Ashraf El Idrissi es un activista que vive exiliado en Europa tras las masivas protestas de 2016 y 2017, conocidas como Hirak, en el Rif, región del norte de África ocupada por la monarquía de Marruecos. El Idrissi le contó a La tinta qué queda de esa rebelión y además relató la travesía para dejar la tierra que lo vio nacer.
Más de seis horas, desde Tánger hasta Gibraltar, un poco más de 57 kilómetros en línea recta que, por supuesto, se estiran por la furia de las olas. El escenario: una masa de agua que une el Océano Atlántico y el Mar Mediterráneo, y el terror a que suceda cualquier cosa. Ashraf El Idrissi supo, desde que tomó la decisión de dejar su tierra, que nada iba a ser fácil. Perseguido por las fuerzas de seguridad marroquíes, el joven rifeño experimentó todo tipo de sentimientos antes de lanzarse al Estrecho de Gibraltar. Más de seis horas y la incertidumbre de un campo líquido que es una gran tumba de hombres y mujeres que escapan de África hacia Europa.
Las primeras dos horas de travesía, en una pequeña embarcación, no fue lo peor. Después, según había negociado con el encargado de cruzarlo, se montaría en un kayak y remaría hasta la costa española. Ashraf apenas recuerda en qué momento los brazos y la espalda comenzaron a fatigarse. Atrás quedaba Alhucemas, la ciudad en la que vivía, su familia, sus amigos. En la estela de la memoria que navegaba por el estrecho, se amontonaban los días de rebelión y furia que, entre 2016 y 2017, estremecieron a la región del Rif, en el norte africano controlado por Marruecos, y que se conoció a nivel internacional como Hirak (Movimiento).
Nada detuvo a Ashraf: ni los fuertes vientos del Estrecho de Gibraltar, ni saber que debajo de su cuerpo las profundidades podían llegar a los 900 metros y tampoco la posibilidad de ser interceptado por un guardacostas desesperado por repeler la inmigración.
“La determinación y el deseo de alcanzar tierra firme me impulsaron a seguir adelante –recuerda en diálogo con La tinta-. A medida que nos acercábamos a la costa, pude distinguir la silueta de Punta de Oliveros, un lugar emblemático situado entre Algeciras y Tarifa. Aquella travesía de seis horas y media se convirtió en un testimonio de valentía y determinación. En ese momento, la costa andaluza se convirtió en el símbolo de un nuevo comienzo y una recompensa”.
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Alhucemas es la ciudad más importante del Rif. Cruzada por miles de historias, por conquistas extranjeras y resistencias heroicas ante la ocupación, los y las rifeñas la denominan Biya. En la actualidad, tiene alrededor de 400 mil habitantes que disfrutan veranos cortos, pero abrazadores, e inviernos largos, nublados y ventosos. Como en buena parte de la costa controlada por Marruecos, el turismo es su principal ingreso económico. Y como ya es conocido, el turismo es un gran negocio que casi siempre queda en muy pocas manos. La pesca, un oficio ancestral para el pueblo rifeño, también sobrevive en las costas, pero con un escaso apoyo estatal.
Es en esta ciudad donde Ashraf se educó y formó hasta el 2016. Un año antes, se recibió en la carrera de Informática, para luego lanzarse como desarrollador y programador independiente. Al mismo tiempo, con otras cinco personas fundaron el sitio Riflive.com, con el objetivo de difundir noticias sobre la región.
“Ocupé el cargo de director del proyecto hasta 2018, cuando dejé mi tierra natal. La creación de este proyecto fue una respuesta a las circunstancias especiales que enfrentábamos, principalmente la falta de fuentes de información confiables e independientes de los gobernantes del país”, resume Ashraf. Y agrega: “Riflive.com buscaba llenar ese vacío y proporcionar una plataforma para difundir noticias sobre el Rif, de manera veraz y objetiva. A pesar de que el proyecto se detuvo después de dos años de su lanzamiento, representa un esfuerzo valioso para satisfacer la necesidad de información fiable en un contexto desafiante”.
Por ese entonces, la vida de Ashraf surfeaba en una inmensa ola de protestas que explotaron en Alhucemas el 28 de octubre de 2016. Ese día, que será recordado por siempre, la policía le confiscó 500 kilos de pescado al vendedor Mohsen Fikri y arrojó la mercadería a un camión de basura. Cuando Fikri se sentó detrás del vehículo para impedir que se perdiera la mercadería, el camión accionó el mecanismo compresor, que aplastó al vendedor. El último aliento de Fikri se transformó en el fuego que encendió el Hirak a lo largo y a lo ancho del territorio.
