Resistir a pesar del Estado, crear a pesar de su existencia: a propósito de las elecciones en Ecuador
En este territorio que llaman Ecuador, próximamente se darán nuevas elecciones presidenciales. Esto, después de que el mal gobierno de Lasso disolviera la Asamblea Nacional en mayo de este año; en medio de un juicio político en su contra. Y si bien el 20 de agosto se marca un momento político, no se puede leer únicamente como un cambio coyuntural. Pensarnos en: ¿qué nos deja Lasso?, es una pregunta que en realidad nos abre otras cuantas. Sabemos que deja un territorio donde la muerte y el despojo se han vuelto parte de la cotidianidad1. Pero también está presente la configuración de un narco-estado policial y militar, que, si bien se sintió con mayor profundidad estos dos años de mal gobierno. Esto, es parte de cómo opera un Estado-nación patriarcal, capitalista y colonial. ¿Qué harán quienes tomen el poder con ese Estado mafioso, policial y militar ya configurado?
Asistiremos a una contienda electoral en la que se encuentran los mismos bandos políticos supuestamente antagónicos. Misma contienda que de forma repetitiva y cíclica se ha venido dando para que de tanto en tanto, un bando y después el otro puedan turnarse el poder. Todos proyectos estatales que únicamente refuerzan el proyecto transnacional-global del capital, tal como lo vemos en diferentes países-espejos latinoamericanos. Es innegable la crisis social provocada por el gobierno del banquero Lasso, y no precisamente por tratarse de una ausencia estatal. El Estado ha estado presente, pero, ¿de qué forma? Ha estado presente desde la militarización de las calles, barrios y territorios, a través de varios estados de excepción y decretos policiales que refuerzan una (necro) política de exterminio bajo la justificación de ser una guerra contra las drogas o el terrorismo. Así también, es innegable que durante el tiempo del gobierno progresista, se abrieron las fronteras para la explotación feroz de recursos, que luego terminó generando el colapso del modelo desarrollista de ese gobierno.
La democracia liberal representativa nos ha sitiado y nos ha puesto en una encrucijada entre la muerte y la muerte, en medio de un proceso de acumulación capitalista que mata a la tierra (con la expoliación de recursos, commodities) y que mata a las personas (negocios “invisibles”, trata de personas, contrabando, microtráfico, etc). No existe una salida a la crisis por medio del Estado puesto que, es gracias a la crisis que este proceso se mantiene.
En nuestro artículo de junio de 2022, titulado “En Ecuador se inaugura la pena de muerte”, abordamos de manera breve, pero preocupante, cómo se iba configurando este Estado mafioso, policial y militar. Y más allá del mal gobierno de turno, decimos preocupante porque históricamente este ha sido el mecanismo que han utilizado lxs de arriba para determinar la política en los territorios del sur. Por eso, resaltamos “la importancia de hacer un análisis que identifique cómo las fuerzas institucionalizadas, sean de izquierda o derecha, progresistas o neoliberales, al final, siempre utilizan la fuerza del Estado para fortalecer el despojo y criminalizar al pueblo empobrecido en el espacio público como forma de orden social, porque esto garantiza su continuidad en el poder y también el de las élites.”2 Lo vivimos de forma clara en Ecuador, lo vemos también de forma clara en Jujuy, en Chile, y en México, así como en muchas otras geografías.
Entre 1989 y 2005, los movimientos sociales protagonizaron grandes levantamientos populares en Latinoamérica, pero todo eso que se conformó, fue tomado como capital político por líderes y partidos progresistas que estabilizaron el sistema ―el mismo que se cuestionaba― no lo cambiaron, tampoco se dieron rupturas significativas en los modelos políticos y económicos, siguieron usando el mismo aparato (Zibechi y Machado, 2022, p. 246)3. Si miramos los levantamientos populares del sur global que se dieron en 2019, 2021 y 2022 en geografías como Ecuador, Chile y Colombia, podemos evidenciar la capacidad de organización que surgen desde los márgenes, ¿por qué dejar que se convierta en capital político para una estructura que está caduca como es el Estado patriarcal, capitalista y colonial?
Y no, no decimos que un gobierno como el del paraco de Uribe sea exactamente igual al de Petro, o el de Bolsonaro al de Lula; no, pero lo que sí es igual es la estructura de poder que toman y en esa estructura no hay cabida para la vida realmente digna para todxs. No hay cabida para proyectos que busquen destruir el sistema rancio del patriarcado y, por ende, del capitalismo y colonialismo. No hay porque el Estado-nación es antagónico a la vida. Y cuando esta estructura de poder ve en peligro su estabilidad, no duda en usar toda su fuerza represiva.
