Yana Sakhipova
Comunizar
El movimiento antifascista apareció en Rusia a finales de los noventa y principios de los 2000 como respuesta a la violencia de los neonazis: entonces, casi todos los días, la extrema derecha atacaba a los inmigrantes, a los sin techo, a los punks y a todo el que no les gustaba. Desde hace un par de décadas, el movimiento ha cambiado mucho, habiendo sobrevivido a los asesinatos de sus miembros, numerosos casos de criminalización y ahora una escisión a causa de la guerra. Radio Liberty cuenta la historia de los antifa rusos.
“Gloria a Rusia”, dice un hombre con uniforme militar, levantando una botella de cerveza, mientras la banda Klowns actúa en el escenario bajo las banderas de los llamados “DNR” y “LNR”. Los músicos llegaron a Donetsk en enero de 2023 para, según dicen, hacer una “buena obra” por las personas que “viven en aislamiento cultural” desde hace nueve años.
Una parte significativa de los concurrentes al concierto son militares.
Los Klowns fueron uno de los primeros y más populares grupos antifascistas de Rusia. Ahora solo queda el vocalista Sergey de la antigua formación, que ya no se considera un antifa. “Quiero que Rusia sea integral, para que Maidan no vuelva a suceder”, dice.
Tres meses después, a cien kilómetros de Donetsk, cerca de Bajmut, morirá el antifascista y anarquista ruso Dmitry Petrov, que luchó del lado de Ucrania. “Como anarquista, revolucionario y ruso, me pareció necesario participar en el rechazo armado que el pueblo ucraniano está dando a los ocupantes de Putin”, escribió Petrov en una carta que legó para ser publicada después de su muerte. “Lo hice por el bien de la justicia, la protección de la sociedad ucraniana y la liberación de mi país, Rusia, de la opresión. Por el bien de todas las personas que se ven privadas de su dignidad y de la oportunidad de respirar libremente por el vil sistema totalitario creado en Rusia y Bielorrusia”.
La guerra a gran escala en Ucrania dividió literalmente a los antifascistas en diferentes lados del frente. Pero todo empezó de manera muy diferente.
Los inicios
En 2002, Inessa Dymnich, de 13 años, fue a un concierto de punk rock por primera vez. En ese momento, a Inessa no le interesaba la política, solo le gustaba el punk rock. Antes de uno de los siguientes conciertos, muchas botellas volaron hacia Inessa y la gente que caminaba cerca, estrellándose contra la pared sobre sus cabezas. Luego se convirtió en un lugar común: los conciertos eran atacados regularmente por los nazis.
Las actuaciones de grupos musicales de varios géneros, desde punk y hardcore hasta reggae y rap estaban siempre bajo la amenaza de ese tipo de ataques. El movimiento antifascista como tal aún no existía, y los conciertos a menudo no tenían un enfoque político: a la extrema derecha simplemente no le gustaban los punks y los representantes de otras subculturas. Los ataques se produjeron no solo en los propios clubes, sino también en el camino hacia ellos.
“Mientras ibas al concierto en autobús, tenías que estar pendiente todo el tiempo de lo que pasaba. Podrías ser atacado a la salida del colectivo, en cualquier pasarela. Salíamos a la calle como al ruedo. Nunca sabías qué te pasaría por encima de la cabeza en el camino: una botella, una piedra, un puño. Algunas personas entraron en el antifascismo porque estaban cansadas de ser asaltadas [atacadas] en los conciertos todo el tiempo”, dice Inessa.
Tenían que caminar desde el metro en grupos, y se enteraban de los conciertos de boca en boca: los anuncios públicos eran demasiado peligrosos. Esto no los salvó de los ataques regulares, y los asistentes al concierto tuvieron que defenderse enfrentándose a los nazis; así fue como el movimiento subcultural antifascista comenzó a tomar forma gradualmente. Con el tiempo, los antifascistas comenzaron a organizar la protección de los eventos.
