La izquierda del continente se fue distanciando gradualmente del régimen, a tal punto que ninguna fuerza o personalidad significativa lo defiende y el gobierno Ortega-Murillo está ausente en las cumbres y reuniones regionales para evitar la condena. Comprender las razones de la conversión de la revolución en dictadura está siendo sin embargo una empresa más compleja, aunque se evidencian algunos avances.
La izquierda del continente se fue distanciando gradualmente del régimen, a tal punto que ninguna fuerza o personalidad significativa lo defiende y el gobierno Ortega-Murillo está ausente en las cumbres y reuniones regionales para evitar la condena. Comprender las razones de la conversión de la revolución en dictadura está siendo sin embargo una empresa más compleja, aunque se evidencian algunos avances.
“Me parece peligroso que se asocie el pensamiento de izquierda con el régimen de Ortega porque es abrazarte a un monstruo y hundirte con él”, sentencia Gregory Randall, ingeniero y profesor universitario en Montevideo. Asegura a Otras Miradas que no denunciar al régimen Ortega-Murillo desde la izquierda tendrá un efecto de “catástrofe moral, como en su momento la no denuncia de los crímenes del estalinismo significó una desastre para el comunismo que nos afecta hasta hoy”.
Hijo de Margaret Randall, destacada feminista solidaria con la revolución sandinista en la década de 1980, Gregory fue uno de los dos redactores del manifiesto titulado Nicaragua, otro zarpazo y… ¿otro silencio?,que en junio de 2021 denunció al régimen con la rúbrica de personalidades como José Pepe Mujica, Lucía Topolansky, William I. Robinson y Elena Poniatowska.
La dictadura está tan aislada en el plano internacional como entre la izquierda continental, al punto que la mayoría de los partidos y movimientos sociales la condenan o evitan pronunciarse, siendo apenas un puñado los que mantienen su respaldo al régimen. La percepción sobre lo que sucede en Nicaragua ha ido cambiando lentamente en las últimas décadas, superando los lazos históricos y emocionales, prevaleciendo los valores propios de la izquierda contra el autoritarismo.
En la séptima cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) celebrada el 24 de enero en Buenos Aires, ningún gobierno de los 33 países que la integran apoyó explícitamente al régimen Ortega-Murillo. El aislamiento internacional fue tan evidente, que el presidente de Nicaragua decidió no asistir a la cumbre, pese a que la presencia del recién electo Luiz Inácio Lula da Silva le otorgaba un carácter especial al encuentro. En su lugar, asistió el canciller Denis Moncada Colindres.
En dicha cumbre el presidente de Chile Gabriel Boric demandó la liberación de los presos políticos y la condena de los atropellos a los derechos humanos “independientemente del signo político de quien gobierne”. Varios gobiernos progresistas de la región ofrecieron la ciudadanía a los expatriados cuando Ortega y Murillo los despojaron de ella, como los de Argentina, Chile y México, paso que fue seguido casi inmediatamente por el gobierno del colombiano Gustavo Petro. Aunque el gobierno de Lula no se pronunció, su canciller Mauro Viera consideró a Ortega como un dictador y anunció que Planalto tomará distancias.
En los dieciséis años transcurridos desde que asumió su segunda presidencia, Daniel Ortega sufre mayor soledad que cualquier otro gobierno de la región. Aunque los grandes medios y la derecha continental intentan colocar a Venezuela y a Cuba en el mismo renglón de Nicaragua, la situación es completamente diferente. La izquierda latinoamericana está tomando partido frente al régimen autoritario de Nicaragua, mantiene reservas sobre Venezuela y sostiene su histórico apoyo a Cuba. En las izquierdas y en los movimientos sociales abundan las declaraciones de solidaridad con la isla y emiten también señales de respaldo a Venezuela, dos países que sufren un verdadero bloqueo y presión política de Estados Unidos. Pero Nicaragua recibe el respaldo explícito de organismos financieros alineados con Washington, como el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Las críticas al gobierno de Ortega se han extendido desde los pequeños núcleos iniciales hasta el masivo y contundente rechazo actual. En ese cambio jugó un papel decisivo la revuelta popular de 2018, que a través de la represión mostró la cara más sangrienta del régimen. Pero también el permanente alineamiento con Estados Unidos y el gran empresariado debilitó la imagen del presidente, al neutralizar el discurso antiimperialista con el cual la dictadura pretende enmascarar una realidad marcada por la corrupción y la represión. El encarcelamiento de opositores y las duras condiciones de reclusión, terminaron por convencer a muchas izquierdas que el gobierno Ortega-Murillo es una dictadura.
