La prensa es cada vez más increíble, tanto la democrática mundial como la rusa oficial, todas. Para explicar los hechos de la política internacional con palabras simples, necesitamos poner entre comillas prácticamente todas las definiciones, pues son mentiras. Ya no pedimos como antes, los contextos y las definiciones, necesitamos algo mucho más sencillo: no convertirlo todo en una burla del público. Lamentablemente, el público, en su pensamiento disociado, educado con la cultura de tik-tok y Maluma, ya exige de los medios cada vez menos. La única chance histórica del neoliberalismo está en la lumpenización de las mayorías, moldeando nuestros pueblos en las masas.
El 24 de junio de este año en Rusia vivimos unas horas intensas, de mucho miedo e incertidumbre, cuando una columna de aproximadamente mil vehículos blindados, entre tanques y tanquetas emprendió desde el sur, su marcha hacia Moscú, exigiendo la renuncia inmediata del ministro de defensa y del jefe del estado mayor. La revuelta fue encabezada por Evgueni Prigozhin, el líder de la compañía militar privada Wagner, conocida en el lenguaje de la guerra ruso como “los músicos”, y posicionada en los últimos meses por los medios oficiales rusos como “los héroes de la Operación Militar Especial en Ucrania” y “el Ejército más preparado del mundo”.
Omitamos los mil calificativos descalificatorios usados para referirse a los Wagner por los medios de la prensa occidental, que realmente no entienden nada de Rusia y mucho menos el discurso oficial de diferentes funcionarios del Estado ruso guiado más por el miedo de tener una opinión propia, que por alguna convicción personal. Las únicas verdaderas voces de la opinión pública rusa se leen en miles de canales de Telegram: civiles, militares, capitalinos, provincianos, pro-gobierno y opositores, construyendo un complejo y fascinante rompecabezas de la realidad política rusa de estos días.
Más allá de la caricatura mediática, que desde hace años (o desde siempre) pinta a Rusia como un país de pensamiento uniforme, paralizado por el miedo de represiones políticas, cualquier extranjero que empieza a vivir aquí, rápidamente se da cuenta que no fue casual que muchos fundadores del pensamiento anarquista fueran rusos. En Rusia se vive una realidad bastante paradójica, difícilmente interpretable con los patrones occidentales. Una gran libertad en lo cotidiano, donde todos opinan tranquilamente de todo, a veces con las discusiones totalmente agotadoras para los que no tienen la costumbre de hacerlo varias horas seguidas y a la vez, muy pocas libertades de medios masivos, controlados por el Estado, con una televisión y una prensa oficial bastante malas, predecibles y paradojalmente construidas con la estética y la lógica occidentales. Hay un muy buen desempeño social del Estado, mucha cultura de primer nivel para todos y gratis, muy poca delincuencia en las calles y a la vez, mucha burocracia y corrupción. “La dureza de las leyes se compensa por la no obligatoriedad de su cumplimiento”, lo explica un dicho muy ruso.
Un analista político ruso, Roman Yuneman, lo explica así en su canal de Telegram: “Tenemos un Estado creado para cumplir con una única tarea: mantenerse a cualquier precio. Este precio es a la vez la ineficacia total (¿cómo se puede cambiar algo que desde su inicio funciona mal?), la desideologización total (¿qué idea puede destruir al Estado si todas las ideas que puedes imaginar de inmediato se convierten en farsa?) y la despolitización total: tenemos esencialmente una vida paralela de poder y sociedad con mínimas exigencias mutuas. Los ciudadanos imitan a los ciudadanos mientras que el Estado imita al Estado… Al mismo tiempo, este Estado cumple bien su función principal.
Desde hace un año y medio, Rusia está en guerra con tal grado de errores, remezones y fracasos militares que cualquier otro sistema ya se habría tambaleado y llegado a un estado de desestabilización. Éste se mantiene. El miedo nacional que genera la posibilidad del derrumbe del Estado, del hundimiento de la economía y el fin de la vida tranquila vida, por el «nuevo 1917» o los «nuevos 90» es tan fuerte, que constituye el tema principal del contrato social entre las autoridades y la población. La gente tolera todo lo que está pasando no porque sea «esclava y paciente», no porque le importe «ser parte de algo global», sino porque sabe por experiencia propia, que el desmoronamiento del Estado acarreará consecuencias peores que cualquier abuso momentáneo de las autoridades. Este conocimiento es parte de la memoria colectiva.”
