Martes 23 de agosto de 2005
Historia de un poblado zapatista *
Subcomandante Insurgente Marcos
Insurgentes y bases zapatistas en la comunidad Dolores Hidalgo, el pasado 20 de agosto FOTO José Antonio López
Compañeros y compañeras:
Les voy a contar una historia. Unas partes me las relataron los compañeros y las compañeras zapatistas, y otras las vi y viví. Si hay algunas imprecisiones, dejémosles a los historiadores su aclaración. Con sus hechos comprobables, sus leyendas, sus imprecisiones y sus vacíos, ésta es parte de nuestra lucha, la historia del EZLN.
Este lugar donde estamos era una finca de nombre Campo Grande. La historia de este lugar es una síntesis apretada de la historia de los indígenas chiapanecos. Y, en algunas partes, de todos los indígenas del sureste mexicano, no sólo de los zapatistas.
Campo Grande hacía honor a su nombre: más de mil hectáreas de buena tierra, en planada, con agua abundante, caminos especialmente hechos para sacar ganado y maderas preciosas, pistas de aterrizaje para que los dueños no se empolvaran o enlodaran transitando por los caminos de terracería y pudieran llegar en sus avionetas; miles de indígenas a quienes explotar, despreciar, violar, engañar, encarcelar, asesinar. Entonces, la reforma agraria del PRI, la revolución institucionalizada, se concretaba en Chiapas así: las tierras buenas y en planada para los finqueros; los pedregales y cerros para los indígenas.
El dueño de Campo Grande fue Segundo Ballinas, conocido entre los habitantes como un asesino, violador y explotador de indígenas, principalmente de mujeres, niños y niñas. Después la finca se fraccionó: una parte se llamó Primor y su dueño fue Javier Castellanos, uno de los fundadores de la Unión de Propietarios del Segundo Valle de Ocosingo, una de esas asociaciones con las que los finqueros disfrazaban sus guardias blancas; otra parte se llamó Tijuana y su propietario era un coronel del Ejército Mexicano, Gustavo Castellanos, que mantenía sojuzgada a la gente con su guarnición personal. Y otra parte fue propiedad de José Luis Solórzano, miembro del PRI y su candidato a distintos puestos, conocido en la zona por sus promesas incumplidas, sus mentiras descaradas y su trato prepotente y despectivo hacia los indígenas. Así, en estas tierras se sintetizaba el Poder de Chiapas: finqueros, ejército y PRI-Gobierno. Para esa maldita trinidad, Chiapas podía ser un potrero para ganado, una hacienda para ejercer el derecho de pernada, incluso con niñas; un campo de tiro sobre blancos humanos y uno de los laboratorios de lo más moderno de la “democracia” del PRI: aquí no era necesario conocer a los candidatos, ni siquiera sus nombres ni sus propuestas, ni saber la fecha de la elección ni cuáles eran las opciones ni tener identificación. Vaya, ni siquiera era necesario acudir a las urnas.
En cada proceso electoral, en la cabecera de Ocosingo, en los locales de las asociaciones de propietarios y ganaderos, se pagaba con una torta y un refresco la jornada llenando boletas. Claro que esa “democracia” tenía sus excesos: en alguna elección antes del año de 1994 el PRI obtuvo más de ciento por ciento de la votación. Tal vez fueron demasiadas tortas y refrescos.
En un agosto como éste que nos recibe aquí, pero en el año de 1982, los finqueros y sus guardias blancas desalojaron con violencia a los habitantes del poblado Nueva Estrella. Balacearon, golpearon y tomaron presos a los indígenas varones. Algunos fueron asesinados. A las mujeres las apartaron y las obligaron a ver cómo quemaban sus casas. Les quitaron todo. Al tiempo regresaron. Cuando alguien les preguntaba por qué regresaron después de todo lo que les hicieron, ellos respondían con este gesto (Marcos abre una mano con los dedos hacia arriba, dando a entender: “por huevos”).
En 1994, el primero de enero, miles de indígenas de esta zona tzeltal, junto con miles más de las zonas tojolabal, chol y tzotzil, después de diez años de preparación, se cubrieron el rostro, cambiaron de nombre y nombrados colectivamente como “Ejército Zapatista de Liberación Nacional” se alzaron en armas. Los finqueros huyeron, lo mismo hicieron sus guardias blancas, y dejaron abandonadas las armas sobre las que sustentaban su dominación. Los zapatistas recuperaron las tierras. Ojo: no las “tomaron”, sino que las “recuperaron”. Así llaman los compañeros y compañeras a este acto de justicia que hubo de esperar decenas de años para cumplirse. Estas tierras que fueron de indígenas y que fueron usurpadas, ahora vuelven a ser indígenas. Han sido pues recuperadas. Las tierras se repartieron. Cientos de familias indígenas, que antes se amontonaban en un espacio de 2 hectáreas, fundaron, junto con otros indígenas sin tierra de otros poblados de la zona, este poblado zapatista que hoy nos recibe. Este poblado ahora es habitado, entre otros, por aquellos que fueron atacados por los finqueros en 1982.
Este poblado zapatista se llama Dolores Hidalgo y, según me cuentan los fundadores, veteranos del alzamiento de 1994, el significado de “Dolores” es el del dolor que tenemos de más de 500 años de resistencia, y el nombre de “Hidalgo” es por don Miguel Hidalgo y Costilla, que luchó por la independencia.
Fíjense que dijeron “500 años de resistencia” y no “500 años de dominación”. Es decir, a pesar de la dominación nunca han dejado de resistir a ella. Y cuando hablamos de dominación, es decir, cuando contamos nuestra historia, hablamos también de la resistencia. Y ahora no estoy hablando de nuestra historia como EZLN, sino de nuestra historia común, la que compartimos con ustedes, con sus organizaciones sociales y sus movimientos. Nuestra historia común, ésa que, donde dice “mando y domino”, nosotros y ustedes decimos “resisto y me rebelo”.
Pero los zapatistas que fundaron Dolores Hidalgo no se refieren sólo a la resistencia. Nombran también el dolor de ella. El dolor de lo largo del camino; el dolor del cansancio, el dolor de quienes traicionaron en el trayecto, el dolor de las derrotas, el dolor de los errores y, sobre todo, el dolor de seguir adelante a pesar de todos los dolores.
De su historia como organizaciones y como movimientos, de sus dolores de su resistencia y rebelión, nos contarán ustedes. Seguramente en más de una historia nos reconoceremos. Muchas otras nos parecerán ajenas. Pero en todas iremos aprendiendo de ustedes. Y les diremos lo que les hemos dicho a otros: que queremos seguir aprendiendo. Aprendemos con ustedes, y con muchos más como ustedes, a pensar bien, bien decir y a bien sentir cuando digamos “compañero, compañera”.
Bienvenidos compañeros, bienvenidas compañeras.
Muchas gracias.
* Texto leído al inicio de la tercera reunión preparatoria de la otra campaña, convocada por el EZLN con organizaciones y movimientos sociales, realizada en la comunidad Dolores Hidalgo, municipio autónomo rebelde zapatista de San Manuel.