“Era un dengbêj del país. Su voz movía las montañas, era como un trueno, y hacía fluir las aguas estancadas y malolientes de los lagos y brotar las hojas de los almendros y los granados. Era un hombre de reuniones, canciones de amor y danzas. Con su voz, curaba heridas, calentaba los corazones de los solitarios, las viudas y los huérfanos, embellecía los sueños de los prometidos y de las muchachas por las que ya se había pagado el precio de la novia. No sólo era el dengbêj de las personas, sino también de los pájaros, los animales y las fieras. Su voz dirigía los rebaños de ovejas a los pastos, los ghazals a las aguas de Murad y Firat, y los pájaros grandes y pequeños a las tierras altas. Ningún dengbêj del Kurdistán podía compararse a él. Cantaba las canciones incansablemente día y noche durante meses y años. Su voz se asemejaba a la opulencia de los ríos de primavera, a la sutileza de las aguas del Firat y el Dicle, que fluían sin cesar, alcanzando las montañas y los cielos”.
(Mehmed Uzun, Rojek ji Rojên Evdalê Zeynikê, 27, traducido del kurdo y citado aquí)
La cultura y la historia kurdas son ricas en una vasta panoplia de tradiciones orales que siguen impregnando e influyendo en la realidad cotidiana, las experiencias y las interpretaciones del mundo que encarnan los kurdos. Gran parte de la identidad, la cultura, el nacionalismo y la visión moderna del mundo kurdos se deben a la era preliteraria de la historia kurda, transmitida a través de los eones por la tenacidad y los recuerdos literales de los dengbêj, a menudo analfabetos. A pesar de la falta de una historia, tradiciones y literatura escritas relativamente desarrolladas, las tradiciones orales kurdas han demostrado ser tenaces y resistentes, sobreviviendo a pesar de décadas de represión estatal y violentas políticas asimilacionistas de los regímenes que han oprimido a los kurdos. Teniendo en cuenta los amplios intentos sistémicos de lingüicidio y culturicidio contra los kurdos, no sólo la supervivencia sino el renacimiento de la tradición dengbêj en la cultura kurda contemporánea es sintomática de la psicología liberacionista, profundamente arraigada en las sociedades kurdas del Gran Kurdistán.
En su análisis de la creación de la identidad nacional kurda, los estudiosos del kurdo se han centrado en diversos campos, como la historia, la cultura, la geografía, la lengua, la literatura, etcétera. Se han realizado pocos trabajos comparativos en relación con las tradiciones orales que, en su mayor parte, aparte de un renacimiento en la década de 1990, habían ido cayendo cada vez más en desuso. El análisis de la tradición dengbêj puede ser valioso para añadir un aspecto más de cómo la cultura y las tradiciones kurdas han sido fundamentales en la formación de una identidad nacionalista kurda única. No obstante, esta tradición oral, como muchas otras tradiciones orales en todo el mundo, se enfrenta a un declive constante que es preocupante y que la sociedad kurda debería abordar urgentemente.
El dengbêjî no debe verse como una forma de arte anticuada y moribunda, primitiva e incapaz de atravesar el traicionero camino de la modernización hacia la sociedad contemporánea, sino más bien como el canto de un pueblo oprimido al que durante mucho tiempo se le ha negado la voz, el lugar y el derecho a su propia existencia. El dengbêjî es tan autóctono y forma parte de la identidad kurda como los montes Zagros y Qandil.
La tradición oral dengbêjî
Los dengbêj son cantantes y narradores folclóricos kurdos, cuyos cantos iban acompañados, a veces, aunque no siempre, de instrumentos musicales. La palabra kurda “deng” se traduce como voz y “bej” significa (presente de gotin) contar, y dengbêjan es el plural de dengbêj.
Los dengbêj cantaban largas historias y epopeyas de amor y guerra, siendo sus “stran” (canciones) de luto las más famosas y populares de todas. Los dengbêj eran aprendices de un maestro durante años y se encargaban de memorizar cientos de cuentos, historias, poemas y epopeyas. A menudo sin acompañamiento musical de ningún tipo, los cantantes tenían libertad para contar historias, crear versos, utilizar el lenguaje y no estaban sujetos a ninguna estructura formal. A menudo, los dengbêj con más talento no se limitaban a adoptar las epopeyas de otros cantantes a los que admiraban, sino que creaban sus propias historias y formulaban nuevos estilos. Se convertían así en maestros narradores, portadores de la memoria archivística de la nación kurda, y depositarios, como una biblioteca viviente, de sus tradiciones, mitos, cultura y ricas obras literarias orales de cientos de años de antigüedad. Los dengbêj, a menudo se basaban en las realidades sociales que rodeaban a los intérpretes para crear nuevas historias, parábolas y epopeyas, y así engrosar el depósito de experiencias, luchas, acontecimientos y realidades sociales de los kurdos.
