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Monumentos. Luis Mattini, La Fogata

19.07.04

“Es mejor un mayo francés que un julio argentino”
( Grafitti en el monumento a Roca)

Por Luis Mattini
La Fogata

Una de esas cosas amargas en la historia de los movimientos emancipadores es cómo, con harta frecuencia, las clases dominadas y los pueblos oprimidos, se contagian de las megalomanías de las clases dominantes. Y, teniendo en cuenta que la megalomanía no es sólo eso, sino también uno más de los instrumentos de dominación, podría sospecharse que las clases dominadas que así imitan, aspiran a ser dominadoras. Un claro ejemplo de esto es la repetición de los monumentos. Los griegos parecían ya saberlo y de allí la leyenda del caballo de Troya. Pero hablando de historia, recordemos que el movimiento de Spartacus empezó a descomponerse cuando comenzaron a construir –con la oposición de su líder– gigantescos monumentos heroicos a imagen y semejanza de los romanos. Las energías subjetivas canalizadas hacia esa parafernaria inútil debilitó la fuerza para resistir la ofensiva militar de Cayo Craso.

El llamado socialismo real, al que prefiero llamar “ese que supimos construir”, se destaca por la insoportabilidad de sus monumentos. El mausoleo a Lenin fue la primera traición a la revolución. Monumentos de una estética más cercana al fascismo que al liberalismo. Estética imperial tomada, no de la Atenas de Pericles, sino de la Grecia de Alejandro o la Roma de César y sin algunas de las virtudes del pragmatismo de la ingeniería romana. En este punto no puedo resistir la tentación de sumar también a esa megalomanía, los monumentos al “saber”: las Academias de Ciencias, las que el socialismo real reprodujo en versiones corregidas y aumentadas a las de la sociedad de clases. Y por supuesto, como caricatura nostálgica de aquel musculoso cretinismo mental, entre nosotros suelen reproducirse con el nombre de “universidades populares”, con sus mismos atributos: rectores, decanos, popes, doctores, etc. Para que no falte nada en esa moral victoriana, en sus cursos a veces se expresa el nada sutil machismo de rendir homenaje a destacadas mujeres del pueblo, sin olvidar la partícula “de”, adicionando el apellido del marido, con la fotocopia de la libreta de matrimonio burgués; es decir, la mujer de fulano, “abnegada compañera de tal luchador incansable”.

Ni hablar de los monumentos de bronce al Che!

Cabría apuntar, sin profundizar el tema, sólo para provocar la discusión, que los monumentos poco tienen que ver con los mitos y sí mucho con los fetiches. Los mitos, como la religión, el arte y hasta la propia ciencia, son distintas formas del espíritu para enfrentar la incertidumbre de la vida zarandeando la memoria para afianzar los recuerdos. Sin los mitos no habría vida y cultura humana, no habría sentido del tiempo, todo sería puro presente. Los fetiches, en cambio, cubren las carencias del espíritu, como sortilegios a la muerte.

Ese fetichismo con los monumentos, que como tal poco tiene que ver con la vida y con la memoria, se nos pega de tal modo que funciona a la inversa; le damos más importancia al fetiche que representa la dominación, que al dominador mismo; somos capaces de hacer una guerra para derrumbar un monumento “representativo” de tal o cual dominador del pasado, mientras los que están presentes,(no los re-presentados), repito, lo que está presente, pasa a nuestro lado en vivo y en directo. Tanto los presentes dominadores como los presentes dominados.

Lo anterior viene a cuento a propósito de esa propuesta de quitar el monumento a Roca, el eficaz ejecutor de la “campaña del desierto” que casi exterminó a los pueblos originarios de las pampas. (Curioso: no he escuchado que se proponga también quitar los monumentos a Rosas, quien realizó la “primera campaña del desierto”, menos aún al bienintencionado cura Bartolomé de Las Casas, quien proponía liberar de la esclavitud a los indígenas, trayendo…africanos. ) Supongo que incluso se propondrá también cambiar de nombre a la Avenida.

