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Es fundamental tener autonomía material, política y simbólica

Raquel Gutiérrez :: 24.02.23

En esta segunda y última parte de la entrevista con Raquel Gutiérrez, la intelectual mexicana habla sobre la lucha de las mujeres en América Latina, las tensiones en los feminismos y las formas de autonomía como espacio de creación y liberación.

“Es fundamental tener autonomía material, política y simbólica”

 

En esta segunda y última parte de la entrevista con Raquel Gutiérrez, la intelectual mexicana habla sobre la lucha de las mujeres en América Latina, las tensiones en los feminismos y las formas de autonomía como espacio de creación y liberación. Para leer la primera parte, click aquí

—Siguiendo tus vivencias desde la cárcel, desde tu experiencia, ¿cuáles han sido los retos en pensar y actuar desde la autonomía de mujeres? Lo que Lonzi llama un “moverse en otro plano”, desplazándose sin aceptar la mediación patriarcal.

—En la cárcel fue donde hice relación estrecha con un grupo muy joven de feministas autónomas lesbianas que habían llegado recién de Italia, que eran las Mujeres Creando. Ellas estaban recién fundando su movimiento y resultaron ser unas interlocutoras fantásticas para mí. Empezaron a visitarnos cada semana y, en la cárcel de mujeres, se daban debates y discusiones muy interesantes donde aprendíamos mucho las unas de las otras.

Ellas nos insisten en escribir sobre la relación que mantenemos con los compañeros de nuestras organizaciones y a presentar nuestras críticas abiertamente. Ellas me motivaron a escribir ¡A desordenar!… Las llamé alguna vez “parteras” de mis reflexiones más difíciles. A partir de una lucha que organizamos entre las Mujeres Creando, las presas, las familias de los presos -sobre todo, las señoras- y otras aliadas, logramos la libertad de todos los presos políticos de mi organización. Salimos en libertad provisional porque, en cinco años, no habían podido juzgarnos. Nos escapamos por una rendija del sistema judicial que nosotras abrimos con fuerza.

Después de la salida, hacemos una reunión con los compañeros del EGTK, ahora ultra-vigilados y perseguidos, que ya no podíamos volver a la clandestinidad tan fácilmente porque nos habíamos vuelto personas públicas, criminalizadas, y decidimos que, por una temporada, había que volvernos a sumergir en el movimiento de masas y hacer actividad organizativa y propagandística pública. Los aymaras tienen una técnica muy útil que, cuando comienza la reunión, se hacen dos cosas. Primero, se dice qué tiempo cósmico se está viviendo y, después, se dice cómo estás tú en ese tiempo. Cada quien tiene que hablar. Es como un “análisis de coyuntura” que contempla muchas más variables, porque cada quien se sitúa en las condiciones concretas que atraviesa. Esto te da un piso fuerte para el análisis de lo concreto: nos permitió entender una condición en la que no podíamos repetir lo anterior. En esa reunión, acordamos continuar con nuestra “amistad política” -así lo nombraría ahora-, pero tener más distancia entre los diferentes: organizarnos en diferentes lugares cada quien y cada grupo como pudiera, para después reencontrarnos. Unos cuantos de nosotros le metimos mucho trabajo en estos años a la idea de la producción teórica, construimos un nodo de producción intelectual bastante serio e interesante en Bolivia. Y también retomamos el trabajo en los sindicatos.

En la organización mixta que volvimos a levantar, yo sé que trabajé muchos años como “hermana predilecta”, refiriéndome a la formulación de Carla Lonzi. Conozco ese papel. Vuelves a trabajar en un grupo compuesto principalmente por varones, discutes con ellos casi todo el tiempo, ellos te reconocen, pero te vas cansando mucho, pues, sobre todo en momentos duros, hay un desconocimiento muy fuerte de las habilidades y capacidades nuestras. Algo de este conocimiento es lo que trato de comunicar en mi primera carta de los folletos Cartas a mis hermanas más jóvenes. Yo, en aquellos años, no tuve la capacidad suficiente para simbolizar mi propio trabajo y mi propia fuerza. Sin esa autorreflexión, me repetía y me enojaba con los compañeros, y ahí desarrollaba una especie de capacidad de comportarme como un “varón honorario”,  pero era muy desgastante, muy cansado, muy horrible.