Como se sabe, Rusia vive ahora un momento muy complejo. Bajo las constantes provocaciones y presiones de los países de la OTAN, que organizando un golpe de Estado en la vecina Ucrania y llevando al poder allí a una administración colonial de ultraderecha, ellos la convirtieron en su plataforma de desestabilización para su gobierno. Después de más de 8 años de los fructíferos intentos de llegar a algún acuerdo con Ucrania, el gobierno de Putin decidió una “Operación Militar Especial” que se planificó como un operativo relámpago para derrotar al extremadamente impopular gobierno de Volodymyr Zelensky y con el apoyo del ejército ucraniano que según los planes rusos, tendría que sublevarse, poner en el poder las fuerzas amistosas para dar fin al dominio norteamericano en Ucrania. Como sabemos este plan, con características de una trampa mortal para Rusia, ha fracasado y los países quedaron involucrados en una cruenta y trágica guerra fratricida, presentada por los medios occidentales como “la agresión injustificada rusa contra un país soberano”, una frase donde al menos dos adjetivos claramente sobran, (injustificada y soberano) y una clara apuesta de la OTAN para derrotar a Rusia con sangre ucraniana, lo que significaría el cambio de gobierno en Moscú y el establecimiento en Rusia de un gobierno títere, igual al ucraniano, con miras a China, su objetivo militar principal.
A pesar de las narrativas occidentales, ya es bastante evidente que Rusia no estaba preparada para una guerra. Muchos creían que las tropas rusas fácil y rápidamente iban a tomar toda Ucrania, pero la economía rusa, que se consideraba débil e ineficient, se iba a desmoronar bajo las sanciones occidentales. La realidad nos ha demostrado qué equivocados estábamos. La economía rusa sigue resistiendo con bastante éxito ya casi un año y medio del peor bloqueo económico en la historia, pero sus éxitos militares son mucho más modestos. Está claro que las autoridades militares rusas subestimaron al adversario y la exitosa contraofensiva ucraniana de octubre del año pasado ha planeado una urgente necesidad de movilización de más tropas y su preparación, en medio de varios rumores y escándalos de corrupción e ineficiencia burocrática de un ejército sin experiencia militar real. El gobierno ruso tenía que actuar y con rapidez.
En ese momento en el escenario aparece el mítico grupo Wagner, la compañía militar privada rusa que celebraba contratos con gobiernos de algunos países de África y en Siria, según los materiales que disponemos, luchando contra los intereses franceses y norteamericanos. Frente a la compleja situación militar, el gobierno ruso invitó a Wagner de África a la primera línea en Donbass para hacerse cargo de la parte más compleja de la guerra, detener el avance ucraniano y permitir al ejército ruso ganar tiempo para movilizarse, armarse y prepararse. Wagner después de cruentos combates entregó al ejército ruso las ciudades de Popasnaya y Artiomovsk (Bajmut) y con ellas un espíritu ganador, que se estaba desvaneciendo debido a las derrotas en la región de Jersón y Járkov. Wagner recibió del gobierno ruso grandes recursos y los utilizó con mucho éxito, claramente superando por su eficiencia al ejército regular. Con todo esto, el mando de Wagner, Evgueni Prigozhin, un personaje muy mediático, carismático y conflictivo, desde sus primeros meses en Rusia entró en conflicto con la dirección del Ministerio de Defensa, acusando a sus generales de corrupción, burocracia, ineficiencia y traición de la patria. A pesar de los rumores de la cercanía de Putin con Prigozhin, se sabe con certeza que Putin se peleó con Prigozhin (conociendo el carácter de Prigozhin es difícil imaginar otra cosa) hace unos seis años y lo alejó de su entorno. Pero le permitió trabajar tranquilamente con el Ministerio de Defensa.
Tratando de entender esta situación desde el principio, me acuerdo que cuando la prensa occidental hace unos 10 años empezó a escribir sobre el tenebroso “Wagner”, muchos creíamos que era un invento de los medios. Cuando ya nos enteramos que no, obviamente muchos pensamos que ha sido una muy mala idea. Las cosas obvias que pensamos siempre desde Latinoamérica, de la privatización de la guerra, de que Rusia capitalista aprende lo peor de los EEUU, de que es una típica solución neoliberal, de que se busca la eficiencia a corto plazo sin pensar en las consecuencias a futuro, en fin, que era una bomba de tiempo.
