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Los Ette Ennaka, un pueblo de guerreros, sobrevivientes del gran pueblo Chimila del Magdalena

15.02.05

LOS ETTE ENNAKA, UN PUEBLO DE GUERREROS
por JUANCARLOS GAMBOA MARTÍNEZ
entrepueblos@ami.net.co

Los sobrevivientes del otrora gran pueblo Chimila se encuentran hoy impelídos a vivir arrinconados en dos asentamientos míseros localizados en las Sabanas de San Angel en el departamento del Magdalena. A todo lo largo del siglo XVIII los Chimila se enfrentaron sin tregua a los invasores españoles organizando múltiples rebeliones e incursiones armadas. Esta resistencia centenaria acarreó una catástrofe demográfica de inconmensurables proporciones de la cual el pueblo Chimila tal vez jamás logre recuperarse. Diezmados y derrotados, los Chimila sobrevivientes, se refugiaron en lo profundo de las selvas altas del río Ariguaní donde al márgen de la sociedad mayoritaria lograron permanecer en relativa tranquilidad hasta que a principios del siglo XX nuevamente los alcanzó la colonización arrebatándoles los restos de territorio que habían conservado. Pese a que el común denominador de la historia de este pueblo indígena ha sido la persecusión y la violencia, han logrado sobrevivir refugiados en su etnicidad. Aunque hoy aparecen como humillados y ofendidos todavía tienen el pensamiento preñado de esperanzas en futuros no tan inciertos.

BREVE APROXIMACIÓN HISTÓRICA A UN PUEBLO DE GUERREROS.
LOS ETTE ENNAKA (CHIMILA) DEL DEPARTAMENTO DEL MAGDALENA, COLOMBIA

Los Chimila también son conocidos en la literatura etnológica como Simiza, Simza, Shimizya y Chimile. Por ser el nombre Chimila extraño a su lengua puede inferirse que este les fue acuñado desde los primeros contactos con los invasores españoles. Todo parece indicar que el nombre que así mismo se daba este pueblo indígena era el de Ariwaake (Mendinueta Granados, 1997: Comunicación personal). En la actualidad suelen identificarse como Ette Ennaka (gente propia) para diferenciarse de los Ette Kongratte (otra gente) expresión esta última con la que denominan a otros pueblos indígenas. (Trillos Amaya, 1995:77). De otro lado los Chimila se refieren a los “blancos” como Waacha.

Su idioma, denominado Ette Taara, aparece en la mayoría de las clasificaciones como perteneciente a la familia lingüística chibcha. Cestmir Loukotka en su clasificación (1968) ubica al Chimila dentro de las lenguas del grupo malibú, pertenecientes al “stock” chibcha (Citado por Uribe Tobón, 1987:56). Sin embargo algunos investigadores han preferido, mientras se profundizan los estudios lingüísticos, ubicarla como una lengua independiente.

El territorio tradicional del pueblo Chimila a lo largo de toda la época colonial fue conocido como Provincia Chimila. Esta identificación ha traído muchos equívocos para señalar con precisión la ocupación y el poblamiento Chimila a la llegada de los españoles. Es poco probable que los límites, bastante difusos, de esta división administrativa colonial coincidiera realmente con los fronteras tradicionales del territorio de este pueblo indígena.

El área de ocupación tradicional de los Chimila

De todas maneras puede decirse que a la llegada de los invasores europeos los Chimila tenían bajo su dominio un extenso territorio, cuyos límites iban desde las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta por el norte, hasta la confluencia del río Magdalena con la Ciénaga de Zapatosa por el sur; el este lo marcaba el recorrido del río Cesar y se extendía hasta encontrarse por el oeste con el curso del río Magdalena. Consiguientemente todos los grupos que se encontraban entre las estribaciones de la Sierra Nevada y el río Magdalena pertenecían al pueblo Chimila.

En este territorio se podían identificar claramente dos ecosistemas distintos que marcaban diferencias en lo que respecta a las formas de ocupación y organización espacial de los asentamientos Chimila. El primer ecosistema, ubicado en la denominada Depresión Momposina, es ribereño y se caracteriza por poseer una compleja red de ciénagas alimentadas por las crecientes periódicas del río Magdalena, que derivó en que los habitantes de estos asentamientos aprendiendo a convivir con el río gestaran lo que se conoce como cultura anfibia. Por su parte, el segundo ecosistema localizado en la subregión de las llanuras centrales, son terrenos ondulados y planos bañados por las aguas del río Ariguaní, que estaban en esa época cubiertos por una espesa vegetación del tipo selva húmeda tropical, que llevó a que los habitantes de esos asentamientos vivieran inmersos en una cultura eminentemente selvática.

Gutiérrez Hinojosa (1992:146-147) amplía enormemente las áreas de ocupación Chimila y señala que toda la tierra del Valle de Upar -con excepción de la franja comprendida entre el río Cesar y la Serrania del Perijá y desde La Paz hasta la Jagua de Ibirico que era territorio de los Tupes- fue territorio del pueblo Chimila. Bajo esa hipótesis expresa que el territorio Chimila se extendía desde Tamalameque al sur hasta el río Ranchería al norte.

