Para algunos, la extravagante celebración de una riqueza no ganada parece de mal gusto en medio de una crisis de costes del capitalismo que está obligando a los trabajadores a tiempo completo a recurrir a los bancos de alimentos para alimentar a sus hijos, mientras que los ladrones corporativos que están llevando nuestro país a la ruina obtienen beneficios sin precedentes.
Editorial del Morning Star
Sin Permiso
El sábado [6 de mayo] se gastarán decenas de millones en un esfuerzo por movilizar el sentimiento nacional en torno al rey Carlos.
Para algunos, la extravagante celebración de una riqueza no ganada parece de mal gusto en medio de una crisis de costes del capitalismo que está obligando a los trabajadores a tiempo completo a recurrir a los bancos de alimentos para alimentar a sus hijos, mientras que los ladrones corporativos que están llevando nuestro país a la ruina obtienen beneficios sin precedentes.
Los intentos de alistar a los súbditos de Su Majestad en una muestra espontánea de, bueno, subyugación, instándoles a declamar juramentos de lealtad desde sus salas de estar, han encontrado una respuesta tan floja que el Palacio ha filtrado renuncias que sugieren que el Rey nunca fue un entusiasta de la idea.
Las encuestas sugieren que el apoyo a la monarquía se encuentra en su “punto más bajo”. Pero muchos trabajadores verán la pompa de este fin de semana como una diversión inocente, y los que disfrutan de un día festivo remunerado (una proporción cada vez menor de la mano de obra en nuestro mercado laboral desregulado y superexplotador) sin duda lo agradecerán.
¿Debería la izquierda socialista, obligada a elegir sus batallas, dejar en paz a la realeza? El movimiento socialista más exitoso de la historia británica reciente, el liderazgo laborista de Jeremy Corbyn, prometió no tocar la monarquía.
¿Por qué agitar ese avispero cuando la monarquía tiene una evidente relevancia limitada para la vida de la mayoría de la gente y estaba personificada, entonces, por una reina muy querida durante muchas décadas?
Sin embargo, esa reina ya ha muerto y hay señales ominosas de que la coronación de Carlos III no resulta un espectáculo inocuo.
La monarquía es la cúspide del Estado británico y su creciente autoritarismo se ha puesto de manifiesto desde que Carlos subió al trono. La policía se abalanzó sobre manifestantes pacíficos en los actos de proclamación del Rey en múltiples ciudades británicas. A algunos los detuvieron simplemente por sostener papeles en blanco.
Se acaba de dar el visto bueno real a la Ley de Orden Público [Public Order Act], la última de una larga lista de leyes represivas aprobadas desde las elecciones de 2019. La policía tiene ahora amplios poderes para acabar con las protestas, y la Met [policía metropolitana de Londres] -sin inmutarse porque su propia reputación ande por los suelos por causa del racismo, la misoginia y la homofobia- ha advertido de que tiene intención de utilizarlos. Su amenaza de tomar medidas enérgicas contra “cualquiera que intente socavar” la coronación resulta escalofriante.
La policía dará a sus nuevos poderes la interpretación más amplia posible. Con los conservadores, su objetivo es una nueva normalidad en la que la gente se lo piense dos veces antes de protestar en público, debido a los riesgos.
La intimidación matonesca en contra de los republicanos es inseparable del proyecto de reducir el abanico de la opinión política permisible después de la conmoción que supuso el ascenso de Corbyn para la clase dominante, algo vigilado más ferozmente por el Partido Laborista, que a su vez se ha dado un exagerado atracón de realeza desde que tiene a Keir Starmer al frente.
En la campaña de difamación contra el propio Corbyn se incluían regularmente acusaciones de falta de respeto hacia la monarquía, y el lugar de la monarquía por encima del Parlamento fue algo citado por generales que informaban a la prensa de que el ejército podría tener que destituir a un gobierno socialista electo.
Así pues, la monarquía no es neutral. Puede parecerlo cuando el status quo no está amenazado, pero su antidemocrático poder estatal se desplegará si la clase dominante lo considera necesario para impedir un cambio radical, como ocurrió en Australia en 1975 con la destitución del primer ministro socialista Gough Whitlam.
Y la creciente oposición a la monarquía tampoco debe separarse de tendencias políticas más amplias.
Está ligada a la ira contra un Estado británico poco representativo y opresivo, y una economía amañada contra la gente del común. No nace del deseo de disponer de un sistema político más parecido al de Estados Unidos o Francia, sino que se basa en la misma exasperación frente a la política de siempre que vemos en esos dos países.
La protesta contra la Coronación está justificada. Los socialistas deberían trabajar para convertirla en un movimiento en pro de la democracia que cuestione algo más que la
monarquía.
Morning Star, 5 de mayo de 2023