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Las caras del decrecimiento: ¿consigna o alternativa?

Eduardo Gudynas :: 13.03.23

El Gustavo Petro candidato sostuvo que emprendería un desescalamiento gradual de la dependencia económica del petróleo, se prohibiría el fracking y se dejarían de dar nuevas licencias. La sorpresa estuvo en invocar al decrecimiento para justificar esos propósitos. La palabra la lanzó la nueva ministra de minas y energía, Irene Vélez. Inmediatamente se desencadenó una fuerte polémica, en la que muchos defensores del gobierno pasaron a apoyar el decrecimiento, mientras al mismo tiempo los opositores lo rechazaron, sin que quedara en claro si unos u otros realmente supieran sus significados e implicaciones.

Nadie podía sorprenderse con las intenciones del nuevo gobierno en la Casa de Nariño en reformar el sector petrolero, ya que lo había anunciado tiempo antes. En efecto, el Gustavo Petro candidato sostuvo, por ejemplo, que emprendería un desescalamiento gradual de la dependencia económica del petróleo, se prohibiría el fracking y se dejarían de dar nuevas licencias (1). La sorpresa, en cambio, estuvo en invocar al decrecimiento para justificar esos propósitos. La palabra la lanzó la nueva ministra de minas y energía, Irene Vélez, acosada por la prensa en el Congreso Nacional Minero en Cartagena, en un intento de explicación (2).

Inmediatamente se desencadenó una fuerte polémica, en la que muchos defensores del gobierno de la noche a la mañana pasaron a apoyar el decrecimiento, mientras al mismo tiempo los opositores lo rechazaron, sin que quedara en claro si unos u otros realmente supieran sus significados e implicaciones.

Una historia reciente

Para despejar las dudas, recordemos que el término decrecimiento tiene sus raíces en Francia. Se asume que fue empleado por primera vez por el intelectual y activista André Gorz, en 1972, al señalar que el equilibrio con el planeta requiere un no-crecimiento, e incluso un decrecimiento, para enseguida preguntarse si eso es compatible con el capitalismo (3).

A partir de inicios de la década de 2000, la palabra se popularizó sobre todo en espacios académicos, destacándose el empuje del economista Serge Latouche, también francés y autor de varios manuales. Petro presentó como referente de esa posición precisamente a Latouche en un mensaje de twitter, señalando que fue lo primero que le enseñaron cuando estudió en Bélgica (4). La idea se difundió en España, luego en otros países de Europa occidental, más recientemente en

Estados Unidos, y su presencia se percibe en América Latina

Es importante advertir que, tal como el propio Latouche reconoce, la palabra utilizada, décroissance, es una “consigna”, un “estandarte” e incluso un “slogan”. En esa formulación no se estaba ante una teoría o modelo, sino asumiendo una postura con el propósito de “señalar claramente la renuncia al objetivo del crecimiento ilimitado, cuyo motor no es otro que la búsqueda del beneficio de quienes detentan el capital con consecuencias desastrosas para el entorno y por ende parta la humanidad” (5). Esto explica que Latouche considerara que el decrecimiento también era un sinónimo de un cuestionamiento a todas las ideas sobre el desarrollo, o a las del capitalismo.

El término ganó en adhesiones y comenzó a ser empleado por algunas personas y organizaciones en movimientos sociales. En ese flanco se destaca la tarea de popularización de Carlos Taibo, especialmente en España, imprimiéndole un tono libertario al decrecimiento. Se sucedieron aportes académicos, como los originados en la Universidad de Barcelona, más recientemente se sumaron autores de habla inglesa, y tuvieron lugar concurridos congresos en Europa. También se observan superposiciones de esa idea con las primeras formulaciones del postdesarrollo de Arturo Escobar (abordadas sobre todo en la academia), o con la crítica al desarrollo en clave localista de Gustavo Esteva (con expresiones tanto académicas como en organizaciones locales). Se desemboca de este modo en una situación donde por un lado hay mayor interés en el decrecimiento pero por el otro se suman definiciones lo que la hace más imprecisa. El recuadro adjunto ilustra algunas de las definiciones más recientes.

