Sí es posible defendernos de los algoritmos y de la inteligencia artificial que no sólo domina sino que está destruyendo nuestras sociedades. No podemos estar inermes ante ese afuera demoledor dominado por el capital financiero porque destruye la vida material y espiritual de los pueblos. No veo otro modo que poner límites, fronteras materiales y virtuales para preservarnos y seguir construyendo mundos otros.
“Si nadie en su círculo de familiares y amigos tiene una enfermedad mental, considérese afortunado, o tal vez sólo se esté engañando a sí mismo. En mi red social íntima se me ocurren al menos seis casos”, escribe el historiador Niall Ferguson detallando casos de enfermedades mentales, adicciones, intentos de suicidio y desórdenes psicológicos entre sus familiares (https://bloom.bg/3KfIrrK).
Su reflexión se concentra en vivencias dentro de Estados Unidos pero los problemas que denuncia, en particular en los comportamientos juveniles, deberían interesarnos en cualquier parte del mundo.
En base a un estudio titulado “Encuesta de comportamiento de riesgo juvenil”, donde se destaca la situación de “ansiedad y tristeza” de los jóvenes más críticos con el sistema, sostiene que las causas se deben a “la disminución de las interacciones del mundo físico debido a la prevalencia del uso de las redes sociales; la disminución del tiempo que se pasa con los amigos; un mundo más estresante (…) y cambios en la crianza de los hijos que podrían estar reduciendo la resiliencia mental de los niños”.
Cita otro trabajo que asegura que “nunca ha habido una generación tan deprimida, ansiosa y frágil como la Generación Z, los estadounidenses nacidos entre 1997 y 2012”. En todos ellos, son las y los jóvenes que más cuestionan al capitalismo los que sufren mayores niveles de depresión y deseo de suicidio, quienes suelen elegir conductas LGBQ+ porque no se sienten afines al binarismo y a la heterosexualidad hegemónicas.
Más datos. “La cantidad de muertes por sobredosis entre los estadounidenses de 14 a 18 años aumentó un 94 % de 2019 a 2020 y un 20 % de 2020 a 2021”. “La proporción de estudiantes que habían considerado seriamente intentar suicidarse en el último año aumentó del 19 % en 2011 al 30 %” (https://bloom.bg/3KfIrrK). En paralelo, “el porcentaje de estudiantes de secundaria que alguna vez han tenido relaciones sexuales se redujo del 47 % en 2011 al 30 % en 2021”.
Un conjunto de datos que explican porqué “el estado de la salud mental de los adolescentes fue declarado emergencia nacional en 2021 por la Academia Estadounidense de Pediatría, la Academia Estadounidense de Psiquiatría Infantil y Adolescente y la Asociación de Hospitales Infantiles”.
Algunos las denominan “muertes por desesperación”, pero Ferguson insiste en el papel de las redes sociales como multiplicadores de los malestares colectivos, como sostiene un trabajo del Financial Times que asegura que las redes sociales están en la bes del malestar juvenil y de la “epidemia de enfermedades mentales” (https://on.ft.com/3GsZyW2).
Para no abundar en datos que refuerzan la misma percepción, vale decir que en varios países se están estudiando regulaciones a las redes sociales, como las que ya implementa China. En todo caso, las regulaciones estatales llegarán tarde y serán parciales, no produciendo resultados positivos al nivel de lo que sería necesario.
Mi pregunta es: si sabemos que los gobiernos no van a hacer nada serio para detener y revertir las causas de la epidemia de enfermedades mentales, ¿qué vamos a hacer los pueblos y las organizaciones populares? Es evidente que con reclamarles no alcanza.
Vuelvo sobre una experiencia que viví meses atrás en el Territorio Indígena Tenondé Porá, un conjunto de comunidades guaraní mbya en la zona de bosques atlánticos del sur de Sao Paulo. La comunidad que me recibió, de poco más de cien personas y decenas de niñas y niños, decidió colectivamente que sólo hay conexión a internet una hora por la noche.
La comunidad considera que esto es parte de su autonomía, decir cuándo y cómo hay o no hay conexión a la red de internet. Me explicaron que es uno de los modos de defenderse de la presión del exterior y sobre todo de preservar a las personas más vulnerables, las niñas y niños.
Traigo el ejemplo, porque es evidente que sí es posible defendernos de los algoritmos y de la inteligencia artificial que no sólo domina sino que está destruyendo nuestras sociedades. No podemos estar inermes ante ese afuera demoledor dominado por el capital financiero porque destruye la vida material y espiritual de los pueblos. No veo otro modo que poner límites, fronteras materiales y virtuales para preservarnos y seguir construyendo mundos otros.