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Crónicas desde los cerros (1)

22.08.04

Impactante.
La vista de la bahía de Valparaíso, Viña del Mar y demás ciudades costeras, hasta Ventanas, resultaba ser la más impresionante que jamás haya visto.
Adentro sonaban los platos y tazas para servir el té, la compañera se afanaba por hacerlo y su esposo pone la mesa. Lo miro y sus ojos están cargados de cariño y emoción, igual que los míos. Mal que mal habían pasado 30 años. De jóvenes rebeldes de 20 y tantos años ahora somos jóvenes rebeldes de 50 y tantos años.

¿Qué te parece la vista? Inquiere.

“Nunca había visto la bahía y los cerros tan hermosos”, respondo. “Sólo sacaría esos edificios que lo echan todo a perder”. Aludo a los bloques de departamentos de lujo de la Avenida Perú y la calle San Martín, cercanos al imponente Casino de Viña del Mar, antro turístico del derroche.

Lo observo y sus manos callosas van en busca de las mías. “30 años, compadre”. Sus ojos se empañan, los míos también, nos abrazamos por enésima vez. Desde la cocina ella pone sus ojos cargados de ternura en él y luego me mira, sumándose al encuentro. Era un momento extraño para mí. Bueno, no muchas veces en la vida a uno lo sacan de un lugar para regresar a los 30 años…

Había llegado pocos minutos atrás. Me bajé en el paradero indicado y busqué los árboles que tenía como punto de referencia, subí por el barro resbalando sin caer (no estaba tan mal) y los perros iniciaron la consabida orquesta ante el paso de una cara y un olor no identificados, como cancerberos. Llegado a los árboles busco con la vista el otro punto de referencia y oigo una voz gritando mi nombre. Era lunes y las gotas que traía el viento , cada vez más fuerte, anunciaban la tormenta que en pocos minutos azotaría la región.

Entre latas que rechinaban y se soltaban con el viento estaba instalado el rancho, pobre y humilde como los que le rodeaban en esa toma de tierras suburbanas en cerro realizada hace unos 8 años atrás.

“Tanto tiempo”. Dice.
“He vuelto a casa”. Digo, mirando el cerro y las casuchas de la población.
“Si”. Responde. “Ésta es tu casa”.

Y lloramos a moco tendido.
Pero nada de tristezas, estábamos muertos de la risa.

“Sabía que volverías”. Dice.
“Yo también”. Digo.

Sus perros hacen una fiesta de ladridos y movimientos de cola mirando la bolsa plástica que porto, donde sólo viaja el paraguas y nada para saciar su gula. Por si acaso no dejo el artilugio a su alcance. Vaya a saber uno lo que puede gustarle.

No me sorprendo al ver los retratos de Miguel, el Che y Marcos. Hay en la pared una poesía del poeta porteño El Diantre dedicada a Miguel Enríquez. Lo miro y pregunta:
“¿Qué vamos a hacer ahora?”
“Seguimos”. Respondí. Su sonrisa se hace más amplia.

Fuimos a casa de otro, de otro, de otro, de otro y así. Al primero lo encontramos después de una hora o más de andar a campo traviesa sintiendo el olor a tierra y a estiércol, olores que me hacían estremecer de recuerdos pegados a mi piel. Lleno los pulmones de campo y de gente. De lejos la compañera nos ve llegar y las lágrimas surcan su rostro. Corre a abrazarnos y nos lleva al rancho a ver al compa que está en cama, pues sale de madrugada a ganarse los porotos. Besé su cara arrugada y lo veía con la bandera rojinegra hace 33 años atrás. Llama a sus hijos y nietos y veo con admiración como son hermosos, como lo son también los hijos y nietos del otro, del otro, del otro y así.

Cantemos, digo yo, y cantamos. Obviamente el enfant de la mountagne (Espero achuntarle al francés). Traduzco y queda así: “Chiquillo del cerro, regreso cantando, el cansancio me gana, pero mi corazón está contento”. Para cantar todos, digo primero: “Enfant de la mountagne”. Y repiten. Luego: “Je retourne, je retourne”. Y así. Luego repiten trozos más largos hasta que cantan solos y se dividen en dos grupos que simultáneamente cantan partes diferentes haciendo un divertido coro. Después que lo cantamos explico el sentido en castellano. Duermo allí y al otro día se levantan algunos cantando…

Llegan otros. “¿Qué vamos a hacer ahora?”. Preguntan después de contarnos algunas historias personales tomando café y fumando. El humo salía por una pequeña ventana al frío exterior.