“Reuníamos a la gente alrededor del metro con nuestro equipo de seguridad. Si alguien iba solo al baño o a la tienda, podría se atacado y hasta morir», dice el antifascista Shura, que se dedicaba a la protección de los conciertos. “Hubo un momento en que si alguien llegaba a un concierto sin armas, todos lo miraban con desconcierto: ¿eres inmortal?”.
Inessa también comenzó a participar en la protección de conciertos. También le interesaba el componente ideológico del antifascismo: el hecho de que alguien haga distinciones entre las personas en función de su nacionalidad y apariencia le parecía inaceptable, y en ese momento los inmigrantes y las personas sin hogar eran atacados casi todos los días.
El concepto de resistencia antifascista apareció a principios del siglo XX en Italia y Alemania, que entonces avanzaban rápidamente hacia el fascismo y el nazismo. En las décadas de 1970 y 1980, cuando la ultraderecha comenzó a tomar fuerza nuevamente en el mundo de la posguerra, también resurgió el movimiento antifascista. Al igual que la extrema derecha, los nuevos antifascistas no solo eran un movimiento político, sino también una subcultura estrechamente asociada con la música y la cultura, aunque se basaban en algunos principios ideológicos. De esta forma, el movimiento antifascista, o antifa, llegó a Rusia unos treinta años más tarde.
En la escuela secundaria, Inessa escribió lemas como “Libertad, igualdad y fraternidad”, “Contra el sexismo y la homofobia”, “Por los derechos de los animales” en los márgenes de los cuadernos. Muchos participantes en el movimiento antifascista consideran que estas ideas son una parte esencial del mismo: básicamente se consideran de izquierda, en particular, anarquistas, que apoyan las ideas de autogobierno y una sociedad horizontal sin estado ni capitalismo. Además de la música y las ideas generales, para Inessa, que entonces era más joven que la mayoría de sus camaradas, era importante que la trataran como a un igual; esto era una rareza.
Pero cuanto más lejos, peor, dice Inessa: a lo largo de la década de 2000, el nivel de violencia callejera, incluso contra los antifascistas, creció constantemente.
“Al principio, cuando le saltaban encima a alguien, nos decíamos: bueno, pues cállate, nada. Entonces: ah, bueno, solo lo apuñalaron, bueno, nada. Entonces: ah, bueno, solo le rompieron la cabeza, bueno, nada. Fue aumentando, y llegó el momento en que se empezó a decir: bueno, dispararon, bueno, nada, está vivo”, recuerda.
Pero incluso las armas de fuego no eran el límite. A fines de diciembre de 2006, Inessa recibió un mensaje de un amigo, el ex administrador del portal Antifa.ru, Tigran Babajanyan. Tigran escribió que se había colocado una bomba en su entrada. Al regresar a casa, encontró un letrero de madera en el rellano con la inscripción “X*** [caucásicos] viven en el apartamento 213”. Tigran quiso quitar la bomba, pero notó que había cables sospechosos. Mientras Inessa conducía a casa desde la universidad, continuaron manteniendo diálogo: el antifascista dijo que había llamado a la policía y que la bomba debería desactivarse. Sin embargo, durante la inspección, la bomba explotó, hiriendo a cinco policías. Babajanyan no resultó herido.
Unos meses después, los neonazis provocaron dos explosiones cerca de la estación de metro Vladimirskaya en San Petersburgo, cerca del lugar donde los anarquistas alimentaban a los sin techo todos los domingos como parte de la acción “Comida, no bombas”. La primera bomba explotó en un puesto de flores, una vendedora resultó herida y dos personas sin hogar fueron arrojadas hacia atrás por la explosión. Los antifascistas llegaron tarde a la acción en ese momento. La segunda explosión tuvo lugar en un McDonald’s cerca del mismo lugar dos semanas después. Hirió a seis visitantes del café. Los organizadores de los atentados fueron condenados a entre seis y quince años de prisión.
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En el mismo año, 2007, se encontró una bomba en un festival de música antifascista en San Petersburgo.
