En las escarpadas montañas del departamento del Cauca, día a día, por encima de las condiciones climáticas, la situación de orden público y la pandemia se levantan las mujeres cuidadoras del territorio a seguir regando la semilla de la digna lucha histórica por la equidad, la justicia y la protección de la vida. La mujer guardia indígena es símbolo de resistencia, valentía y amor.
Bebiendo un sorbo de café caliente en su casa, Zuli recuerda sus inicios en la guardia indígena, un camino que comenzó desde los doce años orientado por sus tías y que hasta ahora sigue ejerciendo con todo el amor y la convicción de defender el territorio. Como mujer guardia de su resguardo, ha estado presente en diferentes espacios, ha librado grandes batallas y se ha convertido en un referente en su comunidad para continuar luchando.
Zuli es una Puyaksa U’y, una mujer guardia, una luchadora incansable, una guerrera de tez trigueña, cabello y ojos negros y estatura alta; en su piel lleva marcada la historia de varios acontecimientos ocurridos mientras desempeñaba su valiente labor; es madre de un niño de once años, tía de dos hermosas niñas, hermana, hija y amiga. A la temprana edad de doce años empezó a caminar el proceso de lucha en su resguardo, cuando ‒cuenta‒ todo era más difícil y debían caminar horas y horas para llegar a una reunión, a una concentración, a una minga.
‒K diecisiete, K diecisiete, ¿me copia?
Mientras Zuly responde a sus compañeros por el radio, sus sobrinas, su hijo y su hermana observan atentamente sus movimientos, saben que en cualquier momento tendrá que salir a acompañar a los demás guardias a solucionar algún problema con su bastón, su chaleco y la pañoleta del CRIC que guarda con tanto cuidado. Ellos la admiran, pues han sido testigos de la entrega de su familiar con el movimiento indígena por muchísimo tiempo, aunque no están totalmente de acuerdo con su labor.
‒Tía, ¿ese es su celular? ¿Tan grande? ‒pregunta con curiosidad y ternura su sobrina más pequeña, señalando el radio.
Todos ríen y ella responde “sí”, acariciando su cabello mientras continúa hablando por el radio con sus compañeros guardias sobre un hecho ocurrido en uno de los puntos de control del resguardo.
Son innumerables los acontecimientos, los obstáculos y los problemas a los que se ha enfrentado para poder cumplir con su papel de guardia, madre, cabildante (persona elegida por la asamblea para desempeñar una labor específica dentro del cabildo). Uno de los hechos que Zuli más recuerda ‒cuenta mientras el radioteléfono sigue sonando al fondo‒ fue una vez que despertó en la oscuridad de las cinco de la mañana en medio de una balacera. Estaban en un ritual de armonización, había llovido mucho toda la noche y prendieron un fogón grande, se quedaron dormidos ante el frío y varios tiros hicieron que todos corrieran buscando refugio. Ante ese temor, en medio de las ramas y barrancos, ella salió corriendo, se golpeó en diferentes partes del cuerpo hasta que por fin encontró un lugar seguro y tuvo que permanecer allí varias horas mientras la situación se calmaba, pues se encontraban en desventaja ante esos actores armados.
En el resguardo indígena de Kweta’d, en Tierradentro, como en muchas otras zonas del departamento, históricamente ha existido una disputa territorial entre indígenas y campesinos de las cuales se han derivado múltiples hechos desafortunados que han afectado la armonía de las dos comunidades. Con relación a esa disputa, Zuli comenta:
“Es determinante el papel de la mujer guardia o autoridad, pues en apresurados momentos se pueden llegar a tomar malas decisiones, pero somos las mujeres quienes sentamos una posición con firmeza en aras de evaluar y optar por un camino que conlleve a un beneficio común, pues son temas de trato delicado… A veces los hombres se las quieren dar de muy fuertes, pero ahí entramos a mediar nosotras, cuando nos parece que algo está mal les decimos y orientamos cómo creemos que se debe hacer.”
Nuevamente llaman al radio, poco a poco el café se enfría y esta vez parece que un comunero, que hacía pocos días había ingresado al resguardo, no estaba respetando la cuarentena y andaba por la vereda haciendo contacto con otras personas, lo cual significa un riesgo inminente que echaría a perder una larga batalla de cuidado frente a la pandemia que comenzó hace meses.