Para este autor (1992:148-149) el territorio Chimila, dada su enorme extensión, estaba dividido para asuntos de administración y gobierno en dos grandes comarcas: la de Upar y la de Pocabuy. La comarca de Upar se extendía desde el río Ariguaní hasta las inmediaciones de Fonseca y Barrancas, comprendiendo las siguientes tribus: Garupares, situados entre los ríos Garupar y Ariguaní, los Upares propiamente dichos, localizados entre los ríos Garupar y Guatapurí, los Socuigas, situados entre los ríos Guatapurí y Badillo, los Itotos, dispersos por Urumita, Villanueva y sus alrededores, y los Cariacheles, que se extendían desde El Molino hasta Distracción, Fonseca y Barrancas.

Por su parte la comarca de Pocabuy tuvo su gran centro en el actual Tamalameque (Thámara) y se caracterizaba por la existencia de grandes poblados tales como Sompallón (El Banco), Cipagua, Zapatosa, Sempechegua, Soloba, Chimichagua, Zopatí, Malibú, Zarare, Chingalé, Nicaho, que tenían una serie de caminos que se entrecruzaban y se comunicaban con Chiriguaná. Igualmente para este autor (1992:149) los Alcoholados, los Pintados y los Orejones pertencían también al pueblo Chimila.

Si los planteamientos esgrimidos por Gutiérrez Hinojosa son ciertos se ampliaría enormemente el territorio de los Chimila y de los pueblos emparentados con ellos. Sin embargo se requiere de estudios históricos, lingüísticos y arqueológicos mucho más profundos para dilucidar esta situación de manera más precisa, puesto que el mencionado autor, apartándose del consenso generalizado de los estudiosos de los pueblos indígenas prehispánicos del Caribe, realiza una serie de reflexiones que no logra argumentar sólidamente.

Sobre los límites del territorio Chimila el etnólogo Reichel-Dolmatoff (1946: 95) expresó que en las riberas del río Cesar no parece probable que se hubiera establecido este pueblo dado que Alonso de Lugo y Pedro de Lerma, que atravesaron el Valle de Upar camino al sur, no realizaron ningún tipo de alusión a los Chimila. En el mismo sentido, el historiador Del Castillo Mathieu (1994:11) anota que es excesivo hablar de asentamientos Chimila en el área comprendida entre el río Frío hasta la desembocadura del río Cesar.

Los Chimila no se asentaron en poblaciones nucledas ya que, contrariamente, su patrón de poblamiento se caracterizaba por la construcción de sus bohíos en forma dispersa En ese sentido un asentamiento típico Chimila sólo muy excepcionalmente llegaba a presentar más de cinco caney juntos (AGN, Fondo Caciques e Indios. Tomo XVII:Folio 286. Testimonio de José Joaquín de Zúñiga) separados entre sí por varios metros, pero intercomunicados por una serie de caminos que se entrecruzan entre sí. Esta gran dispersión de los asentamientos Chimila fue tal vez el principal obstáculo que se le presentó a los españoles en su campaña de guerra contra los Chimila. Hay que anotar, por otra parte, que estos no eran totalmente nómades, sino que la constante amenaza de los ejércitos y milicias españolas los obligó a adoptar como estrategia de resistencia una gran movilidad que los llevaba a recorrer permanentemente su territorio, lo que derivó en profundas transformaciones de su organización social y económica.

Irrupción y devenir en la historia colonial

Sobre la historia de los Chimila es muy poco lo que se conoce antes del siglo XVIII, en parte, esto tal vez se pueda explicar por el hecho que el territorio ocupado por los Chimila se encontraba por fuera de la frontera de colonización creada por los españoles, lo que sumado a su indómita belicosidad hacía del Chimila un pueblo poco atractivo. Su situación de marginalidad, dada su casi inexistente relación con el sistema de dominación colonial a lo largo de tres siglos, hizo que durante este período el pueblo Chimila siguiera viviendo acorde con sus milenarias tradiciones, reproduciendo su cultura y su sociedad.

Las referencias sobre los Chimila antes de 1700 son muy periféricas y dispersas. Hacia el año de 1528 Pedro García de Lerma hace contacto con los Chimila, pero desafortunadamente no existen mayores detalles sobre este encuentro. Algunos años después Jerónimo de Melo alcanza a llegar hasta lo que hoy es Malambo en el departamento del Atlántico, recorriendo marginalmente territorio Chimila. Luego el clérigo y bachiller Jerónimo de Vianna fue puesto al frente de otra expedición que lo llevó hasta la orilla oriental del río Magdalena cruzando el territorio Chimila. Por el año de 1530 Ambrosio Alfínger hace contacto con los Chimila quienes le ofrecen heróica resistencia, pese a lo cual alcanza a llegar hasta la Ciénaga de Zapatosa. Por su parte, Gonzálo Jiménez de Quesada en su ruta hacia territorio Mwiska, atravesó en abril de 1536 territorio Chimila donde no tuvo ninguna resistencia.

