Cada día se nos aparecen con más transparencia los horrores de la guerra de Ucrania, las terribles consecuencias de las armas sobre los cuerpos y su entorno de vida. Notable, sin embargo, que los medios mencionen, sobre todo, la destrucción material de edificios históricos y emblemáticos, de puentes y demás infraestructuras y de material de guerra, que siempre se lleva portadas y titulares.
Los seres humanos apenas ocupan espacios marginales, porque son, cada vez más, considerados como “daños colaterales”, ya que lo que realmente importa es el valor de las cosas. Una actitud típica del capital que está siendo asumida cada vez más por las izquierdas del sistema. Con la geopolítica sucede algo similar.
Es noticia, por ejemplo, cuando una renombrada periodista de la televisión ucrania, Yanina Sokolova, comparte el dolor de los soldados en sus redes sociales, el cuerpo amputado de un herido de guerra, lleno de traumas físicos y lesiones. “Se siente mal las 24 horas del día”, escribe ( La Stampa, 21/7/23). Para calmar los dolores y los daños en su cuerpo debe tomar opiáceos, que tienen consecuencias también negativas.
Días atrás el parlamento votó, con urgencia, la legalización de la mariguana para fines medicinales, algo a lo que se había negado anteriormente, “para aliviar el sufrimiento terrible de soldados y civiles devastados por el conflicto”, señala el texto de La Stampa.
Agrega que uno de los efectos de la guerra está siendo “el crecimiento exponencial de la demanda por cannabis y sustancias sicoactivas en Ucrania y Rusia”, utilizadas como tranquilizantes, anestesia contra dolores y alucinaciones, y aun como estimulante en casos de depresiones profundas.
Al parecer, la relación entre guerra y drogas es muy fuerte. Después de la guerra de Vietnam, se constató un masivo uso de heroína entre ex soldados estadunidenses, a tal punto que los sucesivos gobiernos debieron financiar programas para abordar las dependencias.
Los relatos actuales sobre la guerra buscan ocultar a los seres humanos. Abundan los datos generales (ofensivas militares, tipo de armas utilizadas, fotos y videos sobre la destrucción, cantidad de muertos y heridos), pero raras veces aparecen los cuerpos mutilados y destrozados que son el pan de cada día en las zonas de combate. La guerra es, como se dice estos días, una “picadora de carne”. Los especialistas aseguran que la expectativa de vida de un soldado en el frente es de apenas cuatro horas.
La geopolítica también oculta a las personas. Enseña qué naciones se pueden beneficiar de la guerra y cuáles pueden perder. Se empeña en analizar los resultados estratégicos en el balance de poder global. Desde la izquierda latinoamericana, no pocos se congratulan de una posible derrota del campo occidental y en particular de Estados Unidos. Creen que un triunfo de Rusia y de China traerá beneficios a las clases trabajadoras. Pasan por alto los sufrimientos de las mujeres, de los jóvenes y de los pueblos de esos países, y se fijan apenas en la escala macro de las relaciones internacionales.
La geopolítica está reñida con la ética, al igual que la guerra. Y esto sucede también con las izquierdas, que nacieron para poner en primer lugar a los seres humanos, mientras las derechas se ocupaban de las ganancias materiales y del poder. Como sabemos, las diferencias entre izquierda y derecha han desaparecido, siendo la mayor derrota cultural y política imaginable.
Con ello no pretendo decir que los datos y análisis que provienen de la geopolítica no tengan ninguna importancia para los pueblos. Pero una cosa es tomarlos en cuenta y otra muy diferente es subordinarse a su lógica, siempre estatal e imperialista. Algo similar sucede con la economía: es necesario atender sus aportes, pero la deriva economicista entre los de abajo supone una claudicación ante las tecnocracias que la manejan.
Esa deriva implica colocar en el centro del pensamiento y la acción las supuestas leyes económicas, implacables, que conducirían a los pueblos a su liberación, en vez de considerar el conflicto social como el corazón de la emancipación.
Ahora que la geopolítica goza de tantos adeptos, parece importante señalar sus limitaciones, más sociales que intelectuales. Voy con un ejemplo: creo que la caída del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua beneficiaría a Estados Unidos, razón por la cual China y Rusia lo apoyan. Ninguno piensa en la población nica, esa que sufre todos los días con un régimen intolerante y represor.
En este punto no hay modo de equivocarse: se piensa desde y con los pueblos oprimidos o se abraza la lógica del poder y de la maldita “correlación de fuerzas”. Ante nosotros está sucediendo algo tremendo: se abordan todas las facetas de la vida como si se tratara de un encuentro de futbol. Duele a quienes disfrutamos de ese deporte. Pero duele muchísimo más, a quienes todavía creemos que vale jugarse por los seres humanos de este mundo, más allá del lugar que habiten.