¿Por qué si un Estado “democrático” que respetaría los derechos y libertades como el de México, que es progresista, sigue atentando contra el territorio con grandes proyectos como el Tren Maya y continúa la guerra contra los territorios zapatistas que tienen un proyecto político desde las autonomías?
¿Por qué en Colombia los asesinatos a lxs compañerxs de las Guardias Indígenas, luchadores sociales y dentro de los territorios de pueblos originarios siguen dándose?
¿Por qué en Chile el pueblo nación mapuche sigue siendo atacado y algunas de sus organizaciones declaradas como terroristas?
¿Por qué en Argentina, a pesar de haber recuperado la “democracia” de una dictadura sangrienta y haber pasado por gobiernos de derecha e izquierda, siguen criminalizando a jóvenes por “portación de rostro” y algunos ejecutados por gatillo fácil?
¿Por qué en Brasil las favelas siguen siendo atacadas y asesinadas por la policía militar que se sabe tiene conexiones con los “escuadrones de la muerte” de la dictadura?
¿Por qué el despojo, castigo y muerte sigue siendo a quienes encarnamos el “no ser”?
Existe un proyecto transnacional-global de muerte y frente a eso como movimiento social no podemos abandonar las posibilidades de revolucionar, no podemos seguir alimentando una democracia representativa que juega según las reglas del sistema de muerte, no podemos seguir apelando a un Estado para que nos de migajas de “bienestar” mientras que únicamente refuerza el modelo de producción basado en el despojo y la acumulación. No podemos seguir alimentando una narrativa fatalista (la imposibilidad de transformar la realidad), conformista y cortoplacista. Si bien sabemos que existe una necesidad de no abandonar la lucha por lo básico, es más que urgente luchar por horizontes más amplios, pensar más allá del Estado.
Pensar el derecho a la salud, no en la medida de que el gobierno te suelte más pastillas o prometa infraestructura, sino como un proceso comunitario integral en el que la ciencia y la infraestructura es de la colectividad organizada que se la apropia, la imagina, la crea y construye en sus propios términos para curar-se. Pensar la educación, no como una mercancía que el gobierno promete socializar un poquito más, sino como un proceso colectivo. Pensar la justicia, no según la “eficacia” de un modelo punitivista y corrupto, sino según la capacidad comunitaria de resolución de conflictos y la generación de medidas reparadoras. Pensar la democracia, no según un voto anónimo en las urnas para elegir entre dos males cada cierto tiempo y cumpliendo cuotas, sino como una agencia cotidiana y efectiva de hacer política desde las bases y de forma colectiva. Pensar la seguridad, no como el uso del monopolio de la violencia para proteger la propiedad privada, sino como la medida en que somos capaces de cuidar la vida.
Frenar la maquinaria sangrienta es pensar por fuera de esta. Walter Benjamin mencionaba que, aunque se ha pensado que las revoluciones son la locomotora de la historia, quizá sean algo distinto, en realidad las revoluciones son “el gesto por el que el género humano que viaja en ese tren echa mano del freno de emergencia” de esas locomotoras. Porque no se trata de cambiar de conductor, sino de parar. Lxs compas Zapatistas también nos han demostrado que no se trata de cambiar de timón en el barco social, sino de barcas pequeñas que navegan según sus propios modos y se conectan con otras para crear otras posibilidades de vivir. Y así también lo hacen otras luchas que nos están iluminando el camino. Aunque sabemos que esta apuesta por la autonomía de los pueblos no sea legitimada ―incluso ni siquiera dentro de las mismas izquierdas― porque es “simple utopía”, “solo discurso”, “la revolución no se hace de un día a otro”, nuestra convicción como territorios que luchan se mantiene.
Y ahora ―a semanas de que nuevamente se cambie de gabinete― no solo es importante, sino vital, para el movimiento social identificar esto y así, quienes creemos en la autonomía de los pueblos como único camino frente al abismo que nos arroja el Estado-nación, resistir y crear a pesar de su existencia.
1 Desde el 2019, se han dado 14 masacres carcelarias, más de 600 personas privadas de la libertad fueron asesinadas de manera violenta (CDH); entre 2021 y 2022, más de 189 mil ecuatorianxs salieron del país, en lo que va el 2023, son casi 17 mil. Cifras que superan los últimos 12 años (LaBarraEspaciadora). Del 2020 al 2023, pasamos de tener un feminicidio cada 72 horas, a uno cada 23 horas. En lo que va el 2023 son casi 180 casos, más de la mitad en un contexto de sistema criminal (ALDEA).
2 https://desinformemonos.org/en-ecuador-se-inaugura-la-pena-de-muerte/
3 Zibechi, R. & Machado, D. (2022). El Estado realmente existente. Del Estado de bienestar al Estado para el despojo. Editorial Alectrión