“En ocasiones vendemos a pérdida para no perjudicar a la comunidad”, comenta Gustavo Salas, uno de los fundadores del movimiento y referente sin poder orgánico, sólo ético. Durante semanas se reúnen productores rurales que integran las cooperativas con trabajadores urbanos de la red, hasta que llegan a consenso sobre los precios.
Ponen a debate los costos y las dificultades, y cuando llegan a acuerdos ambas partes los respetan, aunque el mercado haya subido o bajado los precios. Así, el tomate que acordaron venderlo a 20 bolívares ahora se vende en la calle a menos de la mitad, porque las ferias de Cecosesola decidieron vender a pérdida, para respetar lo acordado y no perjudicar ni a los productores ni a los consumidores.
“La escasez nos dio empatía con la comunidad”, agrega otra voz, mientras Salas se muestra preocupado por “la falta de exigencia en la calidad del producto, ya que a veces nos llega en condiciones en las que no podemos venderlo”. Esto lleva a debates extensos en los que surge que el escaso cuidado que se tiene con la tierra termina afectado lo económico, tanto la cantidad como la calidad de los cultivos.
Entre todos, todo
Los martes es día de asambleas múltiples y multitudinarias. En el enorme espacio de la feria del Centro, durante la mañana se reúnen cuatro grupos abordando diferentes problemas y hacia el mediodía se juntan en el espacio techado, para poner en común y debatir entre unas 200 personas todas las cifras de la semana, desde las ventas hasta las deudas.
Micrófono en mano, Wilson Alvarado va explicando los datos proyectados en la pared: inventarios, liquidez en bancos, cuentas a pagar y un largo etcétera. Los trabajadores asociados siguen con atención sus explicaciones y hacen preguntas para aclarar dudas. “Todos conocemos todos los números, incluso el que entró al movimiento en la última semana”, explica alguien a mi lado.
De ese modo, se pueden hacer responsables por lo colectivo, mientras en las organizaciones burocráticas sólo la dirección maneja los datos. En la exposición de Wilson surge que están vendiendo casi al costo, con apenas un 0,35% de ganancia y que en la primera semana de junio entre todas las ferias vendieron 1,4 millones de dólares. Celebran cuando aumentan los compradores en las ferias y cuando disminuyen buscan las razones y aparecen soluciones.
También se debaten los problemas: que faltaron cestas en las que se depositan los alimentos y debe buscarse dónde están; que en la semana fue insuficiente la cantidad de papa y de melón, al parecer por las lluvias, así como otros productos. Luego cada grupo expone en papelógrafos los principales números de cada feria. Me sorprende que todas y todos son muy jóvenes, ya que a la hora de los ingresos de nuevos trabajadores el movimiento prioriza a los menos de 40.
Wilson, quien ha explicado los números globales, tiene ahora 35 pero empezó con 10 años en las cajas, embolsando víveres. “Mis padres y mis hermanos me llevaban a las ferias y luego fui aprendiendo oficios, rotando entre varias tareas y ahora estoy en las oficinas en compras”. Recorrió un proceso muy similar al de muchos trabajadores que ingresaron en tareas muy simples y fueron creciendo.
Hay casos de embolsadores que hoy son médicos o técnicos, apegados a un movimiento que los hizo crecer, como José Raúl que después de embolsador fue camillero, técnico de laboratorio y hoy está en contabilidad. Milagros de la rotación y el compromiso: todos ellos participan en las ferias, ya sea en las cajas, barriendo, cargando víveres o acomodando los producto.
La salud integral y comunitaria
El Centro Integral Cooperativo de Salud (CICS), un edificio de tres plantas, fue construido con recursos propios, sin recurrir al Estado ni a la banca. El diseño fue largamente debatido entre los miembros del movimiento y los ingenieros que aceptaron el desafío de socializar el proyecto. Las maquetas iban y venían a las asambleas y reuniones, donde cada socio podía hacer observaciones y propuestas, proceso que demandó tres años.
El resultado es notable: la obra fue apropiada por la comunidad que se vuelca en el centro de salud. Además de espacios para que las familias confraternicen haciendo yoga o tai chi, o bailando, en la recorrida se descubre que las habitaciones de los internos tienen terrazas amplias que se comunican entre sí. De ese modo, los internados pueden relacionarse entre ellos sin pasar por el tradicional control jerárquico.
