El ecofeminismo, más que en una corriente política, es una verdadera cosmovisión, otro lugar desde el cual mirar para entender que la vida humana es tremendamente ecodependiente e interdependiente, que necesitamos una comunidad para poder existir y que esa comunidad interactúa con la naturaleza, forma parte de ella. Para mí ese fue un descubrimiento revolucionario, que me hizo mirar la política, la cultura y la economía, de una forma radicalmente distinta.
Desde su infancia, Yayo Herrero adquirió sensibilidad frente a la desposesión y la pobreza. Su historia familiar, marcada por la muerte temprana del padre y el salto de la madre del trabajo no remunerado en casa a un empleo por fuera para sostener a cinco hijos e hijas, fueron claves en sus acercamientos a las luchas cotidianas por la supervivencia en un sistema capitalista y excluyente que no garantiza los derechos humanos de toda la población.
Su trabajo académico, que conjuga las miradas de antropóloga e ingeniera agrónoma, y su activismo, que comenzó a los 14 años, primero con el antirracismo y, posteriormente, el feminismo y el ecologismo, han dado como resultado decenas de libros y artículos en los que aborda temas como el decrecimiento, la crisis ecológica, el ecosocialismo, el cambio climático, la sostenibilidad, el cuidado y la educación, entre otros; además, la han convertido en una de las mujeres ecofeministas más influyentes en España.
—¿Cómo comenzó esta historia con el ecofeminismo?
—En mi casa no había una gran preocupación ecológica, pero desde pequeña me gustaba ir al monte, al campo, tenía sensibilidad con la naturaleza; por eso, cuando tuve que pensar en los estudios universitarios, lo primero que elegí fue una ingeniería agronómica. En la escuela, cuando fui a las primeras granjas industriales, me pareció tan horroroso, que me vino la pregunta: ¿cómo es posible que para comer haya que maltratar a los animales de esta manera y haya que generar esa cantidad de residuos? A partir de ahí empecé a adquirir conciencia ecológica.
Ya enganchada con el movimiento ecologista en España, Yayo leyó un texto llamado Verde que te quiero violeta, de Anna Bosch, Cristina Carrasco y Elena Grau, tres catalanas que analizan las relaciones y tensiones entre feminismo y ecologismo.
—En ese texto descubrí que no es que los seres humanos nos tuviéramos que preocupar de cuidar la naturaleza, sino que más bien éramos parte de esa misma naturaleza, que éramos un animal necesitado de cuidados y atenciones imprescindibles para la vida, y que esos cuidados habían sido proporcionados por las mujeres en una serie de tareas absolutamente insoslayables, que no se podían dejar de hacer, pero que en sociedades capitalistas y patriarcales estaban plenamente invisibilizadas.
—¿Entonces de eso se trata el ecofeminismo?
— El ecofeminismo, más que en una corriente política, es una verdadera cosmovisión, otro lugar desde el cual mirar para entender que la vida humana es tremendamente ecodependiente e interdependiente, que necesitamos una comunidad para poder existir y que esa comunidad interactúa con la naturaleza, forma parte de ella. Para mí ese fue un descubrimiento revolucionario, que me hizo mirar la política, la cultura y la economía, de una forma radicalmente distinta. Fue muy importante leer, descubrir y escuchar testimonios, prácticas, políticas y saberes de muchísimas mujeres de países del sur global, pueblos originarios, campesinas; conociéndolas a ellas fuimos capaces de interiorizar la necesidad de transformaciones sociales importantes hacia nuestros territorios.
Junto al ilustrador Luis Demano y con la editorial Litera, Yayo escribió el libro Derechos humanos, con una perspectiva ecofeminista y actual que propone nuevas discusiones ante nuevas amenazas. En el texto se destacan aspectos como la importancia de la integralidad de los derechos, lo colectivo como una conquista, la historia de las luchas y movimientos sociales, la creación y defensa de derechos, y los retos presentes y futuros.
—¿Por qué volver la mirada hoy sobre los derechos humanos? ¿Qué es lo nuevo que hay que pensar y decir sobre cuestiones aparentemente ya resueltas?
