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Recuerdos de Hugucha: otra forma de vivir la política

Raphael Hoetmer :: 26.06.23

A Hugo Blanco

Recuerdos de Hugucha: otra forma de vivir la política

Raphael Hoetmer

 

Querido Hugo,

te conocí en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en 2004. Los compañeros del Movimiento Raíz habían organizado un conversatorio sobre los movimientos sociales contra la globalización neoliberal. Yo estaba en la mesa contigo y el contraste no podía ser más grande. Yo, un joven activista entusiasta, recién llegado al Perú, con unas cuantas ideas románticas sobre los movimientos sociales y unos prejuicios más o menos coloniales sobre el Perú, iniciando un camino de aprendizaje y transformación. Y tú: Hugucha.

Desde allí, nos fuimos encontrando, y durante los años te convertiste en un maestro fundamental para mí. Claro que destacaste por tu fuerza, valentía y el rol fundamental que jugaste en distintos momentos de la historia del Perú, empezando en la lucha por la tierra en los sesenta. Sin embargo, creo que aún mas, mi Tayta, por la persona que has sido: tan distinto a cualquier líder político o dirigente social quien conocemos. Encarnas y vivías la política de otra forma desde abajo, desde la sencillez, la comunidad y el caminar juntos, siempre abierto a aprender y compartir. Claro que podías ser duro y hasta autoritario en ciertas discusiones y momentos, pero nunca con los de abajo, siempre frente a los de arriba.

Hugucha, probablemente pudieras haber sido lo que quería en la vida: periodista, escritor, político profesional, artista, agricultor, e inclusive probablemente actor o intelectual, llevando a un bienestar material mayor. Pero Hugo eligió ser Hugo, caminante en las luchas de los pueblos. Maestro y aprendiz. Corazón de piedra y paloma, como te dijo Arguedas. Ahora que estas reencontrándote con la Pachamama, por la que luchaste toda la vida, a la vez, te transformas para seguir compartiendo y acompañando a las luchas de nuestros pueblos de otra forma. Seguro te recordaremos desde los grandes gestos, pero espero que también desde esta forma otra de vivir la lucha social, desde la ternura y la coherencia, que hoy en día necesitamos mucho. Te comparto algunos recuerdos en este sentido, que llevaré conmigo.

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La asamblea final de la IV Cumbre Continental Indígena en Puno se realiza en un ambiente tenso. El discurso cada vez más agresivo del presidente García hace sentir que la represión del levantamiento amazónico está cerca. Adentro, distintos líderes y organizaciones disputan el liderazgo y la visibilidad. En la asamblea final, Alberto Pizango da el mejor discurso que escuché de él, llamando a la solidaridad entre pueblos, señalando lo que realmente está en juego en la lucha amazónica: el territorio, la cultura, la vida.

Justo afuera de la entrada del estadio te veo a ti. Parado detrás de una manta donde están expuestos los números de Lucha Indígena para la venta. No necesitas el estrado. Prefieres vender el periódico, abriendo un espacio para el diálogo directo. Miras a los ojos de quienes se acercan. Nunca hay menos que diez personas alrededor de ti. Escuchas, contestas, bromeas, provocas. La “r” sale redonda y lenta de tu boca, como la ola que sube a la playa. Accedes a las solicitudes de varias personas de tomarse una foto contigo. Te pregunto cómo va la venta. Me dices que va bien, y que es importante poner un precio, aunque sea mínimo a los materiales —al contrario de lo que hacen las ONG— para  que se vea el valor del trabajo, se permita la autogestión y quien compre lo haga conscientemente.

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En el Tercer Diálogo de Saberes y Movimientos que organizó el Programa Democracia y Transformación Global (PDTG), hablas sobre el escenario político tras la victoria electoral de Ollanta Humala. Insistes que hay que exigir al Gobierno que cumpla sus promesas, pero no hay que ser ingenuos, son los pueblos los que forjan el cambio. Planteas que la lucha principal en este momento es la defensa del medioambiente, tan amenazado por las transnacionales, y defendido, principalmente, por los pueblos indígenas.

Después de su presentación, Gina Vargas te interpela con cariño: “Hugo, me ha gustado tu presentación, pero discrepo sobre una cosa. No creo que haya una lucha principal, esto es caer en los errores de antes. Las mujeres siempre hemos sido relegadas por las luchas principales”. Tú contestas que crees firmemente en la justicia de la lucha de las mujeres por decidir sobre sus vidas y cuerpos. Una joven compañera lesbiana replica: “Entonces, lo esperamos el sábado en la Marcha de las Putas en el Centro de Lima”.

El sábado, Hugo, marchas, lentamente, pero con convicción, en el medio de una pequeña multitud. Muchxs jóvenes. Hombres, pero más que todo, mujeres con poca ropa puesta. Su mensaje está claro: “Solo nosotras decidimos sobre nuestro cuerpo, nuestra sexualidad y nuestro futuro”. Tú estás de acuerdo.