“Había una bolsa a un costado del escenario”, dice Inessa. “En algún momento lasacaron. Fue un gran festival, al que asistieron personas de diferentes ciudades, incluido un grupo de antifascistas activos de Moscú. Si la bomba hubiera explotado (se encontró una bomba TNT con un fusible en la bolsa, así como muchos pernos y tuercas), todo el antifascismo habría terminado mucho antes”.
Violencia recíproca
“Los fascistas se estaban reuniendo en el vestíbulo de una estación de metro durante mucho tiempo. Ese era su lugar de reunión, para que luego puedan ir a Lumumba (Universidad de la Amistad de los Pueblos de Rusia). Llevamos mucho tiempo queriendo ir allí”. Se describe uno de los ataques en el libro “Give 3.14 Zdy”. Enviamos un explorador allí, miró, dijo que eran quince fascistas. Y nosotros éramos diecisiete. Llegamos allí y solo quedaban seis de ellos. Pero una vez que estuvimos allí los atacamos de todos modos. Lo hicimos de manera bastante competente.
Si al principio los participantes del movimiento antifascista solo se defendían de los neonazis, con el tiempo, los propios antifascistas comenzaron a organizar ataques: conciertos de ultraderecha, marchas rusas, acciones del Movimiento contra la inmigración ilegal y otras reuniones de nazis y nacionalistas. Tales métodos también fueron condenados entre los propios antifascistas , pero, como recuerdan los interlocutores de la autora de este texto, la necesidad de violencia era un lugar común en el movimiento en la década de 2000.
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“Fue lo único que funcionó”, dice Inessa. “Al final, pudimos realizar nuestros eventos sin ataques. Por supuesto, yo, como cualquier persona razonable, me pregunto si la violencia realmente estaba justificada, porque golpear a las personas en la cabeza no es algo bueno. Pero por alguna razón me parece que en ese momento era imposible de otra manera”.
La necesidad de violencia fue justificada por el abogado Stanislav Markeloven su libro «El Libro Rojo de Antifa», quien más tarde se convirtió en víctima de los neonazis rusos. «Se nos hablará de humanismo, pero el humanismo es proteger a las personas, y no un intento de ocultar la enfermedad, para que luego no tengamos la fuerza suficiente para luchar contra la epidemia. Es mejor ahora escuchar acusaciones de falta de humanismo que discutir sobre las tácticas correctas frente a la puerta de las cámaras de gas”, escribió Markelov.
Por esa época la propia ultraderecha tenía miedo de organizar eventos abiertos o reunirse en lugares públicos. Esto también ayudó a reducir la frecuencia de los ataques a los inmigrantes, los antifascistas partidarios de los métodos violentos están convencidos: los nazis ya no se sintieron impunes y, en general, el movimiento de ultraderecha se volvió menos atractivo para reclutar nuevos miembros.
En algún momento, la gente comenzó a entrar en antifa, atraída por la mera oportunidad de luchar, por así decirlo, en nombre de altos ideales.
Para la mayoría la violencia no era lo principal en el movimiento. Los antifascistas organizaron piquetes y manifestaciones, pintaron graffiti, alimentaron a las personas sin hogar como parte de la campaña Food not bombs («Comida en lugar de bombas»), abrieron sus propios gimnasios, organizaron torneos deportivos y proyecciones de películas. Las acciones de violencia la mayoría de las veces, se pusieron en marcha a través de la música y los conciertos. Según Mikhail, del grupo antifascista «Brigadier», solo necesitaban una compañía, la oportunidad de formar parte de una comunidad subcultural: “Eran personas traumatizadas por una infancia difícil y la violencia de los años noventa, que creían en un mundo mejor, van a golpear a alguien en la cabeza con botellas porque piensan que este mundo mejor vendrá de ese modo».
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Asesinatos
2008, Moscú. Unas doscientas personas se reunieron en Chistye Prudy para protestar contra el aumento de la presión sobre activistas y periodistas. El abogado Stanislav Markelov habla desde el podio: “Estoy cansado de leer crónicas criminales y recopilar listas de muertos. Ya no es un trabajo. Es una cuestión de supervivencia».
