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Nada esperamos del gobierno, ni antes ni después del huracán, afirman zapatistas

26.10.05

Municipio Autónomo Tierra y Libertad, Chiapas, 24 de octubre.

La Jornada

“Ni antes ni después de Stan esperamos nada del gobierno”, aseguran las bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Tapachula, la ciudad más poblada de todo el estado y que, como tantas otras, enfrenta los estragos de la devastación.

“En medio de la catástrofe seguimos en la resistencia”, afirma Martín sobre las ruinas del poblado zapatista La Esperanza, dentro de la colonia Democracia. “Pero sí es encabronante -insiste- que el gobierno corrupto ni a su propia gente le ofrezca nada y la deje a su suerte. Si los militantes zapatistas tuviéramos se lo dábamos todo a la gente pobre, pertenecieran o no a nuestra lucha.”

Martín tiene todo el aire de un náufrago después de alcanzar la orilla. “En la lucha, se trata de vivir. Sobrevivir ya lo estamos haciendo”, expresa con un entusiasmo que reparte entre su indignación, su claridad y su compromiso. Atrapado por el monstruoso desbordamiento del río Coatán, que arrasó muchas colonias de Tapachula al paso de Stan, permaneció sobre el techo de su casa cuatro días, sin agua ni comida, rodeado de aguas y destrucción. Vio pasar a un vecino braceando “como perro” para salvarse, “y lo digo con respeto, pero es la verdad”. Más tarde se encontró el cuerpo en otro barrio de la ciudad.

Escuchaba las noticias por el radio de pilas que conservó. “Más que miedo, me dio coraje lo que estaba oyendo”, dice mientras describe lo que presenciaba en el mundo real donde vivía y vive. “Yo ya veía rueditas de colores por el hambre y la deshidratación”, rememora.

En los márgenes de esta ciudad de más de un millón de habitantes se repiten las imágenes de una catástrofe que las autoridades se niegan a considerar zona de desastre. Más de dos semanas después no hay transporte público en la ruta Tapachula-San Cristóbal de las Casas, se incrementan el hambre y las enfermedades, y el abastecimiento sigue brillando por su ausencia. “El gobierno ni se apareció por este lado de la ciudad, y si hubieran venido pues a mí ni me importa porque yo soy zapatista. Mi lucha no es de ahorita, o sea que no es que estuviera yo esperando algo del gobierno, pero sí da coraje ver cómo abandonan a su propia gente. Dan ganas de salir a partir madres. Nadamás porque uno es zapatista se contiene”, afirma Martín con el mismo coraje.

“Ahorita -continúa- en Tapachula los líderes de los partidos políticos están repartiendo despensas para jalarse a más gente, pues ya vienen las elecciones y todos quieren llevarse agua a su molino. Todo esto es un gran negocio para los ricos. Aquí duplicaron los precios de los alimentos y se aprovecharon de la situación.”

El relato de la desvergüenza partidaria no por común deja de sorprender: “Los líderes andan de casa en casa, ofrecen comida y piden que vayan a recogerla a su local. Eso es una mentada. Nosotros ni caso hacemos, no estamos en eso, pero en general toda la gente, con partido o sin partido, están muy encabronados”. Y, además, la burla: “Están repartiendo ropa de bebé a las familias que no tienen bebés. Más bien están repartiendo una mentada. No se vale. Ahora con Wilma -pronostica Martín- se va a ver la diferencia. Ahí sí va a llegar la ayuda a los grandes hoteleros. Allá sí van a soltar los millones rápido, porque para el gobierno el dinero es para los ricos, no para los de abajo.” Aquí “no hay más gobierno que el municipio autónomo Tierra y Libertad y la junta de buen gobierno de La Realidad. Ese es el único que nosotros reconocemos”. Y de su junta y de la sociedad civil nacional e internacional es de la que esperan apoyo.

Enumera otros barrios de la ciudad donde hay bases de apoyo zapatistas: 5 de Febrero, Framboyanes, Los Reyes, Porvenir, además de los vecinos Cacahuatán, Islamapa y Puerto Madero. De muchos ignora su situación. “Estamos incomunicados.”

La colonia Democracia es una ruina dolorosa. “Orita el piso es éste”, señala al arenal donde estamos, sobre su patio, dos metros abajo. Al otro lado del río merodean elementos del Ejército Mexicano con cubrebocas, de la Armada y la policía municipal. No obstante, quienes trabajan son los pobladores. Gente sacando sus casas del suelo.

En Tapachula, la ciudad más populosa del estado de Chiapas, el río Coatán en algunos tramos alcanzó un kilómetro de ancho, cuando lo habitual son 30 metros. No obstante, el centro de la ciudad conserva su bullicio, que en tiempos normales es aún mayor. Encontrar bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en el mercado central, en medio de centenares de comercios ambulantes y fijos, almacenes, agencias de viajes tijuaneras, bases de taxis y triciclos, y ríos de gente -la imagen de un puesto rodante de tacos que ostenta un permiso de la junta de buen gobierno de La Realidad y despacha como “zapatista”- revela una expresión desconocida del movimiento rebelde.

Las mujeres del puesto cuentan cómo el ayuntamiento de Tapachula las ha perseguido durante años, pero ellas y otros comerciantes también autónomos se han mantenido en la resistencia defendiendo su derecho a un trabajo digno. Procedentes de diversos rumbos de la ciudad, otras bases de apoyo relatan destrozos en sus vecindarios, pero en general dicen que sus viviendas no sufrieron daños severos. Un taquero cuenta cómo ya prepara en su patio espacio para la nueva escuela autónoma, destruida por el huracán Stan en La Esperanza.

-¿Qué sigue? -se le pregunta a Martín, viejo lobo de mar zapatista que, como el resto de las bases de apoyo de esta ciudad, ni se inmuta a la hora de cubrirse el rostro con un paliacate, descubriendo al mismo tiempo su identidad rebelde.

-Como zapatistas, sigue mucho trabajo, levantarnos pues, y seguir en la resistencia y en la lucha. Mientras podamos respirar ya la hicimos, aunque no le guste al gobierno -finaliza.


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