BREVE CRÓNICA SOBRE MI PUTA VIDA
Por:
KARMEN EPINAYU
“Yo soy indio de los puros (…)
Yo soy indio chato, cholo y chiquitín.
Esta tierra es mi tierra y este cielo es mi cielo”.
Canta: Máximo Jiménez
La vida de mi familia transcurría normalmente,
visitando parientes en las rancherías, llevando a
los chivos a los jagüeyes, bailando la yonna al
ritmo de kasha, departiendo chirrinche y wisky
en las fiestas, hablando con nuestros muertos
en los cementerios, sacándole frutos a nuestras
tierras, comerciando con Venezuela. Éramos
infinitamente felices. Pero la vida cambió cuando
llegaron alijunas que nunca antes habíamos visto
y que poco tiempo después supimos que les decían
paramilitares.
Nosotros los Wayúu tenemos fama de arreglar
nuestros problemas a bala, cosa que no es tan
cierta, pero esa es la fama que se ha creado en
todo el país. Y digo que no es tan cierta, porque
aunque a veces han ocurrido enfrentamientos,
también cuando se presenta un problema se puede
solucionar pagando una indemnización o
palabreando, para lo cual, dentro de la cultura
Wayúu, existen leyes muy estrictas al respecto.
Por la vía de La Majayura, en donde quedan las
tierras de mi familia, hace más o menos tres años,
comenzaron los problemas. Empezaron a robar y a
asesinar a muchas personas que se movilizaban por
la zona. Este territorio lo ha ocupado
ancestralmente mi familia durante muchas
generaciones, pero como la vía es una zona
estratégica por la cual se transporta libremente
desde contrabando, hasta drogas y armamento,
porque por aquí no existe control de ningún tipo,
comenzó una lucha que en ese momento no era
clara para ninguno de los involucrados.
Aparentemente una familia Wayúu de Venezuela
le declaró la guerra a mi familia y comenzaron los
problemas. En julio de 2001, viajaban de Maicao
hacia una de las fincas para la celebración del día
de la Virgen del Carmen, dos carros con las
mujeres y niños de la familia y fueron retenidos por
algunas personas desconocidas, que
definitivamente lo que querían dar a entender era
que ellos tenían el poder cuando quisieran. Ese
día solo fue un susto que no se pudo perdonar,
porque en la ley Wayúu, cuando hay guerra, los
niños son sagrados, pero más aún las mujeres, y
se metieron con las mujeres de la familia.
Se pensó que estas personas eran contratadas por
una familia Wayúu de Venezuela, que querían
controlar la vía. Lo pensamos, porque luego nos
dimos cuenta que todo fue manipulación por parte
de los paramilitares para apoderarse del territorio.
Nuestra familia trató de arreglar el asunto,
palabreando. Sin embargo, las amenazas,
continuaron, varios de mis tíos tuvieron que
esconderse mucho tiempo, mientras al pueblo
comenzaron a llegar carros extraños que
desaparecía en segundos, lo que producía pánico
entre la gente.
Un día recuerdo que estábamos con un primo en la
puerta de la casa y vimos pasar muchas veces un
Toyota con carrocería blanca y vidrios oscuros, y
mi primo como buen Wayúu, malició que algo
pasaba y me dijo que tenía sospechas de algo.
Subimos al segundo piso de la casa y nos
escondimos en una terraza que allí hay, y
esperamos a que pasara el carro. Cuando volvió,
habían como diez hombres, todos vestidos de
negro, con pasamontañas que apenas dejaban ver
los ojos, y todos con armas largas. Nosotros,
simplemente los miramos, mientras ellos trataron
de pasar desapercibidos Ese día me asusté mucho
y como mujer no pude hacer nada, aunque quise.
Los hombres de la familia, fueron informados por
mi primo, y de inmediato comenzaron a buscar un
carro que nunca más apareció. Desde ahí,
sabíamos que estaban buscando a mi tío para
matarlo.
Durante cinco meses, las cosas pasaron sin
novedad, hasta que mataron a dos de mis
familiares. Los persiguieron por todo el pueblo.
La familia no estaba preparada para reaccionar
ante un atentado de tremenda magnitud, todos
los intentos de mis otros tíos por evitar las muertes
fueron inútiles y fue cuando comenzó este tormento
que aún no termina.
