Conforme la noche despliega su oscuro velo sobre los imponentes edificios de Ramala, los focos iluminan el escenario del Teatro Ashtar, arrojando un resplandor cautivador sobre un espectáculo cultural nada ordinario. Se trata de un encuentro que desdibuja los límites entre espectadores e intérpretes palestinos, donde cómicos, poetas y músicos de toda condición comparten su vínculo con el arte, la comedia y la causa palestina.
Khaled Tayeh es uno de ellos. Ha estado presentando su repertorio de monólogos por toda Ramala, ganándose el reconocimiento del floreciente y vibrante mundo de la comedia de la ciudad. Su destreza cómica radica en explorar la compleja relación que las personas mantienen con su cuerpo en una época inundada de imágenes que estrellas perfectamente esculpidas prodigan en las redes sociales. Pero lo que realmente cala entre el público es su mordaz comentario sobre el coste de la vida en Ramala.
“Esta noche percibo aquí un talento palestino increíble, y es maravilloso”, empieza Tayeh, bañado por los focos y rodeado por las sombras del teatro. “Pero lo único que no entiendo es por qué hay que pagar para actuar”, cuestiona señalando el precio de las entradas que tanto el público como los artistas han tenido que desembolsar para asistir al espectáculo. “¡Yo os diré por qué! Porque es Ramala, y aquí se paga el doble por todo. Cuando cobré mi primer sueldo, me fui del tirón a almorzar sushi. Días más tarde, estaba llorando en un local de falafel”, bromea, evidenciando el marcado contraste que existe en la ciudad entre el disparado coste de la vida y los salarios estancados.
“Seguro que habéis visto alguno de esos vídeos que muestran lo que se puede comprar con 20 shekels [aproximadamente 5,38 dólares USD] en diferentes ciudades palestinas. En Ramala eso no lo ha hecho nadie. Aquí tienes que agenciarte un o una amante con pasta [para llegar a fin de mes]”, exclama, con la voz casi ahogada por los aplausos y risas del público.
En su afán por convertirse en humorista profesional, este periodista de 32 años perfecciona con esmero su estilo cómico compaginándolo con sus responsabilidades habituales como corresponsal en Cisjordania. Fue hace cuatro años cuando su mentora, la humorista palestino-estadounidense Mona Aburmishan, insistió en que actuara en un espectáculo local, gracias a lo cual despegó su trayectoria en el mundo de la comedia.
“En aquel momento tenía muchísimas inseguridades, pero resultó ser un éxito”, recuerda.
“Me di cuenta de que si tienes la capacidad de reírte de ti mismo y de las luchas a las que te enfrentas, nadie puede hacerte ya más daño. Le quitas hierro a asuntos que te agobian y los vuelves impotentes. Al final, la comedia se convierte en un juego psicológico que te proporciona un escudo protector”, explica Tayeh.
A través de sus sketches, Tayeh pretende no solo entretener, sino también suscitar un pensamiento crítico sobre la ocupación israelí, utilizando el humor como herramienta para arrojar luz sobre acontecimientos históricos cruciales en el marco del conflicto palestino-israelí. Uno de sus sketches capta la amarga realidad a la que se enfrentan los refugiados palestinos tras la Nakba: “Estaba yo en un restaurante de Haifa cuando de repente me di cuenta de que todo me resultaba muy familiar. Era como si estuviese en casa de algún familiar”, comenta en alusión al desplazamiento forzoso de palestinos desde los que han pasado a ser centros urbanos israelíes, y a la apropiación de sus hogares por los israelíes durante la “catástrofe” de 1948, marcada por la creación del estado de Israel.
Sembrar nuevas semillas culturales en terreno fértil
Las noches de micrófono abierto se han convertido en una cita habitual en la escena cultural de Ramala, y ofrecen una plataforma para que aficionados y profesionales puedan subirse al escenario y dar a conocer su talento. Al reflexionar sobre la experiencia, Konrad Suder Chatterjee, actor y escritor polaco perteneciente al colectivo palestino e internacional que impulsa las noches de micro abierto, afirma: “Éramos conscientes de los riesgos potenciales de fracaso, ya que los monólogos, al ser una forma teatral popular y algo manida, pueden provocar sentimientos encontrados. Por suerte nos equivocamos y encontramos en Ramala un terreno fértil para esta forma de arte”.
