Los otros presos en las celdas de confinamiento contiguas los siguieron. Los carceleros de El Chipote enmudecieron; la prisión fue engullida por ese cántico de esperanza y rabia. “Después de su muerte me sacaron varias veces a entrevistas y los policías me decían que los presos políticos mentíamos sobre nuestra salud, que hacíamos el show, como excusándose. En fin, yo sé que Hugo está en un mejor lugar. Lo que hizo no fue morir, sino adelantarse a la libertad”.
Por Wilfredo Miranda Aburto
15 febrero 2023 DIVERGENTES https://www.divergentes.com/
Posta Porteña 22 febrero 2023
En este relato inédito de la gravedad de Hugo Torres en El Chipote, sus compañeros de celda narran a DIVERGENTES la crueldad policial contra un hombre de la tercera edad, cuya salud empeoró en cuestión de meses. “Lo miraba envejecer cinco años al día”, dice Alex Hernández, reo desterrado, hasta que el general en retiro se desplomó y fue trasladado tardíamente al hospital donde falleció. La muerte del exguerrillero sandinista en manos de la dictadura Ortega-Murillo pudo ser evitada con atención médica oportuna
I. “Hugo, Hugo, ¡Hugo!… ¿Está bien?”
Las molestias, en específico ese dolor profundo en la espalda y en sus piernas, resultaron insoportables para el general en retiro Hugo Torres la noche del 12 de diciembre de 2021. Más temprano, los carceleros de El Chipote le dieron por fin un medicamento prescrito por un especialista, después de casi dos meses y medio de una desmejoría notable de su salud. El hombre de 73 años se levantó de la colchoneta y con dificultad se sentó al filo del camarote de concreto, apoyándose en ambas manos, descansando su agobiado cuerpo. Clavó la mirada al piso, desorientado, incapaz de discernir la pregunta que su compañero de celda le hacía con creciente desespero.
– Hugo, Hugo, ¡Hugo! ¿Está bien? – insistía Alex Hernández.
El general se desplomó. Esa fue la respuesta…
Se desvaneció y por suerte, dice Hernández, estaba en el lugar preciso: “le puse una mano en el abdomen y lo empujé contra el muro, sino se hubiese desbaratado la cara contra el piso”, relata el preso político a DIVERGENTES en Virginia, Estados Unidos, donde sus captores, Daniel Ortega y Rosario Murillo, lo desterraron junto a 221 reos este 9 de febrero. Hernández intenta que el relato no le quiebre la voz y que sus ojos negros no le agüen. Para él, no sólo se trataba de un compañero de celda, sino de un mito frente a él en una de las mazmorras lúgubres de El Chipote: El ‘Comandante Uno’, el protagonista de la toma de la casa de Chema Castillo (1974) y el Asalto al Palacio (1978), dos de las gestas definitorias de la guerrilla sandinista y que condujeron al derrocamiento del somocismo.
“Lo acosté como pude. Hugo estaba, no sé, convulsionando… Temblando porque creo que estaba sintiendo algún tipo de dolor: apretaba los puños y se escuchaba que le rechinaban los dientes”, reconstruye Hernández. El preso político temió lo peor al percatarse que los ojos del general en retiro estaban abiertos, desorbitados, moviéndose sin sincronía el uno con el otro.
“Como soy cristiano lo primero que hice fue encomendarlo a Dios. Le dije: ‘Hugo, si me escuchas, le estoy diciendo al Señor que te lleve con bien. Que el Señor te reciba. Hugo, en el nombre del Señor pido que se te perdonen todas tus culpas pendientes… Hugo, yo sé que el Señor te va a recibir porque todo este sacrificio no va a ser en vano’. Se me estaba muriendo frente a mí”, recuerda Hernández. Corrió hacia las rejas a llamar al centinela de turno: “¿Me escuchás? ¡Vení, vení ve!”.
