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Zapatismo y sustentabilidad

24.08.05

Subcomandante Marcos Ilustración: Rocha

Domingo 14 de agosto de 2005

Neil Harvey
La Jornada

Zapatismo y sustentabilidad

En un artículo reciente, Víctor M. Toledo plantea la idea de que el zapatismo ha quedado rebasado (La Jornada, 18 de julio de 2005). Según su análisis, las múltiples organizaciones indígenas locales en México han sido más exitosas en la construcción de una modernidad alternativa que un zapatismo obsesionado por cuestiones políticas “metaterritoriales”. Agrega que es inexplicable el hecho de que “intelectuales ligados al neozapatismo” no se hayan percatado de la existencia de las luchas indígenas por el desarrollo sustentable.

En mi caso particular, debo afirmar que esto no es cierto porque he resaltado la importancia, pero también las limitaciones, de las luchas de una variedad de organizaciones indígenas y campesinas. En Chiapas, las uniones de ejidos vinculadas a la ARIC-Unión de Uniones fueron pioneras en el tipo de luchas que Toledo menciona, es decir, movimientos sociales regionales capaces de negociar, hasta cierto punto, con el Estado y el mercado. Esta fue la propuesta de una alianza entre los funcionarios del salinismo bajo el signo del ‘liberalismo social’, el Programa Nacional de Solidaridad y la exhortación a que el movimiento campesino viera ‘más allá de Zapata’, de Gustavo Gordillo. Pero ahora sabemos que esta estrategia no funcionó en Chiapas y en otros estados, porque las organizaciones sociales se toparon con pared cuando se trataba de problemas agrarios, caída de precios, retiro de subsidios, privatización de empresas públicas, falta de acceso a la salud y educación, etcétera. Para colmo, sus manifestaciones fueron reprimidas por el gobierno, lo cual llevó a muchos de sus integrantes a dejar estas organizaciones para sumarse a las filas del EZLN.

Para los zapatistas, que son indígenas también, las luchas de esos pueblos siguen siendo muy importantes y así lo dicen en la Sexta Declaración. Sin embargo, Toledo escribe que el EZLN no ha hecho “una sola referencia a las miles de comunidades de grupos étnicos volcadas a la búsqueda de la sustentabilidad”. Como ya demostró Marcos, esto no es cierto, porque la declaración dice: “y así nos enteramos que hay indígenas, que sus tierras están retiradas de aquí, de Chiapas, y que hacen su autonomía y defienden su cultura y cuidan la tierra, los bosques, el agua”, además de varias afirmaciones como, por ejemplo, “hacemos una lucha con todos, con indígenas, campesinos, etcétera”. “Vamos a seguir luchando por los pueblos indios de México, pero con todos los explotados del país”, “invitamos a los indígenas, obreros, campesinos, etcétera”.

Es cierto que los zapatistas no especifican los logros de las luchas de otros movimientos indígenas, pero es claro que están interesados en conocerlos más y compartir con ellos sus respectivas experiencias. Por lo tanto, es probable y deseable que en las próximas reuniones con organizaciones indígenas y campesinas se empiecen a identificar puntos de acuerdo en torno a la defensa de los recursos naturales y la promoción de modelos autogestivos que, como ha señalado Toledo, existen ya en muchas regiones del país.

Es importante impulsar nuevos acercamientos entre los movimientos sociales en México. Pero hay que tener cuidado cuando se expresen los desacuerdos inevitables. Sergio Zermeño cuestiona si el zapatismo realmente es tan incluyente como pretende ser (La Jornada, 4 de agosto). Dice que en ocasiones los zapatistas emplean adjetivos ‘muy severos’ y ‘descalificadores’. Para él, Marcos recurre otra vez a un adjetivo descalificador cuando escribió (en Un Pingüino en la Selva, I) que Toledo fue “deshonesto” en su crítica a la Sexta Declaración por la supuesta falta de referencias a las luchas indígenas. A mi juicio, la respuesta de Marcos simplemente aclara lo que escribieron los mismos zapatistas para que no haya dudas sobre el contenido y significado de sus planteamientos. Esto no es descalificar a nadie, sino defenderse frente una lectura que los zapatistas consideran errónea.

Si en toda esta discusión hay un adjetivo severo y descalificador es el término “rebasado”, el cual emplea el mismo Toledo para describir al zapatismo. El movimiento no es perfecto, pero sí ha logrado avances notables en su propio proceso de autonomía y lucha por la sustentabilidad. ¿En qué sentido quedó rebasado el zapatismo? ¿Qué están haciendo las organizaciones del Congreso Nacional Indígena (CNI), como por ejemplo, las de Michoacán, Jalisco, Guerrero, Oaxaca y otros estados en las reuniones preparatorias de la otra campaña si el zapatismo es rebasado? ¿También están rebasadas sus organizaciones o, más bien, están buscando caminar juntos con el EZLN, con acuerdos y desacuerdos, pero juntos, a fin de cuentas?

Toledo tiene razón en un punto importante que, cabe señalar, coincide con el pensamiento zapatista aunque él descalifique a éste, en el sentido de que el país y el mundo necesitan de nuevas (o viejas pero reprimidas) prácticas de cómo cuidar la tierra, valorar el trabajo y ejercer el poder político. Pero hay que recordar que los movimientos sociales -sean locales, metaterritoriales, o ambos a la vez- no son los únicos que están tratando de crear nuevas palabras, prácticas y significados. Los “neoliberalistas” son listos para apropiarse de las palabras e ideas progresistas de los movimientos sociales. Por eso no es extraño encontrar que, a partir de 2003, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) empezó a emplear nuevos conceptos en su intento de convencer a las comunidades indígenas de los beneficios del Plan Puebla-Panamá. Ejemplos son su “Programa de Consulta y Participación”, su “Iniciativa Mesoamericana de Desarrollo Sustentable” y su “Componente Indígena”.

