El enroque de Emmanuel Macron se agrieta. Al presidente francés y su Gobierno les empiezan a flaquear las piernas tras dos meses de un intenso pulso social en Francia por la reforma de las pensiones. La imponente movilización sindical desde el 19 de enero empieza a dar sus frutos. La primera ministra Élisabeth Borne ha convocado a los líderes sindicales a una reunión para la semana que viene (probablemente, el miércoles). Una primera victoria, muy tímida, para las organizaciones de trabajadores, pero que refleja lo empantanado que está en estos momentos el macronismo.
El enroque de Emmanuel Macron se agrieta. Al presidente francés y su Gobierno les empiezan a flaquear las piernas tras dos meses de un intenso pulso social en Francia por la reforma de las pensiones. La imponente movilización sindical desde el 19 de enero —con ocho huelgas generales y las manifestaciones más multitudinarias de este siglo XXI en el bullicioso país vecino— empieza a dar sus frutos. La primera ministra Élisabeth Borne ha convocado a los líderes sindicales a una reunión para la semana que viene (probablemente, el miércoles). Una primera victoria, muy tímida, para las organizaciones de trabajadores, pero que refleja lo empantanado que está en estos momentos el macronismo.
El Ejecutivo centrista recurrió a todo tipo de mecanismos legales para acelerar los debates en la Asamblea Nacional y el Senado. Quería coger con el pie cambiado a los sindicatos y partidos de izquierdas. Pretendía pasar página de la impopular reforma de las pensiones, rechazada por un 65% de la población, según los sondeos. Pero la imposición de la subida de la edad mínima de jubilación de 62 a 64 años (con 43 años cotizados para recibir una pensión completa) a través de un decretazo fue la gota que colmó el vaso de este manoseo de la democracia social y parlamentaria.
En lugar de favorecer la resignación, la aprobación con el polémico artículo 49.3 de la Constitución acentuó la indignación. Del rechazo de la reforma, se ha pasado a una contestación más generalizada contra Macron y el sistema vertical y presidencialista de la Quinta República, además de la denuncia de la violencia policial contra manifestantes. Eso ha aportado a la marea sindical un refuerzo de lujo: los jóvenes.
La elevada movilización de estudiantes de secundaria y universitarios, así como de jóvenes trabajadores, fue una de las claves del éxito de la décima jornada de huelgas y protestas. Más de dos millones de personas, según los sindicatos, —740.000, según la policía— se manifestaron el martes en el conjunto del territorio francés. La participación decayó respecto a la huelga general del 23 de marzo —una de las más masivas de la actual oleada—, pero se mantuvo en niveles elevados. La coalición sindical ya ha convocado otra jornada de manifestaciones y paros laborales en todo el país para el 6 de abril.
“Muchos estudiantes han entendido que deben tomar el relevo en las protestas, dado que los trabajadores no pueden renunciar a tantos días de sueldo”, dijo a El Salto Juliette, de 23 años, una estudiante en un máster de Economía presente en la manifestación en París. Entre 450.000 personas, según CGT, y 93.000, según las fuerzas de seguridad, llenaron los bulevares del este de la capital. “Por primera vez en los últimos dos meses, he ido a la huelga, porque no me gusta cómo se está comportando el Gobierno. No quiere negociar y se opone a cualquier propuesta de los sindicatos”, lamentaba Catherine Reichert, de 45 años, una psicóloga que mostraba una pancarta en que decía “Macron, ¿bajas a la calle? Te enseñaremos a escuchar”.
“Tras la frustración que sentimos con la imposición de la reforma, siempre es una alegría encontrarnos todos juntos en la calle, bajo un ambiente festivo”, afirmaba Alicia Bertrand, de 23 años y estudiante en un máster de Gestión Cultural, que llevaba una pancarta en que tachaba al Senado, elegido por sufragio indirecto y donde sí se votó (y aprobó) la medida, como “la residencia de ancianos más cara de Francia”.