Un año después de este discurso, Markelov será asesinado, debido a su participación en los juicios contra los nazis. Junto a él, dispararán a la periodista de Novaya Gazeta Anastasia Baburova, también antifascista.
El asesinato de Markelov y Baburova fue uno de los últimos asesinatos de antifascistas en Rusia, pero antes de eso ocurrieron sistemáticamente. Según el testimonio del neonazi Ilya Goryachev, que luego daría en el juicio del caso BORN (Organización de Combate de los Nacionalistas Rusos), en muchos casos, realizados por orden de las autoridades o al menos con su consentimiento tácito (las conexiones de la administración presidencial con los nacionalistas eran conocidas desde mucho antes).
El primer asesinato de un miembro del movimiento antifascista ocurrió en 2005; luego, los nazis infligieron seis puñaladas a Timur Kacharava, de 20 años. Seis meses después, Alexander Ryukhin, de 19 años, fue asesinado a puñaladas en un concierto.
“Íbamos a ir juntos con él, pero llegué muy tarde”, dice Inessa. “Cuando llegué, vi un cuerpo aún descubierto. Pensé que era una persona diferente. Recuerdo muy bien el momento: estamos parados en el escenario, el concierto no empieza, la gente llora. Entonces pensé: pobre gente, conocían a este tipo. Entonces un amigo me dice: lo conocías, es Sasha. Y finalmente me doy cuenta. Recuerdo cómo mordí la manga de mi sudadera del dolor, porque era simplemente insoportable. Tenía 17 años.
El segundo asesinado a quien Inessa conoció personalmente, fue Alexei Krylov. Se encontró en un grupo de antifascistas que iban a un concierto punk, que fue atacado por la extrema derecha. Krylov no era un objetivo específico de los nazis: murió por accidente.
Y en 2009, Ivan Khutorsky, uno de los miembros más activos y conocidos del movimiento, fue asesinado a tiros. Por su participación regular en peleas con neonazis, recibió el apodo de Kostol. Su nombre y dirección se publicaban regularmente en sitios web neonazis, Khutorsky resultó gravemente herido varias veces y el cuarto ataque terminó con un asesinato.
Los antifascistas reaccionaron destrozando la oficina del movimiento pro-Kremlin “Rusia Joven”: consideraban al jefe de la organización, Maxim Mishchenko, el principal aliado de los nazis en la Duma Estatal. Los participantes calificaron la acción de simbólica y destacaron que nadie resultó herido durante el ataque.
Inessa, Shura y otros antifascistas creen que la muerte de Khutorsky fue un gran golpe para muchas personas en el movimiento: lo percibían como un hermano mayor, lo tomaban como ejemplo. Khutorskoy era abogado en la fundación Children of the Streets, que trabajaba con niños desfavorecidos, e Inessa dice que su relación con los antifascistas, que a menudo provenían de familias monoparentales, era particular.
“Para los extraños, es sorprendente que, incluso después de más de diez años, no solo recordemos, no solo vayamos a la tumba de Khutorsky, sino que esta persona parece seguir desempeñando un papel en nuestras vidas”, dice. De hecho, en el momento de la muerte de Vanya, algunos ya estaban en la cárcel por casos falsos, algunos se vieron obligados a esconderse por las mismas razones. Suena fuerte, pero, tal vez, entonces esa era se terminó”.
El final de una era
2010. Hay varios cientos de personas en la plaza Trubnaya de Moscú: se ha anunciado una reunión para la actuación de grupos musicales antifascistas. «¿Espero que no haya tontos aquí que piensen que vinieron a un concierto» dice un hombre enmascarado a través de un megáfono, y la multitud se dispone a aplastar la administración de Khimki cerca de Moscú. El edificio atacado con bombas de humo y botellas, las ventanas se hacen añicos, se pintan grafitis en las paredes.