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Miles de hombres y mujeres por las principales ciudades del Rif. Las fotos y videos muestran escenas cargadas de rabia y tenacidad. Se pueden ver imágenes con el fondo del cielo negro y, en contraste, la bandera multicolor del pueblo amazigh o el estandarte de la lejana República del Rif, que existió entre 1921 y 1926. En las protestas del Hirak, la historia rifeña surgió del abismo de negación y represión en el cual la había sepultado la monarquía marroquí.
Desde que la primera chispa se propagó por la región, Ashraf participó en manifestaciones y actos, y también se sumó a la organización de todo lo necesario para que los reclamos se escucharan. Como él mismo dice, siempre intentó “trabajar en las sombras”, hasta que, en mayo de 2017, el Estado marroquí redobló la represión y comenzaron las detenciones y las persecuciones a los y las activistas más importantes del Hirak.
“Fui de los primeros activistas que se acercaron al sitio donde fue el crimen (de Mohsen Friki) y también de los primeros en formar un grupo de seguimiento del caso. Siempre traté de ser un periodista y al mismo tiempo un activista”, asegura desde Bélgica, donde vive su exilio. Con el estallido social en el Rif –la región más abandonada por la monarquía encabezada por Mohammed VI-, se desató la represión sistemática de forma inmediata. Las fuerzas policiales detenían a las personas sin dar ningún tipo de explicación y en juicios exprés condenaban a los y las manifestantes. Pese a eso, “había muchos más activistas que tomaron la iniciativa para suplir a los detenidos”, dice Ashraf.
El periodista rifeño estaba bajo la lupa de los servicios de inteligencia y las fuerzas de seguridad marroquíes. “Hubo muchos intentos de detenerme en mi casa y también me enviaron dos convocatorias para asistir a la comisaría de Alhucemas –cuenta-. Después, hubo una orden arresto en mi contra, así que fui obligado a huir y refugiarme en una casa montañosa, lejana de la ciudad”.
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Ashraf vivió durante seis meses en ese limbo montañoso, aislado y protegido, siempre “informando y haciendo mi rol de mantener vivo el movimiento”. Pero su futuro ya estaba marcado. La cacería se cerraba a su alrededor, entonces tomó la decisión de exiliarse.
“En Marruecos, las acusaciones judiciales contra una persona no se hacen públicas hasta el momento de su detención, lo que implica que es imposible conocerlas de antemano –denuncia-. Las acusaciones se mantienen en secreto hasta que se toma la acción legal en su contra. Antes de que mis amigos fueran detenidos, no había ninguna acusación en contra de ellos, pero una vez que estuvieron bajo custodia policial, les imputaron numerosos cargos. La naturaleza de las acusaciones a las que uno puede enfrentarse es impredecible”.
Sobre los días en que fue la presa de las fuerzas de seguridad marroquíes, recuerda que se sentía angustiado, aterrorizado y en un peligro constante. La extensa lista de violaciones de derechos humanos cometidas por el Estado marroquí son por demás de conocidas. Las cárceles de Marruecos son tumbas donde se hacinan los presos políticos, ya sean rifeños, saharauis o los propios marroquíes.
“La persecución por parte de un régimen dictatorial implica vivir en un estado de ansiedad permanente, sabiendo que cualquier momento puede ser el último antes de ser capturado, detenido o incluso sometido a violencia física –remarca-. La sensación de impotencia y vulnerabilidad era abrumadora, ya que no hay garantía de seguridad ni protección de los derechos humanos en un entorno dictatorial. Además, la constante vigilancia y la necesidad de mantenerse oculto y en movimiento contribuían a un estado de estrés extremo y desconfianza hacia los demás”.
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“Después de cuatro intentos de dejar el país, todos fallidos, la quinta vez tuve éxito y pude salir desde una playa de la ciudad de Ksar Sghir, a unos kilómetros de Tánger, en el Rif occidental”, rememora Ashraf, en lo que se convirtió en otro capítulo de una travesía donde la muerte le mordía los talones.