En palabras de Roger Lescot: “Estos poetas profesionales, que a lo largo de los años aportaron sus recuerdos como aprendices de ciertos viejos maestros, asumieron la tarea de conservar las tradiciones del pasado y, si se producía algún nuevo acontecimiento, la celebración de las gestas heroicas del presente. A veces se enfrentaban en competiciones que se celebraban regularmente hasta hace bien poco. Cada emir o jefe de una tribu importante, mantenía uno o varios de estos bardos, cuyas canciones, por las alusiones contemporáneas que podían contener, a veces también tenían connotaciones políticas. Gracias a su repertorio ilimitado y a su inigualable don para la improvisación, estos hombres transmitieron, desde los siglos más remotos hasta nuestros días, poemas con miles de versos”.
Los dengbêj eran, por tanto, algo más que “narradores” o “cantantes” en la sociedad y la historia kurdas. No sólo servían como repositorios vivos y archivísticos, como ya se ha mencionado, sino que también son recopiladores y portadores de miles de historias, canciones, leyendas, acontecimientos históricos y como referencias vivas de la propia historia, la cultura y la literatura. En su mayoría analfabetos, aunque cada vez más instruidos en madrasas religiosas, los cantores dependían de constantes actuaciones para conservar las canciones en su memoria. A falta de tecnologías modernas como la radio, la televisión e Internet, los dengbêj llenaban las largas y frías noches de invierno contando y narrando multitud de epopeyas a su embelesado público. Inmortalizaban epopeyas en torno a famosos romances locales, luchas sangrientas, rebeliones y guerras.
Los dengbêj como bibliotecarios de la memoria y la cultura
Los dengbêj han sido herramientas importantes para transmitir y preservar la cultura y la identidad kurdas, especialmente en las luchas nacionalistas kurdas desde mediados del siglo XIX. La tradición dengbêj es, por tanto, un aspecto importante de la cultura y la identidad kurdas para los kurdos, ya que representa una poderosa conexión con el pasado, pero también se considera portadora y puente entre ese pasado y las luchas modernas por la preservación de la identidad, el nacionalismo y la cultura kurdos.
La rica tradición oral de los kurdos les permitió preservar su identidad cultural propia frente a las horribles políticas de asimilación de los Estados que los ocupaban. Ciertamente, se podían quemar libros y destruir bibliotecas enteras, pero la memoria viva, las historias que se transmitían a través de las tradiciones orales de un dengbêj a otro, de maestro a aprendiz, no podían destruirse tan fácilmente. En la narrativa del Estado-nación moderno y el modelo eurocéntrico del sistema estatista, la tradición oral pasó a considerarse cada vez más una representación de tradiciones incivilizadas, incultas, atrasadas y feudales. Para los kurdos de Bakur (Kurdistán septentrional, sureste de Turquía), esta visión fue adoptada en gran medida por el régimen turco hacia los kurdos, cuya denominación como “turcos de la montaña”, impregnó todas las políticas oficiales del Estado hacia ellos.
En cambio, el renacimiento de la tradición dengbêj, por muy evolucionada o transformada que parezca en los tiempos modernos, debido sobre todo a las tecnologías modernas de televisión, casetes, grabaciones, CD, videos, casas de cultura y festivales, hace que los kurdos la consideren cada vez más ya no como una “reliquia del pasado, sino como elementos vibrantes de la realidad contemporánea”.
La propia tradición oral se ha enfrentado al embate de la hegemonía del texto escrito y las tecnologías, que ha ido marginando cada vez más o, en algunos casos, destruyendo por completo, determinadas tradiciones orales. En el texto seminal de E. Anne Mackay, Signs of Orality: The Oral Tradition and Its Influence in the Greek and Roman World, se desarrolla un cisma dual entre las tradiciones orales pasadas del arte y la literatura a la versión moderna de los textos escritos y la literatura. La autora elucida poéticamente esta delimitación al señalar: “Muchos eruditos occidentales, inmersos en los textos como forma de definir su identidad y ganarse la vida, trazaron una línea inequívoca en la arena: a un lado se situaban las fuerzas bien organizadas y altamente adiestradas de la alfabetización y los textos de autor, al otro las bandas de guerrilleros desarrapados de la oralidad y las obras sin texto de bardos analfabetos”.