“Digan ustedes”. Respondo.

“Ganamos algunas batallas y ahora nos tienen en la peor miseria”. Dice uno. Otro agrega: “hay que sobrevivir”. Nadie cuestiona ni critica el pasado. Son personas sencillas. Están ahí. No se hacen drama por las discusiones de causas y consecuencias, vanguardias y partidos, teorías y análisis. Quieren comer y alimentar a los hijos.

Recuerdo que los zapatistas dicen que son puente y digo “Hagamos puentes”. Se miran y no entienden. Pregunto: “¿Dónde están los alimentos?”. “En la tierra y en el mar” Dice uno. “En las empresas”. Dice otro. “En los malls”. Salta el tercero. Y todos se matan de la risa, quizás imaginando como sacarlo de allí.

Fuimos a hablar con los pescadores artesanales y se estableció una red para suministrar productos del mar a bajo precio. Se constituyeron cuatro colectivos autónomos en cerros diferentes. Decidimos invitar a que otros hagan lo mismo. Si usted quiere sumarse a la red, vaya al ex-campamento Salvador Allende, llamado “Población Glorias Navales” (¡ay!) por la dictadura, y pregunte a cualquiera por el colectivo de los pescados, o escriba a redecosocial@yahoo.com.es

Una compañera, sobrina de un asesinado por la dictadura, propone que parte de los productos del mar se destine a constituir ollas comunes y comedores comunitarios para los que tienen más problemas. Se aprueba. Se solicitará algunos pesos voluntarios por núcleo familiar. Se hará una carta para pedir verduras en las ferias. Una compañera se propone para conversar con los feriantes, pero todos deben comentar el asunto para abrir la noticia y legitimar el comedor. Se estudiará la factibilidad de hacerlo en otros cerros. Hay que discutir como conseguir arroz, aceite, harina, etc.

Se decidió que cantaremos mucho. Dos compañeros van a hacer una exploración sobre las músicas, cantos, instrumentos y grupos artísticos de la zona.

Dos compañeras se responsabilizan de convocar jóvenes para organizar actividades para niños. El comedor comunitario es un buen lugar para informar a la gente. Nueva discusión: Si las familias traen olla para llevarse la comida a casa o comen juntos. La conclusión es que no se puede obligar. Se buscarán incentivos para que se queden a compartir. Uno dice que hay gente a la que le da vergüenza, pero vimos la importancia de construir confianza entre las personas.

Se decide que no habrán vínculos con partidos ni con iglesias, que estas actividades no serán caja de resonancia de nadie, que todos pueden participar a título personal, que las asambleas serán en espacios abiertos y de libre acceso a la población.

También se acordó que habrá participación masiva en el encuentro de los días 1 y 2 de octubre, donde vendrán a intercambiar experiencias compañeros de otras ciudades y países con relación a los cinco temas básicos aprobados: Emprendimientos productivos autogestionarios, comedores comunitarios, actividades de niños, centros culturales autónomos y escuelas populares comunitarias.

Los pescadores artesanales harán un taller expositivo de cómo preparar platos con jibia, como hacer longanizas y hamburguesas con jibia y luego de ello nos lo comeremos. Irán dos personas por colectivo a la actividad que será efectuada en la sede de la Confederación Nacional de Pescadores Artesanales de Chile CONAPACH, que pagará el transporte ida y vuelta. Este domingo irá un grupo de pescadores al cerro a compartir con la población y traerán productos marinos para prepararlos y servirse ahí mismo entre los participantes. Ya estamos en las primeras conversaciones con colectivos autónomos de Santiago para lo mismo.

La satisfacción de las necesidades y la libertad van de la mano. No hay que ponerle mucha teoría al asunto. Que cada uno haga sus propios análisis.
Seguiremos.

Salud. Con pescado frito.

Profesor J


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