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La Marcha Nacional por el Agua fue una apuesta audaz de las y los cajamarquinos. No se sabía si iban a ser recibidos por los pueblos en el camino hacia Lima. Tampoco si la gente aguantaría, y si en Lima lograrían eco en la sociedad, la política y los medios. Tú estabas convencido de la importancia de la marcha. Prácticamente habías estado viviendo en Celendín en esos meses, y te habías convertido en un hermano mayor para los shilicos. Caminabas con la gente, como siempre. Paso por paso. Tu cabeza, afectada por un golpe de policía hace décadas, protegida por un sombrero de paja. Con tu sonrisa eterna en la cara. Sonrisa de la esperanza y de la alegre rebeldía. Hablando en el camino con todos que querían saber algo de ti, compartiendo con alegría memorias de tus luchas y las de otros pueblos y movimientos, que también son las tuyas.

Nos encontramos en Lima. Te entrevisto rápidamente. Mi última pregunta: “Hugo, ¿por qué a esta edad sigues marchando de esta forma? ¿No has dado ya suficiente de ti al país?”. Contestas: “Si aún estuviera luchando por lo mismo que antes —la justicia social y la tierra— dejaría la lucha a los jóvenes. Pero creo que hoy está en juego la sobrevivencia de mi especie, de la humanidad, y ello me obliga a seguir luchando hasta que termine mi vida”.

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La Plataforma Interinstitucional Celendina llamó a su Escuela de Líderes: Hugo Blanco Galdós. En la primera sesión hay 180 dirigentes provenientes de los distintos distritos de la provincia de Celendín y de otros distritos vecinos. Hay expectativa. La Escuela es importante para fortalecer sus relaciones y crear una agenda más compartida, entre los de arriba y los de abajo. Entre la lucha contra la megaminería y la lucha contra las hidroeléctricas en el río Marañón. También hay expectativa para escuchar a Hugo. Hablar contigo. Y efectivamente, has venido para compartir y para escuchar. Hablas de la lucha por la reforma agraria, de la autodefensa, del Zapatismo y los Nasa, de la necesidad de apoyar la iniciativa de Ni Una Menos en contra de la violencia hacia la mujer. Animas a la gente a hacer su periódico y utilizar la radio. Cada intervención tuya encuentra un silencio interesado y un aplauso al final.

En una de las tardes de la Escuela, nos toca volver a la casa del compañero Marle Livaque, donde siempre te hospedas. Mis hijas pequeñas no quieren caminar, y decidan subirse al mototaxi con Hugo. Caminando detrás, los veo alejándose, sonriendo. En la mística de clausura, las compañeras lideradas por Yeny Cojal representan tu cara con elementos de la tierra. Te pregunto qué te pareció la Escuela. Me contestas: “Me gustó mucho, porque aprendí mucho de la gente”.

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En la presentación de la tercera edición amplificada de Nosotros los Indios no hay muchas “personalidades políticas”. Pues, tu forma de hacer política es una interpelación, una crítica en sí misma, hacía la política común. Un espejo, como dice Vilma Almendra. Quienes si han venido son tus compañeres. Algunes a quienes has conocido por décadas. Otres, con quienes te cruzaste en las luchas. Te tomaste una foto juntos en la Plaza San Martin. Mandaste una carta en solidaridad con su lucha. Les saludaste y abrazaste en alguna parte del país. O simplemente les diste esperanza en momentos muy oscuros, como cuenta una señora de Villa el Salvador.

Hay compañeres de Celendín, Cotabambas, de tu Paruro natal, de Puno, Tambogrande, de barrios populares de Lima, del pueblo Wampis y Aymara. Llega un grupo de Huancavelicanos con banderas, quienes han venido para hacer un plantón en Lima, y sienten que deben estar aquí. Hay compañeres del movimiento feminista y del movimiento LGTBIQ+, rondas campesinas y representantes indígenas, algún congresista quien caminó contigo, activistas de derechos humanos y de los derechos de los animales y de la naturaleza. Hay música, danza, mística y discusión política. Muchos colores. Tú hablas poco. Creo que disfrutas mucho. Juntas a generaciones y a movimientos.

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Querido Hugo, es duro que te estas yendo, pero consuela que lo hiciste rodeado por tus seres queridos y por la naturaleza, y por tanta gente acompañándote alrededor del mundo. Me ganaste en ajedrez en noviembre, cuando nos despedimos en la casa de Elsa, quien te cuidó con tanta dedicación. La tierra te será leve, sin duda, pues regresas con la Pachamama. Y sin duda, te juntas con nosotres, en nuestras corazones, esperanzas y resistencias, con tu fuerza y ternura.

Muchas gracias, compañero, amigo, maestro.

Raphael Hoetmer

 


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