Los gritos de Hernández espabilaron a los presos políticos que estaban en las celdas contiguas del pabellón de aislamiento de varones, unos aún despiertos y otros ya casi dormidos. Dora María Téllez, la única mujer que estaba confinada en esa galería, escuchó “la bulla” que provenía de la celda seis, la de Hugo Torres, su excompañero de armas, y con quien en los noventa rompió con el Frente Sandinista “secuestrado” por Daniel Ortega para fundar el Movimiento Renovador Sandinista (MRS). Un partido político conformado por “traidores”, según la visión del caudillo sandinista, al punto que fue uno de los primeros ilegalizados en 2008, una década antes de que las protestas sociales de 2018 cimbraron a Nicaragua.
Desde el cisma en el Frente Sandinista en los noventa, Torres y Téllez han sido perseguidos por su excompañero de armas. Ortega y Murillo señalaron, sin pruebas, a estos míticos exguerrilleros de intentar un “golpe de Estado en su contra” y de “conspirar para cometer menoscabo a la integridad nacional”.
La pareja presidencial inició una cacería de opositores en junio de 2021 para conseguir una elección sin competencia y en ristre estuvieron “los MRS”. Así fueron arrestados el 13 de junio de 2021 los Comandantes Uno y Dos. Téllez trató de ver hacia la celda seis, donde provenía la “bulla”, es decir los gritos de Alex Hernández, atravesando hasta donde pudo su cabeza entre dos barrotes. El campo de visión era limitado. Ella usó los anteojos como espejo y vio al centinela que venía corriendo por el pasillo.
Era el guardia al que Hernández alertó, pero que no pudo abrir de inmediato la celda porque no tenía la llave. Llega otro policía a corroborar la situación y tampoco abrió la celda porque no llevaba la llave. Varios minutos perdidos. “Después abren la reja y otro imbécil que estaba allí le dice a Hugo ‘vamos’, le decía que se levantara, como que él podía… Entonces con mi compañero de celda lo suspendimos hasta el portón de la celda y otro oficial bastante grande se lo llevó cargado”, describe el preso político, y recuerda que una oficial femenina lloraba. “Era una oficial que apreciaba a Hugo; nos dijo ‘cálmense, muchachos, Huguito va a estar bien’. Ella le decía Huguito de cariño porque respetaba su figura. Habían seres humanos en El Chipote, aunque claro, estaban otros seres aborrecibles”, agrega.
Telléz reconoció de inmediato al Comandante Uno cuando el oficial lo llevaba a cuestas: “Cuando pasan frente a mi celda, Hugo va con el brazo izquierdo arrastrándose por el piso, exánime… Yo veo esa imagen y sé que eso no es un desmayo común; era diferente a un desmayo. Era como un blackout, como que le bajaron los breakers”.
“Lo miraba envejecer cinco años al día”
Alex Hernández fue apresado el 23 de agosto de 2021. Hugo Torres ya tenía dos meses y diez días confinado en El Chipote. El joven de 32 años estuvo primero compartiendo celda con el líder campesino Medardo Mairena. Fueron quince días, hasta que fue trasladado con el general en retiro.
Hernández encontró a un hombre mayor, ya afectado por el confinamiento, pero en buen estado de salud y emocional. Un Hugo Torres bromista y dispuesto a echar mano al joven que ingresó devastado a El Chipote. “Él sólo tomaba una pastilla, una vitamina Centrum. De hecho fue Hugo quien me condujo a hacer ejercicios porque llegué con sobrepeso. Me dijo que teníamos que hacer ejercicio, ocupar el encierro para ‘transformarnos mentalmente tanto como físicamente’. Que algo tenía que dejarnos este lugar. No sólo hacer pechadas y caminar en la celda, sino ejercicios mentales para no dejarnos contaminar de malos pensamientos, de venganza… ‘Hay que aprender a perdonar’, repetía Hugo, ‘a dormir con la conciencia tranquila’. A finales de octubre es que él empieza a sentirse mal”, relata el preso político desterrado.