Condiciones naciones e internacionales

El propósito del gobierno colombiano de abandonar la dependencia petrolera, e incluso la del carbón, quedó enmarcado en el decrecimiento tras las declaraciones de la ministra de minas y energía, y el respaldo presidencial. Más allá de los debates coyunturales, esa meta es muy positiva, y Colombia podría innovar en ese esfuerzo ensayando una despetrolización que sirva de ejemplo para muchos otros países que seguramente deberán seguir un camino similar en un futuro cercano. Pero debe examinarse las razones por las cuales se justifican esas reformas con el sector petrolero y si la plataforma del decrecimiento, que se acaba de resumir, es el marco adecuado para ese fin.

La ministra Vélez sostuvo en aquella recordada declaración que “Nosotros necesitamos exigirles también en el marco de esta geopolítica global a los otros países que comiencen a decrecer en sus modelos económicos” (6). Esa invocación al decrecimiento fue aprovechada por la prensa convencional y por sectores conservadores para atacar a la ministra, al gobierno y a cualquier intento de regular los sectores extractivos. Era sencillo alimentar el temor en la audiencia ya que esa palabra a los oídos de casi todos invocaba una caída económica. Al mismo tiempo, algunas respuestas académicas no fueron efectivas en disipar las dudas sea por el tratamiento superficial como por colocar bajo esa palabra todo lo bueno o todo lo malo. Ninguno de esos caminos es útil para analizar las políticas públicas.

Si se toma la idea de decrecimiento específicamente como una crítica al mito del crecimiento, no es fácil sostener una relación inmediata, directa y causal que imponga la despetrolización. En cambio, si se siguen las definiciones que aluden a reducciones planificadas y graduales en el consumo de materia y energía, se justifican medidas como las anunciadas por el gobierno Petro. De todos modos, lo peculiar en esta cuestión es que la ministra no necesitaba apelar al decrecimiento para justificar sus planes, ya que existe mucha evidencia científica que desnuda los impactos de los extractivismos petroleros, tales como la contaminación de suelos y aguas, la pérdida de biodiversidad, o sus responsabilidades en el cambio climático.

Tampoco está claro cuál es la interpretación del decrecimiento a la que se adhiere el gobierno. No sólo esto, sino que si se escucha lo que realmente dijo la ministra Vélez, se encontrará que quienes deben decrecer son los países compradores de los recursos naturales colombianos, y que ello se convierte en una condición para la reforma dentro del país. Son los “otros países” los que deben “comenzar a decrecer”, sostuvo Vélez, y agregó: “De ese decrecimiento depende que nosotros logremos un equilibrio mayor y que los impactos del cambio climático nos afecten menos”. Este viraje internacionalista tiene consecuencias que no deben pasar desapercibidas.

Bajo esa formulación, se asume que el primer paso debería ser una reducción en el norte rico, lo que a su vez reduciría la apetencia por el consumo de recursos naturales en el sur, llevando a que países como Colombia redujeran sus exportaciones de hidrocarburos. La lógica que se esgrime es que las reformas y mejoras en el país pasan a depender de políticas públicas que deben tomar otros países. Esa posición además se refuerza con discursos ministeriales y presidencial que repetidamente enfatizan asuntos globales, como el cambio climático, corriendo el riesgo de dejar en segundo lugar los dramas socioambientales locales y nacionales. Sin embargo, aún si los hidrocarburos colombianos no alimentaran el cambio climático, dadas la severidades de los efectos que su explotación tiene sobre la salud, la tierra y el agua, deben ser urgentemente reformado y donde sea indicado deben ser cancelados.

Al mismo tiempo parecería que no se han atendido las experiencias en los países vecinos que también esbozaron políticas públicas de reformas en hidrocarburos bajo similares razonamientos de condicionalidad internacional. En efecto, las administraciones de Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia, cada una a su modo, sostenían que las opciones para intervenir en la explotación petrolera dependían de condiciones internacionales, que en la práctica se traducían en reclamar asistencia financiera. En su formulación más simple, se planteaba que se dejaría de explotar petróleo, y con ello se reducirían emisiones de gases invernadero, si se recibía una compensación económica desde la comunidad internacional. Aunque no faltaron quienes apoyaban esos razonamientos, quedó en claro que se caía en unas posturas absurdas que pueden ser fácilmente explicadas con una analogía: sería como sostener que Colombia aseguraría la salud de sus ciudadanos solamente si los países del norte le compensaran con dinero al gobierno por sus gastos. Como tal cosa nunca ocurrió, eso desembocó en que los extractivismos petroleros continuaron en Ecuador y Bolivia. Al contrario de ese razonamiento, debe quedar en claro que el primer interesado en acabar con los impactos extractivistas así como con otras injusticias es el propio país, y ello no puede estar condicionado a la asistencia o compensación desde otros Estados.