Ahora sé que es fundamental tener autonomía material, autonomía política y le añadiría, sin duda, la autonomía simbólica, que es esta otra cuestión que empuja a poder entender y significar cualquier acción a partir de nuestros propios cuerpos, que tienen marcas diferenciadas. Se necesita mantener mucha atención, especialmente si nuestras acciones ocurren en medio de una estructura fuertemente patriarcal. Autonomía simbólica significa asumir el quiebre que va a presentarse en una misma y en el contexto en el que una está actuando.

El quiebre de las significaciones dominantes que producen las acciones de las mujeres converge en autonomía simbólica. Esto es central. Y así como no hay autonomía política si no hay autonomía material, tampoco hay persistencia en la autonomía política si no alcanzas autonomía simbólica. Se requiere asumir lo que se rompe, lo que se altera y, desde ahí, continuar. Esto me ha dado mucho trabajo entenderlo. Hay muchos límites que te imponen ciertas prácticas patriarcales y cuesta mucho esfuerzo desafiarlos, aun si sabes que, si no rompes esos límites, volverás a ir por caminos estériles.

—Desde tus vivencias y desde la energía vital de la autonomía, ¿cómo llegaste a impulsar y repensar la fuerza de las prácticas feministas que hoy, de forma nueva, han estado generándose?

—Yo me regreso a México, desde Bolivia, a mediados de 2001, cuando acá acababa de pasar la Marcha del Color de la Tierra y el EZLN estaba impulsando una profunda reforma del Estado mexicano. Justo se estaba discutiendo en el Congreso si México, como país, iba a reorganizarse en términos de reconocimiento de la autonomía de los pueblos indígenas, que se proponían ser reconocidos constitucionalmente como sujetos políticos de hecho y de derecho. En esos años, había en México un proceso de acumulación de fuerza muy potente, se sentía mucha apertura. La primera lucha que conozco y me entusiasma mucho -aunque no participo directamente en ella- es el levantamiento de los pueblos de Atenco contra el afán de construir el aeropuerto de la Ciudad de México. Hubo varios levantamientos locales similares, que se confrontaban con los planes desarrollistas del capitalismo local. Fueron los años de la Otra Campaña zapatista y de la rebelión en Oaxaca, en 2006. Eso pasaba cuando yo volví a México, casi 19 años después de haberme ido del país. Como allá seguía mi proceso judicial, pues estábamos en “libertad provisional”, entonces me tuve que fugar. Había vuelto a México y ya no podía regresar a Bolivia ni tampoco salir del país. Cuando llegué a México, tenía dos certezas: no permitiría que nadie expropiara mi fuerza e iba a trabajar con mujeres, buscaría alianzas y ensayaría qué pasa si cultivaba acuerdos de fondo a través del “entre mujeres”. Levantamos entre varias compañeras un colectivo que se llamó Libertad y comenzamos a dar discusiones muy importantes. Ellas me acompañaron a Bolivia cuando volví allá unos años después.

También empecé a trabajar en un ambiente muy masculino, como es el del sindicalismo, pues había una lucha en marcha en aquel momento contra las privatizaciones. Me vinculé a la disidencia sindical del sector eléctrico. Con ellos, recorrí México, país que no conocía plenamente. Sostuve ese trabajo porque construí una alianza intensa con una mujer electricista, con quien compartí muchas experiencias en ese tiempo y varios años después.