Volviendo a ese monolito de piedra y bronce que re-presenta a Roca y que casi nadie ve; mientras se discute, se gasta saliva y esfuerzos, se arman polémicas y se habla del genocidio pasado, un grupo de la comunidad Guaraní, El Tabacal, de Salta, hace meses que deambula por las calles de Buenos Aires, de oficina pública en oficina pública, exigiendo la solución para sus tierras en un lugar denominado la Loma. Han llegado a Buenos Aires porque es la capital de la Nación, porque increíblemente ellos se sienten argentinos, ciudadanos de esta nación. Increíble digo, porque Roca y Rosas, tucumano el primero, porteño el segundo, argentinos ambos, fueron ejecutores de una política del Estado Nacional. A diferencia de los criollos, estas comunidades no parecen tener demasiado identificación con la provincia, no parecen sentirse salteños, se identifican directamente con la Nación. Paradójicamente la Provincia, en virtud de este federalismo, producto de guerras civiles entre criollos, es soberana y la solución a sus problemas es principalmente provincial. En otro lado de la misma provincia, una tradición Wichi está amenazada por la desafectación de reservas naturales realizada, en ejercicio del disfrute de la autonomía provincial, por la legislatura de Salta. En otro extremo, del país, comunidades mapuches se defienden denodadamente de la amenaza de expulsión en Río Negro, por familias criollas que se apropian de sus tierras. En Misiones, Chaco, Formosa, etc, ocurren hechos muy parecidos. Y para colmo, con la extensión de la frontera agrícola, diversas comunidades están amenazadas por la avidez de empresarios, casi todos argentinos, gran parte de ellos …cordobeses. Claro, también está Benneton. Pero que quede claro amigos, Benneton es uno más, no es ni mejor ni peor que los criollos, que sea extranjero no agrava la situación de las víctimas.

En los años ochenta esta Argentina, blanca, europea y cristiana, se rasgó las vestiduras ante el mundo “civilizado” con la promulgación de la ley 23 302, declarando de interés nacional la atención y el apoyo a los pueblos aborígenes. La misma ley creó el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas previendo en su composición una representación de los pueblos originarios. También la misma ley ordena la adjudicación de tierras a las comunidades y la educación en sus lenguas madre. De cumplirse esta legislación, aún imperfecta, los pueblos aborígenes obtendrían una serie de beneficios que significaría resarcir en mínima parte sus sufrimientos históricos.

Como Ud. sabe o puede imaginarse, esa ley es papel mojado. El Instituto está compuesto por funcionarios criollos, funciona en un entrepiso del Ministerio de Desarrollo Social con un presupuesto exiguo que además su mayor parte es consumido por la administración.

La TV, el progresismo, la izquierda tradicional, y hasta algunos sectores más radicalizados el movimiento popular, ponen el grito en el cielo cuando Benneton, o un gringo en Catamarca, se apropia de tierras de campesinos. Desde luego, es bueno que así sea; pero ocurre que esa indignación suele estar cargada de estúpido nacionalismo, irritados porque los usurpadores son “extranjeros” olvidando, con ignorancia supina, que una cosa es la propiedad de la tierra y otra la soberanía. La injusticia está en el régimen de propiedad de la tierra; esos estallidos chovinistas, más que la indignación por la injusticia hacia otros, parecen expresar el sentirse agraviados en la soberanía, lo cual no sería criticable, si no ocultara la terrible agresión de los criollos, sean estos funcionarios provinciales, como empresarios privados contra las comunidades.

Ocurre que, ley más ley menos, hay algo mucho más fuerte que la ley y son nuestras conductas etnocéntricas, palabra esta que consiste en un eufemismo antropológico del racismo. Nuestra izquierda y nuestro movimiento popular, incluido el nacional y popular es hijo indeseado del liberalismo, (porque, como decía Perón, todos somos hijos de la revolución francesa) y el mito igualitario, además de ser una falacia en los hechos, en su propia teoría implica tratar de la misma manera a aquellos que tienen necesidades distintas. En la construcción de esta Nación, ese papel “igualador” le cupo a la Escuela. Por lo tanto, esa Institución nacional –de la que estamos orgullosos tanto liberales, como izquierdistas o nacionales y populares–, la Escuela, buscó la igualdad en la educación castellanizada. No hubo mala intención, por el contrario, se consideraba que se educaba y que la educación sólo se puede hacer mediante la lengua.

