Pierluigi Sullo
La Jornada
De cara a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona se pueden tener diversas actitudes y esta semana hemos visto todas. La más difundida ha sido la indiferencia, no sólo de los grandes medios o de la fuerza política obsesivamente ocupada en colocar sus peones e “imagen” en los tableros políticos con vista a la elección del próximo año. Inclusive la izquierda más radical y tradicionalista persevera en el error de juzgar marginal la rebelión zapatista, o sea, fuera de los “puntos calientes” del conflicto entre capital y trabajo. Ellos parecen afirmar: “¿qué nos pueden decir ustedes, minúsculos, arcaicos indígenas rebeldes, a nosotros que estamos en la cima del volcán de la modernidad?” Los insurgentes son vistos con simpatía, pero se considera que no pueden enseñar algo. Estas fuerzas se quedan en la espera del Mesías, de la Revolución, disponiéndose mientras tanto a “combatir” y a tener en alto la bandera de la lucha proletaria.
Está además quien suelta un suspiro de alivio. Algún periódico escribió que con la Sexta Declaración los zapatistas finalmente decidieron transformarse en partido político. En su lógica, la anomalía se vuelve normal, la percepción que provocaba un extraño grupo de “guerrilleros” que no sólo no disparan, sino promueven movilizaciones civiles gigantescas, finalmente se quita de en medio.
Una tercera posibilidad, el hecho de que el EZLN no es una guerrilla ni aspira a convertirse en un partido “legal”, no existe para ellos. Ni es comprensible para los grandes medios, ni tampoco para una izquierda más razonable, no liberal que carga con los paradigmas del pasado. No comprenden así por qué cuando los zapatistas proponen una gran campaña política, queman todos los puentes hacia la izquierda institucional mexicana. Se toca un punto sensible: ¿es mejor tener el gobierno de Lula o el de Cardoso? ¿Zapatero o Aznar? ¿Prodi o Berlusconi? ¿Bush o aquel candidato demócrata del cual nadie recuerda más el nombre?
En los últimos años, muchos de quienes han simpatizado fuertemente con el EZLN han vuelto la mirada a Venezuela y a la trayectoria de Hugo Chávez. Ahí todas las cuentas salen: hay gran efervescencia y movilización social y civil, pero también un presidente, una nueva Carta Constitucional, un ejército, para ofrecer la suspirada “salida política”, sin la cual cualquier movimiento o construcción de alternativas está destinado a quedar en el limbo de la posibilidad, en el más puntual y disperso fenómeno: en una suma inútil.
Opiniones de este tipo, inclusive con una fuerte carga de resentimiento, fueron escritas también en La Jornada, donde se dijo: ¿por qué excluir la posibilidad, junto a una vasta activación civil y ciudadana, de un gobierno de izquierda? Y el mismo consejo del Foro Social Mundial (FSM) no sólo no ha considerado nunca seriamente la influencia zapatista en las decenas de miles de personas que viajaron a Porto Alegre, Mumbai, Florencia o París, sino que ha convocado a uno de los FSM “policéntricos” de 2006 en Venezuela, porque la conquista del gobierno nacional, no obstante la decepcionante experiencia brasileña y el empujón de los “soberanistas” franceses de Attac, es un mensaje que, para ellos, debe ser lanzado claro y fuerte. ¿Responderá positivamente el consejo del FSM al llamado del EZLN, que mientras propone Encuentros Intergalácticos, cita, no por casualidad, el lema: “otro mundo es posible”?
Está también otro tipo de reacción a la Sexta Declaración: el de las redes sociales que fueron el cuerpo del movimiento altermundista. Su respuesta es menos visible, más reflexiva, dominada por un sentimiento ubicado entre la sorpresa, el alivio y la preocupación. La sorpresa, porque la elección de cultivar el jardín propio, es decir, promover la autogestión y la autonomía de la comunidad indígena rebelde -los caracoles- parecía definitiva. Un mensaje que parecía decir: abandonemos la escena nacional, aun si mantenemos nuestros nexos internacionales, para demostrar que de cara a la violencia y a la estafa del poder podemos crear a partir de nosotros mismos, en nuestro terreno, un mundo nuevo. El alivio, porque por muchas razones de aquella elección se percibían como aislacionistas al bajar el volumen de la Radio Rebelde zapatista, que era escuchada fuerte y clara en todos los continentes.
Los zapatistas están poniendo en riesgo todo aquello que esas fuerzas habían conquistado hasta ahora. Por esta razón, observadores agudos del fenómeno zapatista o lejanos entre ellos, como Immamnuel Wallerstein y Raúl Zibechi, pueden hablar de una “segunda revolución” o “segunda fase” del zapatismo. Y poner en riesgo aquello que ha representado el inicio del nuevo movimiento, la “revolución” que ha abierto el nuevo siglo, como la de Emiliano Zapata inauguró el siglo XX, equivale a poner en peligro todo eso que, en torno al discurso zapatista, gracias a su novedad, ha sido creado en casi 12 años en México y en todo el mundo, incluido Porto Alegre.
El EZLN se propone crear “un nuevo modo de hacer política” para construir en México la alianza más vasta posible entre sectores sociales, políticos y culturales y aplicar un “programa nacional de lucha” hasta llegar a una “nueva Constitución”. Confronta a los movimientos nacidos después del siglo con los movimientos revolucionarios y anticapitalistas que han hecho de la conquista del poder su objetivo principal, adecuando los medios para obtener el objetivo de conquistar. Los zapatistas vuelcan este paradigma y arrojan ellos mismos su historia, su capacidad de comunicarse y de organizar en la dirección opuesta: la que busca cambiar su país por otros medios, coherentes con el fin. Será la democracia más radicalmente conocida, nacida en el day after del aniquilamiento de la democracia liberal-nacional de parte de la “bomba neoliberal”.
El mensaje que viene de la Sexta Declaración es muy simple: vivimos ya nuestro futuro, debemos hacer que viva también en nuestras mentes, en nuestros corazones, en nuestra capacidad de estar juntos.