El primer malestar del general en retiro inició en la espalda. Pidió a los carceleros de El Chipote otra colchoneta que le fue negada en varias ocasiones, hasta que accedieron a darle un ibuprofeno. Hernández afirma que el proceso de entrega de medicamentos en la mazmorra “tardaba mucho”. Apura a decir que los médicos eran solícitos, atentos con los presos políticos, pero los medicamentos de las recetas no eran aprobados. “En El Chipote los médicos están sometidos quien sabe a qué autoridad, porque uno de los oficiales nos dijo una vez que nada de lo que nos pasaban a las celdas lo aprobaban sus jefes, sino en otro lado; hasta la escoba que nos permitían era una orden de afuera de El Chipote”, dice Hernández.
La salud de Torres estaba ya golpeada y su compañero de celda lo supo el 20 de noviembre, cuando el general en retiro hizo sus últimas 150 sentadillas. Cinco días antes los presos políticos tuvieron visita y él le informó del malestar a sus familiares. “A partir de noviembre Hugo dejó de ser el Hugo que conocí. Pasó una semana sin hacer ejercicio. Él decía que era el nervio ciático y le dieron un tratamiento nervioso; no me acuerdo el nombre de la pastilla. Le aprobaron otra colchoneta, pero me sorprendió cómo en la cárcel una persona de setenta años puede convertirse en un mes en una de noventa”, cuenta Hernández.
Torres ya no podía estar recostado en el camarote. Se quejaba del dolor. Los oficiales ingresaron a la celda una silla de escritorio, con ruedas, para moverlo con más facilidad al baño. Los médicos de El Chipote le recetaron un analgésico cada ocho horas, pero los carceleros le daban la primera dosis y las siguientes no, hasta dentro de dos o tres días. Una vez lo llevaron al consultorio de la mazmorra para inyectarlo, pero lo regresaron a la celda porque “no había jeringa”.
“Te soy sincero, miraba preocupación en los ojos de los médicos”, afirma Hernández. A inicios de diciembre de 2021, Alex Hernández y el tercer compañero de celda (que por seguridad omitimos su nombre) comenzaron a turnarse para cuidar al Comandante Uno. “Hacíamos turnos de noche y de día para cuidarlo porque no podía dormir. Lo llevábamos empujado al baño porque no podía ni bajarse el pantalón. Tenía mucho dolor y allí fue cuando miraba a Hugo envejecer por lo menos cinco años al día”, dice con consternación el reo político desterrado.
Antes de perder el habla, Torres le dijo a Hernández que le hablara de religión. En los primeros días del encierro el Comandante Uno le relataba al joven de la historia de Nicaragua y las andanzas guerrilleras, de la montaña. “Hugo contaba muchos chistes y un día me dice: ‘vos que conocés mucho de Dios, y yo no soy tan creyente, contame de él. Considero que soy buena gente. Alex, ¿vos creés que eso me alcance para estar entre los escogidos’, me decía”, recuerda el joven. El 7 de diciembre, día de la Gritería de la Purísima, Torres empeoró.
La tiradera de bombas afectó su trémulo estado. Tuvo una crisis y lo trasladaron a la clínica de El Chipote, donde lo inyectaron, y regresó a la celda más aliviado. Pero la mejoría duró hasta el 11 de diciembre. Fue una madrugada de desvelo y preocupación para Hernández. Al siguiente día, cuando los católicos cantan a la Virgen de Guadalupe, los médicos le dieron un medicamento recomendado por un especialista… o eso al menos le dijeron los carceleros a Hernández. “Calculo que eran como las 10:30 de la noche cuando Hugo logra sentarse, la empieza a pasar mal, y se desvanece…”.
– Hugo, Hugo, ¡Hugo! ¿Está bien?
No lo estaba.
