarse: pasajes de luchas de clases y sociales”, Introducción a: Varios Autores, Contribuciones en torno a la revuelta popular (Chile 2019-2020), compilado por Ignacio Abarca, Kurü Trewa, 2020, pág. 15.

[24] https://www.theclinic.cl/2021/11/15/a-dos-anos-del-15n-que-recuerdan-14-protagonistas-del-acuerdo-que-cambio-el-rumbo-del-pais/ Estas declaraciones íntimas sirven para complementar la sección “A confesión de parte, relevo de pruebas” dentro del número especial de octubre 2020 del boletín Ya no hay vuelta atrás, titulado La democracia es el orden del capital. Apuntes contra la trampa constituyente, págs. 70-71.

[25] Prólogo a la cuarta edición italiana de La sociedad del espectáculo. Hablando de la participación de los estalinistas en el estallido chileno, una vocera de este sector se destacó afirmando en un encuentro en Venezuela: “No es real lo que quieren decir los medios de comunicación hegemónicos de que no estamos organizados o que esto es una manifestación espontánea, eso no es verdad, sí estamos organizados. Somos más de 100 movimientos sociales articulados en la Mesa de Unidad Social que tienen dirigentes con los cuales el tirano Piñera no quiere dialogar”. En: https://www.eldesconcierto.cl/2019/12/04/redes-quien-es-y-los-cuestionamientos-a-florencia-lagos-que-la-convirtieron-en-tendencia/.

[26] https://www.elmostrador.cl/tv/2022/07/15/constitucionalista-javier-couso-por-proyecto-de-quorum-de-4-7-sigue-dejando-a-los-partidos-herederos-de-la-dictadura-con-la-llave-de-cualquier-cambio-constitucional/

[27] La declaración fechada el 8 de julio de 2021 demanda dar suma urgencia al Proyecto de Ley sobre indulto general, además de otras medidas sobre reparación integral a las víctimas de la represión, el retiro de las querellas por Ley de Seguridad del Estado, desmilitarización del Wallmapu e indulto a los presos políticos mapuche a contar el año 2001. Citada por Julio Cortés Morales, “Rebelión y castigo. Consideraciones acerca de la criminalización del ‘estallido social’ y el proyecto de indulto general a los ‘presos de la revuelta’”. Anuario de Derecho Público, Universidad Diego Portales, 2021. En: https://derecho.udp.cl/cms/wp-content/uploads/2022/03/Anuario-Derecho-Publico-2021.pdf

[28] Benjamin, Walter, Para una crítica de la violencia, en: Estética y política. Buenos Aires, Las cuarenta, 2009, p. 47.

[29] Rodrigo Karmy, “¿Por qué no leen?”, La voz de los que sobran, 15 de junio de 2022. En: https://lavozdelosquesobran.cl/opinion/por-que-no-leen/15062022

[30] Lasalle, ¿Qué es una constitución? En: https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/5/2284/5.pdf

[31] “La asamblea de Francfort”, Nueva Gaceta Renana, 5 de junio de 1848. En: Marx y Engels, Las Revoluciones de 1848. Selección de artículos de la Nueva Gaceta Renana. Traducción y selección de Wenceslao Roces, FCE, 1989. Hay versión pdf en: https://historiaycritica.wordpress.com/tag/las-revoluciones-de-1848/ Además, el artículo de Engels se puede leer acá: https://edicionesmimesis.cl/index.php/2019/11/25/la-asamblea-de-francfort-por-friedrich-engels/

[32] Engels, “El debate de Berlín sobre la revolución”, Nueva Gaceta Renana N° 14, 14 de junio de 1848. En: Las revoluciones de 1848.

[33] Engels, “La Asamblea del pacto del 15 de junio”, NGR N° 18, 18 de junio de 1848. En: las revoluciones de 1848.

[34] Preámbulo de la propuesta de Constitución Política de la República de Chile, LOM ediciones, 4 de julio de 2022.

[35] La Oveja Negra. Boletín de la Biblioteca y Archivo Histórico-Social Alberto Ghiraldo, “En tiempo de revueltas: Chile y Ecuador”, Año 8-Número 66-Noviembre de 2019. 

