Mao estaba fascinado por el poder de las masas para imponerse a la naturaleza y en 1958 hizo un llamamiento para la eliminación de ratas, moscas, mosquitos y gorriones en toda la China. Se actuó contra los gorriones porque se comían las semillas y privaban a los seres humanos del fruto de su trabajo. Todo el país se movilizó en guerra abierta contra estas aves, en lo que fue uno de los episodios más estrafalarios y más dañinos para la ecología de todo el programa denominado Gran Salto Adelante (1).
La guerra contra los gorriones tuvo un importante factor publicitario, surgido por la necesidad de movilizar a toda la población contra estas aves. Se llenaron las calles con carteles contra «la plaga».
La gente golpeaba tambores, entrechocaba cazos y tocaba el gong para conseguir que los gorriones no dejaran de volar, hasta que por fin estaban tan exhaustos que caían del cielo. Se reventaban los huevos y se mataba a los polluelos. También se les abatía en pleno vuelo. La sincronización fue esencial: todo el país tenía que marchar a un mismo paso en la batalla contra el enemigo para que los gorriones no tuvieran dónde escapar. Los habitantes de las ciudades subieron a los tejados, mientras que en el campo los granjeros se dispersaban por las colinas y trepaban a los árboles de los bosques, todos al mismo tiempo, para asegurarse una victoria completa.
Un enviado soviético, Mijaíl Klochko, asistió al inicio de la campaña en Beijing. Se despertó a primera hora de la mañana con los alaridos espeluznantes de una mujer que corría de un lado a otro por el tejado de un edificio cercano a su hotel. Empezó a sonar un tambor. La mujer agitaba frenéticamente una sábana grande atada a un palo de bambú. Durante tres días, el hotel entero, desde los botones y las asistentas hasta los intérpretes oficiales, se movilizó para la campaña contra los gorriones. Los niños acudían con hondas y arrojaban piedras contra toda criatura alada.
Se publicaron cálculos según los cuales cada gorrión comía de media 4,5 kg de grano al año. Por lo tanto, matando a un millón de gorriones, se podría alimentar a 60.000 personas más. Según palabras de Mao Zedong: «los gorriones son una de las peores plagas, son enemigos de la revolución, se comen nuestras cosechas, mátenlos. Ningún guerrero se retirará hasta erradicarlos, tenemos que perseverar con la tenacidad del revolucionario».
Campaña nacional para exterminar a los gorriones
Hubo accidentes, porque la gente se caía de los tejados, los postes y las escaleras. En Nanjing, un hombre trepó al tejado de una escuela para destruir un nido de gorriones, pero perdió pie y cayó desde tres pisos de altura. El cuadro local del partido, He Delin, salió a la azotea a agitar furiosamente una sábana para asustar a las aves, pero tropezó, se cayó y se partió la espalda. Se distribuyeron armas para disparar contra los gorriones, lo que también provocó accidentes. En Nanjing llegaron a gastarse 330 kilos de pólvora en un día, hecho que nos da una idea de las dimensiones de la campaña. Pero la verdadera víctima fue el medio ambiente, porque se emplearon armas de fuego contra todo tipo de criaturas aladas. Los daños se exacerbaron por el uso indiscriminado de venenos de granja. En Nanjing, los cebos envenenados mataron a lobos, conejos, serpientes, corderos, pollos, patos, perros y palomas, a veces en grandes cantidades.
El más afectado resultó ser el humilde gorrión. No se cuenta con estadísticas fiables, porque los números formaban parte de una campaña que combinaba las obvias exageraciones con una apariencia de precisión que rayaba en la pedantería, y que arrojó cifras tan surrealistas como la propia campaña. Así, Shanghái proclamó en tono triunfal que había eliminado 48.695,49 kilos de moscas, 930.486 ratas, 1.213,05 kilos de cucarachas y 1.367.440 gorriones en una de sus periódicas guerras contra las plagas animales (uno se pregunta cuántas personas criaban moscas o cucarachas en secreto para después obtener una medalla de honor al matarlas). Es probable que los gorriones llegaran al borde de su extinción, y fueron muy pocos los que se vieron en el país durante los años siguientes. En abril de 1960 los dirigentes del país se dieron cuenta de que estas aves también comían insectos, y por ello las quitaron de la lista de plagas animales, y las sustituyeron por las chinches.
