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Bolivia: Réquiem de la política

Raúl Prada Alcoreza :: 08.07.23

Hay un gran equívoco en el que nos hemos metido y nos empuja al abismo si no salimos del mismo, sino corregimos el error. Este error consiste en haber delegado la voluntad y la potencia social a una casta de aprendices de brujo, enamorados de sí mismos, creyentes de que fueron destinados a dirigir, cuando apenas se bambolean en sus propias contradicciones y miserias humanas. Esta casta, que fue sacerdotal, ahora es política, ha hecho construir con sus esclavos una estructura piramidal de poder y se ha aposentado en la cúspide.

Réquiem de la política

 

Raúl Prada Alcoreza

 

 

Hoy amanece nublado.

Atmósfera curvada en su deseo insatisfecho.

Presencia del momento

perdido en el laberinto de su memoria

insondable.

 

Moviéndose lentamente,

imperceptible,

los conglomerados de vapor

planean en el aire,

recordando el comienzo de fuego.

 

Se hunde el tejido del espacio-tiempo

en la singularidad sin principio ni fin.

Olvido irremediable en la profundidad

Donde muere el tiempo

y se disemina el espacio.

 

No hay recuerdo,

se ha ido el acontecimiento.

No volverá a ocurrir nuca más.

Ha desaparecido hasta su huella,

no queda nada de su paso fugaz.

 

¿Habá otro comienzo alguna vez?

En otro universo flamante,

autopoietico e irradiante,

inventando en sus recorridos

mundos ensimismados. 

 

 

Sebastiano Mónada: Alborada del ocaso

 

 

 

Hay que salir del error

Hay un gran equívoco en el que nos hemos metido y nos empuja al abismo si no salimos del mismo, sino corregimos el error. Este error consiste en haber delegado la voluntad y la potencia social a una casta de aprendices de brujo, enamorados de sí mismos, creyentes de que fueron destinados a dirigir, cuando apenas se bambolean en sus propias contradicciones y miserias humanas.

Esta casta, que fue sacerdotal, ahora es política, ha hecho construir con sus esclavos una estructura piramidal de poder y se ha aposentado en la cúspide. Hace como que dirige el destino de los pueblos, de las naciones y países, cuando todo ocurre por interacción incontrolada de múltiples prácticas sociales, empero ocurre de una manera entrópica. Mientras los gobernantes efectúan el teatro político, empero beneficiándose de su función y rol apócrifo.

El problema que este error de delegación y representación de las voluntades a grupos de poder, cada vez más decadentes y mediocres, ha acumulado una secuencia de desastres e incoherencias que ya amenazan con la destrucción misma de la sociedad y los territorios. El persistir en este embobamiento generalizado ha de implicar la muerte social y del porvenir.

Los gobernantes y la casta política, con todos sus juegos de contrastes y oposiciones, que no ofrecen perspectiva ni tienen horizonte, salvo el de sus propias miserias humanas, que redundan en la inhibición patética de la potencia social, deben irse, deben ser retirados. Se debe desmantelar la máquina abstracta de poder y los agenciamientos concretos de dominación, si es que se quiere sobrevivir y tener un futuro para los hijos y los hijos de los hijos. Si no se interrumpe la marcha al abismo, si los pueblos no toman las riendas, si no liberaran su potencia creativa, el futuro inmediato será catastrófico.

 

El desmoronamiento

Se puede conjeturar, como se lo ha hecho, que se trata del fin de un ciclo, por lo tanto, se trata de una clausura. Pero hay que ir más lejos y más a fondo. La crisis múltiple ha calado, ha penetrada a la estructura misma que sostiene la arquitectura estatal, ha removido los cimientos. El régimen de la forma de gubernamentalidad clientelar ha colapsado.

Los gobernantes tratan, desesperadamente, de detener su propio fin. No pueden; están condenados a perecer. Pero no asumen su propia muerte anunciada, pelean, dan manotazos de ahogado. Es de prever que ocurra esto. Es parte del comportamiento de los que se niegan a irse.

El problema es que si se van quieren irse llevándose todo al abismo, arrastrando a su muerte a todo el país. Prefieren la destrucción de todo acompañando a su propia desaparición. Ciertamente este es el colmo de los caudillos caídos en desgracia. Por eso actúan con el máximo de violencia, se desbocan. La desmesura es el desborde destructivo con el que intentan detener el desenlace.