Fue después de este trabajo inicial en México, y con esa compañera, que me empeñé en el proceso autónomo de la Casa de Ondas, un proyecto colectivo para la reciprocidad, fundado por dos mujeres distintas y en alianza, ubicado en la colonia Santa María La Ribera, en la Ciudad de México. El proyecto nació bajo la pauta de articulación de segmentos autónomos urbanos -ensayando lo que yo había aprendido en Bolivia- y, con otras compañeras y algunos compañeros también, echamos a andar una editorial autogestionada. No ensayamos, en aquellos momentos, una acción de producción cooperativa generalizada como la que el movimiento de mujeres de Kurdistán pudo realizar en ciertos momentos, después de que tuvieron tierras. Nosotras actuábamos en un contexto urbano, donde la relación de explotación del trabajo es muy drástica, y notábamos la fuerza de las luchas contra la expropiación y el despojo que practicaban muchísimas comunidades. En esos años, fui entendiendo con más claridad cómo la estructuración patriarcal del mundo está fundada en garantizar relaciones de expropiación de las creaciones de las mujeres y en la explotación diferenciada de su fuerza de su trabajo.

Resumiendo, porque estoy mencionando muchas cosas muy a la rápida: yo me vine a México cuando iba a cumplir 40 años. Llegué acá sin nada, con una maleta chiquita donde traía unos cuadernos de notas, un par de mudas y un cepillo de dientes. Con eso regresé de Bolivia casi 20 años después. Con mis nuevas amigas, compañeras y con el apoyo siempre de mis hermanas, pude mantener un lado optimista y cultivar la capacidad de regenerarme. También empecé otra vez a vincularme con lo que estaba pasando en ese tiempo en el continente: los levantamientos y rebeliones indígenas comunitarios, tanto de Ecuador como de Bolivia, estaban poniendo en crisis los Estados nacionales y se producía una fuerte impugnación al orden estatal, a sus rasgos liberales. Esta inmensa lucha se recodificó, después, en términos de lucha plurinacional centrada en la reforma del Estado, aunque el proceso de lucha desbordaba ese estrecho límite. La manera de encausar el proceso político fue bastante tramposo. Como dice un compañero, se trató de la traducción del grito de rebelión a la prosa administrativa. Al final, se mantuvo vigente una economía capitalista nacional, por su estructura y su formato legal, y solo se discutieron elementos culturales, maneras “más blandas” de integrar la diferencia en estructuras políticas añejas y rígidas.

No salió bien el ensayo de “Estado plurinacional”. Tengo la impresión, ahora, de que no hay que poner “plurinacional” en relación al sustantivo “Estado”. Plurinacional es un adjetivo, un encuentro plurinacional o un movimiento plurinacional es algo diferente, es la habilidad de tejer diferencias y generar condiciones de equilibrio y respeto en la heterogeneidad. Creo que conviene pensar en qué articulación política puede sostener la plurinacionalidad, sabiendo que un Estado capitalista parcialmente reformado no será capaz de hacerlo. Existe una lógica capitalista del Estado que no puede reformarse a través de la plurinacionalidad. Se requiere disolver esa lógica que es fundamentalmente económica y que se separa fácilmente de lo político. 

—En respecto de la subversión, ¿qué retos comunes sientes hoy en los movimientos sociales entre Kurdistán y Abya Yala en la rearticulación de la fuerza colectiva desde la lucha antipatriarcal?

—En común, veo la clara idea de que las voces y las alianzas de las mujeres tienen que quedar colocadas en el centro de las acciones de transformación política y económica.

