UNA DEMOCRACIA DE SOBERANÍAS MÚLTIPLES
Fernando García Argañarás, Ph.D. *
Después de alguna reflexión y muchas dudas, me atrevo a ingresar al debate sobre la reciente propuesta de Alvaro García Linera para la futura configuración democrática de Bolivia (1). Los planteamientos dicotómicos tienen sus ventajas: simplifican la realidad y pueden hacerla más comprensible a partir de la comparación y los contrastes. Cuando además lo que se plantea y contrasta son dos “modelos” de sociedad política (léase “democracia liberal” versus “democracia comunitaria”), entramos de lleno en aquello que Max Weber bautizó como “tipos ideales”, es decir, modelos heurísticos de análisis sociológico. El título y la introducción de la propuesta se ubican nítidamente en este ámbito estructural-funcionalista; el desarrollo de la propuesta, no. Coincidiendo absolutamente con Alvaro en lo deseable que es desmonopolizar la etnicidad del Estado, me limitaré aquí a sugerir algunas otras precisiones desde un punto de vista dialéctico. En esta lógica, no veo razón alguna (teórica o práctica) para que los bolivianos consideremos optar, necesariamente, por una forma democrática o por la otra.
UNA PERSPECTIVA DIALÉCTICA
El problema del régimen político y, más ampliamente, de la configuración estatal de un país, depende en gran medida de las maneras en que el poder económico, político y social está distribuido, concebido e institucionalizado. No se trata solamente (ni principalmente) de los recursos económicos, activos, cuentas bancarias y propiedades con que cuentan o no algunos ciudadanos, sino de aquello que Alvaro denomina “regímenes civilizatorios” (el moderno industrial, por ejemplo) y las consiguientes relaciones sociales de poder que los sustenta (de producción, intercambio, etnicidad, género y generacionales). En este sentido, cada país constituye una totalidad particular, aún cuando comparte con otros países algunos (o muchos) rasgos estructurales. No obstante, la lógica del Estado (y por ende, del régimen político) no es autárquica, puesto que todo país se inserta, a su vez, en un determinado Orden Mundial, con formas dominantes y emergentes de producción, acumulación, intercambio, representación e interpretación de la realidad. El Orden Mundial vigente, predominantemente capitalista y transnacionalizador, ayuda a determinar las características y configuración de poder de los estados que lo constituyen y contribuye (o no) a la reproducción de las relaciones de poder que prevalecen internamente. (2)
Metodológicamente, antes que prescribir la forma democrática más deseable para Bolivia, conviene identificar lo que es políticamente dominante y aquello que es emergente, ya que no todo lo deseable (o concebible) es posible. Para Alvaro, el Estado Monoorganizativo, liberal e industrializante se ha “superpuesto” a la realidad de dos terceras partes de la sociedad, expresadas en movimientos sociales, comunitarios, barriales y sindicales. Es decir, el Estado liberal y blancoide sería homogéneamente dominante, y esta parte, color canela, de la sociedad civil lo (¿homogéneamente?) emergente. De ahí en más, las conclusiones y la postura política correcta son cosa de una simple deducción.
Francamente, la tentación de aceptar esta visión conceptual es grande; lo que es más, corresponde en parte a la realidad empírica que observamos: el racismo, la exclusión, el acomodo, la resistencia. La idea de “sobreposición”, sin embargo, tiende a implicar homogeneidades que no existen. Por consiguiente, impide identificar las contradicciones (es decir, heterogeneidades) existentes en todos los niveles y espacios de poder, arriba y en la base de la pirámide social, cosa que, al margen de nuestras intenciones, disminuye nuestro potencial transformador como individuos y colectividades. Por ejemplo, el Estado boliviano no es monoorganizativo, liberal e industrializante in toto. Sus rasgos estructurales actuales contienen (crecientemente, creo) esos elementos administrativos, ideológicos y productivos pero también expresa otros que al parecer todavía son muy importantes residuos de nuestro pasado colonial: el prebendalismo, el corporatismo, la cultura de “obedezco pero no cumplo”, los aires señoriales y el desparpajo improductivo de algunos miembros de la “moderna” clase política. Es decir, en Bolivia, lo dominante tiene sus propias contradicciones, sin haber entrado a indagar las que existen con (y entre) lo emergente.