El centro atiende 200 mil consultas anuales en las numerosas especialidades que ofrecen, desde cardiología, gastroenterología, medicina interna, nutrición, otorrinolaringología, psiquiatría, traumatología y urología, además de las “alternativas” como acupuntura, hidroterapia, tai chi, yoga, masajes y parto natural respetado.
Cuentan con 20 camas de hospitalización, dos quirófanos, laboratorio, radiología y ecografía. Pero lo más notable es que un centro de salud con semejante masividad y complejidad es gestionado de modo asambleario, las tareas son rotatorias (aunque no los médicos) y todos pueden participar en las decisiones colectivas. Pero la gestión no es sencilla. La participación de los médicos sigue siendo incipiente aunque aseguran que han hecho avances durante la pandemia y la crisis.
El CICS realiza 25 cirugías semanales y 1.500 análisis de laboratorio, de muy diversas especialidades. La doctora Carmen, que acompaña partos y atiende cajas en la feria del Centro, se muestra orgullosa del avance que han conseguido en base a un minucioso trabajo con las embarazadas y sus familias: al comienzo, en 2009, hubo 69 cesáreas y sólo dos partos, “pero ya el año pasado hubo más partos que cesáreas”.
En la ronda del parto natural se menciona la dificultad que encuentran para que los médicos cedan su poder y aseguran que la integración de las familias facilita que sean más flexibles. En algunos casos sustituyen la sacrosanta “junta médica” para abordar situaciones de pacientes delicados o terminales por reuniones de médicos, pacientes y familiares para tomar decisiones. Según Lizeth, “los médicos que trabajan sólo en Cecosesola tienen una actitud diferente”.
Porque lo habitual sigue siendo que los médicos trabajen en varios hospitales para obtener mayores ingresos. En el CICS tienden a reproducir la misma cultura, sin apreciar las diferencias y siempre desconfiados a que personas que consideran de inferior categoría o formación, pueden opinar y tomar decisiones sobre su trabajo. En el CICS hay 105 trabajadores de los cuales unos 40 son médicos.
Muchos trabajadores rotan tareas, luego de trabajar en ferias se formaron como enfermeras percibiendo todos y todas los mismos ingresos, a excepción de los médicos. He escuchado a biotecnólogos del laboratorio explicar que acuden a trabajar a las ferias como algo ya habitual, o participan en jornadas de cocina, porque el centro de salud cuenta con un comedor comunitario. Como sucede en todos los espacios de Cecosesola, el comedor es un espacio importante para crear comunidad.
La crisis contribuyó a acercar a algunos médicos a la vida colectiva. Cuando no había gasolina, decidieron recoger a todos los trabajadores en los autobuses de Cecosesola. El resultado fue que unos cuantos médicos compartieron transporte y tiempo con enfermeras, auxiliares, limpiadoras y cocineras, lo que generó cercanías imposibles en tiempos normales.
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Al final de la ronda por el centro de salud intercambiamos impresiones de modo informal, que es cuando aparecen algunos de los detalles más reveladores de la vida colectiva. Todas y todos llevan muchos años en el movimiento. Quizá por eso Gabriela, de 73 años, critica duramente “los vicios y el consumismo”, porque éste provoca envidias; Lizeth agrega que la red de cooperativas “somos una escuela”; Wilmary hace hincapié en “la austeridad”, no como un sacrificio sino como forma de vida sencilla; y alguien más agrega que “Cecosesola no es para todos”.
Un aserto difícil de aceptar pero realista y sensato, porque todos los movimientos verdaderos (en el sentido de procesos de transformación de larga duración) son muy rigurosos con el comportamiento sus miembros para garantizar la continuidad de sus espacios. Sin embargo, la rigurosidad y la elevada exigencia se compensan cuando aseguran que “aquí nos sentimos protegidos”, lo que otorga un sentido de pertenencia y de autoestima muy potentes.
Una de las fundadoras, Teresa Correa, le da una vuelta más a la cuestión de la identidad, tejiéndola con los valores colectivos: “La confianza en nosotros mismos nos permite saltarnos o violar las leyes, cuando es necesario hacerlo. Porque no queremos que la formalidad del sistema se nos meta por dentro”. Dibujan un adentro y un afuera que no es caprichoso, sino uno de los síntomas de la autonomía colectiva.