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Peru: La izquierda puesta al día. Por Raúl A Wiener

17.06.03

En un artículo que llamó mi atención [i] el escritor uruguayo Nicolás Scarón define a la sociedad de su país como terriblemente conservadora, y para fundamentar lo que dice añade que mientras las derechas son genuinas , es decir siguen siendo las mismas de siempre, las que echaron a perder la nación más próspera, homogénea y culta de América, y no aprendieron nunca de sus errores, como lo prueba el caso del presidente Battle; las izquierdas han optado por aggiornarse (ponerse al día), aproximándose y asemejándose cada vez más al sector conservador contra el que insurgieron en el pasado.

En el Perú la situación no da para terrible, todavía; sobre todo debido a la multiplicación de movimientos autónomos: jóvenes, mujeres, regiones, etc., cuyas perspectivas pueden no ser muy claras, pero que expresan indudablemente un agudo malestar y una búsqueda por fuera del reparto tradicional del poder entre los viejos partidos y los nuevos socios con rótulo de independientes, que se incorporan al sistema. Las derechas, aunque ahora cuentan con voceros que no se avergüenzan de utilizar públicamente ese nombre (Expreso, Correo), y pueden reclamar como sentidos comunes las que fueron sus tesis más importantes: desarrollo a partir de la inversión extranjera, desprotección laboral para abaratar los costos internos, represión de las protestas; todavía tienen que actuar , en el plano electoral, haciendo concesiones al populismo. Es la herencia de Fujimori a la que no pueden renunciar fácilmente y que les exige combinar la política a favor de los ricos con los programas de ayuda a los más pobres (reciente campaña de Unidad Nacional).

Pero dentro de la izquierda institucionalizada, sí es clara la presencia de una fracción de líderes con potencial electoral nacional o regional, instituciones de soporte y núcleos organizados (a estas alturas, prácticamente una clientela), en la que se cumple puntualmente la sintomatología que Scarón ofrece para los políticos orientales. Izquierda que ya no habla de revolución, cambio social y ruptura con el imperialismo, no porque estos temas no sean actuales, sino porque no corresponden a la idea que tienen de por dónde pasa el voto de la sociedad y las posibilidades de gobernar. Ya no se trata, ni siquiera, de rebaja de programa, sino de corregirle el programa a la derecha gobernante. Mercado demasiado libre, póngale algunas regulaciones. Las grandes empresas tributan poco, que paguen más. Los pagos de deuda son muy onerosos, recórtenlos de alguna manera. En el fondo una obsesión por la intervención desde el Estado y el manejo de fondos públicos, y un olvido profundo de la organización y movilización popular.

Enamorada de sí misma, este tipo de izquierda tiene la pretensión de ser inteligente, madura, realista y concertadora; dando por sobrentendido que sus antecedentes, o ellos mismos en el pasado, o cualquiera que invoque antiguos ideales y principios, deberían ser no inteligentes, no maduros, no realistas y no aptos para ser parte de la clase que gobierna. Porque, claro, la clave de aggiornarse –lo saben bien los italianos que inventaron la palabra- es expresar vocación y disposición de gobierno. El discurso de la gobernabilidad, que tanto se escucha en los últimos años, es el de los tipos responsables que quieren ayudar a sus adversarios a gobernar sin tropiezos (cumpliendo aquello de que primero es el Estado, y más atrás las políticas que arruinan al pueblo), y que con esta actitud aspiran a que todo el mundo se percate de lo serio que son y alguna vez haya quién los premie por su contribución a la democracia.

Lo ocurrido con los izquierdistas al interior del gobierno de Toledo, puestos al frente de ministerios y organismos públicos, lugares a los que ingresaron sin ninguna exigencia programática y en los que sobrevivieron bajo el principio de la gestión eficiente –que debía ser mejor que las tradicionales, cosa que pocos han confirmado-, muestra palpablemente los alcances de esta dichosa puesta al día. Trásfugas y acomodados hubieron en todas las épocas, pero nunca con la respetabilidad del izquierdista maduro e inteligente que todavía puede exhibir un ventríluco latiendo por las miserias sociales y el otro por una gobernabilidad bien remunerada. Notable, además, que algunos dirigentes no vean incompatibilidad en que sus cuadros participen de un régimen neoliberal y pronorteamericano como el de Toledo y reduzcan el problema al de la conservación de la buena imagen hasta la inevitable salida. Que no se diga que han robado, que sigan siendo bien vistos por las agencias internacionales, que se les reconozca su calidad de especialistas, parece ser lo que cuenta. Algo así como ir acumulando capital para presentar más adelante las capacidades de gobierno y gerencia que también puede llegar a tener la izquierda aggiornada.