Como se ha dicho los Chimila siempre tuvieron una bien ganada fama de ser en extremo guerreros y belicosos a la hora de defender su libertad. Fue el cacique Sorli quien tuvo que hacerle frente al primer intento serio de los españoles de ocupar el territorio Chimila, cuando en el año de 1538 tuvo que enfrentarse al conquistador Lope de Orozco y su lugarteniente el capitán Antonio Cordero. Pese al valor y al coraje de los guerreros Chimila y después de varios años de guerra intensa, la superioridad militar de los españoles consiguió en el año de 1576 enclavar en todo el centro del territorio Chimila un fortín que se llamó San Angel. Este poblado español fué sitiado e incendiado por los Chimila en repetidas ocasiones. La fundación de este fortín militar en pleno corazón del territorio Chimila se sumaba a otro que había sido realizado anteriormente cuando Beltrán de Unceta y Luis de Manjarrés fundan en el año de 1540 el fortín de Tenerife sobre el río Magdalena, este fuerte, que quedaba en los límites de la frontera de colonización, tenía como principal función garantizar la navegación sin necesidad de armada (Luna G.,1991:129-130).

A principios del XVIII comienza a consolidarse la colonización a lo largo de toda la frontera periférica del territorio Chimila, con lo que comienza una creciente presión sobre el centro de su territorio, que pasa a convertirse en una zona geoestratégica y de interés para el afianzamiento del sistema de dominación colonial en el Caribe. Dos factores importantes condujeron a centrar la atención sobre el centro del territorio Chimila. El primero tiene que ver con el aumento del intercambio comercial interno entre las grandes haciendas ganaderas y los puertos del Caribe, lo que implicaba abrir rutas más rápidas y seguras, en tanto que el segundo aparece asociado al creciente aumento de la población liberada de todo tipo de vínculos esclavistas y/o señoriales, en su mayoría vecinos pobres, que entraron a presionar por el acceso a nuevas tierras.

Ante las pretensiones de colonización del centro de su territorio los Chimila respondieron con coraje y dignidad, organizando un sinnúmero de revueltas, rebeliones y levantamientos armados, que fueron el común denominador a todo lo largo del siglo XVIII. Los primeros informes sobre este gran movimiento armado datan del año de 1720 cuando se tiene conocimiento del establecimiento de una alianza interétnica entre los Chimila, los Wayúu y los Kocina para hacerle frente unificadamente al poder colonial. En ese contexto los Chimila se dedicban a hostilizar incesantemente las haciendas españolas de los alrededores de su territorio y a realizar incursiones violentas contra la navegación por el río Magdalena.

Las informaciones que sobre los Chimila hay a lo largo del siglo XVIII se refieren exclusivamente al aspecto militar. En ese sentido se lamenta la ausencia de alusiones y descripciones sobre otros aspectos de la vida de los Chimila. Las anotaciones más frecuentes que se hacen sobre ellos refieren su habilidad y destreza para el manejo del arco y la flecha, y en general para todo lo que tiene que ver con la guerra. De ahí que sea sumamente interesante conocer el testimonio dejado por Manuel Francisco de Mesa, criollo nacido en Tolú y hecho prisionero por los Chimila en el año de 1750 e impelído a convivir y a combatir al lado de ellos por el período de un año (AGN. 1754. Poblaciones Varias. Volúmen X: Folios 161-163. Citado por Uribe Tobón, 1974:170-171, 1977:126, 1987:52-53 y 1993:45-46). Este testimonio señala aspectos sobre algunos poblados Chimila, de los cuales dice que eran muy ricos en cacería y que tenían bastante ganado cimarrón, localizándolos de la siguiente manera:

(a) Cerca de las sabanas de San Angel, en las cabeceras del río Lopez, existía un poblado que los indios llamaban Pueblo de Lata donde habitaban unos mil trescientos indígenas. Alrededor de las habitaciones había numerosas rozas agrícolas con plantíos extensos de plátano y yuca. No tenían ganado mayor y pescaban en el río con flechas.
(b) Al norte, a cinco días de camino hacia Riohacha, se encontraba el poblado llamado Yare, un asentamiento bastante grande. Vivían allí unas trescientas personas del grupo de los Tomocos de dialecto Chimila. Estaba también rodeado de numerosas rozas agrícolas y se encontraba lejos de los ríos. Presididos por un “Capitán” los de Yare no incursionaban en sus correrías por el rio Magdalena, sino que atacaban por los lados de la región de Valledupar,
(c) Un tercer pueblo estaba localizado en un sitio más abajo de San Antonio frente al Real de la Cruz. Era un poblado pequeño y sus guerreros recorrían la margen derecha del río Magdalena, aguas arriba de San Antonio.
(d) En las cabeceras del río Frío y en las tierras templadas de la vertiente occidental de la Sierra Nevada de Santa Marta, se encontraba Nengra, en lengua Chimila, un poblado también Tomoco. Este era un poblado muy grande habitado por unas cinco mil personas, encabezados por cuatro caciques. El poblado estaba rodeado de gran cantidad de campos agrícolas y no había ganado mayor. Los guerreros de Nengra solían hacer sus expediciones por las regiones de Sevilla, Dulcino, río Córdoba y Gaira.

