Por Carlos Fazio (*)
Revista Sudestada
http://www.revistasudestada.com.ar
Tras el lanzamiento de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y una serie de reuniones preparatorias de lo que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) llama la otra campaña -una gira nacional que arrancará el 2 de enero de 2006, cuyo objetivo es un reordenamiento de la izquierda anticapitalista de México desde las bases, no desde la perspectiva de las cúpulas de poder de los partidos institucionalizados-, el movimiento insurgente del sureste mexicano ha entrado en otro período de silencio mediático. Pero ese mutismo no es sinónimo de inacción; tampoco es indicador de que la propuesta zapatista no haya “prendido” en amplios sectores sociales de México.
La nueva iniciativa zapatista, sobre todo su drástica diferenciación del Partido de la Revolución Democrática (PRD, centroizquierda) y las duras críticas a su candidato a la presidencia de la República para los comicios de julio de 2006, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien encabeza las encuestas sobre la intención del voto de la ciudadanía, han provocado una serie de reacomodos de signo incierto en el polo progresista, en cuyo seno se vienen discutiendo temas clave en la perspectiva de un cambio radical en México, entre ellos, un proyecto de nación alternativo al neoliberalismo y la política de alianzas.
El objetivo principal impulsado por la Sexta Declaración es crear un movimiento estratégico de los “jodidos” de México, no partidario, autónomo de la clase política y generador de la autoorganización y de una nueva forma de hacer política de abajo hacia arriba. La exclusión del PRD en ese movimiento estratégico y el anuncio del subcomandante Marcos de que el EZLN descarta cualquier posibilidad de acuerdo y/o apoyo político a López Obrador, ha abierto un gran interrogante y provocado algunas críticas de simpatizantes y potenciales aliados de los rebeldes.
El EZLN se fundó como organización clandestina armada el 17 de noviembre de 1983, e irrumpió a la luz pública el primero de enero de 1994, cuando dio inicio a una revuelta insurreccional en el estado de Chiapas y ordenó a sus fuerzas avanzar hacia la capital del país para vencer al ejército federal mexicano. Luego de diez días de escaramuzas fue contenido militarmente en Chiapas y desde hace más de diez años permanece cercado por el ejército en un ambiente de guerra contrainsurgente signado por la ausencia de tiros.
Durante ese largo período, rodeado de una gran solidaridad popular, nacional e internacional, el EZLN buscó una solución legal, pacífica y constitucional a sus demandas mediante el diálogo y la negociación, pero debió enfrentar la cerrazón oficial, que osciló entre la variable del aniquilamiento y la asimilación o desgaste del adversario. Pese a ello, los zapatistas han logrado sobrevivir modificando su forma organizativa y su estrategia política, impulsando municipios autónomos en rebeldía y juntas de buen gobierno, trascendiendo incluso, con sus propuestas heterodoxas, originales, siempre ingeniosas, las fronteras de México.
Ahora, la otra campaña marcará el nuevo caminar de los zapatistas fuera de la geografía chiapaneca y no estará sujeta al calendario electoral, aunque en la coyuntura se superpone con el arranque de las campañas de los candidatos a la Presidencia. La iniciativa del EZLN es ir a todas las partes de México donde haya “gente humilde y sencilla” a preguntarles “cómo es su vida, su lucha, su pensamiento de cómo está nuestro país y de cómo hacemos para que no nos derroten”. El objetivo es lograr un acuerdo para crear una organización nacional y un “programa nacional de lucha” que hagan posible la unificación de las luchas dispersas. Un punto central del programa será impulsar una “nueva Constitución”.
En torno a la otra campaña se han nucleado organizaciones indígenas, sindicalistas, intelectuales, estudiantes, colonos, defensores de los derechos humanos, religiosos, ambientalistas, feministas, homosexuales y lesbianas que conforman un arco iris de corrientes ideológicas y políticas que abarcan desde el marxismo clásico y el comunismo ortodoxo, hasta distintas variables del anarquismo y del trostkismo, pasando por el altermundismo, el ecologismo y el antiautoritarismo libertario, incluidos los neozapatistas. La nueva propuesta del EZLN les ha proporcionado a todos ellos visibilidad pública y un espacio de convergencia, que, a contracorriente de la contienda electoral, podrá o no derivar en una amplia organización de masas de signo popular y clasista.
Hasta ahora, los elementos de mayor consenso en torno a la otra campaña han sido el carácter civil y pacífico del movimiento en ciernes; su carácter nacional y binacional (puesto que también busca organizar a los migrantes mexicanos que viven en Estados Unidos); su carácter no electoral; su definición de fuerza de izquierda anticapitalista; su propósito de conectar luchas y unificar resistencias, y la voluntad de lanzar una campaña de movilización en todo el país. Otros elementos específicos que identifica a los participantes -que en esta etapa tienen como objetivo central “privilegiar el oído”- son su posición contra la guerra; el antimperialismo; el rechazo a las reformas estructurales; su lucha contra la privatización del petróleo, la electricidad y la educación; la defensa de la soberanía y el bregar por la democracia sindical.
La propuesta del EZLN tiene como antecedentes la Convención Nacional Democrática (1994); el Frente Amplio por la Construcción del Movimiento para la Liberación Nacional (1996) y el Frente Zapatista de Liberación Nacional (1997), todos impulsados por el movimiento insurgente, pero que no lograron unificar las luchas dispersas. Ahora, la garantía de que el resultado será otro, plantean los zapatistas, es su intervención directa, “sin intermediarios ni mediaciones”. En ese sentido, será el propio subcomandante Marcos, quien, bajo la denominación de “delegado cero” saldrá el 2 de enero próximo a recorrer todo el país. La primera gira durará seis meses, hasta junio de 2006, y la segunda abarcará de septiembre de ese año hasta marzo de 2007. La primera fase de la otra campaña coincidirá con la coyuntura electoral, instancia en que muchos de los tradicionales aliados del EZLN buscarán derrotar en las urnas a la derecha neoliberal. Ante un eventual triunfo de López Obrador, a quien los zapatistas califican también como neoliberal, la apuesta de la insurgencia es capitalizar la “cruda” que sobrevendrá entre sus votantes al poco tiempo de que inicie su gobierno, cuando no se vea un cambio real.
(*) Es periodista del diario mexicano La Jornada.