Al parecer una familia quería quitarnos un
territorio que costaba mucho para ellos. Pero para
mi familia costaba mucho más, era la tierra que
desde siempre nos había pertenecido, ganada por
mis ancestros con esfuerzo y tesón de maneras
tradicionales. Y con muertos de por medio, tan
sagrados como son nuestros muertos, no estaban
dispuestos a dejar las cosas así. Esas cosas han
pasado en La Guajira por años, pero siempre o se
acaban los hombres de una familia, o simplemente
se arreglan, pero nunca, nunca se producían
desplazamientos de tipo alguno.
Con lo que no contaban mis tíos era con que este
conflicto ya estaba permeado por los paramilitares
quienes lo manipularon para quedarse con nuestro
territorio, sin que se supiera realmente quienes
eran los que estaban detrás de todo esto.
Una noche, en el pueblo se fue la luz un minuto, mi
mamá comenzó a sentir mucho ruido en la calle y
cuando nos asomamos en la ventana, vimos a
muchos hombres armados hasta el cuello, vestidos
con prendas camufladas y con pasamontañas,
brincando de techo en techo para entrar a una de
nuestras viviendas.
Los que nos encontrábamos en la casa tratamos de
llamar, pero no había comunicación y mi mamá
desesperada por la situación, salió como loca a la
calle a gritarle a mi tío que se protegiera, pero por
la distancia, mi tío no la oía, y además, de
inmediato, un tipo de esos la agarró y la empujó
hasta la casa, y la amenazó con su arma, mientras
mi hermana cerraba la puerta atemorizada.
Intentamos llamar por celular, pero los intentos
fueron inútiles, comenzamos a oír disparos durante
una eternidad, y finalmente, sin otra cosa que
hacer sino llorar de rabia, miedo y tristeza, cuando
todo quedó en silencio, nos asomamos y salimos a
la calle cuando nos dimos cuenta que ya no había
nadie. Mi tío se salvó de milagro, pero le mataron
a la mujer.
Después de esto mis tíos tuvieron que salir de La
Guajira, porque fueron amenazados y les pusieron
precio a sus cabezas. Yo también comencé a recibir
amenazas, solo por decir cosas en la calle en contra
de esa gente. Luego, mis tíos pusieron denuncias
y las amenazas se intensificaron.
Ocurrieron otros hechos como el de un primo,
quien trabajaba en una empresa privada encargada
de mantener las bocatomas del acueducto que
surte de agua a Maicao. A él, le tocaba ir casi todos
los días a la sierra a hacer mantenimiento a los
ductos de las bocatomas, y todos los días miembros
de los paramilitares le hacían retén, hasta que un
día le pidieron todos los datos como: con quién
vivía, en dónde vivía, teléfonos, y otros más. Luego
de confirmar estos datos lo responsabilizaron a él
de cualquier cosa que pudiera pasarles en la zona.
Además, le quitaban el carro y se lo devolvían a las
pocas horas. Un día, le pidieron el carro para “hacer
una vuelta”, a él y a los que viajaban con él los
dejaron en el pueblo, y los paras, se fueron con el
carro. Llegaron a una finca de la vía de La
Majayura, en donde se encontraban algunas
familias Wayúu. Como el carro que llegaba era
conocido, lo dejaron entrar a la finca, y los paras
se llevaron a cinco hombres y a una mujer que se
encontraban allí. Luego aparecieron muertos por
la carretera, con señales de haber sido antes
torturados. Además, en ese momento no
sospechábamos que el ejército estaba involucrado,
pero los paras, llamaron a mi primo y le dijeron
que fuera a la base del ejercito para que le
entregaran el carro. Mi primo fue y se lo entregaron
sin ninguna pregunta, sin ningún papel, sin
ninguna firma.
Además comenzaron a aparecer muertos de otras
familias, lo que llevó a que se responsabilizaran
mutuamente de estos asesinatos. Nuevamente,
caímos en el juego de los paras que se
aprovecharon de la cultura de guerra que nos
afama, pero hasta ese momento no nos habíamos
dado cuenta de nada.
En mayo de este año un tío, reconocido Araurayú,
decidió que viajaría a la finca con un primo que
estaba por graduarse y él le quería regalar dos
chivos para la fiesta. Mi tío se fue con dos primos y
tres personas más. Tres de ellos nunca volvieron
porque quince personas uniformadas y armadas,
los secuestraron. Mi tío, mi primo y uno de los
acompañantes fueron asesinados, los otros tres se
escaparon. Cuando se enteraron del secuestro,
algunas mujeres de la familia se metieron al monte
con el ejército, porque ellas podían guiarlos por las
tierras que bien conocen y porque además
pensábamos que por ser mujeres no se meterían
con nosotras, pero nos amenazaron.