Del anterior testimonio se puede deducir que el pueblo Chimila estaba bastante lejos de ser un pueblo homogéneo y que más bien estaba conformado por una diversidad de grupos y subgrupos, que si bien tenían en común una serie de patrones culturales, presentaban diferencias algunas de ellas derivadas de las distintas relaciones establecidas con los ecosistemas. Es lógico suponer que los Chimila que vivían a orillas de las ciénagas tenían costumbres y tradiciones que diferian grandemente de las que poseían los Chimila que habitaban en las llanuras y en las áreas selváticas. De otra parte el testimonio aludido confirma que un elemento central de los asentamientos Chimila lo constituía la roza o huerta, que siempre hacían a su alrededor.

Fases de la colonización del territorio Chimila

En el proceso de colonización del territorio Chimila, a lo largo del siglo XVIII, se pueden identificar con precisión tres fases distintas. La primera fase se caracterizó porque la preocupación central de los españoles fué la consolidación de la colonización a todo lo largo de la frontera periférica del territorio Chimila, lo que se consiguió con la fundación de varios pueblos de españoles. En lo que respecta a la segunda fase se utilizó como estrategia principal incursiones punitivas al centro del territorio Chimila para arrasar con su aparato productivo y con toda la base de subsistencia económica. Finalmente la tercera fase tuvo como caraterística principal la creación de un gran número de reducciones o pueblos de indios, donde a través de “gratificaciones”, prebendas y obsequios, o con la utilización directa de la fuerza y la violencia, se obligó a los Chimila a habitar en poblados nucleados bajo la tutela de un misionero capuchino. En algunas regiones estas fases se dieron secuencialmente, en tanto que en otras se presentaron de manera simultánea.

La labor de consolidación de la colonización alrededor del territorio Chimila estuvo fundamentalmente a cargo de José Fernando de Mier y Guerra quien fue nombrado maestre de campo el 26 de octubre de 1743 por el virrey Sebastian de Eslava, cargo que más tarde fue ratificado por el virrey José Alfonso Pizarro el 13 de octubre de 1752.

Bajo la dirección militar y civil de Mier y Guerra se fundan y refundan veintidos pueblos de españoles, mestizos, y gentes libres, tarea que comenzó hacia 1744 y que viene a terminar en 1770. Esta expansión de la colonización se realizó al tiempo con la construcción de dos caminos que atravesaban el territorio Chimila y permitian la comunicación con los puertos en el Caribe.

En este contexto se fue creando la gran propiedad latifundista y nuevas formas de sujeción de la fuerza de trabajo fueron apareciendo, a medida que los pobladores y habitantes de esas fundaciones quedaban casi que obligados a trabajar como arrendatarios o terrajeros, en las grandes haciendas.

Hacia el año de 1750 los Chimila estaban rodeados y acosados por la serie de poblaciones que se habían establecido en la periferia de su territorio y se vieron precisados a efectuar permanentes movimientos migratorios hacia el centro de su hábitat tradicional con el fin de evitar la cada vez más creciente presión colonizadora sobre sus tierras.

Con el pueblo Chimila cercado por todas partes la estrategia de los españoles se centró en la realización de múltiples entradas e incursiones militares al territorio Chimila para destrozar e incendiar todo cuanto se encontrara a su paso. Hacia el año de 1756, el Gobernador de la Provincia de Santa Marta, Juan Toribio de Herrera Leiva organizó las primeras incursiones punitivas al territorio Chimila. José Joaquín Zúñiga hacia el año de 1768 adelanta una vasta y violenta campaña de represión que acarrea enormes pérdidas para los Chimila.

La fase final de la “pacificación” de los Chimila fue la creación de reducciones o pueblos de indios, a través de los cuales se pretendió “civilizarlos”. Con la creación de estas reducciones se le infringe un duro golpe a la organización social y económica de los Chimila, en la medida en que se desintegran familias enteras que rompen consecuentemente las unidades y las dinámicas de producción, quedando vinculados a la economía regional de manera dependiente y aportando exclusivamente la fuerza de trabajo.

El 28 de agosto de 1776 se expidió el título de capitán de conquista a Agustin de la Sierra quien logra fundar siete pueblos de indios en el territorio Chimila. Sin embargo la mayoría de ellos, con el paso de los años, quedan vacios ya que los Chimila ante la menor excusa emprendían la huían hacia sus asentamientos tradicionales, y en no pocas ocasiones los prófugos atacaban a aquellos que permanencian viviendo en las reducciones. Hacia 1799 Juan de la Rosa Galbán, capitán de conquista que sucedió a Agustín de la Sierra, intentó refundar y revivir varios pueblos de indios, aunque sin éxito.

Un acontecimiento importante que contribuyó a la pacificación de este pueblo indígena en la región de Ciénaga y Sevilla fue el reconocimiento del Resguardo de los Indios Chimila de la Ciénaga con un área aproximada de 2.326 hectáreas, que les fue entregada por Antonio Galindo el 9 de diciembre de 1756 cumpliendo órdenes del virrey José Solis Folch de Cardona (Fals Borda, 1980:111A).