La primera noche de micro abierto atrajo a un público de 50 personas y tuvo lugar en una pizzería de Ramala. Ahora ha encontrado un nuevo hogar en un teatro que forma parte de un esfuerzo continuo para atraer a un público más joven, explica el director artístico del Teatro Ashtar, Emile Saba. “Mi objetivo es tender un puente entre el teatro tradicional, conocido por sus aspectos líricos y formales, y la escena cómica emergente. Al llevar la comedia al teatro, pretendemos atraer a un público que quizá se sienta menos seducido por los elementos teatrales tradicionales, pero más cautivado por el contenido mordaz y cáustico de la comedia de monólogos”, explica Saba a Equal Times.
En la última década, Ramala –sede del Gobierno de la Autoridad Palestina, un organismo semiautónomo que administra los territorios ocupados de Cisjordania– ha experimentado una profunda transformación. Lo que había sido una ciudad devastada por las operaciones militares israelíes durante la Segunda Intifada (2000-2005), y una economía local paralizada por los toques de queda y los cortes de luz, se ha convertido ahora en un bullicioso núcleo urbano aderezado con bares de moda, altísimos rascacielos y cafés de estudiantes.
A pesar de que Ramala está bajo control de la Autoridad Palestina, el ejército israelí realiza incursiones puntuales en la ciudad. Sin ir más lejos, esta semana, en la noche del 7 al 8 de junio, un convoy israelí entró en la ciudad para demoler la casa del autor presunto de un atetado con bomba, incursión que generó protestas virulentas de los habitantes de Ramala.
En 1967, durante la Guerra de los Seis Días que convirtió a Israel en potencia regional y a Cisjordania en territorio ocupado, Ramala era una ciudad tranquila en la que vivían cerca de 12.000 residentes. Sin embargo, en las últimas décadas, se ha convertido en el centro de la vida económica, cultural y política palestina. La composición demográfica de la ciudad también experimentó un incremento significativo, con una población de 39.000 habitantes, según datos del último censo realizado en 2017, que se prevé aumente a 47.000 de aquí a 2026, según la Oficina Central de Estadística de Palestina.
El acto comienza con un taller colectivo de poesía en el que los asistentes escriben y comparten poemas improvisados en el escenario.
“Nuestro objetivo es democratizar este espacio creativo y ofrecer a todo el mundo una oportunidad de mostrar su talento. La comedia está muy extendida en nuestra comunidad desde hace mucho tiempo, incluso antes de la creación de nuestras noches de micro abierto, en las que desaparecen las barreras entre público y artistas”, afirma Dalal Radwan, coorganizadora del evento de micro abierto.
A muchos jóvenes palestinos les atrae la comedia de monólogos porque pone de manifiesto los sinsentidos de su vida cotidiana y les proporciona una vía de escape, muy necesaria, a través de la risa y el humor autocrítico. Aunque los retos de vivir bajo la ocupación –como son, por ejemplo, los registros intrusivos en los puestos de control y las restricciones a la libertad de movimiento– sirven de fuente de inspiración, estos cómicos también se aventuran en las sombras inexploradas de la sociedad palestina, proporcionando un entorno rico en sarcasmo y autorreflexión.
La comedia de monólogos tiene sus raíces en la cultura estadounidense, pero los cómicos palestinos aportan al escenario sus perspectivas y experiencias, impregnándolo de referencias culturales palestinas. Las agobiantes obligaciones familiares, la complejidad del noviazgo y el conservadurismo social en torno a la imagen corporal son experiencias habituales que crean un vínculo de risa compartida entre el público y los artistas.
La comedia frente al creciente conservadurismo
En 2022, Alaa Shehada, artista independiente y cómico de 30 años, junto con un grupo de seis cómicos palestinos, fundó el Club de la Comedia Palestina, un club de la comedia itinerante que hace giras por distintos lugares, tanto en Cisjordania como en Europa.
Shehada encuentra inspiración para su comedia en lo que él describe como una dinámica familiar en ocasiones agobiante. “Soy un hombre adulto, soltero y sin hijos, procedente de Jenin [ciudad del norte de Cisjordania]. Y eso basta para que mi familia y mis parientes crean que oculto en secreto dos hijos con una mujer extranjera en Holanda”, comparte riendo a carcajadas, refiriéndose a lo que los jóvenes palestinos de mentalidad más liberal denominan mentalidad conservadora.
