Las rítmicas emergentes de reconocimiento mutuo y convivencia son rítmicas destinadas a ser comparadas, destinadas a ser coordinadas en gestos de solidaridad sin centros orquestadores (reales o fantaseados), destinadas a estar siempre abiertas a las transformaciones a través de los intercambios. A la luz de esta perspectiva, ¿podemos entender y experimentar la democracia directa como puesta en común polirrítmica?
La mayoría de la gente parece vivir inmersa en una cotidianidad rutinaria. Los actos recurrentes, tanto en el trabajo como en las llamadas actividades de ocio, caracterizan la vida cotidiana. La reproducción social es esencialmente rítmica, lo que significa que se organiza mediante la imposición de pautas de comportamiento. La rítmica del comportamiento es canonizadora.
La rítmica (aunque extremadamente compleja en sus motivos) garantiza la reproducción del orden social incluso en el mundo contemporáneo, que se presenta como una malla caótica de flujos y diversidad formal. Bajo esta aparente diversidad, que los apologistas del orden urbano actual suelen presentar como una prueba de libertad individual (e individualizada), se encuentra el orden pautado de los ritmos urbanos. Hoy en día, la rítmica inculcada socialmente se ha dispersado en una gran variedad de ritmos sociales, ritmos espaciales separados y diferenciados. Así pues, el archipiélago urbano no puede convertirse en el locus de una coordinación rítmica existente o incluso fantaseada.
El imaginario modernista, personificado en la imagen de un hombre-creador que orquesta sinfonías urbanas consiguiendo domesticar y controlar por igual los ritmos naturales y mecánicos, ha perdido completamente su poder. El proyecto de una grandiosa coordinación de ritmos que en su día alimentó los sueños de los futuristas (la ciudad como fábrica o arsenal) y las prácticas de los constructivistas (como en la «Sinfonía de sirenas de fábrica» de Arseny Avraamov y el espectáculo electromecánico «Victoria sobre el sol» de El Lissitzky) es hoy casi impensable. Lo que lo ha sustituido es un imaginario posmodernista (o antimodernista) que celebra la polirritmia de la ciudad posindustrial e intenta presentarla como una fuente de placer y libertad individualizados. Sin embargo, lo que aparece como la libertad de elegir, la libertad de entrar o salir de un ritmo urbano considerado como un entorno vital específico, es esencialmente una nueva forma de orden urbano compartimentado y controlado que asigna a las personas los ritmos urbanos que las definen.
Los hábitos regulan el comportamiento mediante el desarrollo de patrones repetibles de actividades. Los hábitos se convierten en el medio para garantizar un futuro sin sorpresas. En muchas teorías, así como en las creencias habituales del sentido común, los hábitos se consideran lo contrario del cambio, los obstáculos más fuertes a la innovación. Los hábitos, por tanto, se entienden como los pilares de un comportamiento conservador no pensado.
Los hábitos urbanos, más concretamente, se basan en un tipo de conocimiento espacial que refleja las tipologías espaciales que sustenta el orden espacial urbano impuesto. Cuanto más consigue este orden naturalizar su lógica (convenciendo a los urbanitas de que ésa es naturalmente la única forma posible de ordenar el espacio en una sociedad urbana), más tienden a fijarse los hábitos urbanos. Una hexis urbana adquirida (moldeada específicamente por las características sociales del urbanita correspondiente) se convierte en el medio más importante de supervivencia urbana. Pero, ¿significa esto que las prácticas urbanas repetibles, los hábitos urbanos, son simplemente herramientas para mantener el orden urbano?
Si desvinculamos las actuaciones de los hábitos de la ilusión de que están fijados para siempre por la fuerza vinculante de la hexis, podemos explorar su relación con el cambio y la diferencia. Las variaciones de tempo que se producen en la práctica, las potencialidades inherentes que surgen cuando fracasan las transferencias de esquemas de un ámbito de experiencia social a otro y la necesidad de hacer frente a cambios impredecibles confieren a los hábitos un papel que desafía la distinción tajante entre la innovación pura (y, por tanto, la sorpresa) y la uniformidad absoluta (y, por tanto, la tranquilidad).
Más allá y en contra de un imaginario bien establecido de innovación total, apoyado principalmente por el ethos modernista y alabado especialmente como la fuente más importante de la creación artística modernista, las representaciones de hábitos pueden ser inventivas al integrar el cambio a patrones reconocibles de actuación. Dichas actuaciones pueden ser transportadas, diferenciadas y recompuestas a nuevas series.
Para las mujeres insurgentes que participaban en el movimiento zapatista, la lucha por la igualdad de género no estaba relacionada con un discurso sobre los derechos. Las lenguas indígenas de las comunidades zapatistas ni siquiera tienen una palabra para «derecho». Su lucha se convirtió así no en la lucha por tener los mismos derechos que los hombres, sino en una lucha por establecer nuevos hábitos: «queremos establecer el hábito de que hombres y mujeres seamos iguales».
Llevar a cabo la igualdad en este contexto significa llevar a cabo una potencialidad emancipadora, la potencialidad de ser iguales. La igualdad se convierte tanto en el ámbito como en el medio de tales actuaciones. De este modo, los hábitos apoyan nuevas pautas de actuación y, al mismo tiempo, se elaboran siguiendo líneas de comportamiento conocidas: La repetibilidad se convierte en el medio para lograr una nueva condición social en lugar de un esfuerzo que comprimiría una realidad compleja en un molde importado y prefabricado (un molde, en el caso de las mujeres zapatistas que buscan la emancipación, producido por ciertas versiones del feminismo occidental).
La democracia directa no sólo necesita establecerse sobre la igualdad de opiniones destinadas a ser discutidas colectivamente. Depende igualmente de una sincronización de actos y expresiones dirigidos a una causa comúnmente reconocida. La inventiva colectiva no culminará en la obra de una vanguardia ilustrada (política o artística) que dirija el proceso de sincronización, sino en la confluencia de nuevos hábitos emancipadores que se apropien de la reproducción social.
Las rítmicas emergentes de reconocimiento mutuo y convivencia son rítmicas destinadas a ser comparadas, destinadas a ser coordinadas en gestos de solidaridad sin centros orquestadores (reales o fantaseados), destinadas a estar siempre abiertas a las transformaciones a través de los intercambios. A la luz de esta perspectiva, ¿podemos entender y experimentar la democracia directa como puesta en común polirrítmica?