Fin de las guerras, persistencia de la resistencia

Después de casi una centuria de guerras y rebeliones y ante la superioridad militar del imperio español los Chimila son prácticamente derrotados. En ese sentido se van volviendo cada vez más excepcionales las salidas armadas contra los waacha (”blancos”). Ante este hecho asumen dos posiciones, consecuentemente con su situación. Un sector de los Chimila, fundamentalmente aquel que ocupaba el nicho ecológico que los identificaba como riberanos inmersos dentro de la cultura anfibia, fue asimilado y bien pronto se aceleró su proceso de aculturación. Por otro lado, los asentamientos Chimila que ocupaban las sabanas y selvas tropicales optaron por retirarse y esconderse en lo más profundo de su territorio, lejos de la frontera de colonización.

Precisamente a este último sector y por orden del teniente gobernador de Santa Marta, José Munive y Mozo, los españoles trataron de amojonarles el 16 de enero de 1783 un Resguardo de tierras de una legua de largo en las sabanas de San Angel, sin embargo los Chimila celosos de su independencia no aceptaron compensaciones tan humillantes y rehuyeron cualquier contacto con los españoles (Fals Borda, 1980: 113A).

Las guerras criollas contra el imperio hispánico y las constantes guerras civiles acontecidas a lo largo del siglo XIX hacen perder prácticamente el rastro de los Chimila que optaron por refugiarse en el hábitat selvático que les quedó desde Pivijay hasta las sabanas de Don Pedro al noroeste de San Angel. Hacia 1876 Luis Strinffler recorrió el territorio tradicional Chimila, localizando pequeños grupos de familias habitando asentamientos dispersos en San Angel, Apure y otros caseríos, totalmente al márgen de la civilización occidental. Hace un estimativo de población para San Angel de no más de diez familias (Rey Sinning, 1996:190). El etnógrafo sueco Gustaf Bolinder visita a los Chimila en 1915 y 1920 y manifiesta entre otras cosas que estos son los últimos Chimila que sobreviven y describe la mísera y difícil existencia que llevan (Bolinder, 1987:14). En los últimos años del siglo XIX, cerca a Fundación, Jorge Isaacs tuvo contacto con los Chimila, en esa ocasión el cacique Marasa lapidariamente le manifestó: “apenas español me ha dejado lugar a donde enterrar mis muertos” (Citado por Reichel-Dolmatoff, 1946:97).

Luego de su derrota militar los Chimila que se refugiaron en el corazón de su territorio tuvieron un largo período en que nuevamente volvieron a estar fuera de la frontera de colonización, lo que los puso a salvo de la aculturación y les posibilitó su existencia de manera autónoma. Sin embargo este período de relativa calma no habría de durar mucho. Es así como la explotación comercial del bálsamo de Tolú a partir de la década de 1920, y el descubrimiento y ulterior explotación de petróleo durante la decada de 1940 en el centro de su territorio, marca inexorablemente la penetración de la colonización y el despojo total de su territorio. Lo que los españoles no habían conseguido en cien años de guerra contra los Chimila, finalmente lo lograron estos waacha recien llegados.

Para el presente siglo entre los pequeños asentamientos Chimila no existía casi ningún contacto y en muchos poblados se ignoraba por completo la existencia de otros grupos. Esta situación se explicaba en parte por las grandes distancias que separaba a los diferentes asentamientos y en parte por rivalidades intraétnicas. A esto habría que agregar que todos los vínculos que unían a los Chimila de la ciénaga con los Chimila de las sabanas y la selva fueron rotos inexorablemente con su derrota militar. Esta situación de dispersión se mantuvo vigente hasta mediados de la década de los ochenta y comenzó a tener fin a partir de la adjudicación de tierras a los Chimila.

Las guerras silenciosas del boom maderero

Cuando se descubrió que el territorio Chimila era muy rico en árboles de bálsamo de Tolú llegaron innumerables oleadas de cuadrillas de trabajadores mestizos y afrocolombianos, para recorrerlo palmo a palmo y hacer la extracción de la materia prima. Esta explotación se desarrollaba por temporadas y no significaba una presencia permanente en territorio Chimila. Simplemente los trabajadores y sus capataces llegaban, buscaban los árboles, les extraían el bálsamo y se retiraban para venderlo a los intermediarios en Fundación y Barranquilla, para luego retornar y reanudar un nuevo ciclo económico.

A mediados de 1939 huyendo de la segunda guerra mundial llega al territorio Chimila el italiano Alejandro Manco Scopetta, quien con la explotación del bálsamo de Tolú consigue amasar una fortuna creando una gran empresa para exportarlo a varios países europeos. Cuando la producción fue decayendo y se fue haciendo menos rentable el negocio, el señor Manco junto a otros inmigrantes italianos como los Fallace, Posterado, Pepsano y Bornacelli, se unen para reinvertir sus capitales en la colonización permanente de la región. Es así como se apropian de enormes extensiones de tierra pertenecientes a los Chimila, para fundar haciendas, entre las que sobresalieron por su extensión “Nueva Roma”, “La Sirena” y “Calle Larga”. La aparición del latifundio trajó como corolario, no sólo la extinción de la selva, ya que la extracción de madera fina se convirtió en un buen negocio, sino que terminó por desalojar a los Chimila del último reducto de su territorio tradicional.