“Salí en una pequeña barca de pescar, después de llegar a un acuerdo con el propietario para que me lleve hasta aguas internacionales, pagando una cantidad importante de dinero”, dice Ashraf. Esa cantidad fueron 3.500 euros, incluidos 500 para “la marina marroquí, la cual nos facilitó el paso sin conocer mi identidad”. Otros 250 euros costearían el kayak para llegar a la costa andaluza.
“Durante todas las etapas de las negociaciones, estuve plenamente consciente de mis acciones –cuenta el periodista e informático-. Sin embargo, momentos antes de abordar el barco, aproximadamente 15 minutos antes, comencé a reflexionar sobre las únicas tres opciones que se presentaban ante mí: llegar a España, ser detenido y encarcelado, o perecer en el mar. Las tres alternativas eran sumamente complicadas, ya que no vivimos en aislamiento, sino que mantenemos fuertes lazos con nuestra la familia y los amigos. Si algo me sucedía, serían ellos quienes experimentarían un sufrimiento indescriptible”.
En la cabeza de Ashraf se disparaban los pensamientos, entre ellos, la magnitud de lo que tenía por delante. “Me cuestioné si realmente valía la pena. Al final, llegué a la conclusión de que prefería enfrentar la muerte a ser encarcelado”, sentencia. En su decisión no cabía el retroceso. “A medida que dejábamos las aguas del Rif, la emoción y la incertidumbre se mezclaban en mi interior”, sintetiza.
Más de seis horas y sus ojos distinguieron Punta de Oliveros, esa esperanza lejana que ya podía nombrar como tierra firme.
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Los años pasaron y Ashraf todavía sigue en Europa. Nada fue fácil, nada lo consiguió sin luchar, como en los largos días del Hirak. En ese trayecto quedaron heridas que, tal vez, se cicatricen cuando su pueblo sea libre. Por ahora, esas marcas siguen ahí. “Vivir lejos de tu tierra mientras eres perseguido por un Estado dictatorial puede ser una experiencia extremadamente desafiante y traumática –relata-. Existe un profundo sentimiento de desarraigo y pérdida, ya que somos obligados a abandonar el hogar, la familia y la comunidad. Esto puede generar una sensación de desorientación y nostalgia, además de la angustia de dejar atrás todo lo que conocías”.
Para los hombres y las mujeres del Rif, vivir en la diáspora es una opción real y concreta ante las penurias económicas y sociales que sufren en su propia tierra, administrada con total desdén por Marruecos. Son miles los que, a lo largo de los años, decidieron acrecentar la diáspora. “Estar lejos de la tierra natal es una experiencia profundamente difícil y dolorosa, que implica enfrentar desafíos físicos, emocionales y sociales significativos”, dice Ashraf y agrega que su añoranza más grande es “la familia, que es lo que más aprecio en mi vida”.
En su tierra, la situación no cambió demasiado: pobreza, falta de trabajo y de expectativas para los más jóvenes, temor ante el control social desplegado por la monarquía de Mohamed VI. “La situación económica y social en el Rif se encuentra en un estado preocupante y desafiante –describe-. Un número considerable de jóvenes y familias enteras han tomado la difícil decisión de emprender peligrosos viajes en pateras hacia Europa, buscando mayores oportunidades y libertades, que están limitadas en su propio país”.
Según el periodista, el régimen marroquí continúa implementando políticas discriminatorias contra el pueblo rifeño y, desde 2017, se observa “un aumento significativo en el despliegue de tropas en la zona, así como la construcción de nuevas comisarías con el objetivo de ejercer un mayor control sobre la población”.
¿Existe entonces la posibilidad de un nuevo estallido en la tierra del pueblo amazigh? “Es posible”, responde Ashraf. “Sin embargo, la posibilidad de que ocurra y su magnitud dependerá de varios factores –explica-, incluyendo el contexto socioeconómico y político en la región, las demandas y frustraciones de la población, así como la respuesta del régimen”. El Hirak, explica el activista, “fue impulsado por una combinación de descontento social, marginalización económica y demandas de desarrollo regional. Las protestas se centraron en la falta de empleo, la pobreza, la corrupción y la discriminación por parte de las autoridades centrales. Estas condiciones y demandas podrían seguir siendo motivos de insatisfacción en la región”.
“Una voz colectiva y un llamado de justicia, democracia y libertad”, resume Ashraf sobre el movimiento de protestas que lo tuvo como protagonista. En esa simple y sintética oración se concentran las demandas históricas más deseadas del pueblo rifeño.
Imagen de portada: Airy Domínguez
Publicado originalmente en La Tinta