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República Cromagnon. Masacre mercantil en tiempos de agotamiento estatal

07.01.05

Las respuestas que se viene gestando luego de lo ocurrido en el incendio de República Cromagnon conjugan elementos que merecen ser tenidos en cuenta a la hora de entender los efectos de las profundas transformaciones contemporáneas que estamos viviendo

En principio lo ocurrido puede pensarse como una masacre que deja en evidencia una vez más la lógica hegemónica y despiadada del mundo de los negocios. Como a principio del 2004 en Asunción (Paraguay) donde los dueños de un shoping cerraron las puertas en medio de un incendio para evitar que se llevaran mercancías sin pagar, la formula se repite: la ganancia a cualquier precio no tiene límites, ni siquiera la vida.

Por otro lado lo que ya se sabe de las instituciones estatales, queda en evidencia. El andamiaje institucional que en otros tiempos brindaba (algún) amparo a la ciudadanía está cada vez más desmantelado. Protección, previsión, seguridad, pertenencia, amparo, todas las operaciones que se desprendían de un conjunto de prácticas y discursos que producían ciudadanía van cesando progresivamente.
Anteayer fue un ajuste, ayer un “corralito”, hoy un incendio mortal, mañana el encarcelamiento de los que defienden su dignidad, pasado mañana un robo, y cada vez con mayor intensidad se impone una obvia sensación de inseguridad que corroe la base misma de la democracia representativa: la confianza en los representantes.
Estos últimos, asumiendo cada vez más una cínica tarea de administradores de la miseria que de gestores de la política –lo que antes se llamaba gobernar- vienen intentando resignificar la inseguridad que genera el agotamiento institucional contemporáneo, como un medio para aumentar las herramientas de control social represivo -el recurso de la fuerza que se impone cuando se agota el consenso. En pocos meses hemos sido testigos de un endurecimiento represivo del código penal y la instalación del nuevo y brutal código contravencional.
Pero a pesar de la pacotilla paranoica anti-delincuencial –que dicho sea de paso, de nada han servido para evitar y castigar el crimen en República Cromagnon- nos volvemos a encontrar en la pista de lo que se intenta disimular: se agota la ciudadanía cuando las instancias que antes amparaban, redistribuían la riqueza, hacían justicia, se desvanecen. Cuando no hay ley para todos, no hay responsables y en ese vacío se evapora el pacto social y la categoría de ciudadano subsidiaria

Como efecto de lo anterior desde Ibarra hasta Kirchner se ven obligados a responder. A la falta de amparo generalizada, responde el establishment en su conjunto. El aparato judicial, las fuerzas de seguridad internas, los organismos de control, el gobierno de la ciudad, la presidencia, todo el endeble andamiaje institucional opina, acusa, responde. Y si tienen que ponerse a hablar es porque saben de su fragilidad, porque saben que entre las fisuras de ese edificio podrido que administran (y donde entre otros jugosos negocios, lucran con la noche porteña) se les cuelan en una noche casi 200 muertes, que el cinismo de estos tiempos podría caracterizar como daños colaterales del negocio gubernamental-mercantil.

Ante la consabida impotencia de los partidos y organizaciones políticas tradicionales ante este tipo de situaciones, vuelve a aparecer la manifestación de las víctimas –que algunos dinosaurios añorantes de las sagradas instituciones no dudarán en apodar de espontaneista- pero que tiene todos los visos de las movilizaciones post 19&20 de diciembre de 2001.
Estas son manifestaciones con una cabeza colectiva y generalmente difusa, que busca más que un protagonismo individual u organizacional, la visibilización de algo que no podrá ser jamás articulado por un partido político u otra organización que se jacte de participar en el negocio institucional-electoral, pues lo que ataca es el aparato en su conjunto, el andamiaje corrupto que hoy produce negocios, muerte y –no está demás decirlo- representantes. En este sentido resulta interesante como esta “multitud” autoconvocada por la masacre, capta la intención de apropiación que hacen habitualmente tanto los partidos políticos (de izquierda a derecha, pasando por Blumberg) y cuando aparecen para la foto con sus banderitas, los rechaza enérgicamente.
En estas circunstancias, no resulta extraño volver a escuchar en Buenos Aires el batir de cacerolas. Como un fantasma que recorre el mundo, el mutante espíritu quesevayatodista vuelve a aparecer. Y Kirchner tiene que interrumpir sus vacaciones.