Sorpresivamente para los presos políticos, el general en retiro regresó caminando a la celda. Aunque “caminar” es mucho decir, recuerda Dora María Téllez. Torres se iba tambaleando y dos oficiales lo asistían. “Se terminó de deteriorar en la celda. Comía poco, hablaba poco y con desánimo”, acota la exguerrillera sandinista.
Hernández forró con trapos la baranda del camarote para que Torres reposara su cabeza desde la silla. La mañana del 13 de diciembre sus compañeros de celda voltearon al enfermo hacia el patio sol, para que viera pasar gente y no se deprimiera más. De acuerdo al relato de Hernández, esa fue la última vez que el Comandante Uno vio a la Comandante Dos.
“A Dora la llevaron ese día a tomar sol y ella pasó lo más cerca que pudo de la reja de nosotros, sin decir nada. También ese día fue el último que Hugo estuvo con nosotros. Lo llegaron a sacar de la celda para llevarlo supuestamente a la clínica de El Chipote, pero ya no lo regresaron. Hugo salió tambaleándose por el pasillo”, rememora el reo desterrado.
“Te tengo una noticia: murió Hugo”
“El preso político Hugo Torres, general del Ejército en retiro y figura histórica del sandinismo, murió este sábado 12 de febrero en manos de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo”. Así empecé la noticia ese día en San José, Costa Rica. El fallecimiento del Comandante Uno sacudió a los familiares de presos políticos y fue traumático para los exiliados, quienes venían denunciando las condiciones inhumanas en El Chipote. Su muerte lo confirmaba. A través de un escueto comunicado en el que no se detallaron las razones de su deceso, el régimen aseguró que “por razones humanitarias, pidió a la autoridad judicial la suspensión definitiva del inicio del juicio oral y público, lo que fue autorizado por el judicial”. Ya era más que tarde, los gestos “humanitarios” se necesitaron en El Chipote. (Los presos políticos desterrados aseguran que la atención médica en El Chipote mejoró tras el fallecimiento del Comandante Uno).
Torres era uno de los más de 20 presos políticos de la tercera edad, varios de ellos valetudinarios, pero Alex Hernández no lo recuerda como un anciano, sino como un hombre mayor con buena salud. El preso político desterrado no duda que la mala atención médica influyó en la muerte de “su amigo de celda”. Dado el enconado aislamiento en el que estaban los presos políticos en El Chipote, Hernández no sabe qué día exacto le comunicaron la muerte de Torres. Pero se lo dijo otro reo desde una celda contigua, en un susurro: “Te tengo una noticia: murió Hugo…”.
Hernández y su compañero no se sorprendieron, pero se hundieron en tristeza, al ver el camarote vacío en el que uno de los comandantes fundamentales de la Revolución Sandinista, uno de los claves en las gestas de liberación de Nicaragua, pasó sus últimas días sufriendo una agonía lenta y evitable, hasta los estertores que llegaron en el Hospital de la Policía.
“No sé si fue el mismo día que nos dimos cuenta de su muerte, pero empezamos a cantar… a Cantar Pescador…”, y comienza a tararear, bajito, en el frío hotel de Virginia.
Tú has venido a la orilla
No has buscado ni a sabios ni a ricos
Tan solo quieres que yo te siga
Señor, me has mirado a los ojos
Sonriendo has dicho mi nombre
En la arena he dejado mi barca
Junto a ti buscaré otro mar
Tú sabes bien lo que tengo
Que en mi barca no hay oro ni espadas
Tan solo redes y mi trabajo
Los otros presos en las celdas de confinamiento contiguas los siguieron. Los carceleros de El Chipote enmudecieron; la prisión fue engullida por ese cántico de esperanza y rabia. “Después de su muerte me sacaron varias veces a entrevistas y los policías me decían que los presos políticos mentíamos sobre nuestra salud, que hacíamos el show, como excusándose. En fin, yo sé que Hugo está en un mejor lugar. Lo que hizo no fue morir, sino adelantarse a la libertad”, dice con seguridad Alex Hernández.