Una descripción sucinta de esta destrucción es alarmante. Demolición ecológica de bosques, territorios y cuencas; saqueo exacerbado de los recursos naturales; expansión intensiva del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente; despilfarro bochornoso del excedente; evaporación de las reservas internacionales; incremento insostenible de la deuda externa y la deuda interna. Empeorando el panorama histórico y político, la corrosión institucional y la corrupción galopante. Consecuencia de este descalabro: democracidio e ingobernabilidad, que se trata de compensar con expansión depravada de las relaciones clientelares y las prácticas prebéndales. Si esto ayuda un lapso perentorio, después resulta contraproducente, pues el clientelismo no sustituye a la convocatoria perdida, mucho menos a la legitimidad.

En consecuencia, el desenlace de la clausura se precipita dramáticamente. El único recurso a mano es el incremento de la violencia estatal, incluso hasta convertirla en violencia desquiciada. Aunque mueva y haga hablar a la masa elocuente de llunk’us, cada vez más mermada e infiel. Se pretende retener a esta clientela inconsistente con obsequios de tierra avasalladas, avanzando desaforadamente contra áreas protegidas, parques nacionales y territorio indígenas. Se arma a grupos paramilitares para implantar el terror. Se tiene compromisos perversos con transnacionales extractivistas y cárteles. Pero, estos dispositivos son también de corto alcance, no sustituye a una economía de mediano y largo alcance. Fuera de ser medios perversos, que solo pueden mantenerse, mientras duren, por la violencia descomunal y la destrucción del tejido social, tampoco garantizan la sobrevivencia de un régimen putrefacto.

 

Degradación y decadencia

Efectivamente corresponden al defectuoso funcionamiento de la máquina abstracta del poder y sus agenciamientos concretos de dominación, a sus dispositivos y engranajes perversos de prácticas de corrosión institucional y corrupción, de derrumbe ético y moral. El discurso sirve para buscar realizar la pretensión de legitimación. Pueden hablar de “justicia”, pero, en realidad persiguen la acumulación ilícita de riqueza apropiada indebidamente.

Exigen reconocimiento cuando no se sabe qué hay que reconocer, salvo el avasallamiento mediante la violencia y el despliegue de dominaciones polimorfas, sustentadas en el patriarcalismo inicial y anacrónico. Sus objetivos se resumen a la ostentación de abalorios inútiles, a espectáculos de feria chabacana, a portar los signos de la burguesía de los nuevos ricos.

Exactamente no tienen ideología sino un atado de rencores, frustraciones y complejos, que buscan ocultar mediante el chillido de consignas estridentes y sin sentido. La casta política gobernante es capaz de vender a su madre con tal de conseguir el título nobiliario apócrifo de reconocimiento social y político. Por eso se esmera en repetir, hasta el cansancio, un pupurri trillado de elecuencia falsa, queriendo justificar sus grotescos atropellos.

La casta política gobernante tiene terror de su propia vacuidad, por eso grita hasta ensordecer. Se inclina al desborde descontrolado de violencia con tal de lograr asustar, aunque sea por un lapso perentorio, donde se ilusiona con una eternidad imposible. Mientras tanto han contaminado, depredado y destruído los territorios, cuencas y bosques. Han entregado los recursos naturales a las trasnacionales extractivistas y han prostituido a una masa elocuente de llunk’us, regalado el país a los cárteles. Todo a nombre de un “proceso de cambio” que nunca se dio, es más, fue asesinado por ellos mismos, los “revolucionarios de pacotilla”, en los primeros latidos fetales.

Espectáculo pestilente

 

Espectáculo pestilente del circo político. Sin perspectiva ni horizonte, circunscrito en la miseria humana, atrofiada en prejuicios brutales y rencores guardados,  labrados en el resentimiento. Consciencias desdichadas y sujetos desgarrados en sus contradicciones groseras. No hacen política, porque ésta ha muerto en la decadencia de la casta de oportunistas y pragmáticos, que consideran que ahora les toca robar a nombre del pueblo. Venden la patria a trasnacionales extractivistas y la prostituyen entregándola a cárteles.

Impostura delirante

Circunscritos en un centrismo estrecho, limitado al agobio de sus prejuicios soterrados. Creen que el mundo es su propio ombligo y gravitan en este pupo autocontemplado. Son las víctimas eternizadas en una narración trivial, cuando ya son verdugos de tiranías anacrónicas.