Pancartas caseras con eslóganes originales, activistas que se han dado a conocer por sus bailes con música tecno como la “tecno-huelguista Mathilde” ((185) Retraites: Mathilde, aka ‘MC danse pour le climat’, est militante écologiste et « techno-gréviste » – YouTube), incluso la presencia en las protestas de influencers más bien vinculadas al mundo de la moda y la telerrealidad… El ambiente mayoritario en las manifestaciones se parece más bien poco a lo que muestran los grandes medios. Decidieron zoomear a tope en las violencias materiales y enfrentamientos entre manifestantes violentos y antidisturbios que se producen en el inicio de los cortejos —unos disturbios que vivieron su momento álgido la semana pasada—, al compás de un Gobierno de Macron que ha intentado acabar con el movimiento social a través de la represión policial y la estrategia del miedo.
“La juventud aporta dinamismo e imprevisibilidad a las movilizaciones”, destaca el sociólogo Karel Yon, experto en el movimiento sindical. Según este investigador en la Universidad de Nanterre y el CNRS, para los jóvenes “quizás el tema de las jubilaciones les parece lejano, pero, en cambio, son mucho más sensibles a la cuestión de la democracia. Ya había sucedido lo mismo con la Nuit Debout”, el intento galo para reproducir el movimiento de los indignados en 2016. La prensa gala ya habla de ellos como la “generación del 49.3”.
Más de 500 institutos estuvieron bloqueados el martes. Sciences Po París, la Sorbona, la Universidad de Nanterre, pero también la facultad de Lille 1, Lyon 2, Toulouse 2, etc. Fue la larga la lista de centros universitarios que no abrieron sus puertas. La aprobación de la reforma “con el 49.3 demostró que este Gobierno no quiere escuchar al pueblo. Un sentimiento de abandono que resulta aún más fuerte entre los jóvenes, que nos sentimos ignorados durante la gestión del covid-19”, critica Maria, de 23 años, militante en el sindicato estudiantil UNEF y que estudia un máster de Finanzas en la Universidad Dauphine, en el oeste de París. Esta facultad, conocida por su reputación conservadora, quedó bloqueada esta semana por segunda vez en su historia.
En los últimos diez días, se observaron varios episodios de convergencia de luchas, que evocan el imaginario del Mayo del 68. Por ejemplo, la llegada de centenares de estudiantes delante de un garaje de camiones de la basura en el sudeste de París para apoyar a los basureros, que han estado en huelga ilimitada desde el 7 hasta el 29 de marzo. También han ido a la refinería de Total en Donges (Normandía, oeste). El paro ilimitado de esa planta ha provocado problemas de escasez de combustible en un 15% de las gasolineras. Un porcentaje que se eleva hasta el 40% en departamentos (provincias) del sudeste, noroeste y de la región parisina. La lucha social empieza a dar sus frutos.
El Ejecutivo macronista temía desde principios de año la implicación en las protestas de los jóvenes, quienes han sido a menudo un factor decisivo en el éxito de los movimientos sociales en Francia. Después de las protestas espontáneas nocturnas —reprimidas por las fuerzas de seguridad— y de que los estudiantes llenaran los cortejos sindicales, el presidente hizo algunas concesiones a las reivindicaciones estudiantiles. El Gobierno anunció el miércoles un aumento de 500 millones de las becas universitarias, que aumentarán de media unos 37 euros mensuales. Además, el Elíseo renunció a la obligatoriedad del Servicio Nacional Universal (SNU), la polémica “mili” de Macron en que no se enseña a utilizar armas, pero que está regida por una estética y concepto de la autoridad con tintes castrenses.
Aunque muy modesta, la reunión de la semana que viene entre los sindicatos y la primera ministra también representa una victoria para la coalición sindical, después de dos meses de una posición inflexible y un comportamiento thatcherista por parte de Macron. “Hemos sido convocados y vamos a ir. Es una posición de principios, incluso si es para escuchar a Borne decir que nunca retirará la reforma”, explicó en declaraciones a Le Parisien el secretario de una importante federación de la CGT. Este sindicato combativo, el más importante de Francia junto con la moderada CFDT, celebra esta semana su congreso nacional en Clermont Ferrand. Sus delegados han desautorizado la línea de Philippe Martinez, considerada demasiado moderada.