Es importante tomar en cuenta que más allá del discurso mediático occidental sobre “los mercenarios de Prigozhin”, dentro del ejército ruso y una gran parte de su población “los músicos” de Wagner se convirtieron en los verdaderos héroes, pelearon en los combates más duros heroicamente y sus duras críticas hacia los mandos militares del ejército regular tuvieron mucho apoyo en el medio civil, militar y entre los corresponsales de guerra, pues tenían mucho de verdad. Era increíble escuchar los insultos de Prigozhin al ministro de defensa, Shoigú, en medio de los combates durante meses y meses, sin que el gobierno reaccionara. El líder de Wagner decía públicamente que el estado mayor y el ministerio de defensa engañan al presidente y que la guerra contra Ucrania se debe solamente “a sus mentiras e intereses de corrupción”. Da la impresión de que Putin hizo todo para minimizar este conflicto, pero parece que no le fue posible.
Por la tarde del 23 de junio, los canales del Telegram rusos difundieron las declaraciones de Prigozhin, mucho más fuertes de lo normal, acusando al ejército ruso de unos bombardeos en los campamentos de Wagner y la exigencia al gobierno de la renuncia del ministro de defensa y del director del estado mayor. Pocas horas después las tropas de Wagner, sin un sólo disparo, tomaron Rostov del Don, la ciudad millonaria más cercana a sus campamentos, donde la población civil en masa salió a recibirlos, unos para saludar y agradecerles, otros para tomarse selfies con ellos y algunos para regañarlos y exigirles que abandonaran la ciudad. Varios “músicos” se sintieron incómodos y trataban de explicarles a los civiles que no era contra ellos.
El país quedó en un estado de shock. La televisión oficial seguía transmitiendo los desfiles de moda y las películas. Los noticieros quedaron paralizados sin saber qué informar, esperando la reacción del presidente que demoraba. Pero los canales de Telegram, los únicos que cumplían con su deber de informar, explotaron con opiniones y noticias. La inmensa mayoría de los periodistas, incluyendo a los corresponsales de guerra que simpatizaban con Prigozhin y hasta algunos adversarios políticos de Putin, llamarón a Wagner a deponer las armas y al ejército a no caer en una provocación armada. Más allá de las críticas, simpatías o antipatías políticas, la inmensa mayoría de los rusos llamaron a defender la Constitución y al gobierno legítimo. Pensábamos en la popularidad de Prigozhin y la posibilidad de una división dentro de las Fuerzas Armadas, en una inminente ofensiva ucraniana por toda la línea del frente aprovechando este momento de confusión total, hasta que esto era parte de un plan de la CIA.
Por la noche tarde apareció Putin y sin mencionar el nombre de Prigozhin, habló de la clavada del “cuchillo a la espalda” y llamó a los rebeldes a deponer su actitud irresponsable y respetar la ley. Por la mañana del día siguiente, supimos que los tanques de Wagner sin encontrar resistencia en el camino seguían avanzando hacia Moscú. Frente a la incertidumbre del desenlace, los principales propagandistas oficiales desaparecieron, los mandos del ejército seguían manteniendo el silencio. Se dispararon los tiquetes aéreos y muchos ricos salieron del país en desbandada. Las dos únicas voces que se oían en las redes sociales eran las de Prigozhin quien justificaba su acción explicando que “no era contra el presidente a quien su entorno lo engaña”, y la de la gente de todas partes de Rusia declarando su apoyo a Putin y una fiesta en los medios ucranianos, presagiando una inevitable guerra civil en Rusia.
Mientras Wagner avanzaba hacia Moscú, en las redes rusas circulaban cientos de memes llenos de humor negro, de esa risa que nos sale cuando estamos muertos de miedo. Se suspendió la navegación de los barquitos de paseos por el río Moskova. El alcalde de Moscú, todavía en la mañana del sábado, declaró el próximo lunes feriado, como suelen hacer para que se relaje el pueblo, lo mandan de vacaciones. La columna militar de los “músicos” se detuvo en la orilla de un río a unos 200 km de Moscú. En la otra orilla ya les esperaban las tropas del ejército regular. Y después sucedió el milagro. La prensa del presidente bielorruso Alexander Lukashenko informó que en el último momento llegaron a un acuerdo de paz y la rebelión se deponía. Los Wagner retornaban a sus campamentos para que una parte de ellos se integre al ministerio de defensa y la otra, con Prigozhin, se traslade a Bielorrusia como invitados de su presidente. El hecho de que Putin no ordenara abrir fuego contra los rebeldes contó con un gran apoyo de la población, porque la gente no quería masacres fratricidas. El gobierno, responsable de esta peligrosa situación, sin embargo, supo tomar la única decisión correcta. Se abría una nueva página de esta extraña historia todavía lejos de concluir. Y los habitantes de Moscú de inmediato se preocuparon: ¿se mantiene el feriado para el lunes, declarado por su alcalde?