Los antifascistas realizaron una acción en defensa del bosque de Khimki, que las autoridades decidieron talar para construir una carretera. El motivo fue el ataque de personas con tatuajes nazis a ecologistas unos días antes. Durante la acción, los antifascistas también recordaron a Mikhail Beketov, un periodista, defensor del Bosque de Khimki, que dos años antes había sido golpeado por desconocidos. Como resultado del ataque, Beketov quedó discapacitado y murió unos años después.
Luego se inició un caso penal bajo el artículo «vandalismo», bajo el cual muchos activistas y periodistas fueron detenidos e interrogados. Algunos de ellos se fueron de Rusia: «Entonces hubo tal situación que te vas o te vas», dice Shura.
Dos antifascistas, Alexei Gaskarov y Maxim Solopov, fueron arrestados. Dos más, Petr Silaev y el hermano de Maxim, Denis Solopov, que lograron escapar de Rusia, fueron incluidos en la lista internacional de personas buscadas. Gaskarov, un año después del inicio del caso, fue absuelto y Solopov fue condenado a dos años de libertad condicional.
Después de que se abriera el “caso Bolotny” al año siguiente, en el que también se acusó a los antifascistas, la presión sobre el entorno de izquierda aumentó significativamente.
Aproximadamente al mismo tiempo, la ultraderecha comenzó a ser perseguida. Un año antes del caso Khimki, hubo disturbios en la plaza Manezhnaya; luego, miles de fanáticos del fútbol y nacionalistas se reunieron para un mitin dedicado a Yegor Sviridov, quien murió durante una pelea con los caucásicos. Tras la acción, se abrieron más de veinte causas penales por vandalismo y uso de la violencia contra funcionarios del gobierno. Esto dio lugar a la presión de las autoridades sobre el entorno futbolístico mayoritariamente derechista, aunque poco después de la reunión de Manezhnaya, incluso se invitó a representantes electos de los aficionados a reunirse con Putin.
Los miembros de muchos grupos militantes neonazis también fueron condenados a penas de prisión, algunos de esos grupos existían desde hacía años: por ejemplo, NSO-North , NS/WP , el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores de Rusia y otros.
Paralelamente, el movimiento de ultraderecha comenzó a alejarse de la violencia callejera, moviéndose gradualmente hacia el campo legal. Los neonazis ahora se han involucrado en la resolución de problemas sociales, por ejemplo, protegiendo el pueblo de Rechnik de la demolición de casas y varias acciones sociales.
“Luego comenzaron a trabajar en la imagen de un nacionalista con rostro humano: no la sonrisa bestial del neonazismo, sino algo más digerible para el ruso promedio”, dice Vera Alperovich del centro de información y análisis Sova, que se ocupa, entre otros temas, de la xenofobia. “Incluso cuando se trataba de discursos xenófobos, casi siempre el foco no estaba en los sentimientos antiinmigrantes, sino en los antipoliciales”.
En 2011, fueron arrestados miembros de la Organización de Combate de los Nacionalistas Rusos (BORN), que mataron a muchos inmigrantes y antifascistas, en particular, Markelov, Baburova, Khutorsky y otros. Varios acusados en el caso recibieron cadenas perpetuas.
La última víctima del grupo fue el juez de Moscú Eduard Chuvashov, quien lideró el caso contra la banda nazi «Lobos Blancos» y otros casos relacionados con el asesinato de inmigrantes.
“BORN fue el punto final de esta historia”, dice Alperovich. El asesinato del juez demostró que enredaron por completo. Las autoridades en la década de 2000 pudieron hacer la vista gorda ante los asesinatos o ataques a los trabajadores del mercado, pero un juez del Tribunal de la Ciudad de Moscú ya fue demasiado.
A principios de la década de 2010, el movimiento antifascista cambió significativamente: la oposición violenta a la ultraderecha perdió relevancia en muchos aspectos y las acciones directas se volvieron prácticamente imposibles debido al mayor control policial. Los antifascistas en su mayoría se trasladaron a otras actividades: manifestaciones políticas, activismo ambiental, protección animal, derechos laborales, apoyo a organizaciones LGBT, etcétera.
