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La historia la escribe la gente

17.03.05

María Elisa Cárdenas Ortega

Periodista y Licenciada en Comunicación Social de Universidad Arcis; y Magister en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile.

Entrevista a Gabriel Salazar

La historia la escribe la gente

Hace algún tiempo, el historiador y sociólogo Gabriel Salazar llamaba la atención sobre la actual concurrencia de sus pares-los historiadores- , quienes son cada vez más requeridos en foros y debates sobre actualidad. Lo que a primera vista parece obvio, no lo es tanto, ya que la historia tradicional, la que aprendimos en la escuela, enfocaba su objeto de estudio puntualmente en el pasado. Como mínimo 30 a 50 años de distancia con respecto a la actualidad, era la exigencia para ponerse a analizar los fenómenos sociales, económicos y políticos que iban entramando el destino nacional.

Y no sólo eso. Los protagonistas y los contenidos de esa historia, provenían exclusivamente del ámbito más visible de lo que los mismos discursos tradicionales han llamado “Estado”. La historia eran las decisiones y hazañas políticas, religiosas, económicas, militares; los protagonistas eran presidentes, ministros, autoridades marciales y eclesiásticas, héroes, caudillos y, en último caso, los grandes empresarios.

Pero en forma acelerada, desde hace unos veinte años, se ha venido desarrollando en Chile una disciplina más abarcadora de la realidad. Es la Historia Social, también denominada Nueva Historia e incluso Historia Total, porque desde los tópicos de sociedad y cultura, necesariamente se abordan variadas dimensiones de la vida humana.

Junto con posibilitar una mirada científica a los asuntos contemporáneos y asumir una metodología interdisciplinaria, la Historia Social incluye como objeto de estudio a los más desposeídos, a las mujeres, a los niños, a los jóvenes, a los trabajadores informales, a los inmigrantes, etc. Todos sujetos históricos que fueron por siglos aglutinados -política y estadísticamente-, como una masa uniforme y que sin embargo pueden generar movimientos y cambios sociales que, hoy en día, vale la pena tener en cuenta.

Gabriel Salazar ha hecho de estos individuos su principal modelo de investigación y en su ya prolongada trayectoria, ha logrado difundir este enfoque a generaciones de nuevos profesionales, ya sea en la Maestría en Ciencias Sociales de la Universidad Arcis-que él mismo dirige -, ya sea como docente del Instituto de Historia de la Universidad de Chile.

“El tomar como centro la historicidad de los sujetos vivos, amplía el campo historiográfico y permite el uso de nuevas técnicas, como las entrevistas, la historia oral, las historias de vida, entre otras. Centrarse en el presente ayuda a profundizar en la memoria de los sujetos, sus temores y sus proyecciones; y al mismo tiempo a analizar situaciones del estado general, las condiciones de vida en que estamos. Integrar al individuo-masa y transformarlo en sujeto histórico real, también ayuda a cambiar las condiciones de ciudadanía, un gran tema en estos tiempos”, asegura Salazar.

Los jóvenes la llevan
La cercanía temporal y espacial con el objeto de estudio, exige del historiador una investigación participante, es decir, ir mucho más allá del archivo, saliendo a trabajar a terreno, como lo ha hecho Salazar, acompañado de equipos de psicólogos sociales, antropólogos, sociólogos e incluso, investigadores en salud mental.

Uno de los focos de atención en el caso de Salazar, han sido los jóvenes, a quienes define como “los actores sociales más interesantes en el Chile actual”. Y particularmente aquellos que provienen de sectores populares:

“El hecho de que en su mayoría están desempleados (un 30% de cesantía), que provengan de familias no integradas (56% de jóvenes “huachos”) y que muy pocos de ellos pueden llegar a la universidad, genera una juventud al margen, que además no se siente atraída por ningún partido político. Así surge una auto-construcción de identidades al margen, y de todo tipo, que no se juntan en grandes movimientos masivos, sino que en pequeños círculos y tribus locales, estableciendo un profundo intercambio a través del nuevo rock, el hip hop, el capoeira, la educación popular y otras expresiones que ellos asimilan para hablar y pensar sobre sí mismos, y sobre las angustias de su gente. Esto es una especie de hervidero comunitario y cultural que curiosamente está dirigido a sus propios vecinos, “a los viejos de la pobla…”, lo que deviene en una expresión literaria, lingüística y discursiva digna de examinar. Sus mensajes son críticos, contestatarios, revolucionarios y revelan cómo los jóvenes de hoy entienden la asociación de una manera muy distinta, cómo estas actividad los cautivan y los hacen estar contentos con lo que son y no hacer juicios de las seducciones que les llegan del sistema para incorporarse a él”.