Cuando mi tío apareció muerto y vi que la familia
ya estaba cansada de la lucha y que estaban
esperando a ver que muerto tendrían que llorar
después, todos anestesiados por los dolores
acumulados, decidimos que no podíamos parar y
que teníamos que denunciar, pero continuaron los
hostigamientos y nos dijeron que no podíamos
poner denuncia alguna porque comenzarían a
matar a las mujeres. Entonces, decidimos que en
Bogotá nos escucharían, y algo se podría hacer,
pero cuando vinimos aquí, nos encontramos con la
verdad del asunto.
Fue un golpe duro darnos cuenta que no éramos los
únicos en la región pasando por la misma situación
y que otros también habían caído en el juego de
los paras. Las amenazas llegaron hasta Bogotá.
Querían llenarnos de miedo para evitar que se
hicieran las denuncias que a nivel nacional e
internacional se estaban haciendo sobre la
presencia de ellos y los crímenes cometidos en
nuestro territorio. Pero el golpe fue aun más duro
cuando tuvimos conocimiento de los proyectos
que el gobierno tiene para La Guajira y en donde
los Wayúu somos incómodos. Por ello es tal vez
que el gobierno insiste en que son guerras entre
familias. Si hubiera sido así, ya lo hubiéramos
solucionado a nuestra Sükua’ipa Wayúu, es decir,
a la manera Wayúu.
Claramente los paras han aprovechado los
enfrentamientos tradicionales entre familias
Wayúu, para poner a pelear a todo el mundo.
Como por ejemplo, a nosotros, intentan
enfrentarnos con otras familias, pero todo ha sido
una trampa, tras la cual ocultaron durante un
tiempo su presencia en la región, para intervenir
sin que fueran responsabilizados.
Hoy, la situación de mi familia es bastante
dramática. Muchos de mis familiares han tenido
que abandonar la región dejándolo todo, haciendo
esfuerzos por rehacer sus vidas en tierras
extrañas. Los que se han arriesgado a quedarse,
insistiendo en que la tierra es todo lo que se tiene,
no han podido volver a trabajar y viven en
constante zozobra y temor, incluso algunos no
comparten la idea de que se hagan denuncias por
miedo a las represalias de los paramilitares. Las
tierras se encuentran en total abandono y con
riesgo de perderse, debido a que han aparecido
extraños para hacer ofertas irrisorias.
El abandono del territorio no ha significado el cese
de los hostigamientos y las amenazas por qué estas
se han incrementado, sobre todo para aquellas
personas que nos hemos unido con otros Wayúu
para adelantar acciones de denuncias conjuntas.
De momento un encuentro familiar en La Guajira
para visitar los cementerios y honrar a nuestros
muertos, que son parte sagrada de nuestra vida
cotidiana, es bastante improbable, porque no
existen las garantías para un retorno seguro.
Nuestros muertos tendrán que esperar mejores
tiempos para encontrarse nuevamente con toda la
familia reunida y nosotros seguiremos añorando
poder volver a trabajar en nuestras tierras.
Mientras tanto siguen su curso las cuestionables
negociaciones que adelanta el gobierno nacional
con los grupos paramilitares que, con toda
seguridad, culminarán con la legalización de la
impunidad. Los líderes paramilitares han pedido
perdón a Estados Unidos, pero nadie se ha
acercado a preguntarnos si quiera por nuestro
dolor. Nuestros victimarios, que ahora están
apareciendo como héroes en los medios de
comunicación, están recibiendo la ayuda
económica que nos han negado a las víctimas de la
violencia paramilitar.
Pensamos que la paz solo es posible si los que hoy
se desmovilizan, confiesan en donde están
nuestros desaparecidos, por qué mataron a nuestra
gente, quienes ordenaron estos asesinatos, por
qué sacaron a nuestra gente del territorio
tradicional, quiénes los financiaron, quiénes se
han beneficiado con todo lo que ha venido
ocurriendo, cuáles son las relaciones que han
tenido con la fuerza pública y con funcionarios
gubernamentales.
Finalmente, nosotros los Wayúu pensamos que
mientras a las negociaciones que el gobierno
nacional palabrea con los grupos paramilitares no
pueda ir un pütchipü’u llevando la palabra en
representación de las víctimas de la violencia,
la paz que sobrevendrá carecerá de credibilidad.
Bogotá, D.C., a 21de diciembre de 2004.
Karmen Ramírez Boscán
Directora
Asociaciòn Wayúu Munserrat
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