Estas consideraciones permiten insistir en que la despetrolización no depende de si las naciones del norte crecen, se estancan o decrecen, o si brindan dinero. La respuesta ministerial debería haber tenido presente esa condición para inmediatamente dejar en claro que la más importante y urgente razón se encuentra dentro de la propia Colombia: los impactos sociales, sanitarios, territoriales y ambientales de esas actividades en muchos sitios son intolerables, sus efectos económicos son cuestionables, y sus implicaciones políticas y geopolíticas son severas. Para resolver esos problemas se requieren múltiples intervenciones, desde cambios en el régimen tributario a asegurar la calidad de las evaluaciones ambientales, desde un adecuado monitoreo de sus emplazamientos al manejo de riesgos y accidentes. Hasta ahora los impactos de los enclaves petroleros en buena medida los sufren las comunidades locales y la naturaleza, y sus costos económicos son transferidos al Estado o la sociedad, todo lo cual es inadmisible.

Dando un paso más, las transformaciones en la explotación petrolera deben ir de la mano con reformas en todos los demás sectores extractivistas, incluyendo minería, agricultura, ganadería y forestal. En el gobierno hay una tendencia a enfocarse en reformas que denomina despetrolización en unos momentos, o transiciones energéticas en otros, pero deja rezagadas las medidas para enfrentar los demás extractivismos. De hecho existen impactos por extractivismos mineros y agropecuarios que pueden evaluarse como más severos que los registrados al explotar hidrocarburos.

Del mismo modo, la insistencia en ejemplos o discusiones propias del hemisferio norte, y en particular europeas, también debería balancearse con una mayor atención a las alternativas a los extractivismos que se han explorado en los países sudamericanos. Existen estudios, debates, ensayos, con sus logros y derrotas, especialmente en Perú, Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela, que son todos muy valiosos para nutrir una reflexión en Colombia.

Potencialidades, límites y alternativas

Habiendo completado un recorrido, aunque esquemático, del debate actual es posible dar unos pasos más hacia las alternativas. En primer lugar se debe reconocer que la referencia al decrecimiento obliga a una discusión que es importante aunque compleja, que no es resumible en titulares y que encierra múltiples componentes. Por esa razón, el simplismo es un enemigo a esquivar, ya que fácilmente sirve para criticar al gobierno, por sus opositores, como si se hubiera propuesta un apocalipsis económico, como para evitar defensas dogmáticas que ahora creen en el decrecimiento como una bendición.

Evitando esos males, el decrecimiento encierra tanto potencialidades como limitaciones, y varias de ellas deben pensarse bajo las condiciones latinoamericanas. Ese propósito de cuestionar al crecimiento como representación y organización de una economía debe ser valorado. En todos los países hay una obsesión con esa condición, y en especial con el Producto Interno Bruto (PIB) como indicador privilegiado del estado de una nación. Obliga, además, a tener en claro que un crecimiento perpetuo es imposible porque los recursos naturales, como pueden ser los hidrocarburos o minerales, son limitados y, de modo similar, las capacidades de los ecosistemas de tolerar los impactos también están acotadas. De ese modo, la crítica decrecentista puede servir en desnudar los límites del capitalismo.

A pesar de la importancia de esas posibilidades, la palabra utilizada encierra varios problemas que son inevitables. Es que al escucharla casi nadie piensa en un ejercicio crítico, o en imaginar una alternativa postcapitalista, sino que surgen recuerdos de crisis económicas y recesiones que todos hemos padecido en América Latina.