Inclinados al desborde iracundo, se desgarran las vestiduras, mostrándose ofendidos, cuando son los que avasallan, depredan y destruyen, dejando estériles los territorios y las cuencas. No ofrecen nada como porvenir, no tienen horizontes, salvo la compulsión por enriquecimiento depravado y la usurpación del poder. Consideran que son impunes a pesar de cometer crimenes y saqueos. Hablan a nombre del pueblo, empero son los nuevos ricos y la burguesía mafiosa.

Sostienen el despotismo vernacular y pretenden presentar este terrorismo de Estado como «democracia». Usan el discurso político para transmitir balbuceos extravagantes, que están muy lejos de parecerse a alguna argumentación. Está es la encarnación de la decadencia en la periferia del sistema mundo capitalista.

 

Réquiem para un país abandonado

¿Por qué se empezó a perder el litoral del Pacífico y el Atacama? Porque se desatendió el litoral y el Atacama. Otra población migró a la zona, sobre todo empresas privadas se hicieron cargo de la explotación del guano y el salitre. La ocupación militar fue el desenlace de una pérdida territorial anunciada. Hoy pasa lo mismo, las fronteras son desatendidas, entre ellas la frontera con Chile. Esta frontera se ha convertido en tierra de nadie, donde se imponen formas paralelas de tráficos, de contrabando, saqueando recursos naturales, que escapan de todo control Estatal. Es más, funcionarios del Estado están comprometidos en este saqueo.

 

Se contrabandea salmuera del Salar de Uyuni, además de otros minerales que son prácticamente robados de yacimientos que todavía no son explotados. El contrabando, desde Chile, atraviesa decenas de caminos secretos y llega hasta las ciudades capitales, a pesar de la supuesta «lucha contra el contrabando». En realidad el contrabando ha comprometido a las comunidades y poblaciones fronterizas, que forman parte de esta economía paralela, incluso ha comprado a los militares.

Los hijos de los comunarios de la frontera pasan clases en escuelas del país vecino porque en su comunidad son desatendidos, no hay escuela o está en muy malas condiciones. No hay prácticamente Estado, pero el neopopulismo se engolosina con discursos propagandísticos.

El panorama y la situación es calamitosa, en la práctica ha desaparecido la soberanía. Sustituida por la demagogia neopopulista, el país se disemina, mientras su pueblo no hace nada para detener su desaparición.

Sabíamos que la politiquería de la casta política es el adormecente, que atrofia los sentidos y convierte al pueblo en objeto de manipulación. El neopopulismo ha ido más lejos, es una droga que embrutece al cuerpo social, que ya no atina a nada, salvo a la autodestrucción.

¿Hay todavía una reserva ética para activar la voluntad de vivir? Si los bolivianos y las bolivianas quieren el porvenir para sus hijos y sus nietos tienen que activar la potencia social. Demoler con el «sistema» de la impostura, destruir el Estado de la delincuencia generalizada, luchar por el futuro, defendiendo la vida, los ecosistemas, las generaciones de derechos conquistados y constitucionalizados. El pueblo si quiere existir tiene que rebelarse.

El sistema perverso

Es como un sistema perverso del lado oscuro del poder. Los avasallamientos no son un fenómeno aislado, al contrario, forman parte de una estructura paralela del poder. Trasnacionales extractivistas, burguesías mafiosas y burguesías rentistas, las que gobiernan, cárteles, traficantes de tierras y una gama de tráficos. Todas estas formaciones paralelas hacen a un modelo de saqueo, de expoliación y de extorsión.

 

No son campesinos pobres, como cuando se lucha por la tierra. Hace tiempo que las organizaciones apócrifas renunciaron a la reforma agraria. Estas organizaciones, impostoras de la representación genuina, optan por prácticas delincuenciales, desde la corrupción hasta el avasallamiento con el objeto de la especulación y el negocio. Los grupos armados nada tienen que ver con las antiguas prácticas revolucionarias, al contrario son una extensión paramilitar de los cárteles.

Por eso se avasallan territorios indígenas, a pesar de estar reconocidos por la Constitución y las leyes, invaden parques nacionales y áreas protegidas. Por dónde pasan dejan la huella de la muerte, la contaminación y depredación. Los ríos están enfermos por el mercurio, los bosques se talan para ampliar la frontera agrícola de manera demoledora, que muchas veces implica la ampliación de la frontera agrícola de la coca excedentaria. La minería del oro y la producción de cocaína, aunque no son lo mismo, comparten el efecto de la destrucción a su paso. En esto incluida la destrucción del tejido social.

 


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