Un elemento clave es ubicar que los llamados diálogos de San Andrés tuvieron un resultado más allá del documento incumplido y lo fue la creación del Congreso Nacional Indígena (CNI), en octubre de 1996, lo que marcó hasta hoy la muy estrecha relación del EZLN con el movimiento indígena de buena parte del país, que no se agrupa en ese espacio. También se definió una agenda anticapitalista y antipatriarcal, con alcance y horizonte más amplio de lo que perfilaban los acuerdos referidos. Por otra parte, hoy los integrantes de las organizaciones de los pueblos indígenas no necesariamente conocen el texto de los acuerdos, pero sí participan del eje de construir la autonomía en los hechos y con base en los derechos que emanan de vertiente internacional ante las carencias y contradicciones del derecho nacional y del Poder Judicial. La clave está en la organización para avanzar en esa línea.
El momento actual de la lucha de los pueblos indígenas se da en un contexto marcado por la violencia contra sus territorios que con frecuencia han sufrido despojos ante la escalada de concesiones mineras de 2006 a 2018, por ejemplo, cuyos plazos rebasan con mucho el periodo sexenal en curso. Lo de hoy es la imposición de megaproyectos en curso como el llamado Tren Maya, el Corredor Interoceánico o el Proyecto Integral Morelos. La pinza se cierra con los programas sociales que se individualizan y en los hechos dividen a comunidades que intentan fortalecer la vida colectiva a través de sus espacios de gobierno propio. Todo ello, además de enfrentar la expansión y consecuente agresión de grupos delincuenciales sin que obtengan de parte estatal la protección para detener la abierta impunidad con que actúan. Ejemplos: en Michoacán los muy recientes crímenes de guardias comunitarios de Ostula y Aquila, la desaparición de Ricardo Lagunes y Antonio Díaz. Guerrero, pleno de violencia contra comunidades. Chiapas, agresiones a bases de apoyo zapatistas. Estos trazos son el telón de fondo en el que se desarrolla la resistencia de los pueblos y la lucha por la vida, cuya evidencia concreta la tenemos en las actividades previstas hasta los primeros días de mayo próximo. A partir de todo ello definirán los rasgos de la siguiente etapa de su lucha que, señalan, no se mide por sexenios, ni con el calendario electoral.
Los próximos 4 y 5 de marzo el CNI realizará en Tehuacán, Puebla, su asamblea nacional “frente a la creciente violencia del narcoestado y la imposición de megaproyectos” y los días 6 y 7 de mayo será el encuentro internacional El Sur Resiste 2023, que será precedido por una caravana que saldrá el 25 de abril de la costa de Chiapas, recorrerá el Istmo de Tehuantepec de sur a norte para seguir en la península de Yucatán y terminará con dicho encuentro en el Cideci/ caracol Jacinto Canek, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Como vemos, en el CNI retoman el pensamiento zapatista de lograr lo imposible, porque de lo posible ya se habló demasiado
.