Por Pablo Dávalos
No hay ninguna duda de que el movimiento indígena ecuatoriano es actualmente un actor social de enorme importancia, cuyas orientaciones y directrices políticas reconfiguran el escenario político nacional. Es asimismo un consenso generalizado que la organización de mayor peso y trascendencia política del movimiento indígena ecuatoriano es la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE. De ahí que de las decisiones y resoluciones que adopte la CONAIE, dependan, literalmente, los destinos del país. La última confirmación de este aserto está en los acontecimientos del 21 de enero de este año, cuando la CONAIE lideró el movimiento social en contra del gobierno de la Democracia Popular, y logró la destitución del ex Presidente Jamil Mahuad, y la conformación de un efímero gobierno de “Salvación Nacional”, en el cual el Presidente de la CONAIE era parte integrante de esta junta de gobierno.
Es en virtud de ello, que se impone un análisis de coyuntura del actual momento político que está atravesando la CONAIE, y de sus propuestas y de su discurso. La comprensión del fenómeno político “CONAIE”, es compleja y su estudio ayudaría a comprender la realidad política del país y las posibilidades de cambio al futuro, así como el devenir del movimiento indígena ecuatoriano.
Una lectura de la acción social y política de la CONAIE, de los últimos años, evidencia que ésta se encuentra en la frontera entre el actor social, que goza de una enorme legitimidad social y de un amplio poder de convocatoria, y del sujeto político, cuyos márgenes sociales de acción son más bien estrechos pero cuya incidencia política es mayor.
Como actor social, la CONAIE ha experimentado un proceso de consolidación organizativa desde mediados de la década de los ochenta, hasta emerger a inicios de los noventa con la realización del Levantamiento Indígena del Inti Raymi. Su emergencia significa también el nacimiento de un nuevo actor que siempre había sido asimilado bajo las coordenadas de su situación económica, es decir, como campesino y no desde su identidad. El levantamiento indígena de 1990, implicó un cambio en el discurso y en la percepción sobre lo indígena, y el aparecimiento de un nuevo lenguaje en el debate político, aquel que hablaba de la identidad y la necesidad de reconocer el carácter plurinacional del Estado Ecuatoriano.
Pero como sujeto político, la CONAIE ha ido experimentando profundas transformaciones ha todo lo largo de la última década y que ha sido evidente en las diferentes coyunturas en las cuales la CONAIE ha jugado un papel protagónico, y en los cuales uno de los factores importantes que incidieron en su transformación política, es el vacío político que generó la derrota estratégica a la clase obrera durante la década de los ochenta y la necesidad de construir un eje político que sirva de aglutinador y que dé coherencia a las necesidades de expresión y participación de otros sectores y movimientos sociales.
En la conformación de ese vasto movimiento social, han confluido incluso sectores que fueron en su época fuerzas sociales de gran movilización social, como fueron los obreros, los campesinos. La lógica fundamental de este gran movimiento social ha sido la de la oposición y la de constituirse en el eje de un contrapoder social que limite efectivamente las pretensiones del poder institucional y de clase. Hasta ahora, el movimiento social ecuatoriano se ha , efectivamente, en la barrera más sólida que tienen las élites en su empeño de someter al país a nuevos esquemas en las estructuras de dominación. Han sido las movilizaciones, los levantamientos, las huelgas, y otras formas de resistencia social las que han impedido la imposición del nuevo modelo de dominación político y económico.
El asumirse como sujetos políticos a diversos actores sociales, no es un proceso nuevo ni en el país ni en la región, de hecho, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, por ejemplo, ha ido asumiendo cada vez posiciones políticas más radicales, y se ha constituido, asimismo, en un referente de organización social y en la posibilidad de articular a partir de su experiencia y de sus estructuras organizativas un proyecto de resistencia.
Este proceso por el cual los movimientos sociales asumen las tareas que les corresponderían más bien a los partidos políticos, y por lo que muchas veces se ven obligados a institucionalizar su presencia a través de la participación en elecciones, se debe al carácter restringido de las democracias que se han impuesto en la región, y a la debilidad que tendrían los partidos y organizaciones políticas de constituirse en contrapesos efectivos frente a las estructuras de poder.
La CONAIE no es un partido político, sin embargo, su actual discurso es básicamente político. Es, en realidad, la suma de una serie de organizaciones indígenas, altamente integradas en estructuras organizativas que comprenden los cabildos comunitarios, las organizaciones de segundo y tercer grado y las organizaciones regionales. Esta alta densidad organizativa se manifiesta en la complejidad del proceso de toma de decisiones y en la legitimidad que existe en su dirigencia. Su discurso se ha ido transformando de aquel discurso que hacía un énfasis en la interculturalidad y en la plurinacionalidad hacia un discurso de carácter más coyuntural y político.
En ese sentido, la CONAIE ha aprendido a jugarse en los niveles de la institucionalidad y también de lo extra institucional. La amplitud de su discurso político hace posible que se identifiquen otros sectores sociales y que se conviertan en sus aliados estratégicos. Sucedió así con los taxistas y sectores del transporte cuando en 1999, la CONAIE luchó por la revisión del incremento en los precios de los combustibles y arrancó al anterior gobierno la promesa de mantener congelados sus precios durante un año. Esta posibilidad de jugar a algunos niveles, y de negociar posiciones de conjunto más que posiciones propias, ha sido una de las características de la CONAIE como sujeto político.