El presidente Emmanuel Macron ha convertido a los moderados de la CFDT en aguerridos huelguistas
Desde las protestas espontáneas de jóvenes hasta las huelgas ilimitadas, pasando por los numerosos cortes de carretera y otro tipo de acciones, se multiplicaron en las últimas semanas las iniciativas de desborde desde la base de las direcciones sindicales. Estas mismas bases, cabreadísimas con la inflexibilidad de Macron —el presidente ha convertido a los moderados de la CFDT en aguerridos huelguistas—, criticaron la propuesta de Martinez y Laurent Berger, secretario general de la CFDT, de pulsar al botón de pausa y nombrar a un mediador para establecer una negociación. “No necesitamos a un mediador”, respondió Olivier Véran, portavoz gubernamental.
Pese a esta posición tajante, el enroque del macronismo muestra síntomas de debilidad. El MoDem, uno de los partidos que componen la mayoría presidencial, sí que es partidario de que haya una mediación. Esta mesa de negociación representaría, probablemente, el principio del final de la subida de la edad legal de jubilación de 62 a 64 años. El macronismo se encuentra muy desgastado debido al pulso con los sindicatos. Si al final logra mantener la reforma, representará solo una victoria política pírrica, mientras el bloque sindical habrá ganado de manera holgada la batalla ideológica. Nada que ver con la derrota minera ante Margaret Thatcher en 1985.
Si al final Macron logra mantener la reforma, representará solo una victoria política pírrica, mientras el bloque sindical habrá ganado de manera holgada la batalla ideológica
El presidente también ha fracasado con su estrategia del miedo. Como ya sucedió con los chalecos amarillos, el Gobierno intenta darle la vuelta a la tortilla reprimiendo las protestas e instrumentalizando las violencias materiales de una minoría de manifestantes. Pero “Macron no es De Gaulle y no tengo nada claro que esta estrategia de putrefacción de la movilización social le funcione esta vez”, sostiene Yon. De hecho, el 62% de los franceses atribuye al Ejecutivo la responsabilidad del conflicto actual, según un sondeo reciente de Elabe.
A diferencia de lo sucedido en diciembre de 2018 —cuando prevaleció un preocupante silencio mediático—, los medios franceses denuncian de manera más enérgica los abusos policiales. Por ejemplo, un sindicalista de la empresa ferroviaria SNCF perdió un ojo y una manifestante en Rouen se quedó sin el dedo de una mano debido a una granada policial. Incluso una mujer fue detenida en su domicilio y podría ser condenada a una multa de 12.000 euros por escribir un mensaje de Facebook en que tachaba a Macron de “basura”.
Esta represión policial se ha visto evidenciada, asimismo, por la durísima respuesta de las fuerzas de seguridad a una manifestación ecologista el sábado contra unos grandes embalses de agua en Sainte-Solines, en el centro-oeste del territorio francés. Los manifestantes lanzaron cócteles molotov y piedras a los antidisturbios, pero estos respondieron con balas de gomas y el lanzamiento de hasta 4.000 granadas policiales. Actualmente, dos de esos jóvenes manifestantes se encuentran en coma, entre la vida y la muerte. Según una conversación telefónica revelada por el diario Le Monde, los servicios de urgencias tardaron horas en intervenir, pese al estado crítico de uno de los manifestantes, debido a una orden policial.
En Nantes y Lorient, dos personas han fallecido durante las manifestaciones del 28 y 23 de marzo, respectivamente. En Nantes, un hombre de 62 años sufrió un infarto en el tranvía cuando regresaba de la protesta. En Lorient, un hombre de 75 años tuvo un ataque al corazón y la asistencia médica tampoco pudo salvarle la vida.
El ministro del Interior, Gérald Darmanin, quien aspira en convertirse en el próximo primer ministro, se encuentra ahora mismo acorralado debido a sus múltiples mentiras —ya había mentido sin escrúpulos tras la caótica final de la Champions entre el Real Madrid y el Liverpool— sobre lo ocurrido en Sainte-Solines.
Macron está contra las cuerdas. Gracias a la resistencia sindical, el presidente se encuentra entre la espada y la pared. Puede ceder, retirar la reforma y dejar tocado su ADN neoliberal. O bien obstinarse y asumir un elevado coste político, lo que no deja de ser una irresponsabilidad teniendo en cuenta el peso de la ultraderecha. El macronismo atraviesa, sin duda, su momento de mayor debilidad desde su llegada al poder en 2017.