Antes que comenzara la explotación del bálsamo de Tolú en territorio Chimila, la vida para estos indígenas era bien distinta. Al respecto un anciano Chimila refirió en 1973 lo siguiente: “Antes todo era monte y no había ni colombianos ni ganado, solamente estaban los indios por acá. Vivían cultivando en sus rozas el maíz, que la yuca, que el ñame y la batata y cada uno tenía su roza propia. Cuando venía la cosecha se guardaba el máiz en los zarzos de las casas y se cogía poco a poco la yuca. No había sal, se comía era con ají. La gente vestía con telas de algodón que hacían las mujeres. No se conocía el molino, se molía era con una piedra. Antes se salía a montear, a buscar morrocoyos, a buscar miel de abejas y en los arroyos se pescaba con flechas y arpones. Luego llegaron los colombianos y todo esto fue cambiando. Empezaron a darle a los indios que el arroz, que la panela, la sal y el suero. Al principio los indios no quisieron recibir nada, pero luego si quisieron. Depués los colombianos no fueron más generosos, como es ahora cuando todo lo que uno quiere lo tiene que comprar”. (Citado por Uribe Tobón, 1974:216-217, 1993:110).

El descubrimiento de petróleo terminó por complicar aún más la situación para los Chimila. Durante la década de 1940 el Estado colombiano otorgó en concesión un total de 405.287 hectáreas de territorio Chimila a compañias extranjeras, lo que redundó en un aumento considerable de la colonización. El área de El Difícil fue particularmente afectada en la medida en que la concesión de 48.569 hectáreas otorgadas a la Compañia Colombiana de Petróleo El Cóndor (Shell) resultó ser de altos rendimientos comerciales. En total se perforaron allí veintiocho pozos, trabajos que se iniciaron el 26 de agosto de 1948. (Uribe Tobón, 1974: 220, 1993:76-77).

Según los etnólogos que tuvieron encuentros con los Chimila hacia 1944, éstos todavía conservaban gran parte de su tradición cultural, pese a que su organización social y su espiritualidad habían sufrido grandes transformaciones. De su organización social sólo se dejaban reconocer algunos rasgos que permitían inferir la división del pueblo Chimila en varios grupos exógamos compuestos por personas con una descendencia matrilinear común, sin ninguna vigencia de clanes o linajes. La autoridad de cada grupo recaía sobre un cacique, que desempeñaba las veces de sacerdote, y que bien podía ser un hombre o una mujer. Para ese período los Chimila eran horticultores y cazadores, y en menor escala pescadores, y adicionalmente se dedicaban a la apicultura y a la cría de tortugas. Los cultivos se hacían en grandes rozas circulares alrededor de los asentamientos, predominando los cultivos de yuca dulce y maíz, aunque tambien sembraban batatas, ñame, ahuyama, fríjoles, ají y tabaco. Un producto cultivado con especial intensidad era el algodón, lo que evidenciaba un significativo desarrollo en el arte de tejer telas y hamacas (Reichel-Dolmatoff, 1946: 100-103).

Con el establecimiento permanente de estos nuevos colonos los Chimila terminaron por perder todos sus territorios, y es así como hacia la década de 1960 no les quedó más alternativa que pedirle permiso a los nuevos propietarios para construír sus míseras viviendas y preparar su pequeñas rozas. Esto desencadenó el establecimiento de unos nuevos tipos de relaciones de dominación y explotación extremas para los Chimila, que pasaron a convertirse en aparceros de tierra ajena y en peones y jornaleros de los terratenientes. Aquellos Chimila que no aceptaron esas relaciones, o no pudieron incorporarse a ellas, se vieron precisados a habitar en los callejones de los caminos veredales sujetos a todo tipo de vejaciones, humillaciones y atropellos.

Dentro del contexto de estas relaciones de explotación el indígena fue ocupado en las tareas más extenuentes y que requerían de un mayor esfuerzo físico y pagándole jornales muy por debajo de los que se les pagaba a los mestizos. El círculo de esta explotación se cerraba con la institución del endeude, que consistía en retirar una serie de artículos y productos de la tienda de la hacienda y entregárselos al indígena sobrevaluados, para que los pagara con los jornales recibidos al finalizar su trabajo, jornales que por supuesto nunca eran suficientes para cubrir todos esos gastos, con lo que se buscaba mantener a los indígenas atados al trabajo de las haciendas en condiciones desfavorables.

Una estrategia utilizada por los hacendados para expandir la frontera ganadera consisitía en permitir que algunas familias Chimila se instalaran y trabajaran sus rozas en terrenos que más adelante serían utilizados como potreros, de manera que cuando todo estuviera listo para los pastos, eran obligados a abandonarlas, la mayoría de las veces con la utilización de la fuerza. De esta manera los terratenientes aseguraban que el duro trabajo que representaba aprestar los potreros se hiciera sin costo alguno para ellos.