Entre las perspectivas futuras de este hecho, detengámonos en al menos dos líneas que merecen nuestro análisis: por un lado la demanda de justicia de las víctimas y por otro la inscripción de la masacre como un hecho político y no un mero capítulo policial más.

Respecto del reclamo de justicia se impone una observación que no por obvia resulta más evidente: en la misma demanda se está asumiendo que existiría alguien en posibilidad de responderla.
Es interesante observar como este nuevo tipo de protestas llegan a un punto de agotamiento (o encuadre institucional) cuando se quedan ancladas únicamente en el reclamo, pues la misma demanda necesariamente apela a alguien que podría estar en posición de responder. La demanda instituye la autoridad, exige una autoridad.
Esto es hábilmente interpretado en toda la cobertura mediática y política del asunto donde a través conferencias de prensa, comunicados y opiniones todo el arco de “representantes” intenta producir el sujeto que respondería esa demanda. Pero es cierto también que ante la demanda de justicia, lo que queda en evidencia es un vacío: lo que caracterizamos como el agotamiento estatal.
Por otro lado no sería de extrañar que a la demanda de justicia se responda con una cadena de encubrimientos legales que encontrará su perejil de turno en algún funcionario de mala muerte.

Ante el agotamiento de la demanda a instituciones “vaciadas” (nombre que consideramos más adecuado que el de “corruptas” pues apela a alguien que las podría “limpiar”) resulta mucho más interesante seguir la pista de la inscripción colectiva del hecho, que si bien asume como básica la demanda de justicia, va más allá y como en la noche del 19 de diciembre busca enunciar de manera original su visibilidad.

En este sentido resultará fundamental aprender de la capacidad creativa de la multitud para producir estas acciones, donde al estilo de los escraches ya no se apela a la justicia institucional, ni se delega en representantes, sino que se inscribe en la calle misma la sanción moral del hecho.
En esta línea se juega lo que viene ocurriendo hasta hoy en Buenos Aires, donde cada semana aumenta exponencialmente la convocatoria y los distintos “representantes” se hacen blanco del escrache mientras se escucha –cada vez con más fuerza: “Que Se Vayan Todos”.

En este punto difieren esencialmente la estrategia de los partidos políticos que se esfuerzan en subirse al escrache para “negociar” sus propios intereses en sus ámbitos institucionales y la dinámica de la multitud que encuentra en este espacio la posibilidad de presentarse como un sujeto autónomo capaz de engendrar un nuevo tipo de justicia, de hacer algo por su cuenta más allá de la demanda a carcazas institucionales agotadas.

Sabemos que la posibilidad de ampliación de este tipo de acciones no tiene límite, aunque ello dependerá del tipo de estrategias que se planteen más allá de la demanda específicamente: desde acciones directas, hasta tomas de espacios públicos, la escalada puede ser auspiciosa para ver la acumulación de prácticas de desobediencia civil que se vienen cultivando en nuestro país sobre todo después del 19&20 y que otra vez se encuentran en franca divergencia con los rígidos encuadres partidistas con los que se las pretende encorsetar y disciplinar.

También es sabido que el establishment buscará la violentización de la protesta para por un lado propagar el miedo mediaticamente y disuadir la afluencia de nuevos interesados, y por otro legitimar el uso de la represión para poner orden (ya se escucha hablar de la anomia que tanto los aterroriza). En este andarivel, habrá que seguir atentamente que estrategias se dan los manifestantes para aislar los hechos de violencia que legitimen la represión, sin por ello renunciar a la inscripción de su acto, cuidando de ese modo la afluencia a la situación de protesta que vienen construyendo. Quizás de nuevo el ingenio sea la clave que dirimirá el futuro de este acontecimento político que hoy nos toca vivir.

La masacre en Republica Cromagnon nos muestra que en Argentina queda poco de república y luego de una década y media de discursos que postularon en el progreso económico un desarrollo equivalente de la humanidad, nos confrontamos cada vez más con una cruda regresión a la edad de las cavernas.

En las respuestas a este hecho vuelven a ponerse en evidencia la impotencia y conservadurismo patético de los partidos políticos y otras organizaciones del circo electoral (que de izquierda a derecha están cada vez más desacreditados que nunca por su política oportunista, cómplice e insensible) mientras que por otro lado, a tres años del histórico 19&20, la vigencia del que se vayan todos que en este tipo de acontecimientos vuelve a mostrar su potente fuerza rebelde.

5/1/05, Martin Krymkiewicz


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