La poderosa imaginería en la que se basa Mackay más arriba pone de relieve el marcado contraste que existe en la historia kurda en relación con las otras culturas que existieron junto a la cultura y la literatura kurdas, pero que a menudo las dominaron y borraron: la literatura turca, persa y árabe, que a menudo se basó en el folclore, la poesía, la mitología, la cultura y la historia kurdas, en ocasiones se apropió directamente de ellos, para añadirlos a su propio repertorio de tradiciones literarias que se escribieron con facilidad y, por tanto, se inmortalizaron como sus tradiciones, sus historias, poemas y parábolas. El espacio entre las tradiciones orales y las minorías oprimidas y subyugadas, cuya lengua y culturas han sido prohibidas, avergonzadas y directamente proscritas, representa una larga y prolongada lucha entre las culturas dominantes, la colonialidad, la subjetividad y sus luchas existencialistas por la visibilidad y la supervivencia. En consecuencia, no es de extrañar que para los kurdos la literatura oral transmitida por los dengbêj “se considere la autobiografía de la sociedad, razón por la cual los dengbêj también son considerados historiadores”.
Sin embargo, el mantenimiento de esta autobiografía de la sociedad kurda ha sido nada menos que una lucha revolucionaria por mantener y conservar viva la voz de los kurdos. En ocasiones, varios cantantes fueron acusados y multados por la palabra cantada. A otros se les hizo callar para siempre mientras sus colegas permanecían en las cárceles y eran torturados. En palabras del novelista kurdo bakuri, Mehmed Uzun: “Las personas que viven en una realidad dominada por el miedo aprenden, debido a tales condiciones, el arte de hablar poco y contar lo esencial. Este arte es, al mismo tiempo, la herencia más importante que nos ha legado la historia de la humanidad. Lo que ha quedado es la escasez y el significado esencial de las palabras. Se han perdido la palabra y la diversidad lingüística. Y el rasgo principal del patrimonio común de la humanidad es lo que queda, la esencia”.
En otras palabras, sociedades como la kurda, sometidas a una constante presión existencialista, se han visto obligadas a desarrollar mecanismos y herramientas de supervivencia que les permitan mantener sus tradiciones e identidad de forma clandestina y fuera del alcance de las normas y el mecanismo de control y las prácticas oficiales del Estado. Quizá para algunos los dengbêj ocupan un espacio incómodo y cada vez más reducido entre una tradición oral moribunda y la transición al texto literario. En la era de los vídeos de 30 segundos de TikTok y de la rápida reducción de la capacidad de atención, quizá los dengbêj, con sus largos y épicos relatos de aflicción y dolor, de amores perdidos y muertes heroicas en batallas épicas, de duelo y lamento, se enfrentan a las crisis existencialistas que han evitado durante mucho tiempo. Sin embargo, estas mismas herramientas y tecnologías también podrían servir para revitalizar la estética única de la tradición dengbêj.
Los dengbêj en la historia kurda moderna
Han existido muchos dengbêj conocidos cuyas canciones y epopeyas han sido grabadas, y aún pueden ser disfrutadas por los kurdos modernos. Karapetê Xaço (o Gerabêtê Xaço) (1900-2005), por ejemplo, fue un cantante armenio de música dengbêj tradicional kurda, considerado uno de los dengbêj con más talento de la era moderna. La fama y el talento del dengbêj Evdalê Zeynikî (1800-1913) han alcanzado proporciones épicas y míticas, e incluso han sido inmortalizados en la literatura kurda moderna. Asimismo, el dengbej Şakîro (1936-1996) también está considerado uno de los dengbêj más destacados y afamados de los tiempos modernos.
Desde el establecimiento de Turquía como Estado-nación en 1923, tras la firma del Tratado de Lausana, se aplicó una se aplicó una fuerte represión contra las identidades no turcas, incluso hacia los kurdos. Hablar kurdo y las representaciones de la identidad kurda de la identidad kurda fueron fuertemente desalentadas a partir de la década de 1920 y dieron lugar a una serie de brutales políticas estatales, como el pogromo, limpiezas étnicas, desplazamientos, ejecuciones y encarcelamientos. El sentimiento nacionalista kurdo ante la creciente brutalidad y la negativa del recién formado Estado turco de acomodar democráticamente a los kurdos, el dengbêj y la tradición oral empezaron a desempeñar un papel esencial.
Concretamente, en las décadas de 1930 y 1940, gracias a la labor de la familia Bedirxan, la tradición oral empezó a renacer, sobre todo en Rojava (Kurdistán occidental, norte de Siria). Irónicamente, los orientalistas franceses también contribuyeron a promover y preservar la tradición oral kurda. Sin embargo, el enfoque general hacia la tradición dengbêj fue de represión y silencio por parte de los regímenes implicados.