El largo sendero del sentido común
En junio de 2008, año y medio después de asumir el gobierno el binomio Ortega-Murillo, personalidades como Eduardo Galeano, Noam Chomsky, Ariel Dorfman, Salman Rushdie, Juan Gelman, Tom Hayden, Bianca Jagger y Mario Benedetti, entre otros, firmaron un mensaje que titularon “Dora María merece ser escuchada”. La excomandanta Dora María Téllez, expulsada del país y despojada de su nacionalidad el 9 de febrero de 2023, estaba realizando una huelga de hambre para impedir que le quitaran la personalidad jurídica al partido que había fundado, el Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), despojado de ella de forma arbitraria por el gobierno.
Quienes se habían destacado por su apoyo a la revolución sandinista cuando era acosada por Estados Unidos, en 2008 reclamaban “que no se cierren los espacios políticos y que haya un diálogo nacional para resolver la crisis alimentaria y del alto costo de la vida que, como muchos países, enfrenta Nicaragua. Ninguna de estas demandas es irracional y un gobierno que quiera el apoyo popular debe responderlas”.
Entre las denuncias más importantes de Téllez, destaca la que afirmaba que Ortega estaba instalando en Nicaragua una “dictadura institucional”, cuestión que con el tiempo se hizo evidente. El régimen había copado las principales instituciones, como señaló Vilma Núñez, presidenta del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH), y a través de ellas ejercía su poder absoluto: “La dictadura institucional se está ejerciendo a través del funcionamiento amañado, inadecuado, de las instituciones del Estado, fundamentalmente del Poder Judicial, de un Poder Electoral que trabaja en función de quién debe ganar o perder las elecciones, de una Contraloría General de la República que se hace la disimulada o da respuestas tardías”.
Una dictadura que Núñez considera hija del pacto Ortega-Alemán, que ya cumplía una década. Cuando el Consejo Superior Electoral (CSE) decidió cancelar la personería del MRS, en plena huelga de hambre de Dora María, el derechista expresidente Arnoldo Alemán (1997-2002) apoyó al gobierno y el cardenal Obando, otrora furibundo antisandinista, también respaldó la medida.
Una de las primeras y más contundentes voces que desde la izquierda se plantaron frente al régimen, fue la de José Pepe Mujica, el 17 de julio 2018 en su intervención en el Senado. “Me siento mal…siento que algo que fue un sueño se desvía, cae en la autocracia, y entiendo que quienes ayer fueron revolucionarios, perdieron el sentido (…) que en la vida, hay momentos en que hay que decir, me voy”, dijo Mujica indignado ante los más de 300 asesinatos con que el régimen aplastó la revuelta. Su voz tiene el suficiente prestigio como para que nadie pudiera pasarla por alto, ni acusarlo de estar al servicio de la derecha y del imperialismo, como suelen hacer los defensores de la dictadura.
De la crítica al repudio
El citado manifiesto de 2021 comienza con una frase demoledora: “Es difícil saber si Daniel Ortega se enfermó por el poder, está enfermo por mantener el poder o ambas cosas”. Continúa destacando que se trata de “un presidente autócrata y autoritario, aliado, hasta hace poco, a las grandes fortunas (Consejo Superior de la Empresa Privada mediante), capaz de reprimir sin piedad a su pueblo, junto con el cual no supo, no quiso o no pudo construir calidad de vida ni una institucionalidad democrática, transparente, que le permitiera realizar, en libertad, pacíficamente, su destino”.
El manifiesto denuncia el enriquecimiento ilícito de Ortega desde 1990, y sobre todo desde 2007, “en una fórmula cuyo candidato a la vicepresidencia era un banquero vinculado a la Contra”; los pactos con la derecha; la persecución de antiguos sandinistas, destacando “su cruel hostigamiento al poeta y sacerdote Ernesto Cardenal”. Hasta desembocar en las protestas de 2018. La carta fue la respuesta al encarcelamiento de cuatro precandidatos presidenciales, y de sandinistas como Hugo Torres, Víctor Hugo Tinoco, Ana Margarita Vijil y Téllez, entre otras personalidades.