Como se había anotado mas arriba, “La Sirena” era una extensa posesión perteneciente a la familia del señor Manco Scopetta, dedicada fundamentalmente a la ganadería y a la producción de quesos, que en sus mejores épocas fue la explotación más próspera de toda la región de San Angel. Cuando sus rendimientos económicos empezaron a decrecer, su propietario se dio a la tarea de atraer familias Chimila para que se ubicaran como aparceros en los predios de su hacienda y de esta manera garantizar una mano de obra barata. Esta situación permitió el reagrupamiento de varias de estas familias que se encontraban dispersas. Para 1973 se encontraban en “La Sirena” cerca de veintiocho núcleos de viviendas de unidades domésticas, cada uno conformado entre una y cuatro viviendas (Uribe Tobón, 1993: 143-144). La situación para los Chimila era muy dura puesto que el propietario de la hacienda instituyó un verdadero régimen del terror.

Una sorprendente capacidad de sobrevivencia

Tal llegó a ser la situación de los Chimila en esa época que el Estado colombiano los dio por extinguidos, y ellos mismos en cada núcleo familiar, separados y dispersos pensaban a su vez que eran los últimos Chimila que quedaban. A la muerte de Alejandro Manco Scopetta, sus herederos se trenzaron en varias disputas y litigios jurídicos para obtener para sí las mejores propiedades. Esta coyuntura fue hábilmente aprovechada por los Chimila, quienes alegaron que el propietario antes de morir y a manera de testamento verbal, les había dejado las tierras que ocupaban como compensación por los años en que estuvieron trabajando a su servicio. Tiempo después tras largos alegatos de los líderes Chimila y ante la situación irregular de esas tierras que no pagaban impuesto predial, algunos de esos predios con la figura de baldíos pasaron a ser propiedad del Estado y más tarde adjudicados a los Chimila, como base del actual Resguardo existente.

A partir de estas adjudicaciones de tierras que el Estado colombiano le entrega al pueblo Chimila a comienzos de la década de 1990, es que la llamada opinión nacional se entera que los Chimila no se habían extinguido. De la misma manera muchos Chimila se dan cuenta de la existencia de otros asentamientos y núcleos poblacionales de su pueblo comenzando de esta manera un proceso de reagrupamiento y de recomposición étnica. Si bien este pueblo indígena tradicionalmente presentó una ocupación y apropiación espacial caracterizada por la presencia de múltiples asentamientos dispersos y no nucleados, hoy la supervivencia del pueblo Chimila depende de las posibilidades que tengan de reagruparse en un sólo territorio.

El reconocimiento del Estado colombiano a la propiedad de algunas tierras por parte de los Chimila se realizó en dos momentos. El primero tuvo lugar el 19 de noviembre de 1990 cuando el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, Incora., a través de la Resolución No. 075 constituye como Resguardo “un globo de terreno baldío, ubicado en jurisdicción del corregimiento de San Angel, municipio de Ariguaní, departamento de Magdalena”, con una extensión de 379 hectáreas con 3.000 metros cuadrados, de las que finalmente sólo le son entregadas a los Chimila 280 hectáreas. A este Resguardo los indígenas lo bautizaron como Issa Oris Tunna (Tierra de la Nueva Esperanza).

En lo que respecta al segundo momento este se escenificó cuando el Incora adquirió -mediante Escritura Pública No. 503 del 25 de octubre de 1991 de Notaría Unica del Circuito de Plato (Magdalena)- la finca La Alemania ubicada en el corregimiento de Las Mulas, municipio de Plato, departamento del Magdalena, con una extensión de 282 hectáreas con 527 metros cuadrados y que fue entregada a varias familias Chimila el 30 de septiembre de 1992 pero que a la fecha aún no se ha constituído como Resguardo. Este asentamiento se conoce como Ette Butteriya (Pensamiento Propio).

Pese a que estos dos asentamientos Chimila no tienen continuidad territorial ya que se encuentran separados por diversas fincas y predios de colonos, mantienen lazos estrechos y se hallan unificados políticamente bajo la autoridad de un mismo cabildo. Como puede apreciarse los Chimila han sido confinados en una suerte de corrales que le ponen una ortopedia a su proyecto de recomposición étnica y cultural para el que es imprescindible un territorio mucho más amplio y sólido. Todo esto lleva a pensar que la adjudicación de unos estrechos y poco fértiles predios, en medio de una zona de latifundio y de ganadería extensiva, ha sido la fórmula utilizada por los poderes públicos y privados para negarle legalmente a este pueblo indígena un territorio propio y digno, a la vez que se le asigna un lugar como reserva de mano de obra dentro de la economía capitalista.

En la actualidad los sobrevivientes de este pueblo indígena son aproximadamente 992 personas (Red de Pueblos Indígenas del Caribe Colombiano,1997:3), que como se ha dicho se encuentran ubicados en dos asentamientos en las sabanas de San Angel en el departamento del Magdalena. Los Chimila han perdido muchas de sus expresiones y manifestaciones culturales propias pero aún conservan el Ette Taara, su idioma propio, lo que es una sorprendente evidencia de la capacidad de resistencia de este pueblo indígena pese a las incesantes persecusiones sufridas a lo largo de varios siglos.

