Es agradable cuando en grupo recorremos nuestros caminos ancestrales, conversamos junto al canto y sonido de las aves, las hojas al paso del viento, y en medio de esa armonía pensamos en aquellos relatos que nos contaban los mayores cuando éramos niños y no teníamos la más mínima preocupación por lo que pasaría mañana. Escuchamos un saludo a lo lejos, buscamos con la mirada y no vemos a nadie. Entonces nos conectamos con el presente, quisiéramos enfrentar los problemas de hoy con la belleza, la fuerza de nuestro territorio y el recuerdo de nuestra niñez.
Los rayos del sol al alba abrigan este momento. Pensamos en los mayores, en las familias y sus relatos sobre cómo han cambiado las prácticas de crianza; relatos que permanecen en aquella memoria larga, ancestral y comunitaria. Una crianza donde históricamente hombres y mujeres indígenas han caminado de la mano, encontrándose en la vitalización de la namuy kishu pirө (Madre Tierra). También recordamos el ejemplo del proceso de jóvenes que 30 años atrás iniciaron ese camino, descolonizando el pensamiento, la palabra y la acción. Ellos construyeron un propósito desde el ejemplo y lo hicieron tejiendo en juntanza. Pero con el paso del tiempo muchos de ellos han tomado rumbos diferentes. Unos están más próximos, otros más distantes de la comunidad. Hoy sentimos necesario recordar todos estos momentos, por ello encontramos un espacio acogedor y nos sentamos a contemplar la vista de nuestro territorio y sentir que vivencias como estas nos permiten involucrarnos, participar y proponer hacer un llamado.
En innumerables momentos se escucha decir que las y los jóvenes somos difíciles, que no entendemos razones, que nos falta proyecto de vida, y que estamos perdiendo nuestros valores, nuestra cultura y nuestra identidad. Es cierto que con el pasar del tiempo la participación de la juventud en los diferentes espacios comunitarios se ha hecho más escasa. Sin embargo, mientras discutimos pensamos que los jóvenes Kishú somos resilientes, transformadores de entornos y realidades, capaces de dinamizar diferentes procesos en la comunidad, ganar experiencia apostándole a nuevos escenarios y teniendo el tiempo necesario para tomar decisiones, a pesar de las críticas, las palabras desmotivadoras y la censura que algunos nos quieren imponer.
¿Qué pasará por la mente de las y los jóvenes al hablar de participación? ¿Hay algún interés por continuar el legado de nuestros mayores? ¿Están nuestras expectativas de vida cada vez más asociadas a la ciudad? Estas y muchas otras preguntas invaden nuestras mentes y pensamos en todas las respuestas posibles.
Hoy estamos en la búsqueda de nuevos participantes, de integrar procesos con quienes están distantes al territorio. Tenemos la necesidad de explorar, de construir, de aprender y desaprender, de encontrar los retos y oportunidades que nos permitan transitar en la transformación de entornos, realidades y, como jóvenes, resistir. Buscamos el diálogo, escuchamos en comunidad y muchas veces encontramos que esa realidad es cómoda para unos, pero no para todos.
Ahora debemos repensar en las luchas al interior y al exterior de las comunidades, en los sentires y pensares de una vida que hemos caminado en compañía. Estamos permanentemente expuestos a otras culturas, a formas de vida que nos inducen a repetir estereotipos y modelos que impiden expresar la realidad de lo que existe en nuestra juventud. Pero, aun así, continuamos con la esperanza de dar otros pasos, romper paradigmas y dejar huella para las generaciones que continuarán estos ejercicios de resistencia.
Hablando de todo esto recordamos que hace más de 30 años se unieron muchas y muchos jóvenes con el propósito de construir un ideal común frente a problemáticas que en ese momento afectaban nuestro territorio, como el asistencialismo gubernamental que fomentaba la dependencia y la desunión de la comunidad. Unidos propusieron otro enfoque acorde a nuestra realidad y crearon el proceso “Semillas Kisgó”, que generó nuevas posibilidades para aquellas y aquellos jóvenes que abrazaron con firmeza los retos, crearon estrategias y actuaron.
