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Uruguay. Una izquierda para la estabilidad

26.08.04

¿Cómo sería un Uruguay con la novedad del Frente Amplio en el gobierno? ¿Habría un “progresismo” tipo Lula, Kirchner o Lagos? Una radiografía en acción de los objetivos de la izquierda uruguaya, y de los sectores sociales que impulsan su acceso al gobierno.

Por Raúl Zibechi.

A grandes rasgos, los actuales gobiernos “progresistas” del continente son fruto de dos situaciones diferentes y hasta contradictorias: los que asumen el poder estatal como consecuencia de profundas crisis políticas, económicas y sociales, y los que lo hacen en un marco de estabilidad institucional, luego de una prolongada acumulación político-electoral en base a alianzas más o menos amplias. Los casos de Hugo Chávez y Néstor Kirchner pertenecen a la primera situación; el de Luiz Inácio Lula da Silva y el de Ricardo Lagos, a la segunda. Sin embargo, los segundos tienen mucho menos margen de maniobra que los primeros, ya que la estabilidad y las alianzas son factores intrínsecamente limitantes de cualquier cambio que se pretenda introducir. Más aún, la forma de construir la llegada al gobierno, es un indicador de cómo se pretende gobernar.

El caso del Frente Amplio uruguayo es, sin duda, más cercano a las experiencias de Lula y Lagos. Lo que no quiere decir que los resultados vayan a ser similares. Uruguay es el país más estable del continente, su sistema de partidos es el más sólido y, como recuerda un politólogo, los tres partidos más importantes ya tenían su fisonomía conformada a principios del siglo pasado. La “Suiza de América” no es, a diferencia de sus vecinos, suelo propicio para cambios bruscos, saltos en el vacío ni rupturas dramáticas.

Apuntalar el sistema

La crisis financiera y económica del invierno de 2002, fue la más dramática de la historia del país. La recesión se instaló en 1999, a la par del estancamiento argentino. Ambas economías están anudadas por lazos poderosos; de modo que los sacudones del país vecino, vuelan casi inmediatamente por encima del Río de la Plata. Puede, incluso, asegurarse que las consecuencias sociales de la crisis económica en Uruguay fueron más devastadoras que en Argentina. Los datos recientemente difundidos sobre el Indice de Desarrollo Humano del PNUD, son una buena muestra de ello: mientras Argentina, pese a la crisis, se mantuvo en el lugar 34, Uruguay -que había llegado a ocupar el puesto 29 en la primera medición en 1990- cayó hasta el sitio 46. Más datos comparativos: en Montevideo hay unos 12.000 “carritos” (recogedores informales de basura) según el último censo municipal, en una ciudad de 1.300.000 habitantes, y uno de cada cinco montevideanos vive en asentamientos irregulares. Haga el lector la cuenta para deducir cuántos cartoneros debería haber en Buenos Aires (12 millones de habitantes) y cuánta debería ser la población en asentamientos, para igualar la situación de Montevideo. Y comprobará que la capital argentina está lejos de esas cifras.

Sin embargo, y esto es parte del “milagro uruguayo”, la brutal crisis que se abatió en 2002 no hizo temblar el sistema político. Por el contrario, tanto la izquierda política (Frente Amplio) como la izquierda social (la central sindical PIT-CNT, la principal fuerza social organizada) evitaron la confrontación con el gobierno de Jorge Batlle, y en el pico de la crisis le aseguraron la gobernabilidad. Veamos, sucintamente, lo sucedido en el primer semestre de 2002, período que muestra, mucho más que las declaraciones y los programas, los objetivos de la izquierda uruguaya y de los sectores sociales que impulsan su acceso al gobierno.

Entre enero y julio el riesgo país pasó de 220 a 3.000 puntos; la corrida financiera se llevó el 45% de los depósitos bancarios; el precio del dólar se duplicó y el año cerró con una caída del producto del orden del 10%, llegando a apenas la mitad del de tres años atrás. La desocupación trepó al 20% y el porcentaje de la población por debajo del índice de pobreza alcanzó por el 40%.

Desde los sucesos del 19 y 20 de diciembre en Argentina, densos nubarrones comenzaron a amenazar la sociedad uruguaya. A comienzos de enero de 2002 el gobierno uruguayo implementó sus primeras medidas de ajuste para hacer frente a problemas inminentes. En esa ocasión, el diputado José Bayardi, del sector del Frente Amplio (FA), Vertiente Artiguista (VA), trazó un panorama por el que transitaría toda la izquierda: “Es claro que esta fuerza política no llega al gobierno en un escenario de inestabilidad. La contradicción caos-orden favorece a Sanguinetti”, o sea a la derecha . En suma, refleja dos preocupaciones: la estabilidad y ganar las elecciones de 2004 para llegar al gobierno.