Como consecuencia del reagrupamiento de familias y asentamientos el pueblo Chimila se encuentra atravesando hoy en día por un complejo fenómeno de revitalización étnica y cultural que esta marcado por la tendencia de la configuración de grupos locales, la estructuración de unos nuevos tipos de autoridad y la gestación de un nuevo liderazgo étnico. Este proceso de recomposición étnica y cultural se viene desarrollando con muchas dificultades a través del Cabildo Mayor Chimila de Issa Oris Tunna, que es la organización representativa.

Un pasado cargado de violencias… un futuro de incertidumbres

El proceso de revitalización étnica se ve enfrentado a dos serias dificultades. En primer lugar hay que anotar que el paternalismo ha sido el nuevo rostro de las políticas del Estado colombiano frente a los Chimila después de 1990, lo que ha derivado en el establecimiento de relaciones verticales de poder entre el que da y el que recibe, con lo que consecuentemente se va estrechando cada vez más el espacio para el ejercicio de la autonomía y el poder propio. Esta situación va entronizando en los Chimila una imágen negativa de sí mismos que amenaza con convertirlos en un pueblo de mendigos, que renuncian a hacer las cosas por sí mismos a la espera que el Estado todo les traiga.

De otro lado hay que mencionar que las tierras Chimila son escenario de la violencia que involucra a actores armados como el Ejército Nacional, la insurgencia guerrillera y grupos paramilitares. En ese contexto los grupos paramilitares asociados a los grandes hacendados y con perceptibles vínculos con las Fuerzas Armadas estatales han sembrado el terror en las comunidades, que han sido víctimas de atropellos y amedrantamientos. Por su parte varios de sus dignatarios y líderes han sido amenazados, desterrados o asesinados.

De esta manera las violencias de ayer y de hoy sumadas al paternalismo actual se muestran como las dos caras de una misma moneda, que quiere mostrar un saldo favorable en el proceso asimilacionista: el exterminio del pueblo Chimila.

Sin embargo los problemas de los Chimila no paran ahí y sus precarias condiciones de vida causan alarma.

En lo que atañe a la salud puede decirse que son elevadas las tasas de mortalidad por enfermedades fácilmente prevenibles y curables como diarreas sarampión y tuberculosis. La esperanza de vida es tan corta entre los Chimila que fácilmente se es anciano a los cuarenta años Enfermedades como el herpes han afectado al 90% de la población y han sido numerosos los casos de deformaciones congénitas en recién nacidos. Una enfermedad de la piel conocida como prúrigo actínico -que es muy rara encontrarla en bajas altitudes- afecta a un porcentaje significativo de los indígenas. En general las enfermedades de la piel y diversos males estomacales son muy frecuentes debido entre otras cosas a la pésima calidad del agua que consumen y que es extraída de los jagüeyes o pozos artificialmente hechos para recoger y almacenar el agua lluvia.

De otro lado los kwattuwa o médicos tradicionales han perdido significativamente su poder de curación, fundamentalmente por la extinción de las plantas medicinales que otrora utilizaban, y por la imposibilidad, desde el saber médico tradicional, de enfrentar las nuevas enfermedades.

Dada la escasez e infertilidad de las tierras y el agotamiento de la cacería y la pesca por la destruccción total de los ecosistemas a causa del boom de la madera y la potrerización, la dieta alimenticia, consistente fundamentalmente en carbohidratos, es muy pobre y poco variada por lo que la desnutrición es el corolario lógico que pone de presente una crisis alimentaria profunda. En ese contexto el fantasma del hambre está siempre presente haciendose cotidiano.

La dificultad de encontrar madera y palma para fabricar las casas los obliga a vivir hacinados en cazuchas y ranchos míseros que sólo con mucha imaginación se les puede dar el nombre de viviendas. La habitación en estos lugares los deja prácticamente a la intemperie.

La educación que reciben los niños indígenas no sólo es de mala calidad sino que está muy alejada del contexto cultural: genera ignorancia de lo propio y apenas si enseña los rudimentos de la tradición de Occidente. Puede decirse que, pese a los esfuerzos, la vinculación de la escuela al proceso de recomposición étnica y cultural es muy periférica y superficial, tal vez por ello los krantti o autoridades tradicionales se han mantenido al marginados del proceso pedagógico formal.

Las relaciones interétnicas continuan siendo difíciles aunque ya los conflictos no alcanzan las dimensiones que anteriormente tenían. Sin embargo para los Chimila el entorno sigue siendo hostil dado que los waacha de la región persisten en recrear imaginarios estereotipados sobre la historia y la cultura de este pueblo indígena. De igual forma los Chimila si bien han fraternizado con campesinos empobrecidos y jornaleros asalariados, mantienen el recuerdo de su pasado guerrero, de su derrota militar y de las atrocidades no tan lejanas causadas por los colombianos. Esta confrontación de imaginarios ha permitido que los Chimila mantengan un vivo interés por refugiarse en su etnicidad.

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