Finaliza apuntando contra quienes han callado, ya que “deben preguntarse cuánto contribuyó su silencio –sin quererlo- a la soberbia y la impunidad con las que el orteguismo protagoniza una nueva satrapía y cuánto mal le hace este silencio a la conciencia humanitaria que tanto necesitamos para contribuir a un mundo más justo, libre y fraterno”.
Una de las firmantes del documento, Lucía Topolansky, estuvo doce años presa, como su pareja José Mujica y los demás dirigentes de Tupamaros, en pésimas condiciones, aislados y confinados en aljibes sin poder ver la luz. Al ser consultada para este reportaje se mostró apesadumbrada por “lo que está pasando en Nicaragua,” y aseguró que se trata de “un régimen que está lejos del planteo del sandinismo”. Recordó que la revolución sandinista “era un proceso muy prolijo”, que entregó el gobierno cuando perdió las elecciones (en 1990) y luego volvió a ganar por la vía electoral (en 2007), “pero ahí empezó a distorsionarse y cayó en una especie de pantano”.
El director de la edición colombiana de Le Monde Diplomatique, Carlos Gutiérrez, dijo las elecciones periódicas que se realizan en Nicaragua son “un rito al que se acomodan todos los gobiernos para indicar que supuestamente no son dictaduras”, pero que “el control social es cada vez más grosero, abierto, con niveles de violencia que coartan a todos aquellos que le disputan el control del aparato gubernamental, lo que se conoce como a oposición”.
Sobre los silencios de una parte de la izquierda y de los progresismos, destacó dos situaciones diferentes. “Una es el comportamiento de ciertos países por conveniencia geopolítica que terminan defendiendo lo indefendible por pragmatismo, pero con el agravante de que eso despolitiza a su propia población”. Por otro lado están los movimientos sociales que “consideran que todo aquel que denuncia a los Estados Unidos es antiimperialista”, lo que considera “algo infantil” porque son declaraciones vacías, ya que en los hechos estos gobiernos son “fieles en el cumplimiento de las agendas trazadas por el FMI, el Banco Mundial, la aplicación del neoliberalismo con expresiones claras en el extractivismo”.
Sin embargo, Gutiérrez considera que existe un legado histórico que tiene enorme peso en estas actitudes, como la falta de claridad sobre la historia de la Unión Soviética y del estalinismo, “para el cual el poder se defiende de cualquier manera, sin reparos éticos y políticos”. Recordó la novela “El otoño del patriarca”, de su coterráneo Gabriel García Márquez, en la que los rebeldes “terminan como el dictador contra el que se levantaron”. Sobre Ortega y Murillo advierte: “Terminarán sus días muertos de vejez en sus poltronas o padecerán el odio de sus pueblos que los destituirán, pero lo seguro es que pasarán a la historia con la deshonra de lo que son y han hecho contra la dignidad humana y la vida digna de sus pueblos”.
Mirar hacia adelante o hacia el costado
Sin pretender establecer un patrón de comportamiento, las personas que condenan al régimen Ortega-Murillo hacen referencia, en primer lugar, a los derechos humanos y, en segundo, se muestran preocupadas por el legado del régimen para las izquierdas y el pensamiento crítico. Dos situaciones complican a muchas personas a la hora de tomar partido, según el relevamiento de este reportaje. Por un lado, el discurso orteguista que cultiva el imaginario sandinista. Pero sobre todo, el temor a favorecer la política de Estados Unidos en su patio trasero, ya que la Casa Blanca auspicia desde 2018 un cambio de régimen esperando que la derecha se haga con el poder.
En este sentido, el teólogo de la liberación Leonardo Boff, confesó a Otras Miradas a través de su compañera, Márcia Monteiro, que el tema de Nicaragua es complejo y que no están muy al tanto de la situación. Agregaron que “es difícil no criticar a un gobierno autoritario, pero tampoco está bueno debilitar una acción antiimperialista en Centroamérica”. Agregaron que “cualquier frase descuidada puede tener un impacto que puede perjudicar al pueblo nicaragüense”.