En marzo el riesgo país se acercaba a los mil puntos y ya había problemas con varios bancos, en el cuarto año de recesión. Diversos sectores del Frente Amplio comenzaron a plantear el riesgo de una “argentinización”, lo que valoraron como “terrible”. Los senadores Danilo Astori, de Asamblea Uruguay (AU), y Enrique Rubio, de la VA, coincidieron en apuntar varios problemas en esa dirección: la deslegitimación del sistema político, un posible estallido social y la ruptura de puentes con la derecha. “No prefiero que los partidos tradicionales queden frente a la gente en niveles atroces de deslegitimación”, dijo Rubio, por lo que propuso tenderles puentes y no confrontar con el gobierno. Para ambos se trataba de proteger la credibilidad del sistema político evitando un mayor desprestigio del Partido Colorado y del Nacional. En paralelo, reclamaron planes alimentarios para los más pobres, para evitar el “serio riesgo” que podía llegar a correr la democracia .

El 16 de abril, el PIT-CNT realizó una gran manifestación junto a decenas de gremiales empresariales, entre las que destacaba la Federación Rural y las asociaciones de los grandes productores de carne y lana, arroceros, lecheros, y una veintena de agremiaciones rurales y urbanas, que conformaron la “Concertación para el Crecimiento”, que contó con el apoyo del FA y sectores del Partido Nacional. Este tipo de confluencia era la deseada tanto por la central sindical como por la izquierda, aunque en esas fechas Astori seguía alertando que aislar al gobierno era “democráticamente muy peligroso” .

En mayo, cuando el retiro de depósitos bancarios amenazaba provocar un caos financiero y económico, varios dirigentes del FA alertaron sobre “comentarios” que se escuchaban en la calle acerca de posibles saqueos a supermercados. Tabaré Vázquez se mostró preocupado por el “descrédito que tiene la ciudadanía en el sistema político” y un dirigente del Movimiento de Participación Popular, liderado por el senador tupamaro José Mujica, señaló que temía un “vacío de poder” .

Ante el fuerte ajuste fiscal decidido por el gobierno a fines de mayo, el PIT-CNT decidió un paro parcial de media jornada, un “apagón” y “caceroleo” de diez minutos, que fueron ampliamente seguido por la población en Montevideo. A su vez, el sindicato bancario, el más poderoso del país, reclamaba la “estabilización del sistema financiero”, y un compromiso nacional entre todos los partidos para fortalecer al sistema, al que consideraban un “asunto de Estado” .

A comienzos de julio, cuando la situación era dramática, Tabaré Vázquez expresó lo que sentían los dirigentes y buena parte de los militantes de izquierda: “La próxima elección se va a definir entre el caos y el orden. Entre el caos de los gobiernos de coalición o el orden de un proyecto de país con trabajo, con justicia social, un proyecto serio, responsable, capaz de ser llevado adelante” Y acotaba: “Nosotros no apostamos a los estallidos (…), apostamos a la denuncia, a la oposición, a la movilización ordenada, no a la explosiva. Una manifestación ordenada es mucho más efectiva que el estallido social” . Ese mismo mes, la izquierda se concentró en la interpelación parlamentaria del cuestionado ministro de Economía, y la central sindical convocó una marcha hacia el parlamento para apoyar la acción de los legisladores de la izquierda. Temiendo un desborde de los manifestantes, Tabaré Vázquez anunció que “lo vamos a repudiar y vamos a hacer todo lo posible por evitarlo”. Ese día, el 11 de julio, además del fuerte servicio de orden de la central, el FA destinó 50 dirigentes intermedios para “evitar cualquier tipo de problemas” .

Calmar a los mercados

Cuando el gobierno decretó cuatro días de feriado bancario, el 30 de julio, para reestructurar el sistema financiero, cerrar bancos e imponer un “corralito” que dos años después aún se mantiene de forma parcial, la crisis había estallado y tocado fondo. Tabaré Vázquez fue más claro aún. El 31 de julio, cuando la crispación social era muy alta y se había producido el primer saqueo de un supermercado, dijo: “Ya estamos en los botes porque el Titanic ya se hundió (…), acá todos los uruguayos tenemos que remar juntos para salir lo antes posible de esta dramática situación”. Llamó a la unidad de todos los partidos, de todos los sectores sociales y empresariales y pidió no “hacer leña del árbol caído”, en referencia al gobierno de Jorge Batlle y a los partidos tradicionales. Por su parte, Danilo Astori llamó a “comprometerse” con la conducción económica del país y llamó también a la “unidad nacional”.

De lavaca.org


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