En Turquía, tras el golpe de Estado militar de 1980, se impuso una dura prohibición de la lengua y la cultura kurdas. Esta prohibición afectó gravemente a los cantantes y músicos kurdos, que a menudo fueron multados, encarcelados y torturados. Podría decirse que ningún grupo de artistas se vio tan brutalmente afectado por esta prohibición como los dengbêj, que dependían de mantener vivas las miles de canciones y epopeyas memorizadas a través de sus actuaciones periódicas. Muchos dengbêj fueron silenciados durante décadas, en el mejor de los casos, y en el peor, para siempre, por la violencia del Estado hacia los kurdos. En palabras de Simone Schwarz-Bart, novelista y dramaturga guadalupeña francesa: “El cuento es, en gran parte, nuestro capital. Me nutrí de cuentos… cuando muere un anciano, desaparece toda una biblioteca”. En el caso de los dengbêj, que fueron silenciados durante décadas o aterrorizados para que renunciaran definitivamente a su arte, se perdieron para siempre mil motivos culturales dentro del rico mosaico de la cultura kurda, tal como la informan la geografía, el tiempo, la historia y la migración. Afortunadamente, las obras literarias de varios novelistas kurdos contemporáneos como Mehmed Uzun (1953-2007), Yaşar Kemal (1923-2015) y Mehmet Dicle (1977) han sido fundamentales para reavivar la popularidad de los dengbêj en la cultura y la literatura populares kurdas.
Por otra parte, la tradición dengbêj desempeña un papel totalmente distinto ahora que en el pasado. En el pasado reciente ha servido cada vez más como herramienta de “resistencia cultural y revitalización lingüística”. Sin embargo, para algunos elementos de la sociedad kurda también ha representado un aspecto feudal e incivilizado de la sociedad y la cultura kurdas. Tradicionalmente, los dengbêj solían estar al servicio o servidumbre literal de príncipes, emires y bolsas (beğ) o aghas (ağa), que representaban relaciones primordiales, pobreza, dependencia y estructuras de clase opresivas entre las masas campesinas y la élite, el escalón superior de la sociedad kurda. Los terratenientes feudales locales contrataban a un dengbêj para que sirviera al terrateniente como animador de invitados, bodas y celebraciones o a quien a menudo se le encargaba componer poemas glorificando y ensalzando a sus amos. A cambio de sus servicios, los dengbêj recibían protección, cobijo y comida, y la mayoría de ellos se veían obligados a trabajar debido a su extrema pobreza. Muchos dengbêj siguen sumidos en la pobreza en tiempos modernos y carecen de la fama generalizada o el patrimonio necesarios para mantenerse a flote económicamente.
En Turquía, a finales de la década de 1990 y principios de la de 2000, y en un intento de que Turquía se incorporara a la Comunidad Económica Europea (CEE), que impuso al país estrictas normas de derechos humanos y democracia, surgió una flexibilización de la prohibición de la cultura y la lengua kurdas. Esto dio lugar a la creación del primer canal de televisión en kurdo, a que las universidades empezaran a enseñar lengua y literatura kurdas y a la creación de centros culturales como el Centro Cultural Dicle-Firat, muy centrado en revitalizar la música y el arte kurdos. Se crearon varias Mala Dengbêjan (Casas del Dengbêj), sobre todo en Wan (Van) y en Amed (Diyarbakir), que influyeron profundamente en la institucionalización de la práctica y la tradición del dengbêj mediante el laborioso proceso de localizar, archivar y grabar miles de canciones e historias. Este importante proceso cultural fue impulsado por el programa de subvenciones de la Unión Europea para la promoción de los derechos culturales en Turquía en 2007. Lamentablemente, desde 2015, gran parte de los cambios positivos y las aperturas para la expresión y representación de la libertad cultural y lingüística kurda se han revertido y se han cerrado centros culturales kurdos.
El arte del dengbêjî también ha sido una esfera muy dominada por los hombres, con pocas mujeres dengbêj capaces de romper las barreras culturales y tradicionales. En el Kurdistán septentrional, por ejemplo, la tradición del dengbêj se mantuvo viva gracias a varios cafés que clandestinamente recibían e invitaban a dengbêjs a sus locales, a pesar de las repetidas medidas enérgicas del Estado. Al parecer, la tradición “se mantenía viva gracias a este entorno de hombres, sobre todo ancianos” que visitaban los cafés dengbêj, especialmente el Café de Mehemedê Hezroyê, o el Café de Dengbêj de Amed en la década de 1980. No obstante, algunas mujeres dengbêj han conseguido hacerse un nombre, como Sûsika Simo, Zadîna Şakir, Fatma Îsa y Aslîka Qadir. Estas mujeres nacieron en Armenia en el seno de familias kurdas y yazidíes y hacen oír su voz a través de Radio Ereván.