— Pareciera que en algunos lugares están creciendo las miradas misóginas, racistas y supremacistas que naturalizan que haya seres humanos y otros seres vivos menos valiosos que otros. Este es un elemento básico de la razón patriarcal que actúa como si la vida de los hombres valiera más que la de las mujeres, la de las personas blancas más que la de las personas no blancas, y la vida de las personas más que la de los animales; es un sistema absolutamente jerárquico que se traduce en violencias. La Declaración de los Derechos Humanos en 1948 intentó ser un antídoto contra ese desprecio de la vida, después de la Segunda Guerra Mundial se planteó la necesidad de una intencionalidad compartida del conjunto de las sociedades para que cosas como esas no volvieran a pasar. Sin embargo, cometeríamos un error grande si pensáramos que los derechos humanos surgieron hace tan poco en la sociedad occidental. En el libro se encuentran fragmentos de esa historia que nos muestra que hubo muchos pueblos que mucho tiempo antes ya habían asumido compromisos frente a los derechos de todas las personas, como la Confederación Iroquesa.
Los Iroqueses — nos cuenta Yayo en su libro —, eran seis pueblos originarios que habitaban los actuales estados de Nueva York, Pensilvania, y una parte de Canadá. Para ellos el voto era realmente universal, sin distinción de sexo o procedencia; además, las mujeres podían divorciarse por decisión propia, y las autoridades “debían tener en cuenta lo que era bueno para las personas que estaban vivas y también para las generaciones futuras”. Esa visión ancestral suena a ecofeminismo, pues este plantea que las generaciones más jóvenes y las venideras tengan derecho a disfrutar de una vida digna y buena.
Página 33: “Teniendo en cuenta la gravedad del cambio climático y de la contaminación, el derecho a vivir en un planeta sano quizá termine siendo uno de los derechos más importantes a exigir en el siglo XXI”.
Reconocer la historia de los derechos es fundamental para entender que los logros no son lineales y que siempre podemos volver atrás. “Los derechos no se obtienen para siempre”, dice Yayo. Tal es el caso de los derechos ambientales, que parecía que los iroqueses en Estados Unidos o los Masai en África ya tenían claros, pero que hoy se han convertido en una nueva lucha:
— Estamos viviendo un momento de agravamiento de la guerra contra la vida. El informe de 2022 del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que no son ningunos ecologistas radicales, dice ya que se encuentra en riesgo la vida de tres mil millones de personas. Esta es una guerra contra la naturaleza, pero también contra los derechos de muchísimas personas, contra los vínculos y las relaciones. Ataca los ecosistemas y a otros seres vivos, pero también hace precaria y difícil la vida de muchos seres humanos. Hemos generado una forma de entender nuestra existencia que oculta la inevitable dependencia que cualquier economía tiene de la naturaleza. Para que se pueda sostener la economía capitalista tal cual la conocemos, hacen falta cantidades ingentes de petróleo, carbón, gas natural y minerales fósiles finitos, cuya quema acelerada ha generado un cambio climático que constituye un riesgo para el conjunto de todas las vidas. Y si miramos de dónde provienen esos minerales, nos encontramos con Irak, Venezuela, Siria, Libia, Afganistán, Colombia, Chile, Nigeria, Argelia; es decir, países cuyos territorios están al servicio de las economías enriquecidas. El capitalismo nace y se mantiene gracias a una dinámica colonial que usó una gran parte del mundo como mina y vertedero, y hoy estamos en una reactivación de ese neocolonialismo por la vía de los extractivismos.
—Con los niveles de acumulación, el individualismo imperante y la evidente desigualdad, ¿es viable un proyecto político en favor de la vida?
—Es posible económica y técnicamente, pues no es cierto que no haya alternativa económica. Sin embargo, que sea viable política y culturalmente va a depender de lo que seamos capaces de hacer. No hay ningún impedimento para generar economías en las que la vida sea justa y viable. Necesitamos que a la institucionalidad lleguen personas que estén comprometidas con poner en marcha estos procesos políticos, y que tengamos sociedades que los quieran y estén dispuestas a trabajar por ellos. Desde luego, no hay que ser ingenuos, no será sin conflicto, porque quienes tienen mucho más de lo que les corresponde, de buena gana no lo van a soltar, pero si la dinámica que seguimos es la que tiene este planeta, cuyos límites ya están superados, la consecuencia inmediata es que haya cada vez más sectores que quedan fuera del sistema.
El libro termina con un panorama de retos para los derechos humanos en el mundo actual: que no sean pisoteados, que sus vulneraciones no queden impunes, que todas las instituciones los respeten, que la seguridad no sea una excusa para vulnerarlos, que se garanticen los nuevos derechos y que podamos reimaginarlos.
*Comunicadora social - periodista y magíster en Estudios Humanísticos. Actualmente, directora de la estrategia de género de Confiar Cooperativa y del programa Mujeres Confiar. Aficionada al collage.