“Hay ciertos temas de los que no se puede hablar”, señala Shehada. “Las relaciones entre hombres y mujeres, la religión y la política son líneas rojas. Hay que tener cuidado. A través de mi arte y mi humor, yo intento traspasar un poco esos límites. Ese es el espíritu de la comedia de monólogos”, explica el artista, que estudió teatro y se embarcó en su carrera de monologuista en 2017. Shehada escribe sus espectáculos tanto en inglés como en árabe para llegar a la mayor audiencia posible, y actualmente se está preparando para una gira veraniega por el Reino Unido con el Club de la Comedia Palestina.
En uno de sus sketches, Shehada aborda el tema de las relaciones entre hombres y mujeres, utilizando como argumento inicial las diferentes formas en que se entrega el dinero de un billete de taxi de ocho plazas compartido. “Si lo haces mal y tocas accidentalmente la mano de una mujer, el pueblo entero estará chismorreando sobre tu atrevida forma de acercarte a las mujeres”, comenta con humor.
Shehada reconoce que hacer este tipo de bromas en Ramala, sede de la Autoridad Palestina, le expone a las críticas y al escrutinio de las autoridades.
Cisjordania ha dado muestras de un creciente conservadurismo cultural, y la policía clausura a menudo espectáculos, como conciertos. Los años de conflicto, la prolongada ocupación militar, la exposición a la violencia y la represión sistemática de la identidad palestina han alimentado un conservadurismo imperante en el seno de una sociedad donde las tradiciones culturales y religiosas tienen un significado más que simbólico.
El pasado mes de abril, decenas de policías armados irrumpieron abruptamente durante un concierto de música tecno en Ramala, dejando patente la precariedad de la expresión cultural en los territorios palestinos.
Los centros culturales palestinos también se han convertido en blanco de grupos conservadores. El pasado agosto, al-Mustawda, un centro cultural de Ramala dirigido por jóvenes, tuvo que cerrar después de que unos 40 hombres irrumpieran en un concierto del artista palestino Bashar Murad, alegando que se trataba de una “fiesta gay”. Cuando el ejército israelí mata a palestinos durante sus incursiones diarias en pueblos y ciudades de los territorios ocupados, los actos culturales o las noches en bares suelen cancelarse o suspenderse en señal de respeto a los considerados mártires de la lucha por la independencia y la soberanía palestinas.
Estos acontecimientos arrojan luz sobre una importante línea divisoria en el seno de la sociedad palestina. Por una parte están quienes tratan de redefinir la identidad palestina y las vías de autoexpresión, mientras que, por otra, están los conservadores que contemplan esos cambios con escepticismo.
En semejante contexto, el arte se convierte en un acto de rebeldía que derriba las barreras sociales y psicológicas y el techo de cristal que muchos palestinos de aldeas empobrecidas de Cisjordania tienen que romper para poder establecerse y forjarse una carrera en Ramala.
Khalil al-Batran, actor y director de 30 años, originario de la aldea palestina de Idhna, en el sur de Cisjordania, comparte una reflexión personal sobre su trayectoria.
“En mi pueblo solía andar descalzo, pero al llegar a Ramala tuve que comprarme mi primer par de Nikes”, explica. Gracias a una audición fortuita para un espectáculo dirigido por Alaa Shehada, al-Batran consiguió embarcarse en su carrera de monologuista.
Aunque el arte y la comedia de monólogos han sido fuerzas transformadoras en la vida de al-Batran, el joven artista se plantea a menudo hasta qué punto sus esfuerzos cómicos consiguen traspasan los límites de la sociedad.
“Sé que aquí el arte tiene una influencia limitada. La atención palestina se centra –y con razón– en problemas existenciales de mayor peso, como las posibles guerras, la ocupación, las personas que luchan por la libertad y las restricciones a la libertad de movimiento. Pero lo cierto es que el arte sigue desempeñando un papel en esta lucha. Como artista, mi objetivo es liberar, a través de mis chistes, las tensiones acumuladas que sufren los palestinos en los puestos de control”.
Este artículo ha sido traducido del inglés por Guiomar Pérez-Rendón
Publicado originalmente en Equal Times