Sin embargo, durante la represión de 2018 Boff hizo un llamado al gobierno a que “pare de matar” jóvenes, se mostró “perplejo” porque un gobierno que había liberado a Nicaragua “pudiera imitar las prácticas de dictador”, en referencia a Somoza.
En un sentido similar se expresó Joao Pedro Stédile, coordinador del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST), el principal movimiento social de Brasil y el más importante numéricamente de América Latina. “Lo lamento, pero hace tiempo que no acompaño la coyuntura de América Central”, fue su breve explicación para descartar la posibilidad de una entrevista formal. Sin embargo, Stédile compartió espacio con Ortega durante el homenaje a Hugo Chávez en Caracas, donde los movimientos sociales del ALBA mostraron interés en incluir al régimen de Ortega entre los gobiernos progresistas. Ante esto, la excomandanta sandinista Mónica Baltodano envió una carta a Stédile, el 4 de marzo, al saber que los movimientos sociales del ALBA reunidos en Caracas podrían incluir al régimen de Ortega entre los gobiernos progresistas. “¿No se dan cuenta de que Ortega, y su gobierno, es un desprestigio para la izquierda? Es la antítesis de la lucha contra los nuevos colonialismos, la defensa de los pueblos indígenas, de los derechos campesinos, de los derechos de la madre tierra, de las mujeres”.
El filósofo argentino Miguel Benasayag, preso político durante la dictadura militar y luego exiliado en París, fue consultado sobre las dificultades que tiene la izquierda a la hora de posicionarse de forma clara ante la realidad de Nicaragua. “La izquierda tiene muchos problemas para no perder el objetivo central, que es la emancipación y la justicia social, y lo pierde sistemáticamente apuntando a la estructura, a los tótem, siempre con ese miedo de que si se dicen verdades factuales las van a aprovechar los otros”, explicó para este reportaje.
“La izquierda tiene miedo al pensamiento, a mirar los hechos concretos”, y advirtió que se trata del “lado religioso de la izquierda”. En su opinión, este comportamiento “es un cáncer para los pueblos, porque hoy no hay nada para rescatar de la Nicaragua de Ortega”.
Consultada sobre su posición ante el régimen de Nicaragua, la feminista Rita Segato nos remitió a una conferencia pronunciada el 24 de octubre de 2021, porque allí –dijo- pudo hacer un análisis detallado. La parte central de su intervención estuvo dedicada al caso de Zoilamérica Narváez, pero aclaró que no se trata sólo de una persona sino de la estructura de poder que está detrás: “Patriarcado, colonialidad, pedagogía de la crueldad, cosificación de la vida y extractivismo de la naturaleza y de los cuerpos de las mujeres, son la ecuación perfecta del poder”. De ese modo, sugiere un hilo entre el modelo de poder orteguista y los sufrimientos actuales de la sociedad nicaragüense, y nos recuerda que las feministas jugaron un papel destacado en el aislamiento del régimen desde mucho tiempo atrás.
Segato formuló una autocrítica porque demoró diez años en leer la carta-denuncia de Zoilamérica, actitud por la que ahora siente “culpa y vergüenza”, pero observa que es algo muy frecuente cuando se trata de denunciar a las personas que forman parte de “nuestro lado en la política”.
Eligió un párrafo de la carta-denuncia que contribuye a comprender al régimen, y que podría ser suscrita por una parte considerable de la sociedad nica: “Fui sometida a una prisión desde la propia casa donde reside la familia Ortega-Murillo, a un régimen de cautiverio, persecución, espionaje y acecho con la finalidad de lacerar mi cuerpo y mi integridad moral y física. Daniel Ortega desde el poder, sus aparatos de seguridad y recursos disponibles, se aseguró durante dos décadas a una víctima sometida a sus designios”.
Un abuso de poder que hoy están sufriendo siete millones de personas en una cárcel-nación llamada Nicaragua.
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Este trabajo es parte del especial Sueños Robados. La decadencia de la tiranía en Nicaragua. Trabajo de periodismo colectivo coordinado por la alianza Otras Miradas con la colaboración de: Desinformémonos de México, los medios nicaragüenses Divergentes, Despacho 505, Expediente Público, Agencia Ocote de Guatemala y Público de España.
*Con la colaboración de Gabriela Moncau y Leonardo Cardozo.