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Inessa ha estado involucrada en actividades de derechos humanos desde 2011: “Hago cosas que corresponden a las mismas ideas. Ahora, entre otras cosas, me dedico a la ciencia y escribo un artículo sobre discriminación sistémica. Mis valores no han cambiado, simplemente evolucionaron y se profundizaron”.
Pero muchos antifascistas, inicialmente motivados por los enfrentamientos callejeros con los nazis, vivieron con dificultad esta transformación. Según las observaciones de Inessa, algunos de ellos, aun asentados socialmente, comenzaron a beber y a meterse en peleas, ante una crisis de autoidentificación.
“Cuando teníamos el modelo de guerra callejera, apestaba, pero estaba muy claro. Y cuando esto se acabó, muchos ya no entendían cómo y de qué manera podían realizarse. Me parece que esto es como el colapso de la «primicia» para nuestros padres. Tenían un plan: tendré 22 años, me graduaré del instituto e iré a la distribución en Zhopoperd, allí conoceré a mi esposa o esposo, luego daremos a luz a niños, etcétera. Y luego este plan desapareció, y dijeron: ¿qué quieres decir? El plan, por supuesto, era pésimo, no quería ir a Zhopoperd, pero ¿qué debo hacer ahora?
Y, sin embargo, el problema de la violencia de extrema derecha en la década de 2010 desapareció por completo. Los nazis continuaron atacando a inmigrantes y antifascistas, en conciertos o simplemente en la calle, aunque con menos frecuencia y prácticamente sin asesinatos (por ejemplo, Mikhail, miembro del grupo Brigadier, dice que en 2018 fue atacado por un ultra en San Petersburgo). Por lo tanto, parte de los antifascistas continuaron participando en la seguridad, ahora no solo conciertos, sino también, por ejemplo, eventos feministas y LGBT. Pero la principal amenaza para los antifascistas no eran sus oponentes tradicionales, los nazis, sino el Estado.
“Esta es la diferencia entre ceros y décimas”, dice el antifascista Shura. En los años 2000, sabías de dónde venía la amenaza, elegías el nivel de esta amenaza y el nivel de tu participación en ella. Y ahora hacías lo mismo que antes, pero podrías ser reprimido por las autoridades”.
Represión
La represión sobre los antifascistas por parte de las autoridades culminó en el caso “Red” iniciado en 2017: once antifascistas en Penza y San Petersburgo fueron arrestados acusados de participar en una comunidad que supuestamente quería “desestabilizar la situación en el país.» Los materiales del caso se basaron principalmente en el testimonio de los acusados, quienes, como algunos testigos, fueron torturados. Muchos de los mencionados en el caso abandonaron inmediatamente Rusia, y con ellos otros antifascistas que temían por su seguridad.
Los detenidos fueron posteriormente condenados a penas que oscilaban entre 3,5 y 18 años de prisión. El Centro de Derechos Humanos “Memorial” los reconoció como presos políticos.
En octubre de 2018, Mikhail Zhlobitsky, de 17 años, se inmoló en el edificio del FSB de Arkhangelsk, habiendo escrito previamente en uno de los chats de Telegram que los servicios especiales “fabricaban casos y torturaban a personas”. Después de eso, comenzó una nueva serie de búsquedas y procesos penales contra anarquistas.
En 2018, el matemático Azat Miftakhov fue arrestado, acusado de incendiar la oficina de Rusia Unida. En el mismo año, un adolescente de 14 años, Kirill Kuzmin, fue detenido en Moscú, acusado de supuestamente preparar una explosión en la Marcha Rusa. Luego fue el caso contra el anarquista Vyacheslav Lukichev, la persecución de activistas de Chelyabinsk debido a una pancarta en apoyo de los acusados en el caso Red, el arresto del anarquista de Yevgeny Karakashev por un mensaje de chat y otras acusaciones, muchas de las cuales fueron acompañados por torturas.
