“Los consejos siempre han sido indudablemente democráticos, pero en un sentido nunca visto y nunca pensado”
(Hannah Arendt)
Mientras Grecia y otras partes del mundo se ven envueltas, una vez más, por incendios forestales, mientras casi cada día se alcanza un nuevo récord de calor, un número cada vez mayor de personas se está dando cuenta de que los efectos del cambio climático ya están aquí y están cambiando la faz de nuestras localidades, mientras años de políticas neoliberales han dejado a los servicios públicos preventivos infra-financiados y mal equipados para los periodos de catástrofe que se avecinan. También está quedando meridianamente claro que no parece haber ningún plan de acción para detener la catástrofe que se avecina. Las cumbres de las clases dominantes -las llamadas COP- han sido ampliamente reconocidas como fracasos.
Por supuesto, no deben sorprendernos los intentos fallidos de las élites mundiales de enfrentarse con éxito a la crisis climática. Los resultados de las cumbres COP, hasta ahora y previsiblemente de las que están por venir, han sido y seguirán siendo mortalmente ineficaces, porque se trata de espacios de encuentro de las altas esferas mundiales. Y las decisiones que deben tomarse para evitar la catástrofe climática tienen que ver con medidas drásticas hacia el decrecimiento, la anulación de las discrepancias de poder que permiten la existencia misma de las élites; en otras palabras, nada menos que un cambio social radical. Los que asisten a las cumbres de la COP, como parte de las élites mundiales, no tienen ningún interés en tal perspectiva, y prefieren en su lugar las medidas cosméticas que no ponen en peligro la continuación del business-as-usual. Sólo la gente corriente, la que ya sufre las consecuencias del cambio climático provocado por el crecimiento, tiene el interés y la voluntad de tomar las duras decisiones necesarias para evitar la catástrofe que se avecina. Por eso, los ecologistas sociales siempre han insistido en que las soluciones ecológicas requieren medios de democracia directa.
¿Dónde puede reunirse la gente y buscar soluciones colectivas y pragmáticas a un problema existencial que pone en peligro su subsistencia? Algunos pueden proponer la escala del Estado-nación, pero como decía C.L.R. James, uno de los mayores pensadores anticoloniales del siglo XX, un cambio social radical, esencialmente revolucionario, no puede lograrse a escala nacional. Más concretamente, según él, hay que destruir la cualidad nacional del Estado; es decir, la revolución tiene que ser una revolución internacional.
Esto se corresponde especialmente con el enfoque necesario para abordar con éxito el cambio climático, ya que tanto la globalización capitalista con ánimo de lucro como el estatalismo centrado en lo nacional tienden a dividir a la gente. El mundo natural no reconoce fronteras, ya estén basadas en la pertenencia nacional o en la posición de clase. Por ello, su preservación exige su abolición, algo que requerirá la sustitución de las instituciones actuales por otras nuevas que permitan la aparición de un auténtico espacio público abierto a todos. Como sugiere C.L.R. James, nadie puede saber con certeza cómo serán las nuevas instituciones, pero, según él, podemos basar nuestras visiones en las cumbres más altas del pasado como guía. Para James, tales eran las formas institucionales de la asamblea pública y el consejo de delegados, como las que se han manifestado en medio de las revueltas populares. Éstas parecen formas políticas más adecuadas para nuestra época de crisis.
Según Hannah Arendt, el origen histórico del sistema de partidos está en el Parlamento, mientras que los consejos nacieron exclusivamente de las acciones y demandas espontáneas del pueblo. Para ella, la forma de consejo es la única alternativa democrática conocida al parlamentarismo, y los principios en los que se basa la primera se oponen tajantemente a los de la segunda en muchos aspectos: el primero y más importante es, como insiste Arendt, que los consejos controlan a sus delegados, en lugar de estar representados por ellos. Por otra parte, señala que uno de los grandes méritos de la institución del consejo es su gran flexibilidad inherente, que no parece necesitar condiciones especiales para su establecimiento, salvo la reunión y actuación conjunta de un cierto número de personas de forma no temporal.
La creación de consejos locales de ecología, interconectados transnacionalmente entre sí, podría ser un paso inmensamente importante hacia el desarrollo de respuestas sostenibles al cambio climático. Y no se trata de una propuesta descabellada salida de la nada, sino de un planteamiento estratégico muy real aplicado en distintas partes de Mesopotamia, donde los movimientos ecologistas han estado alimentando febrilmente la aparición de la institución de base del consejo ecológico para la preservación de los medios de vida comunales.
Los grupos mesopotámicos intentaron promover una alternativa estructural a la actual degradación medioambiental del Kurdistán septentrional (Bakur), superando con creces la vía de las campañas monotemáticas. Así, nos ofrecieron un atisbo de cómo puede establecerse un poder dual realmente democrático que busque abrir un espacio público real en el que puedan participar todos los miembros de una localidad determinada, y luego conectar dichos espacios para que se tomen decisiones a nivel translocal. También hay que tener en cuenta que los consejos ecologistas de Mesopotamia se desarrollaron con la perspectiva de pertenecer a toda la base social, en lugar de ser un centro de sectarismo ideológico, algo que podría escandalizar a los activistas de otras partes del mundo. Pero siempre hay que tener en cuenta que la única forma de politizar a una población e inculcarle la pasión por la participación democrática es darle espacio para que se auto-organice y se auto-emancipe. Y esto es exactamente lo que está ocurriendo desde hace algunos años en diferentes partes del Kurdistán, siendo el caso más notable el de Rojava.
Dicha estrategia deriva de la comprensión de que quienes viven cerca de la tierra, y no las élites escondidas en sus remotos despachos, tienen las experiencias más íntimas con los sistemas naturales locales, pero también de reconocer que los problemas que aquejan a cada localidad están interconectados. Esto implica una alteración radical del modo en que se gobiernan nuestras sociedades, desplazando el poder de decisión de las élites hacia las bases. No podemos esperar nada esencial de los jefes de Estado o de los intereses capitalistas. Nuestra esperanza reside en los demás y en las bases de todo el mundo. Esto es lo que debemos defender y alimentar siempre que lo veamos surgir de la acción popular.
FUENTE: Yavor Tarinski / The Kurdish Center for Studies / Traducción y edición: Kurdistán América Latina