Antes de la pandemia, estaba justamente investigando sobre las novedades políticas que produjeron las articulaciones feministas y de las mujeres en varios países del continente, en los momentos más intensos de la rebelión feminista y de las mujeres. Viajé bastante entre Argentina y Uruguay en particular; y también conocí las experiencias que ocurrieron en Ecuador, Colombia y Guatemala, entrando en discusión con muchas compañeras. Sentí que necesitábamos hacer honor a la obra de Carla Lonzi, porque notaba cómo el movimiento feminista está erosionando fundamentos lógicos, epistemológicos y políticos muy hondos de la estructuración patriarcal del mundo. Por mi afición de estudiar lógica, me daba cuenta cómo eso sucedió vertiginosamente durante unos años: lo que se presenta a veces como inconsistencia al interior del movimiento, lo que aparece como asunto incoherente o ambiguo en la lucha misma, en realidad, es una técnica de la pragmática vitalista –como dice Verónica Gago–, una habilidad de la propia lucha feminista para no dejarse atrapar en los límites de lo dado, de lo prescrito; una técnica para desbordar lo prescrito y generar nuevas aperturas.

En un trabajo más formal –Los ritmos del Pachakuti…-, he llamado a esas inconsistencias o ambigüedades “problemas de primer orden” dentro del movimiento. Este “primer orden” alude a las cuestiones eminentemente prácticas del desenvolvimiento de los sucesos de lucha. Refiere a las discusiones y decisiones situadas que se protagonizan al calor de las disputas que se van produciendo en la propia lucha. Al calor de las luchas, siempre se están abriendo situaciones inéditas que no pueden sortearse sin contradicción, donde hay que improvisar y aferrarse a subvertir e impugnar lo que limita la propia lucha, a veces de manera ambigua. Por otro lado, esforzarse por entender y volver comunicable lo que se aprende en la lucha misma es otro orden del problema: corresponde al segundo orden. Al orden de la explicación y de la enunciación de la estrategia que se está construyendo. Trabajé algunos años para contribuir a construir esas explicaciones y para entender las estrategias que se desplegaron en este continente. Y, por supuesto, algo muy relevante y valioso para mí y para muchas ha sido todo el esfuerzo que han realizado ustedes, como mujeres en lucha del pueblo kurdo que renuevan los debates y las estrategias de la revolución. 

Por una serie de razones, por la brutal devastación de la guerra en Siria, de la previa y actual guerra en Irak, en la percepción histórica del pueblo kurdo, se vive en un terreno terriblemente devastado que las comunidades tienen ahí que regenerar, pero nosotras, en este continente, también estamos en condiciones durísimas. Entonces, ¿qué es lo que hay que privilegiar? El asunto de la garantía del sustento, de la garantía de posibilidad de existencia. Eso es un gran desplazamiento que exige pensar también los términos de la autodefensa de lo que se construye y se produce. La lucha cotidiana adquiere ahí una relevancia fundamental y la defensa de lo creado también se vuelve vital.

La pandemia dificultó bastante la articulación más allá de lo local e, incluso, transfronteriza entre feministas diversas, aunque fuimos capaces de mantener abiertas varias discusiones potentes. Creo que ahora vuelve a ser muy importante el desafío de practicar la articulación entre diversas sobre la base de las prácticas de lucha que cada quien sostiene. Porque las prácticas van empujando el pensamiento y poniendo en su lugar los problemas. Lo vimos durante los años previos a la pandemia: tanto en las aperturas logradas por la movilización feminista urbana contra todas las violencias, en las luchas por justicia y contra la muerte y la desaparición, en los esfuerzos contra la precarización de la vida; y también en el conjunto de luchas en defensa de la vida, de los bienes comunes y de los territorios que comenzaron a poner en crisis las estructuras llamadas “mixtas”, que, en realidad, son patriarcales. En esos años, se iba generando una convergencia virtuosa, nutrida por muchísimas mujeres jóvenes en las calles que están sacudiendo aspectos centrales de la estructura social patriarcal, que se abre a y renueva la crítica anticapitalista y anticolonial.