Allí estaba instalado uno de los 384 puntos de control del Cauca, los cuales buscaban regular la entrada y salida de personas con las medidas de bioseguridad adecuadas para proteger a la comunidad de la tan conocida pandemia, y para lo cual adoptaron turnos, adecuaron un rancho y se las ingeniaron con elementos propios de la región para realizar la desinfección a las personas y los vehículos que ingresan a la vereda. En estos puntos, se turnaban entre hombres, mujeres, niños y jóvenes para vigilar en horarios específicos. Los comuneros de la vereda estuvieron siempre prestos a colaborar y han sido las mujeres quienes con entrega y disciplina han contribuido a la organización y el estricto funcionamiento de los puntos de control.
Zuli piensa, entonces, en su hijo. Quiere que él siga su camino y se vincule a los procesos comunitarios, que recorra el territorio y se apropie de los elementos de su cultura, pues en su familia ha estado presente siempre el espíritu de la resistencia abanderado principalmente por las mujeres; de hecho, fueron sus tías quienes en su tiempo la llevaron a las grandes mingas en La María, Piendamó.
“En ese tiempo dormíamos donde nos tocara, comíamos lo que nos dieran; así aprendí a caminar en esos territorios y para mí ‒recuerda con nostalgia‒ ha sido un proceso muy bonito, y desde esa edad tengo la convicción clara”, comenta mientras observa el humo que sale de la taza de café y escucha el radio que no deja de sonar.
Fueron esos hechos y vivencias lo que reafirmaron en Zuli la fuerza, y que terminaron por sembrar el amor por la lucha de la defensa de los pueblos indígenas en el Cauca. En el andar de sus tiempos adquirió experiencia y el camino que hasta ahora lleva es digno de ser admirado, pues son pocas las mujeres que en esta zona dedican su vida a los procesos comunitarios tan de lleno. Su lucha también ha sido contra los prejuicios sociales, pues muchas personas no ven con buenos ojos el hecho de que una mujer porte un bastón de guardia y que trabaje junto a otros hombres de la misma manera. En su resguardo existen al menos otras 25 mujeres en esta labor, pues éste es un proceso que aún está gestándose y con el apoyo de algunas autoridades se ha podido continuar; sin embargo, según Zuli, hace falta todavía dar la batalla por sembrar en las conciencias de las personas para dejar de lado el machismo y las críticas negativas hacia las mujeres que deciden emprender ese camino.
De las diez personas que manejan la comunicación por radio teléfono dentro del resguardo Zuli es la única mujer, y junto a Edwin, Ary, Reinaldo, Misael, Ernesto, Bernardo, Miguel, Jacinto y Gerardo trabajan por mantener la armonía del resguardo y atender los hechos que pretendan desequilibrarla.
“Siempre seré de mi organización, a mi organización la quiero mucho”, expresa con orgullo, y una enorme sonrisa ilumina su rostro, mientras casi termina la bebida.
Llaman al radio de nuevo, mientras revisa su celular y encuentra una publicación sobre un feminicidio cometido recientemente. Su rostro refleja la impotencia, la rabia y el dolor de muchas mujeres ante hechos que apagan la vida de una compañera, amiga y hermana, como ella, como muchas que incansablemente dan la pelea: mujeres trabajadoras, guerreras, líderes, de alma y espíritu transformador dentro de sus comunidades.
“Somos dadoras de vida, cuidadoras del territorio, cuidamos de la familia, de los niños, de los mayores… Ninguna mujer es merecedora de semejante hecho, debemos denunciar”, dice Zuli.
Aún la tristeza está en sus ojos. La noche se asoma, las personas de la vereda regresan de su ardua labor de agricultura, los niños regresan de jugar en la cancha, el sol lanza sus últimos rayos sobre las plantas que Zuli y su hermana cultivan en el tul: coca, tabaco, tomillo, orégano, cilantro… Y mientras ella bebe el último sorbo del café, ya frío, escucha un nuevo llamado al punto de control: deben atender una situación de emergencia. Rápidamente se despide de sus familiares, se cuelga el bastón, acomoda su radio en el bolsillo del chaleco, enciende su moto negra y emprende camino nuevamente por la carretera, se pierde en las curvas camino a enfrentar una situación.
Para Zuli, ser mujer, guardia y madre es el mayor de sus orgullos. Desea continuar su lucha hasta el final y empoderar a las mujeres indígenas para defender sus derechos, enraizadas con el territorio y volando alto siguiendo sus sueños.