Los motivos de la crítica de Toledo se entienden mejor si uno lee su libro La paz en Chiapas: ecología, luchas indígenas y modernidad alternativa (Ediciones Quinto Sol/UNAM, 2000), en el cual propone que las luchas de los indios ofrecen nuevas posibilidades de aprovechar de forma sustentable la rica biodiversidad de la Selva Lacandona y de otras regiones del país. Su análisis intenta demostrar que el empoderamiento local es compatible con un nuevo tipo de desarrollo basado en una ética global de la sustentabilidad. Toledo sostiene que el modelo industrial impuesto desde hace décadas ha creado una crisis social y ecológica a escala planetaria, frente a lo cual hay que encontrar nuevas soluciones viables y duraderas. Según Toledo, en México estas soluciones las podemos encontrar en las prácticas de las organizaciones campesinas e indígenas. Apoya su tesis con un análisis detallado de 18 experiencias notables en México. Este conjunto de luchas conforma lo que él llama “el otro zapatismo” (p. 69-76).

Sin descalificar los aportes de su análisis ni las luchas de estas organizaciones, también es preciso indagar más sobre las consecuencias de la inserción de éstas en la restructuración neoliberal de los sectores agropecuario y forestal, su relación con la industria biotecnológica global y el papel que juegan en la legitimación de lo que Silvia Ribeiro ha llamado las “nuevas leyes neoliberales”, las cuales están dirigidas a la privatización de los recursos naturales y el despojo de los mismos pueblos indios (Ojarasca 99, julio 2005). Me refiero a la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados, la Ley de Aguas Nacionales, la Ley de Propiedad Industrial, la Ley Federal de Acceso a los Recursos Genéticos y Biológicos, la Ley de Minería y la Ley de Consulta a Pueblos y Comunidades Indígenas. Las luchas por la sustentabilidad son muy valiosas, pero hay que ver si terminan facilitando la privatización de los recursos naturales, mediante contratos de acceso controlados por organizaciones sociales y si la distribución de los beneficios y costos es realmente equitativa.

En junio pasado el CNI declaró en Zirahuén, Michoacán, su oposición a estas nuevas leyes por el hecho de que promuevan la privatización. Su alternativa es luchar por la autonomía en los hechos, pero sabe que en este proceso enfrenta algunos de los mismos obstáculos que los zapatistas en Chiapas. En contraste, llama la atención que en su libro La paz en Chiapas… Toledo haya recomendado el aprovechamiento “racional” de los recursos acuáticos y los servicios ambientales de las comunidades de la Selva Lacandona. Da como ejemplos la captura de carbono, el ecoturismo, el turismo cultural y la vigilancia comunitaria de la reserva integral de la biosfera de Montes Azules (p.174-6). Para lograr este fin, Toledo señala que existe un sector empresarial interesado en apoyar el desarrollo equitativo y sustentable, afirmando que:

“En la búsqueda de una modernidad alternativa las empresas en cambio están llamadas a jugar un papel central, siempre y cuando éstas enmarquen sus actividades dentro de la nueva filosofía de la sustentabilidad. La aparición a escala mundial de un nuevo sector empresarial respetuoso de los procesos de la naturaleza y empeñado en establecer relaciones equitativas y justas con sus contrapartes económicas, certifica la viabilidad de esta propuesta. Esto ha surgido a consecuencia de la adopción de una ética ecológica en sectores que normalmente aparecían como lejanos e incluso contrarios a estos principios.” (p.210)

Desde esta perspectiva, el zapatismo sólo es necesario en la construcción de sus comunidades autónomas locales, pero luego estas comunidades deben buscar alianzas con aquellos empresarios que acepten que sus relaciones sean “equitativas”. Pero, ¿cómo pueden ser equitativas las relaciones comerciales o laborales en un sistema que sigue siendo capitalista? Los zapatistas piensan que el capitalismo no da para tal equidad y, por lo tanto, vuelven a plantear la necesidad de un programa nacional de izquierda, construida desde las comunidades indígenas, pero también desde las organizaciones y experiencias de otros sectores y personas.

Quizás éste es el real punto de debate entre Toledo y el zapatismo. Lo que Toledo llama el “otro zapatismo” no es zapatismo. Es “capitalismo ecológico neoliberal”. En consecuencia hay que tener especial cuidado para que el gran esfuerzo invertido por las comunidades indígenas en sus luchas por la defensa de sus recursos naturales sirva al empoderamiento de todos sus miembros en todos los sentidos, y que no termine beneficiando a unos a costa de otros en alianza con las nuevas modalidades del neoliberalismo. La otra campaña debe ser un espacio para debatir este tipo de problemas con el fin de aclarar cuáles son las consecuencias sociales, políticas y ecológicas de las diferentes estrategias de lucha contra las viejas y nuevas expresiones del neoliberalismo. Y claro, debe ser un debate incluyente, sin descalificativos, pero con argumentos serios, honestos y abiertos a su revisión y mejoramiento. ¿No será eso una nueva forma de hacer política?

nharvey@nmsu.edu


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