Desafíos para la izquierda intelectual
Pese a todo, estas expresiones no son bien vistas por la institucionalidad, según explica el historiador: “el estado y el sistema globalizado mira con sospecha a esta juventud, pues ven en ellos una voluntad de retraerse de los grandes proyectos, por lo tanto desde esa perspectiva son grupos definidos como despolitizados, que viven en subculturas “anarquistas”, por lo mismo se los reprime y se los cataloga “en riesgo social”. Pero si miramos el fenómeno desde la perspectiva de los movimientos sociales -que es un concepto más amplio-, estas expresiones son positivas y esperanzadoras porque son procesos autónomos de construcción de identidad, que se traducen en un factor energético. Allí hay una cultura acumulada e inédita en Chile, porque ahora los movimientos surgen a partir de sus propias culturas, mientras en los años 50 y 60, obedecían a los instructivos del partido o del Estado, se movían por ideologías. La izquierda tradicional no ha logrado encajar con este nuevo fenómeno. Y eso es un gran desafío”.

En este sentido, Gabriel Salazar advierte que la auto-organización sería una de las alternativas de desarrollo en nuestros tiempos y, en su rol de Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Arcis, examina la nomenclatura juventud-educación:
“Se han configurado cordones populares de educación, donde se mezclan los estudiantes de la universidad con los cabros pobladores. Hace falta darle contenido político a este movimiento, sin incurrir en la vieja política. La educación pública que hoy entrega el sistema, te enseña a competir para el mercado, respetar la ley… Y la gran mayoría de los estudiantes no está contento con eso, por eso se genera la auto-educación popular. El problema es quién la potencia? las grandes universidades no, las ONG están colapsadas, la Iglesia está en otra. La pregunta es qué hace la intelectualidad de izquierda en este nuevo escenario. Las universidades deben autofinanciarse; la Universidad de Chile, por ejemplo, recibe apenas un 23% de financiamiento desde el Estado. Está todo el mundo preocupado de autofinanciarse y para eso hay que adaptarse al mercado por lo tanto nadie está trabajando sistemáticamente en los temas de hoy. La Universidad Arcis ha logrado concentrar a una intelectualidad que sí quisiera trabajar en la línea de los jóvenes. Allí se da el caso curioso de que, pese a ser una universidad privada en cuanto a financiamiento, trata de ser universidad pública en las tareas que desarrolla. Por eso siempre tambalea. En los años 60 los intelectuales teníamos pega segura en la Universidad, contrato permanente, nadie exigía, uno podía comprometerse en cualquier cosa, hoy está todo sujeto a evaluación y los empleos no son estables. La intelectualidad de izquierda tiene problemas para encontrar un lugar de trabajo estable que le de la posibilidad de dedicarse a lo que se le pide: a pensar los asuntos contemporáneos”.

Ciudadanía en la feria
Gabriel Salazar ha desplegado gran parte de su planteamiento historiográfico a través de los cinco volúmenes de “Historia Contemporánea de Chile” (Lom Editores), que realizó en colaboración con el también historiador Julio Pinto. Más recientemente publicó, junto a Sur Profesionales, un estudio sobre las ferias libres, como una de las pocas instancias sobrevivientes dentro del agónico ejercicio de la ciudadanía en Chile:

“Quisimos rescatar a los ferianos para poner a la vista a un sector social olvidado y que, sin embargo tiene una largúisima tradición y un espíritu ciudadano notable. El libro no es una tesis doctoral, sino una investigación, con entrevistas en terreno y fotografías que recuperan la praxis y la curva histórica de las ferias, que es muy bonita”, explica.

“Antes del 1500, antes que apareciera el Estado moderno, liberal y capitalista, hubo un largo período en que las comunidades locales, pueblos y villas fueron centros autónomos de la producción económica y de la reproducción política. La plaza era el centro donde se ejercía el comercio, se tomaban las decisiones soberanamente y se realizaban carnavales. Era un lugar donde todos se encontraban y se sentían iguales. Allí está el origen de la soberanía y de la actividad republicana por excelencia. Pero el estado moderno se construye eliminando toda la soberanía política de estas comunidades locales; se crean grandes centros comerciales donde operan los comerciantes mayoristas. Así se le fue quitando relevancia a toda esa vida comunitaria y quedaron nada más que las ferias libres, que están en todo el mundo, pero no en la plaza principal, sino relegadas a las calles aledañas. En la feria se respira un espíritu de libertad, de conversación directa y camaradería. Es la única parte en Chile donde todos interactúan sin tensiones, donde los precios de pueden regatear, donde vas a comprar y te preguntan cómo está tu familia. Es una tradición que se mantiene a pesar de todo”.


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