Aslîka Qadir (1945) es quizá la más conocida por su canción “Welatê Me Kurdistan e” (Nuestro país es Kurdistán) en la región de Serhat. En una impactante entrevista, Aslîka Qadir narra las dificultades de expresar la identidad kurda y la lucha de Dengbêjan en la Unión Soviética: “Como en todas partes, en Armenia no podíamos mencionar la palabra Kurdistán. Según las leyes de la Unión Soviética, todas las naciones eran hermanas y los kurdos tenían que ver a la Unión Soviética como su país, no al Kurdistán. Si los kurdos hubieran dicho que eran del Kurdistán, habrían sido detenidos, asesinados y exiliados. Primero cantamos en secreto la canción ‘Welatê me Kurdistan e’. Y esta canción tuvo un impacto positivo en la revolución entre la gente. Sí, con la voz de una mujer kurda, declaramos abiertamente que ‘Welatê me Kurdistan e, ci meskenê me Kurdan e’ (Nuestro país es Kurdistán, es el lugar de los kurdos)”.
Ver la lucha de las mujeres kurdas por convertirse en dengbêj a la luz tanto de los valores culturales tradicionales que les impedían participar en este arte como de la severa represión estatal de la identidad kurda habla de la doble lucha de las artistas, cantantes, poetas y eruditas kurdas.
Reflexiones finales
No obstante, a pesar de los esfuerzos positivos por revitalizar la tradición del dengbêj, incluida la grabación y conservación de miles de canciones, el futuro de esta antigua forma de arte sigue siendo precario. La tradición la disfruta sobre todo una población envejecida y mayoritariamente anciana. La generación más joven de kurdos no ha desarrollado una conexión emocional con la tradición oral dengbêj. La correlación romántica y nostálgica con la tradición del dengbêj, que hasta ahora ha cautivado al público de más edad, no se ha transmitido a la generación más joven. Además, muchos de los maestros y cantantes clave también están envejeciendo y las estructuras socioeconómicas tradicionales que mantenían la tradición dengbêj ya no están presentes, lo que se traduce en menos aprendices y una angustiosa contracción de la forma artística.
Teniendo en cuenta lo que la tradición y los cantantes del dengbêj han hecho por la preservación de la lengua y la identidad kurdas, existe una importante deuda con esta forma artística que merece una seria atención y conservación. Volviendo a las palabras de Mackay: “De hecho, si estas últimas décadas del milenio nos han enseñado algo, debe ser que la tradición oral nunca fue lo ‘otro’ que la acusamos de ser; nunca fue la tecnología primitiva y preliminar de comunicación que pensamos que tenía que ser. Más bien, si se dice toda la verdad, la tradición oral destaca como la tecnología comunicativa más dominante de nuestra especie, como un hecho histórico y, en muchas áreas todavía, como una realidad contemporánea… ni siquiera la revolución electrónica puede desafiar la preeminencia a largo plazo de la tradición oral”.
Los kurdos no pueden permitirse perder esta forma de arte primordial, no sólo porque es la guardiana de su memoria y sus experiencias ancestrales, sino porque representa un elemento de la cultura kurda por el que se ha luchado durante mucho tiempo, ha sobrevivido a la represión y el borrado por parte del Estado, a la colonización del Kurdistán, a los estragos de la modernización y mucho más. La conservación de esta tradición oral forma parte integrante de la identidad nacional y la cultura kurdas. En este punto son pertinentes las palabras de William Butler Yeats: “El arte popular es, en efecto, la más antigua de las aristocracias del pensamiento, y porque rechaza lo que es pasajero y trivial, lo meramente ingenioso y bonito, tan ciertamente como lo vulgar e insincero, y porque ha reunido en sí mismo los pensamientos más simples e inolvidables de las generaciones, es el suelo donde arraiga todo gran arte. Dondequiera que se hable junto al fuego, o se cante junto al camino, o se grabe en el dintel, la apreciación de las artes a las que una sola mente da unidad y diseño, se extiende rápidamente cuando llega su hora”.
La tradición dengbêj es, por tanto, el suelo en el que arraigan todas las demás formas de la cultura kurda: identidad, literatura, lengua, música, poesía, resistencia y supervivencia.
FUENTE: Hawzhin Azeez / The Kurdish Center for Studies / Traducción y edición: Kurdistán América Latina