LA CLASE MEDIA COMO EL FIEL DE LA BALANZA SOCIAL
Pero, ¿a dónde nos lleva el reconocimiento de la heterogeneidad contradictoria del Estado, de los regímenes políticos, la economía y la sociedad? Pues a buscar la fuerza articuladora de esa ecuación social abigarrada que le dio sentido a la obra de Zavaleta: la clase social, o en su caso, estrato social, cuya praxis y poder “ilumina”, de manera difuminada, nuestra forma estatal. ¿Qué grupo social copó el aparato de Estado a partir del 9 de abril de 1952 y amplió su radio de acción en la creciente burocracia y sociedad civil a partir de él? ¿Cuál tuvo que dar un paso al costado en 1985, para dar lugar al cogobierno con el empresariado nacional? ¿Por qué el período 1952-1982 se caracteriza por un tipo de dirigencia política y burocrática militarista y posteriormente democrática liberal? Vale decir, ¿qué fuerza social se convirtió en la base social del Estado del 52 y actualmente se divide como Jano ante el proyecto neoliberal y la resistencia de los movimientos sociales? (3)
Afirmar que la clase media o pequeña burguesía ha sido la protagonista de los regímenes políticos del Estado Prebendal-Corporativo y el ojo de la tormenta durante los gobiernos de corte Prebendal-Liberal requiere mucho más análisis y exposición. Dicho análisis debe explicar el papel de otras fuerzas sociales, como la débil burguesía (que no alcanza a imprimirle al Estado una lógica acorde con sus intereses puramente económicos), y el campesinado (cuyo desencuentro con los trabajadores durante el Pacto Militar-Campesino dio lugar al empate histórico entre los proyectos de la Tesis de Ayopaya y la Tesis de Pulacayo). No deben ignorarse, además, las contradicciones del propio proletariado. Por el momento, baste acotar que la debilidad productiva del régimen civilizatorio eminentemente mercantil y acumulatorio ha impedido hasta la fecha la institucionalización de la democracia liberal, digamos, al estilo puramente anglosajón; y la precaria supervivencia política, económica y social de la civilización comunal durante los últimos 500 años, no permite pensar que es viable extender sus hábitos a TODO el orden estatal en Bolivia. La hibridez nos define, más que la sobreposición. Pero el papel articulador y difuminador de la clase media no sólo corresponde a las debilidades de las demás fuerzas sociales; también se debe a su singular distancia de los procesos productivos: no posee medios de producción propios, ni acceso a grandes capitales o a la tierra, ni tiene el poder adquisitivo para emplear mano de obra. Por el contrario, depende (como el obrero) del salario para su reproducción social. Esta cualidad no productiva de la clase media explica su ambivalencia y fragmentación política, así como su precariedad y vulnerabilidad económica e inseguridad psicológica. Permite también que los intelectuales de este origen muestren (en épocas de crisis, sobre todo) una disponibilidad política e ideológica muy amplia en relación a los intereses económicos dominantes y emergentes.
HACIA UN NUEVO PROYECTO DEMOCRÁTICO
La pirámide de poder en Bolivia muestra fisuras cada vez más tangibles en todos sus niveles y particularmente en el Estado. El modelo neoliberal de acumulación empresarial y organización político-económica sigue en crisis; el régimen político democrático-liberal (con un fuerte contenido prebendal y elementos corporativos) no logra recuperar un nivel aceptable de credibilidad; la popularidad del gobierno no altera la deslegitimación de los partidos y la administración pública no da muestras de mayor eficiencia ni eficacia. En este contexto, el clamor ciudadano expresa un grado de consenso casi sin precedentes en nuestra historia y se resume en tres demandas: más necesidades satisfechas, más transparencia y más democracia. No creo que la existencia de identidades y realidades múltiples culturales, lingüísticas o clasistas signifique ningún grado significativo de oposición a cualquiera de estas tres demandas, exceptuando por supuesto a la minoría que sigue defendiendo sus intereses económicos a través del ancién régime. Si el clamor existe es porque las condiciones para su realización también se están materializando. Ninguna sociedad se propone tareas para las cuales no está ya preparada, dijo Marx alguna vez.
Si Bolivia es una sociedad (política y económica) caracterizada por la hibridez, el Estado como su síntesis pudiera ser una configuración de instituciones, ideas y prácticas capaces de articular esas tres demandas en un proyecto nacional autogestionario, multicultural, descentralizado, democráticamente representativo y participativo a la vez. He ahí la importancia de la Asamblea Constituyente, de la refundación del país y las medidas complementarias que nos permitirán a los bolivianos configurar un nuevo Contrato Social.
LA DEMOCRACIA DE SOBERANÍAS YUXTAPUESTAS
Si bien la dominación y la resistencia no son compartimientos aislados y homogéneos que se superponen, sino relaciones de poder que atraviesan toda la pirámide socio-económica y política, transversal y longitudinalmente, un régimen político democrático adecuado a nuestra realidad abigarrada sí requiere la sobreposición. Esto significa establecer alianzas estratégicas entre las fuerzas estatales y no estatales emergentes, que son abrumadoramente mayoritarias, incluyendo a todos los sectores productivos nacionales, y adoptar un régimen democrático de soberanías yuxtapuestas (y “sincronizadas,” como sugiere García Linera). La soberanía ciudadana, expresada por medio del voto, la mediación partidaria y la representación territorial e individual, puede ser complementada por la soberanía étnico-cultural (el derecho consuetudinario, usos y costumbres originarias), las soberanías regionales (federalismo) y la soberanía nacional compartida (integración en un bloque sudamericano, por ejemplo).
Lo que proponemos, entonces, es una democracia de soberanías complementarias, de respeto mutuo y solidaridad, cuyo eje no pasa ya por la postulada “nacionalidad” esencial y abstracta, sino por los derechos y obligaciones individuales y colectivas que históricamente nos sea dado ratificar, replantear o establecer.
REFERENCIAS
Alvaro García Linera, “Democracia liberal versus democracia comunitaria”. El Juguete Rabioso, 20 de enero de 2004.
Fernando García Argañarás. El Nuevo Fundamentalismo. La Paz: Plural Editores, 1999.
Estos temas son abordados en F. García Argañarás. Razón de Estado y el Empate Histórico Boliviano: 1952-1982. Cochabamba: Los Amigos del Libro, 1993.
(*) Fernando García Argañarás es Director Ejecutivo de la Fundación Boliviana para la Reforma Democrática (FBRD) y Fellow del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CERLAC) de la Universidad de York (Canadá