Puede decirse que la escuela de puesta al día viene de una serie de precedentes latinoamericanos y mundiales. Los casos quizás más cercanos sean los de Chile y Uruguay. En el primero, las izquierdas sabias y maduras, armaron una concertación con la derecha democrática, y la acompañaron en dos gobiernos sin diferenciarse un ápice. Ahora ellos tienen el gobierno y tampoco hay ninguna diferencia respecto a las administraciones de derecha. Y eso que el presidente se define como socialista. En el segundo, lo que está en camino de pasar es que una izquierda que estuvo a punto de ganar la elección varias veces y fue vencida por amarres de derecha de último momento, se acerca a la posibilidad de triunfar contra toda la reacción junta, pero precisamente eso sucede después que el programa ha sido adaptado completamente a la idea de un electorado conservador, que no quiere mayores cambios.

El caso Brasil, por supuesto, desata envidias de todo tipo en los izquierdistas con vocación de gobierno que existen a lo largo y ancho del continente, y debe haber más de un Lula en cada país mirándose al espejo y midiendo sus oportunidades. Pero como se trata de inteligencia, y sobre todo de realismo, y más que nada de madurez, las izquierdas aggiornadas no imaginan un escenario PT, sino apenas una cierta mejora de la aceptación hacia las izquierdas en el resto de países como un valor agregado de lo ocurrido en el Brasil. Más aún no se ve en las izquierdas institucionalizadas mayor atención a la fuerza organizada de las masas que fue lo que dio cuerpo y consistencia al ascenso del candidato y su partido; tampoco a las peculiaridades del PT como partido abierto y plural de las izquierdas; y, por cierto, franco olvido de las historia de disputas con los grandes empresarios y hacendados, que precede el actual desenlace y que es uno de los puntos que tendrá que dilucidarse en adelante. En cambio sobran los aplausos a la moderación y nuevas juntas empresariales del ex obrero metalúrgico, que no son sino las nuevas piezas de su vestuario de gobernabilidad.

Digo, si el Perú fuera terriblemente conservador y la gente se corriera de la idea de cambiar en serio las condiciones políticas, económicas y sociales existentes, como por ejemplo lo hacen los ciudadanos suizos, tal vez una izquierda de salón, sin radicalismos, muy madura, casi anciana, muy realista sobre lo que es posible hacer sin afectar a nadie, muy concertista con los demás partidos a los que quiere desplazar, podría aspirar a que algún día el electorado le voltee la mirada y la considere una alternativa sin riesgos a los gobernantes tradicionales. Pero ese no es nuestro país. Una lectura superficial de los datos electorales de los tres últimos años puede dar pie a la creencia que la población se mueve en una corriente centrista, con inclinaciones a la derecha, donde una izquierda dura, deslindante y autonomista no podría tener posibilidades de desarrollo. Pero el rasgo básico del Perú que no captan las encuestas ni las votaciones por el mal menor o el factor sorpresa, es la profunda inestabilidad que atraviesa todas las relaciones. Aquí todas las representaciones e instituciones caen una tras otra, porque no satisfacen a la gente, ni como instrumentos para alcanzar una vida mejor, ni como medios de participación con los que identificarse.

La incredulidad mayor está dirigida precisamente al sistema de gobernabilidad, que tanto quita el sueño de cualquier izquierdista respetable. Los bandazos que ocurren de un proceso electoral a otro (volatilidad, le llaman), así como la rápida y contundente de los ganadores de cada ocasión, hablan de una insatisfacción de fondo que no apunta a encontrarse con acicalados defensores de lo existente, sino a cuestionadotes severos que alimenten la esperanza de una realidad diferente. Fujimori aprovechó este estado de ánimo y lo llevó donde sabemos. Lo que prueba que si no hay izquierda para liderar el cambio, cualquier aventurero de circunstancia puede volver a engañar al pueblo. Pero ni para conjurar este riesgo de recaídas caudillistas y autoritarias, ni para echar a la vieja derecha y sus partidos con las que el pueblo está harto, sirve la izquierda cuya puesta al día no toma en cuenta al país de verdad, sino apenas sus particulares intereses de jefes y partidarios, empeñados en conseguir el mejor lugar en la distribución del poder.

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[i] Derechas genuinas, izquierdas aggionadas; Nicolás Scarón Rebelión, Noviembre 2002


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