En 2022, se agregó un nuevo motivo de persecución: la guerra. Las represiones afectaron a miembros del movimiento de izquierda con una posición antibelicista, pero entre los antifascistas había personas con puntos de vista opuestos.
La guerra
“Creo que no puedo tener una posición neutral o antibelicista. Rusia debe ganar”, dice Sergey, el vocalista de Klowns, que actuó en Donetsk en enero de 2023. Esta es una confrontación no solo entre Rusia y Ucrania, sino entre dos sistemas: el occidental, del cual surgen Ucrania y, de hecho, el mundo ruso. Me veo a mí mismo como parte de eso”.
Sergei considera a Ucrania el agresor y dice que Rusia «debería haber iniciado la ‘operación especial’ antes», entonces no habría sido tan prolongada. Sergei ya no se llama a sí mismo antifascista. Define sus puntos de vista como comunistas, pero ahora no ve un reemplazo adecuado para el actual gobierno: “Todavía tengo un pensamiento crítico. Y no digo que Putin no deba ser reemplazado, por supuesto. Tenemos una Constitución, tenemos una institución de elecciones. Está claro que muchos de ellos no inspiran confianza. Pero aún necesitamos actuar en el terreno legal”.
Sergei está lejos de ser el único miembro anterior o actual del movimiento antifascista que apoya la agresión rusa en Ucrania. Hay algunos entre ellos que fueron a luchar del lado de Rusia, algunos ya en 2014. Por ejemplo, Anton Fatulaev, conocido en el ambiente antifascista, apodado Dolbila, murió en Donbass en agosto de 2014; fue allí después de ser liberado de una colonia, donde había sido encarcelado por pelear con ultraderechistas.
Pero esas personas en el movimiento antifascista son una minoría, dicen los interlocutores de Radio Liberty. Muchos antifascistas y anarquistas se dedican al activismo contra la guerra, y algunos fueron a luchar del lado de Ucrania.
El anarquista D. (el interlocutor de la autora pidió llamarse así), quien se mudó de Rusia a Ucrania hace varios años, dice que se despertó en la mañana del 24 de febrero por las explosiones, y ya en la tarde fue a registrarse para la defensa territorial: “No sé cómo en una situación así se podría haber manejado de otra manera. Cuando viví en Rusia, creía que el gobierno debía ser resistido por la fuerza de las armas. Por lo tanto, cuando comenzó la escalada, elegí, de hecho, lo mismo «.
Al comienzo de la guerra, un grupo de antifascistas y anarquistas (compuesto en gran parte por rusos) creó un Pelotón Antiautoritario como parte de la defensa territorial. Después de un tiempo, el pelotón fue disuelto, dicen sus integrantes, por la burocracia del ejército, y parte de la gente fue trasladada a otras unidades. D. dice que personas de diferentes puntos de vista están luchando con él, incluso, está familiarizado con los nacionalistas, a quienes considera personas valiosas, y afirma que en Ucrania este concepto se percibe de manera diferente:
“El nacionalismo ucraniano se basa en tendencias antiimperialistas y de liberación. Critico a los derechistas en muchos temas, pero no puedo negar que Azov, por ejemplo, estuvo muy bien en Mariupol, habiendo luchado con valor. No apoyo la ideología de los nacionalistas, pero no hay un discurso de que “los inmigrantes deben ser masacrados”. Conocer a una persona que francamente profesa puntos de vista ultraderechistas es una insignificancia, son simplemente parias”.
Los anarquistas que participan en la guerra del lado ucraniano a menudo enfatizan que no están luchando por el estado ucraniano «corrupto y oligárquico», sino por la sociedad y las personas, cuya cultura e identidad, señala D., Rusia está tratando de destruir a propósito. Llaman a la guerra imperialista, refiriéndose a los objetivos depredadores de Rusia. Pero algunos antifascistas, que prefieren no tomar partido, entienden otra cosa por “guerra imperialista”, creyendo que el imperialismo occidental está detrás del estado ucraniano.