Sin embargo, esta última medida llegó demasiado tarde: las plagas de insectos se dispararon a partir de 1958 y destruyeron buena parte de las cosechas. El principal desastre tenía lugar antes de las cosechas, porque nubes de langostas oscurecían el cielo, cubrían los campos bajo un agitado manto y devoraban los cultivos. En verano de 1961 aprovecharon la sequía en Hubei e infestaron 13.000 hectáreas tan solo en la región de Xiaogan. Devastaron más de 50.000 hectáreas en la región de Jingzhou. Un 15 % del arroz producido en la provincia fue víctima de los voraces insectos. La devastación no tenía límites: en la región de Yichang se perdió más de la mitad del algodón. En otoño de 1960, un 60 % de los campos en torno a Nanjing —uno de los lugares donde la campaña contra los gorriones había sido especialmente feroz— padecieron las devastaciones provocadas por los insectos y hubo que hacer frente a una grave escasez de verduras. Toda suerte de especies dañinas medraban: en la provincia de Zhejiang, los pirálidos, las chicharritas, los gusanos rosados de los algodoneros y las arañas rojas, entre otras plagas, destruyeron entre 500.000 y 750.000 toneladas de cereales —aproximadamente el 10 % de la cosecha— en 1960. No podían tomarse medidas preventivas por falta de insecticida: los productos químicos se habían malgastado en el asalto contra la naturaleza de 1958-1959, y en 1960 la escasez de todo tipo de productos afectó también a los insecticidas, precisamente cuando estos eran más necesarios.
En el curso de la guerra contra la naturaleza, varios factores se combinaron para amplificar espectacularmente lo que los dirigentes del país llamaban «catástrofes naturales». La campaña del acero provocó desforestación, y esta última, a su vez, tuvo como consecuencia la erosión del suelo y la pérdida de agua. Los grandes proyectos de irrigación alteraron todavía más el equilibrio ecológico y agravaron los efectos de inundaciones y sequías, que a su vez propiciaron la invasión de las langostas: la sequía eliminó toda competición por parte de otras criaturas, mientras que los fuertes aguaceros subsiguientes propiciaron que las langostas se reprodujeran más rápido que otros insectos y se adueñaran de una tierra vapuleada. Como los gorriones habían desaparecido y los insecticidas se habían desperdiciado, los insectos devoraron sin oposición alguna las pocas plantas que los granjeros habían logrado cultivar.
Finalmente, con los gorriones casi extintos y el desastre ecológico provocado en China, el gobierno de Mao obtuvo ayuda de la Unión Soviética. Nikita Jruschov asistió a Mao para promover la repoblación de gorriones. Para ello, el dirigente chino recibió de la URSS un cargamento de 200.000 gorriones que llegaron a China en secreto para no dañar la popularidad de Mao.
Nota:
(1) Entre 1958 y 1962 China descendió al infierno. Mao Zedong, presidente del Partido Comunista de China, sumió el país entero en la locura con el Gran Salto Adelante, un intento de alcanzar a Gran Bretaña y de superarla en un período de menos de quince años. Mao creyó que la movilización del principal recurso de China —la mano de obra integrada por cientos de millones de seres humanos— catapultaría el país a una posición superior a la de sus competidores. China no seguiría el modelo de desarrollo soviético, que se había basado sobre todo en la industria pesada, sino que «andaría sobre dos piernas»: se movilizó a las masas de campesinos con el objetivo de transformar a un mismo tiempo la agricultura y la industria, y convertir una economía subdesarrollada en una moderna sociedad comunista en la que «todo el mundo viviría en la abundancia». En el intento de alcanzar este objetivo, todo se colectivizó de manera forzosa bajo el control del Partido. Se concentró a los aldeanos en comunas gigantescas. Los campesinos se vieron privados de su trabajo, sus hogares, sus tierras, sus pertenencias y sus medios de vida. La comida se distribuía con el cucharón en las cantinas colectivas de acuerdo con los méritos de cada uno, y se transformó en un arma que obligaba a los individuos a seguir todos y cada uno de los dictados del Partido. Las campañas de irrigación obligaron a la mitad de los aldeanos a trabajar semana tras semana en gigantescos proyectos de conservación de aguas, a menudo lejos de su hogar, sin comida ni reposo adecuados. El experimento culminó en la mayor catástrofe que hubiera conocido el país. Se ha calculado que cuarenta y cinco millones de chinos perecieron a causa de los trabajos forzados, la violencia y la hambruna a los que fueron sometidos en esos años por el gobierno de Mao Zedong obsesionado con la empresa frenética del Gran Salto Adelante. (Frank Dikötter, La gran hambruna en la China de Mao, Ed. Acantilado, 2017).