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La hora de la velocidad del sueño

29.06.05

Martes 28 de junio de 2005
Luis Hernández Navarro

Al vertiginoso avance de la política institucional convertida en pesadilla los zapatistas oponen la velocidad de las resistencias hechas sueño. A la vorágine y el pragmatismo sin principios de los de arriba, los rebeldes le enfrentan la propuesta igualitaria nacida de las resistencias de los de abajo, que supera la inmediatez.

Aunque los ritmos, tiempos y espacios en los que se desenvuelve la pesadilla son diferentes a los que rigen los sueños de quienes resisten, de vez en cuando estos últimos incursionan en los tiempos del poder y los trastocan. Así sucedió en enero de 1994. Así podría suceder ahora con la iniciativa anunciada por los zapatistas.

El EZLN difundió su declaración de Alerta Roja en un momento de fuerte deterioro de la política institucional. Aunque los reflejos autoritarios de la clase política sean grandes, la acción combinada de su descrédito, su incapacidad para enfrentar los grandes problemas nacionales y sus pleitos internos han creado las condiciones para que el nuevo desafío rebelde no sea enfrentado en bloque por el poder.

La lucha por las postulaciones a la Presidencia de la República -y en el caso del PRD por la jefatura de Gobierno de la ciudad de México- ha fragmentado a los partidos políticos mucho más allá de lo que ya estaban. Hoy, más que nunca, los partidos están partidos. Esta situación se prolongará, al menos, hasta que cada uno nombre su candidato y emprenda una difícil operación para cerrar las heridas. Pero incluso entonces la guerra de lodo en la que se encuentran sumergidos los políticos no cesará del todo.

La ofensiva del gobierno federal y sus aliados para desaforar a Andrés Manuel López Obrador fracasó. Y entre los saldos del descalabro se encuentra la reducción del margen de maniobra de Vicente Fox para atajar a sus contendientes políticos. Más que frenar a sus adversarios, el campo de acción de Los Pinos se limita hoy a tratar de potenciar sus propias fuerzas, colocando en el gabinete a elementos del ultraderechista grupo clandestino El Yunque, e intentando recuperar parte de la corriente de opinión que le permitió ganar la Presidencia de la República.

La administración pública en pleno flota a la deriva como un corcho en la tormenta. No se dirige a sitio alguno. No hay piloto. Nadie maneja el timón de la nave. Su función se limita a tratar de contener los daños.

Algo similar ocurre con el Congreso de la Unión. El desprestigio de los legisladores ante la opinión pública es directamente proporcional a su incapacidad para legislar sobre asuntos sustantivos.

La pretensión de volver a construir un bloque conservador alrededor del tema de la seguridad pública fracasó. El anhelo de reditar la masiva movilización ciudadana contra la delincuencia de hace un año se desinfló sin pena ni gloria. La derecha perdió las calles.

En ese contexto, la nueva iniciativa zapatista tiene para su desarrollo un enorme corredor político, acotado tan sólo por la represión gubernamental y por las expectativas de cambio que en muchos sectores populares ha despertado la candidatura de López Obrador. Los rebeldes siguen siendo una referencia ética y representan, en una parte nada despreciable de la población, la posibilidad de regenerar una opción de izquierda ahora ausente.

La Alerta Roja se difunde en una etapa de persistentes, pero desarticuladas movilizaciones populares de resistencia y de expresiones de fuerte descontento social en todo el país. Electricistas, trabajadores de la salud, maestros, campesinos, indígenas, vecinos se han opuesto, en ocasiones con éxito relativo, al despojo de bienes y servicios públicos y al intento de acabar con conquistas gremiales. Si durante la década de los 90 la lucha cívica tendió a absorber y diluir la lucha gremial en demandas ciudadanas, en los últimos años la lucha de clases ha regresado. Pareciera existir hoy una recomposición del movimiento social con base en políticas de clase y de reivindicación de la diferencia.

Estas expresiones de malestar y resistencia no han tenido en el PRD un punto de articulación y apoyo significativos. Volcado en la lucha electoral, el parlamentarismo estrecho y la disputa por los puestos públicos, el partido ha estado muy lejos de ofrecer la cobertura necesaria a estos movimientos.

El zapatismo ha sido para muchas de estas fuerzas una referencia. La acción de los rebeldes, su insistencia en construir una política alternativa desde abajo, han modificado los términos de relación y negociación entre grupos subalternos y estados. Han ampliado su horizonte. Sin embargo, su confinamiento del EZLN en el sureste ha limitado enormemente su posibilidad de incidir en otras luchas.

Hace unos meses, el “Sistema Zapatista de Televisión Intergaláctica: la única televisión que se lee” divulgó una serie de comunicados en los que explicó su visión de los pleitos en el poder y de las pugnas de la gleba. Muy probablemente muchas de las claves para entender la nueva etapa se encuentran en Leer un video, La velocidad del sueño, El bolsillo roto, El ridículo en horario triple A, El programa científico y las jirafas, La barra deportiva y Abajo a la izquierda.

Una caracterización de esas resistencias y de cómo fortalecerlas se esbozó en el Plan Realidad-Tijuana. En síntesis, los siete acuerdos que dan forma al plan consisten en: 1) Respeto recíproco a la autonomía e independencia de las organizaciones sociales. 2) Promoción de las formas de autogobierno y autogestión. 3) Fomento a la rebeldía y la resistencia civiles y pacíficas frente a las disposiciones del mal gobierno y los partidos políticos. 4) Solidaridad total e incondicional con el agredido, no con el agresor. 5) Formación de una red de comercio básico intercomunidades y promoción del consumo básico. 6) Defensa conjunta y coordinada de la soberanía nacional, y oposición frontal y radical a las inminentes privatizaciones de la energía eléctrica, el petróleo y otros recursos naturales. 7) Construcción de una red de información y cultura, y demandar de los medios de comunicación información verdadera, completa, oportuna y balanceada.

La recién anunciada Sexta Declaración de la Selva Lacandona podría ayudar a agrupar, cohesionar y fortalecer esas resistencias, enmarcándolas en una estrategia para “refundar la nación, con un nuevo pacto social, nueva Constitución, nueva clase política y nueva forma de hacer política”.


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