Los nueve espacios urbanos de la Organización Popular Francisco Villa de la Izquierda Independiente (OPFVII) consiguieron el milagro de salir de la pandemia y de los cinco años de gobierno “progresista” –dos infortunios que afectan especialmente a los sectores populares organizados- más fuertes y autónomos, gracias al despliegue de toda su capacidad de construcción colectiva.
Los períodos difíciles, como la pandemia y la pospandemia, ponen a prueba nuestras colectivas, las relaciones que fuimos construyendo y que sostienen nuestros espacios. En esos momentos, la expansión de nuestros movimientos parece bloqueada por los vientos contrarios que soplan, porque las tormentas arrecian y todos los esfuerzos se concentran en la sobrevivencia, en seguir siendo movimientos anti-sistémicos.
Los nueve espacios urbanos de la Organización Popular Francisco Villa de la Izquierda Independiente (OPFVII) consiguieron el milagro de salir de la pandemia y de los cinco años de gobierno “progresista” –dos infortunios que afectan especialmente a los sectores populares organizados- más fuertes y autónomos, gracias al despliegue de toda su capacidad de construcción colectiva.
En plena pandemia consiguieron finalizar el edificio de “Haciendo de Canutillo”, el tercer edificio del movimiento en la zona de Pantitlán que alberga más de 70 familias. Además, el asentamiento vecino “Centauro del Norte”, fue desalojado por las familias que ocuparon el nuevo edificio, pero otras tantas se sumaron a la convivencia para continuar la expansión de la organización.
“Durante la pandemia ya no fue suficiente con un solo ingreso y las familias tuvieron que incorporar uno o dos miembros más al mercado laboral, por lo que la convivencia se hizo más tensa y los niños, niñas y jóvenes se quedaron muy solos”, explica Alejandro Juárez, uno de los coordinadores de la Comunidad Habitacional Acapatzingo, en Iztapalapa.
Por lo tanto, el cuidado de las relaciones en cada una de las nueve comunidades insumió muchas energías colectivas, lo que hizo posible que la participación no decayera, como se pudo apreciar en las dos asambleas pre congreso en Pantitlán y en Acapatzingo, pobladas siempre por una enorme mayoría de mujeres. Sin embargo, por primera vez en su historia hubo tres robos en la segunda comunidad (aunque en las colonias vecinas hay robos diarios), lo que lleva a las asambleas a tomar medidas drásticas que en algún caso puede suponer la salida de algún poblador.
El crecimiento hacia adentro fue la característica principal de este período. En algunos casos se concretó en al fortalecimiento de los espacios ya existentes, pero se crearon también otros nuevos para responder a los desafíos del momento. También han crecido hacia afuera, estableciendo relaciones con nuevas organizaciones del campo popular y con personas que se acercaron a conocer el movimiento.
Los cuidados en colectivo
Las farmacias forman parte de la nueva realidad. Combinan la medicina alopática (las pastillas) con productos de herbolaria que elaboran a partir de las plantas medicinales que cultivan. Consiguen los medicamentos de forma solidaria gracias a Brigada Callejera y los venden al precio de costo, “más un par de pesos para poder donar a quienes no pueden pagarlos”, explica una de las mujeres que atienden la farmacia de Acapatzingo.
En promedio, el costo a la comunidad es apenas el 20 por ciento del precio en farmacias. Cuando las reservas de medicamentos van escaseando, elaboran listas con las medicinas más requeridas para realizar una nueva compra.
Estaban aprendiendo, antes de la pandemia, la elaboración de jarabes, aceites corporales y tinturas con hierbas, además de vender bolsitas con plantas sin procesar para las afecciones más comunes. Pero ahora la experiencia se expandió y cuentan con personas solidarias que forman a las activistas del movimiento, para ofrecer una gama cada vez mayor de medicinas naturales.
El espacio de ahorro y crédito “La Talega”, una suerte de banco popular, vivió un importante salto adelante pasando de 200 a casi 400 ahorristas. Las familias pueden “invertir” un mínimo de 50 pesos semanales y los préstamos deben devolverse con un 5 por ciento de interés, de modo que unas cuantas familias ya no acuden al mercado financiero. Un 25 por ciento de los beneficios los invierten en necesidades colectivas, como la nueva purificadora de agua para Acapatzingo, el principal barrio del movimiento con casi 600 familias.
La Escuela de Artes y Oficios es otra de las grandes creaciones de los últimos meses. Ya comenzaron talleres de serigrafía que esperan ampliar a otros oficios como carpintería y herrería En el aspecto artístico encararon talleres sobre arte en resistencia, diferenciando entre arte popular y arte occidental individualista, además de talleres de zumba, de teatro, de voleibol y fútbol, haciendo hincapié en los aspectos no competitivos de los deportes.
Justicia desde abajo
“Para nosotros cada caso es distinto y no podemos tener una receta, un tabulador que iguala todo como hace la justicia burguesa”, explica Alejandro. El tema de la justicia será central en el próximo congreso de la OPFVII, el décimo, que celebrarán en mayo.
“No estamos satisfechos con nuestro sistema de justicia, nos falta darle más precisión y eso queremos debatirlo colectivamente porque es el proyecto de vida, el tipo de sociedad que buscamos. Por ejemplo, preguntarnos porqué no podemos comer bien, tener seguridad y porqué las cárceles están llenas de pobres y los ricos son siempre impunes”.
Abordan la problemática en varios niveles, desde los casos más simples hasta los más graves. En lo cotidiano aparecen actitudes como ruidos molestos, la limpieza de los espacios colectivos, las mascotas y el estacionamiento de los coches particulares. Entre los más graves, están las amenazas, riñas, consumo de drogas y otras adicciones, y agresiones que pueden poner en riesgo la convivencia.
Se preguntan qué hacer cuando aparecen pequeñas disputas en los espacios colectivos hasta la violencia doméstica y los abusos, y los robos que aparecieron en la pospandemia. En los casos más complejos, intentan socializarlos a través de la comisión de vigilancia, citan a la brigada a la que pertenece la persona. Si los casos no son graves, se suele plantear que la persona repare el daño en trabajos colectivos como agricultura urbana o asista a terapia psicológica. Pero en alguna comunidad decidieron la salida de la persona que acosaba compañeras.
Las mujeres de las comunidades avanzaron en conciencia y organización, comenzaron a crear espacios de mujeres y el último 8 de marzo realizaron dinámicas colectivas en las que la mayoría de las mujeres de Acapatzingo expresaron: “No es necesario tener una pareja para ser felices, debemos seguir unidas y organizadas luchando contra el sistema machista y patriarcal”.
Realizaron incluso una marcha dentro de la colonia en la que quemaron frases que habían escrito en cubre bocas diciendo “todo lo que nos molesta”, y al finalizar los arrojaron al fuego “como un ritual para acabar con toda la violencia, secuestros, abusos, feminicidios, todo lo que nos afecta por el simple hecho de ser mujeres”.
La organización de “Los Panchos” crece en muchas direcciones, aunque su evolución sea poco visible desde fuera. Prospera como esos árboles que se pueden ver en Acapatzingo, donde el verde que colorea la comunidad desafía la escasez de agua y una tierra castigada por la explotación. Pese a todas las dificultades, la comunidad puede sentirse satisfecha de seguir adelante en medio de las tormentas sistémicas.