Estos esfuerzos han perdido parte de su visibilidad, aunque siguen ocurriendo de modo menos ruidoso y quizá a nivel más local. Ha habido todo un esfuerzo impulsado desde muchos flancos -religiosos, económicos, académicos, políticos y militares y paramilitares- por desdibujar o diluir la radicalidad de las luchas de las mujeres y feministas, y su capacidad de convergencia masiva durante los últimos cinco años. Por ejemplo, durante el segundo año pandémico, noté que muchos de estos movimientos y colectivas se encapsularon en competencias sectarias, de corte falazmente ideológico, descuidando el cultivo de sus capacidades políticas comunes. Y todo esto regido por la lógica aristotélica más rancia, anclada en el principio del “tercero excluido”: ¿eres abolicionista o no lo eres?, ¿reconoces la lucha trans o no la admites? Percibo una especie de autofagocitación en una parte del movimiento y también una captura que encapsula otra vez “la lucha contra todas las violencias”, que fue un objetivo muy amplio a desplegar -y que, justamente, abría la crítica al capitalismo colonial que existe acá-, reduciéndolo a regulaciones sobre cómo paliar la “violencia de género”. Hay peligros y dificultades inmensas. Por eso, habrá que estar atentas a la movilización y claridad que alcance a desplegar la fuerza feminista, sobre todo, en la emblemática fecha del 8 de marzo.

También creo que es importante recuperar la capacidad de equilibrar las diferencias que se vuelven confrontación binaria e identitaria, procediendo otra vez desde una lógica distinta, como la lógica andina o la lógica de la práctica feminista más potente que se guía por un principio de “la tercera incluida”. Este principio no tiene nada que ver ni con la “tolerancia” ni con una especie de promedio entre posturas contrapuestas: significa mantener abiertas las diferencias con toda claridad, pero sin eliminarnos unas a otras, sin incapacitarnos para luchar de manera conjunta, en co-presencia pues.

Por otro lado, en Kurdistán, percibo que hay un rasgo del movimiento de mujeres altamente organizado por patrones comunitarios, por su historia y por sus necesidades locales. Acá, veo la enorme necesidad de volver a estar juntas, de empezar a tomarnos tiempo, de recuperar fuerza también para garantizar la autonomía material del movimiento. Pensando en el trabajo de Azize Aslan*, siento que es central la reflexión que el movimiento de mujeres de Kurdistán tiene sobre autonomía material y la experiencia en la creación de cooperativas, que allá está mucho más sistematizada.

Esos rasgos organizativos, claramente, nos pueden ir ayudando a pensar nuestras dificultades de forma más profunda. Nosotras, al trabajo articulado para fines concretos, le llamamos “producción de lo común”: establecemos términos para producir decisiones colegiadas sobre cuestiones ancladas en lo concreto, armar una cooperativa, organizar una lucha o perseguir un violador: se convoca a la reunión, se delibera y se hacen cosas concretas. ¿Cómo se hace? Se producen decisiones conjuntas. Ahí brota la capacidad política.

Esta es, para mí, la auténtica escuela de politicidad concreta y práctica, que no excluye el momento reflexivo y teórico, pero que no se queda ahí. Ser capaces de volver a producir común, en medio de este mar de precariedad y violencia, es un reto central para la articulación política. El tema problemático también es cómo simbolizamos lo que hacemos, de qué manera lo significamos. La capacidad de simbolizar lo propio como potencia, aunque tenga muchas contradicciones, es quizás lo más hondo que nos han arrebatado como mujeres en términos de la estructuración patriarcal del mundo. Entonces, hay que tomar muy en serio la cuestión de simbolizar lo que hacemos, de decirlo, de exhibirlo, de mostrarlo, de contarlo.

Notas:

*Azize Aslan: autora del libro Economía Anticapitalista en Rojava. Las contradicciones de la revolución en la lucha kurda (BajoTierra Ediciones, 2022). Aslan es kurda, docente, activista del Movimiento de Mujeres del Kurdistán. Trabaja temas vinculados a la Jineolojî, la economía de las mujeres y el proceso del cooperativismo en Kurdistán, especialmente en Rojava (Kurdistán sirio).

FUENTE: Alessia Dro / La tinta

 


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