[36] Rodrigo Karmy, “Animita”, en El porvenir se hereda, pág. 83-84.

[37] Raúl Zarzuri (coordinador), Violencias y contraviolencias. Vivencias y reflexiones sobre la revuelta de octubre en Chile, Santiago, LOM, 2022.

[38] Me referí a este tema en la columna “Destruyendo mitos: acerca del supuesto protagonismo ‘narco’ en el estallido social”, La Voz de los que sobran, 6 de mayo de 2021. Ahí se refiere un Informe del Ministerio Público que concluye: “al narcotraficante un escenario de estallido social, le dificulta la venta de drogas, escenario donde las calles de vuelven un espacio incierto, y hemos visto que siempre existe una preocupación de parte de estos delincuentes, de “pacificar” los territorios que dominan, para facilitar la venta de drogas. Un escenario de estallido social incluso limita la posesión de dinero efectivo, esencial para concretar cualquier transacción de drogas”.

[39] Si bien la capucha es además de una necesidad práctica (antivigilancia y antilacrimógena) una señal de identidad de los “cabeza de polera”, no necesariamente indica una afinidad político-ideológica. Así y todo, prefiero denominar a este difuso pero persistente sector como “bloque negro”. Una especie de versión local de lo que en otros tiempos y otras partes fue designado como “el área de la autonomía”.

[40] No olvidemos que cuando el ex frentista Palma Salamanca osó criticar a la cultura del PC chileno por “ideológicamente intolerante y autoritaria”, la respuesta desde el Politburó a cargo de Julia Urquieta destacó que él “tiene problemas mentales” (“Histórica abogada PC atribuyó críticas de Palma Salamanca a “la tortura” y “el exilio”: “Está afectado psicológicamente”, CNN; 12 de febrero de 2019).

[41] En relación a las protestas del 2006 y 2011 Lucy Oporto habla de “breves carnavales seguidos de acciones destructivas”.

[42] El argumento de que “la primera línea te defiende” llegó a ser planteado por el humorista Kramer en su rutina del Festival de Viña 2020, lo cual resulta sumamente interesante si tenemos en cuenta que el 2021 su guionista fue contratado para la campaña presidencial del candidato ultraderechista José Antonio Kast.

[43] Rodrigo Karmy, Intifada. Una topología de la imaginación popular, pág. 92.

[44] https://www.biobiochile.cl/noticias/nacional/chile/2022/08/12/hemorroides-caries-y-muelas-del-juicio-los-requisitos-eliminados-para-postular-a-carabineros.shtml

[45] https://boricpresidente.cl/propuestas/derechos-humanos/ Los énfasis se reproducen tal cual.

[46] En ninguna región de Chile triunfó el Apruebo, que sólo superó al Rechazo en 8 de 338 comunas. Incluso en las cárceles de Chile, donde por primera vez los presos ejercieron su derecho voto, el Rechazo ganó con el 58%.

[47] https://lobosuelto.com/un-neoliberalismo-recargado-oscar-ariel-cabezas/

[48] Tal como afirmé en una columna publicada entre la primera y segunda vuelta presidencial a fines del 2019, luego de octubre y noviembre regresamos a septiembre: el “mes de la patria”, los asados y la conmemoración del golpe militar. Ver: https://elporteno.cl/octubr-noviembre-septiembre-dos-anos-de-estallido-y-contraestallido-en-chile/ 

[49] Un detalle de las razones para apoyar el rechazo en sectores populares se encuentra en: https://www.ciperchile.cl/2022/09/07/120-residentes-de-12-comunas-populares-de-la-region-metropolitana-explican-por-que-votaron-rechazo/ Muchos de ellos señalan haber perdido las ilusiones en el gobierno de Boric por no hacer nada de lo que había ofrecido en su campaña.

[50] Una de las columnas más lúcidas ha sido aportada desde Argentina:  https://lobosuelto.com/el-chile-destituyente-alicia-maldonado/

 


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