Pero he aquí precisamente el problema: nuestra docencia no consideraba lenguas a las aborígenes: ¿Que exagero? ¿Que todavía guardo rencor a aquella profesora de castellano que me reprobó porque en un examen mencioné al guaraní junto con el inglés y el francés como ejemplos de lenguas? Quizás las cosas hayan cambiado un poco; de todos modos desafío a algunas de las disciplinas sociales, de esas que se especializan en encuestas, a que realicen un estudio sorpresivo entre los docentes y comunicadores de todos los niveles de nuestro país, acerca del concepto que tienen sobre el habla de los aborígenes. No sería sorprendente que la mayoría estuviera convencido todavía, que los aborígenes tienen “dialectos”, no lenguas.

De la misma forma –y siempre hablando de nuestro campo– es común no distinguir entre las diversas naciones y comunidades indígenas, sus armonías y contradicciones, sus viejos enfrentamientos, los que de últimas han sido excelentemente aprovechados tanto por los conquistadores españoles como por los criollos.

Así, por ejemplo, se recuerda el papel jugado por los “mapuches” durante las invasiones inglesas. Sin embargo, quien se moleste en darse una vuelta por la Patagonia, regresará con muchas dudas. No habrían sido mapuches sino Tehuelches, –que no es lo mismo– venidos desde ese sur, esos altos lanceros que hicieron retroceder a las fuerzas inglesas.

Y en donde hay que insistir hasta el cansancio: al menos en el territorio que hoy llamamos Argentina, es en recordar que las matanzas y las crueldades, las arbitrariedades, las trampas etc. con los aborígenes fueron inmensamente mayores en el periodo posterior al final de las guerras de la Independencia y además cometidos mayoritariamente por criollos. (relea el Martín Fierro, un sólo italiano en todo el poema, un gringo extraviado en la pampa, y después me cuenta)

En 1885 el Ejercito Nacional logró rodear, en la región de Pocahullo, actual parque Lanin, a 120 000 mapuches con sus mujeres y niños, una vez prisioneros los hicieron hacer una larga marcha de 1200 km hacia la costa. Sobrevivieron escasamente cinco mil, trasladados luego a Buenos Aires donde los expusieron ante el público como trofeo de guerra civilizatoria. Y ¿Sabe qué? En ese momento cientos de inmigrantes españoles y italianos se regresaban a Europa, porque la crisis económica hacía insostenible la permanencia en el país. Cuentan las crónicas que esos gringos y “gallegos” se abrazaron con los mapuches que venían encadenados por la avenida de Mayo, identificándose con ellos como compañeros en la miseria.

Algunas cosas también interesantes se podrían contar sobre las relaciones de la colonia Galesa en el Chubut con los Tehuelches. Esos inmigrantes que habían llegado perseguidos de las intolerancias europeas, y estafados por los políticos de este país, encontraron natural hermanarse con los Tehuelches.

Así como existe una profusa legislación a favor de los indígenas, que es papel mojado, también existe una proliferación de monumentos a esa “raza indómita”, de la que estamos orgullosos, a la que llamamos hermanos sin compartir su lengua y siempre y cuando que se mantengan un tanto lejos. Pero aquí están, presentes, en las calles de Buenos Aires, o en sus comunidades en la mayoría de las provincias, reclamando la aplicación del artículo 75 inc. 17 de la Constitución Nacional. No son “monumentos”, son personas en carne y hueso, con una increíble paciencia para peticionar, insistir, resistir humillaciones. No propician destruir monumentos, porque de ser consecuentes, deberíamos destruir la propia Buenos Aires, reclaman que se les restituya las tierras ancestrales.

Por suerte, frente a ese amor por la muerte expresado en el culto a los monumentos (y por lo tanto a remplazar los de las clases dominantes por los “nuestros”) la vida se abre paso pese a todo. El “contramonumento” al ejecutor del genocidio ordenado por el Estado Nacional, si se quiere, ya está hecho como una expresión de espléndida creatividad; en efecto: en la base del monumento a Julio Argentino Roca, sito en la avenida de su mismo nombre en el cruce con la calle Perú, alguien, seguramente un joven, escribió una frase que expresa, no sólo el repudio, sino toda una línea de acción “Es mejor un mayo francés que un julio argentino”

Ahí está la vida, nada de disputar la necrología al poder con otra necrológica; disputémosle la calle vital junto a esos descendientes de los pueblos originarios presentes. Porque una de las consignas más profundas del mayo francés fue aquella que tanto repudiaba al capitalismo como prevenía sobre su reproducción: “debajo del pavimento está la playa”.


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