“Esta es una guerra entre el capital ruso y el capital ucraniano, que actúa con el apoyo de otros capitales”, asegura Oleg Smirnov, vocalista del grupo antifascista Brigadier. Ucrania defiende el derecho a elegir a quién servir, capital rusa o europea. Sí, por supuesto, Rusia es el agresor en esta situación. Pero esto no significa que los trabajadores ucranianos deban ir a luchar contra ella. No deberían participar en enfrentamientos imperialistas y capitalistas. Solo hay una salida: todos desertan en masa, dejen que los generales luchen entre sí.»
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Otro miembro del grupo, Mikhail, no está de acuerdo con él y no entiende cómo se puede esperar una revolución socialista cuando los misiles golpean las casas y millones de personas se han convertido en refugiados. Desde el punto de vista de los ideales humanistas y pacifistas, pedir el envío de «Leopards» a Ucrania es malo, «pero ahora no se puede prescindir del suministro de armas de los países occidentales».
Muchos participantes en el movimiento antifascista abandonaron la lucha callejera, y se incorporaron en áreas que estaban de acuerdo con sus principios. Para algunos otros, los adornos, la música, el estilo y la violencia callejera fueron las principales motivaciones para unirse al movimiento.
Privados de un principio vinculante, la oposición directa a los neonazis, los antifascistas rusos dejaron de ser un único movimiento y la guerra enfatizó esta división. “Siempre ha habido antifascistas apolíticos, estalinistas, machistas duros, otros cabrones en el movimiento. Y ahora hubo una crisis y la gente se dividió en diferentes posiciones», dice D.
Shura, que ayuda a los refugiados y apoya a los ucranianos, «aquellos que defienden su hogar», también cree que los antifascistas, que ahora tienen opiniones a favor de la guerra, se han destacado anteriormente en el movimiento: «Estas son personas ya estaban podridas y pienso: esta escoria es lo que podía esperarse de ellas. Así que nada ha cambiado”.
Mikhail conecta la escisión, entre otras cosas, con el entorno en el que todos crecieron: cree que no se debe esperar adecuación de personas que siempre han vivido con violencia; muchos de ellos, en su opinión, tienen problemas mentales debido a ese pasado infantil.
El futuro
Casi ninguno de los interlocutores de Radio Liberty vive ya en Rusia. Casi todos coinciden en que nada bueno le espera a Rusia en el futuro cercano.
«La guerra, por supuesto, terminará, pero no mejorará de inmediato. Y lo peor es que para mejorar, primero debe volverse muy malo», dice Inessa, quien ahora es miembro de la célula Resistencia Feminista Contra la Guerra, participa en eventos públicos y es voluntaria en organizaciones para ayudar a las víctimas del ataque ruso a Ucrania.
El futuro del movimiento antifascista, al menos en la forma en que se creó hace veinte años, sigue siendo vago. La violencia bien puede volver a las calles rusas, cree Mikhail, pero no será necesariamente el mismo enfrentamiento: «No puedo decir que el problema con los nazis haya quedado en nada. La gente de extrema derecha con armas no se ha ido a ninguna parte, la amenaza existe, es solo que ahora la confrontación es diferente: Rusia-Ucrania, y no fa-antifa«. Además, agrega que el significado del concepto de «fascismo» ha sido distorsionado por la propaganda rusa: «En la retórica rusa, Zelensky ahora supuestamente está del lado de fa, y Putin está del lado de antifa«.
Al mismo tiempo, las personas con experiencia en el movimiento antifascista organizado, dicen los interlocutores de Radio Liberty, están ayudando a los manifestantes pacifistas y refugiados detenidos, y en el voluntariado y recaudación de fondos. “Vivo el momento”, dice Mikhail, ya no existe la creencia de que todo mejorará en un futuro cercano. Y aunque todo es tan malo, vale la pena intentar hacerlo menos malo.»
Mayo de 2023
Versión en castellano del texto original en ruso.