De hecho, muchos sectores, sobre todo aquellos vinculados a la élites, han reclamado a la CONAIE no adscribirse a sus demandas concretas y particulares, y han cuestionado duramente su intención de convertirse en el portavoz de toda la sociedad. Para otros sectores, las acciones de la CONAIE, en cambio, se justificarían por las atávicas condiciones de pobreza, marginamiento y exclusión social de los indígenas. Bastaría, entonces, con abrir determinadas formas de participación social, sobre todo a nivel institucional con políticas asistencialistas y paternalistas, para que la CONAIE cese en sus demandas, o al menos no tenga los justificativos necesarios.
Sin embargo, la CONAIE ha ido cambiando su posición de reivindicación particular por una posición que revela las profundas transformaciones que ha ido experimentando a su interior, y por las cuales la política reivindicativa ha ido cediendo a una percepción de más a largo plazo y que involucra directamente a la sociedad en su conjunto, incluida su institucionalidad. Este proceso puede evidenciarse en la continua transformación de sus demandas y de sus discursos producto de sus Asambleas y Congresos ordinarios y extraordinarios.
Ahora bien, no solo que alrededor de la CONAIE han ido confluyendo diversas organizaciones y movimientos sociales, sino que también la CONAIE ha logrado la articulación de un frente político propio, el Movimiento Pachakutik, y, sobre todo a partir de las recientes elecciones seccionales, el control de varios poderes locales. Si bien la vinculación entre los poderes locales ganados por el Movimiento Pachakutik, e incluso el mismo movimiento Pachakutik, con la CONAIE, sea más bien estratégica que orgánica, demuestra que existe una compleja relación entre los niveles organizativos, políticos e institucionales que ha ido creando el movimiento indígena ecuatoriano.
La apertura del espacio de lo político ha posibilitado que por vez primera en la historia, líderes indígenas se conviertan en autoridades locales y tengan la posibilidad de ejercer un poder real y efectivo. La vinculación de estos poderes locales con la CONAIE es de tipo estratégico. De hecho, parte del proyecto político de la CONAIE se realiza desde la conquista del poder local.
Es en virtud de este complejo entramado entre el movimiento político Pachakutik, los poderes locales conquistados, y los espacios institucionales creados, que la CONAIE no se asume a sí misma como un actor social más, inmerso en una constelación de otros actores sociales que tienen objetivos distintos pero un mismo horizonte de expectativas políticas, sino que se presenta más bien como la única posibilidad de construir un polo alternativo de poder y contrapoder. Ello lo diferencia fundamentalmente de otras organizaciones indígenas existentes, como por ejemplo la Fenocin y la Feine.
Este es un proceso inédito para un movimiento social. Durante la década de los ochenta, los líderes obreros generalmente intentaron participar en los espacios institucionales desde la plataforma de los partidos políticos de izquierda. Su fracaso es también la demostración de que acceder a los espacios institucionales desde los partidos políticos de izquierda es un camino cerrado para cualquier opción que se reclame como opositora al modelo vigente. En este caso, la creación del Movimiento Pachakutik, se vislumbra como una necesidad de provocar cambios desde el interior de la institucionalidad sin dejar de presionar por cambios desde el exterior y sin el tutelaje de los partidos políticos de izquierda. Una doble estrategia que le ha dado resultados inéditos al movimiento indígena ecuatoriano.
La elaboración de un discurso que rebase lo reivindicativo, y que posibilite la integración de las demandas de otros sectores, como por ejemplo los sindicatos petroleros, los campesinos, los sectores de las barriadas pobres de las grandes ciudades, los ecologistas, etc., evidencian el hecho de que la CONAIE ha tenido que cambiar internamente y que en su visión de futuro haya preferido posponer su proyecto político original, aquel de la plurinacionalidad, por las nuevas demandas de tipo más coyuntural e inmediatista.
Ello acarrea el riesgo de que la CONAIE pierda de vista su proyecto original, y que no sepa cómo articular a su propuesta de construir un Estado Plurinacional, las demandas de la coyuntura y aquellas de otros sectores sociales. Así por ejemplo, en los acuerdos y resoluciones del mes de agosto del 2000 y que sirven de base para las jornadas de septiembre, el énfasis se da en aspectos como la crítica al modelo económico vigente (la dolarización, y la Ley “Trole 2″), y el “Plan Colombia”. Ninguna de las resoluciones se armoniza con su demanda original de la plurinacionalidad y la interculturalidad.
Este es un precio a pagar por constituirse en un referente social. Empero, cabría preguntarse, ¿puede la CONAIE posponer indefinidamente su propuesta de construir un Estado Plurinacional? ¿Es conveniente dejar el proyecto de la interculturalidad como segunda opción frente a las demandas de la coyuntura? ¿Es estratégico convertirse en rehén de esa coyuntura? Y lo más complejo: ¿cómo armonizar las propuestas de interculturalidad con las demandas de la coyuntura? ¿cómo luchar por la plurinacionalidad del Estado, y al mismo tiempo contra la Ley Trole 2 o la dolarización? ¿Cómo convertirlas en una sola plataforma armónica y coherente de lucha?