Una interpretación más ambiciosa del decrecimiento, como crítica y alternativa al mismo tiempo, desencadena otros problemas. En su sentido estricto carece de sentido porque implicaría que toda una economía nacional se redujera. Es cierto que hay decrecentistas que alertan que ese no es su propósito, e incluso Latouche advierte que el término no impone un crecimiento negativo, pero eso no resuelve que para las mayorías se estaría proponiendo una contracción, que por más planificada que sea, termina recordando una recesión. En América Latina, sea una comunidad campesina o una asociación vecinal, en contextos de pobreza y violencia, las recesiones son condiciones que se desean evitar, y eso limita la utilidad de esa palabra para discutir o imaginar alternativas. Esa limitación parece minimizarse, e incluso asoma la paradoja de un discurso del decrecimiento que aunque a veces va de la mano con la reivindicación de los saberes del sur, en realidad es más un reflejo de la academia del norte, y expone limitadas experiencias con organizaciones populares.

Desde el punto de vista conceptual, el decrecimiento de alguna manera sigue atrapado en la centralidad de la categoría crecimiento, ya que presenta como alternativa su némesis. Si la finalidad es desenmascarar el mito del crecimiento, removiéndolo del sitial privilegiado, deberíamos hablar del a-crecimiento. Como paso siguiente, deben quedar claros los objetivos perseguidos, pongamos por caso el bienestar de las personas y la sobrevida de la naturaleza, o diciéndolo desde otra mirada, asegurando las justicias social y ecológica.

Algunas de las alternativas al desarrollo latinoamericanas ofrecen ese planteamiento. Establecen como objetivos, por ejemplo, el buen vivir, y ese propósito no está asociado o expresado en crecimiento o decrecimientos económicos. Por lo tanto, habrá sectores de las economías nacionales que deben crecer, tales como los enfocados en salud, educación o vivienda. Se necesitan más hospitales, escuelas y casas, con más profesionales en ambas áreas, y todo ello desembocará en un crecimiento económico. Otros sectores podrán mantenerse igual, mientras que sin duda hay algunos que deben decrecer en nuestros países, comenzando por los que sostienen consumismos superfluos y propios de la opulencia. El propósito es dejar atrás un desarrollismo productivista que sirve a la acumulación de capital, que más allá de organizarlo desde políticas conservadoras o progresistas, impone desigualdad y contaminación.

En ese esfuerzo es importante no quedar atrapado en modas, repitiendo la del decrecimiento porque se popularizó en París o Barcelona, sino en buscar nuestras propias soluciones ajustadas a nuestras urgencias y necesidades. El decrecimiento puede colaborar en esa tarea pero no resuelve todos los desafíos que enfrentamos.



Decrecimiento, visiones e interpretaciones

2008: El decrecimiento es simplemente un estandarte tras el cual se agrupan aquellos que han procedido a una crítica radical del desarrollo y que quieren diseñar los contornos de un proyecto alternativo para una política del posdesarrollo. S. Latouche (Francia)
La apuesta por el decrecimiento. Icaria, Barcelona.

2009: […] hay que reducir la producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales. C. Taibo (España)
En defensa del decrecimiento, Catarata, Madrid.

2015: El decrecimiento es […] una crítica a la economía del crecimiento. Reclama la descolonización del debate público hoy acaparado por el lenguaje economicista y defiende la abolición del crecimiento económico como objetivo social. G. Kallis (Grevia), F. Demaria (España) y G. D’Alisa (Italia).
Decrecimiento. Vocabulario para una nueva era. Icaria, Barcelona.

2020: Es una reducción planificada de energía y recursos empleados para que de modo seguro, justo e igualitario, la economía regrese a un balance con el mundo viviente. J. Hickel (Inglaterra).
Less is more. How degrowth will save the world.W. Heinemann, Londres.


1 Menos Petro, candidatos piden seguir con la operación petrolera, A. López S., Portafolio, Bogotá, 19 abril 2022.

2 Minminas Irene Vélez dice que hay que exigirles a países que decrezcan, El Tiempo, Bogotá, 2 de setiembre 2022.
3 Intervención en una mesa redonda convocada por Le Neuvel Observateur, publicada en: Ecología y Revolución, Nueva Visión, Buenos Aires, 1975.
4 Mensaje en twitter 1 setiembre 2022, https://twitter.com/petrogustavo/status/1565448893621469191
5 Pequeño tratado del decrecimiento sereno, S. Latuche, Icaria, Barcelona, 2019, p 16.
6 Ibíd., Minminas Irene Vélez dice que …, El Tiempo, Bogotá, 2 de setiembre 2022.

*Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (Claes). Su libro sobre extractivismos y corrupción fue publicado por Ediciones Desde Abajo.

 


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