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La sociología explicada a los niños

15.11.05

LA SOCIOLOGÍA EXPLICADA A LOS NIÑOS
Rigoberto Lanz

J-F. Lyotard escribió un celebrado libro con un título que deja a mucha gente perpleja: La postmodernidad (explicada a los niños). Dada la complejidad de este texto unos amigos del postgrado en Valencia hacían el chiste: “eso será para los niños franceses porque nosotros no entendemos mucho”. En verdad lo engañoso del título se debe a la circunstancia de que en efecto la expresión “explicada a los niños” es una ironía proveniente de los intríngulis de las tribus filosóficas y sus peleas de siempre (averigüe y verá).
La nota que ahora escribo está dedicada a los jóvenes académicos que con mucho entusiasmo realizan su “I CONGRESO NACIONAL DE ESTUDIANTES DE SOCIOLOGÍA” por allá en tierras marabinas. Les he contactado varias veces y he podido comprobar un rasgo que está presente—una y otra vez—en la juventud universitaria de estos tiempos: unas visibles ganas de hacer cosas, junto con la frustración de un espacio que luce agotado y aburrido; una febril animación para emprender iniciativas, en medio de un clima universitario decadente y patético; jóvenes que podrían “tomar el cielo por asalto” (a juzgar por su talante crítico y su energía intelectual) y que sin embargo no alcanzan siquiera a intranquilizar el bostezo de una burocracia académica tan ostentosa como inútil. ¡Qué difícil ha de ser la vida cotidiana de tantos jóvenes que ven discurrir su tiempo y su energía vital en aquéllos ambientes tan desolados!
La sociología que habita los predios universitarios es una vergüenza: por fastidiosa, por anacrónica, por superficial, por ajena a la vida y a los ruidos de la calle, por ignorante, por cómplice de la mediocridad reinante y de la funcionalización del pensamiento a la pamplina del “mercado de trabajo”. Esa sociología sobrevive por mandato de la burocracia universitaria (como todas las demás “carreras” que allí se estudian) y por los requerimientos precarios de una profesionalización que opera como sentido común para alivio de la mala conciencia. Esa combinación letal entre universidad agonística y sociología decadente es el trasfondo que explica la atmósfera de letargo y abulia que allí se respira. El clima de aburrimiento que está asociado a la metáfora del “aula” (aula: lugar donde se anestesia amablemente el pulso del espíritu) se transfiere perversamente al trabajo intelectual, a la reflexividad, a la producción de conocimiento. Resulta así que el trayecto de varios años por esas “aulas” desoladas es la garantía de una sensibilidad malograda, de una voluntad intelectual domesticada.
Por fortuna hay otra sociología. Los jóvenes empiezan a descubrirla. Está en la calle, en la vida cotidiana, en los intersticios, en los “bajos fondos” de una sociedad que no se deja atrapar con las viejas herramientas de unas ciencias sociales en crisis. También está en las burbujas que logran establecerse en el campus universitario. Mucha gente está trabajando intensamente para salir del marasmo. En todas las Escuelas de Sociología que funcionan en el país hay esfuerzos que pugnan por abrir salidas, gente que se bate desde hace mucho por cultivar otro tipo de pensamiento. Ello quiere decir que la situación de hoy es reversible, que la superación de la crisis está en la agenda de estos días, que otro modo de hacer sociología es posible.
Los jóvenes que ahora son víctimas de una educación en bancarrota, de una universidad que llega a su fin y de una sociología decimonónica, pueden hacer de este malestar una palanca para la acción, es decir, convertir los vacíos y carencias en resortes para estimular la creatividad, para impulsar el espíritu crítico sin el cual no hay sociología que valga. No estamos condenados sólo al gesto de la rabia y la revuelta por el fraude de una universidad que es un gran simulacro. Podemos hoy dar un paso más y proponer otro modo de formar a un buen sociólogo, otra manera de encarar la producción de un pensamiento sociológico, una forma diferente de articular esos saberes con los problemas de la sociedad.
Una perspectiva sociológica para la comprensión de la complejidad de lo social es hoy más que nunca una condición insoslayable. Ello no tiene nada que ver con “disciplinas” ni con “profesiones”. Tampoco con la falsa salida de un popurrí de fragmentos disciplinarios que han disuelto el núcleo denso de una reflexión propiamente sociológica en nombre de la presunta unidad de las ciencias sociales. Hay otras vías. Los debates teóricos y la producción intelectual de todas estas décadas dejan un saldo neto muy favorable para emprender otros derroteros. Ya sería bastante que los jóvenes estudiantes se enteren sistemáticamente del estado del arte de estos desarrollos, que puedan sopesar el tenor de los debates y las implicaciones que ello tiene para repensar la enseñanza de una nueva sociología.
En cualquier escenario una cosa parece clara: de la evolución natural del estado de cosas no hay mucho que esperar. Habrá de ocurrir algún terremoto epistemológico para que se sacudan las gruesas capas de las rutinas cientificistas acolchadas con otras tantas de “ignorancia ilustrada”. Y claro parece también: la pulsión contestataria de la juventud estudiosa es un combustible insustituible en la empresa mayor de construir otro modo de pensar…de eso se trata.


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