Ellos despertaron la conciencia y el interés de adultos y mayores. Era una época difícil, debieron hacerle frente a la violencia. El proceso “Semillas Kisgó” representa a toda una generación de jóvenes que sufrieron las consecuencias de una guerra ajena que dejó heridas que aún permanecen abiertas en nuestros territorios. Y esto hace que reflexionemos en el presente: Si en el pasado aquellos jóvenes pudieron transformar y crear conciencia; en la actualidad nos toca a nosotros tomar nuevamente la iniciativa.
Otro de los retos latentes es que en nuestro territorio muchos y muchas jóvenes se hicieron madres y padres en medio de este proceso. De allí la pregunta: ¿Cómo cultivar esas semillas de un modo diferente? Todos ellos debieron asumir desde muy temprano el reto de construir la crianza, estimulando a sus hijos para que acompañaran, vivieran y se guiaran hacia los procesos, pensando que mañana asumirán la responsabilidad comunitaria y su liderazgo.
En el año 2010, decidimos retomar el proceso de jóvenes creando el grupo Kiwa Kishú Urek, que más adelante se convertiría en lo que es hoy: la estrategia política, cultural y educativa del pueblo Kishú focalizada en los jóvenes del territorio. Decidimos vivenciar el día a día en nuestras familias para caracterizar la crisis y apatía que se evidencia en las y los jóvenes hacia los procesos, lo que afecta su participación en la toma de decisiones en los espacios comunitarios. Es urgente y necesario romper esta lógica individualista que se sigue imponiendo en todas y todos ellos. Creemos que si recuperamos experiencias donde se posibilita una participación más activa y pedagógica, desde lo artístico y lo cultural, lograremos que esta población se acerque y participe con motivación.
Sin embargo, nos enfrentamos a la apatía de muchos comuneros y comuneras que se oponen al cambio, asumiendo que quien está en desacuerdo debe ser censurado, y argumentando que nuestra participación en los procesos no es la adecuada. Esta censura no permite que podamos adquirir experiencia. A pesar de esas dificultades, no perdemos el valor ni la esperanza y recordamos el grupo Semillas Kisgó y todo su proceso. Hoy ellos son personas mayores que aún buscan hacer tejido desde la distancia, liderando los procesos organizativos y caminando al lado de las mayoras y mayores, abriendo camino a las nuevas generaciones y siendo referentes para las próximas semillas.
Seguimos en esa búsqueda más allá de lo convencional, el activismo y la rutina; buscamos un proceso que nos lleve a vitalizar el territorio y encontrarnos desde la sabiduría físico-espiritual. Los jóvenes estamos dando ejemplo de empatía, de movilización frente a múltiples problemáticas. También elevamos nuestra voz por lo que pasa en otros territorios. Nos llena de fuerza cada lucha, seguimos resistiendo, queremos articularnos, apoyarnos y no caer en esa disfrazada normalidad que nos sigue causando daño.
Recordando cuales son los cimientos que nos sostienen como individuos, como territorio y como pueblo originario, pensamos en las reflexiones del Mayor Mario Bolívar Rivera, ex autoridad y liberador de la madre tierra del pueblo Kishú, quien estuvo al frente de los procesos de formación del Kiwa Kishú Urek durante los años 2010 y 2015, y que por su trayectoria se convirtió en un referente de sabiduría para este territorio. Muchas de sus reflexiones nos llevan a entender que caminamos en espiral, unidos por el cordón umbilical, “kur” del venir, estar y luego regresar al seno de nuestra madre tierra (kampa kishu pirө). Alcanzar la trascendencia en el plano espiritual, y desde allí volver a saludar y a orientar la relación que existe entre el ser humano y la naturaleza. Estos son los cimientos del plan de vida del pueblo Kishú, que insiste en que los jóvenes retornemos al territorio para ayudar a la construcción del өsikmay (camino espiritual). Mientras seguimos caminando el territorio, encontramos nuevamente aquella voz que nos saludó al iniciar el recorrido… ¡oh sorpresa! todos sonreímos y con fraterno y caluroso saludo nos dirigimos hacia el mayor Mario Bolívar Rivera, quien, al escucharnos en la mañana desde un costado del camino, se detuvo a saludarnos y a instruirnos desde su sabiduría: “Los jóvenes son un retoño de esa esperanza dejada por nosotros los mayores”, nos dice.