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Apuestas para un trabajo político Mapuche en Santiago

10.04.06

Mapuche: diagnóstico de nuestra realidad urbana :: Queremos apostar al fortalecimiento del trabajo de base mapuche en la ciudad, a generar iniciativas y propuestas que contribuyan a entregar elementos y conocimientos propios a los hermanos/as mapuche que han quedado en el olvido y la exclusión, que sólo cargan con un apellido y un pasado más o menos difuso de su familia. Nuestra alternativa en la ciudad es la construcción social mapuche desde abajo
Sabido es que en Santiago, capital de Chile, vive una enorme cantidad de mapuche, algunos migrantes directos y otros que han nacido y desarrollado su vida en los espacios urbanos. Los censos de 1992 y 2002 señalan cifras dispares en lo que respecta a la cantidad de residentes mapuche en esta urbe, pero ambos convergen en una realidad que cincuenta años atrás no existía: el alto porcentaje de la población total de nuestro pueblo que hoy reside en las ciudades.

Sin duda, el fenómeno migratorio está relacionado con la historia de despojo y usurpación que ha vivido nuestro pueblo. La escasez de tierras y las malas condiciones de vida que caracterizaban a las comunidades en la primera mitad del s. XX (patrón que continúa repitiéndose hoy), obligaron a muchas familias a trasladarse a las ciudades, buscando nuevas puertas y sueños que, al parecer, con el pasar de los años se vieron truncados. Mientras algunos se instalaban en centros urbanos cercanos a sus comunidades y familias de origen, situación que les permitía regresar regularmente al campo; otros recorrieron muchos kilómetros para llegar a Santiago y otras localidades alejadas.

La vida en las ciudades, por lo general, fue y es dura para el recién llegado. Nuestros abuelos y padres narran historias dolorosas de su arribo: discriminación en todo aspecto, dificultades económicas; problemas familiares, etc. Ante ese escenario tan complicado, un número significativo de mapuche decidió olvidar- consciente o inconscientemente- su cultura, su lengua, su religión; decidió cerrar un pasado que en el citadino presente lo afectaba. Los hijos e hijas que nacimos de esa realidad heredamos prácticamente nada de nuestra historia y formas de expresión. Por otro lado, y hay que decirlo, otros mapuche continuaron manteniendo relaciones con sus familias y siguieron con su cultura en pie, dejándonos muchos elementos que han logrado mantenerse.

En Santiago, los mapuche que pretendieron encontrar mejores opciones, en su mayoría tropezaron con las mismas desigualdades, pero en otro contexto. Hasta el día de hoy los mapuche- y los indígenas en general- constituimos parte de los sectores más marginados y excluidos de las sociedades urbanas. Gran parte de nuestra gente se concentra en las poblaciones, es decir, en las zonas más modestas de la capital, en comunas como Cerro Navia, Renca, La Pintana, Pudahuel, Peñalolén, El Bosque, etc. Los trabajos más comunes que ocupan los mapuche son el rubro de la construcción; el trabajo de panificador y en el caso de las mujeres destaca el empleo doméstico en casas particulares, casi todos caracterizados por contar con salarios mínimos.

Nadie podría negar que en Santiago muchos elementos de la cultura mapuche han sido olvidados; que ha surgido un mestizaje paulatino; que nuestra gente ha ido asumiendo otras situaciones; que las generaciones que han nacido acá a veces sólo cuentan con un apellido que los une a lo mapuche. La transculturación progresiva ha sido una característica de la migración. Sin embargo, durante la dos últimas décadas, han comenzado a tejerse nuevos procesos que cambiaron el escenario de la identidad mapuche en las ciudades.

El mapa organizacional mapuche de hoy es numéricamente incomparable al de inicios de los noventa. Varios son los factores que podrían explicar dicha situación. La conmemoración en 1992 de los 500 años de la invasión española a las tierras de los pueblos originarios marcó una reactivación del trabajo indígena organizado, potenciándolo en muchos planos. También con anterioridad había surgido un interesante movimiento indígena que finalmente propició el surgimiento tanto de la C.E.P.I, como de la Ley Indígena. Ese nivel de organización arrastraba bases anteriores a los acuerdos de Nueva imperial en 1989 y comprometía a un significativo número de actores de pueblos originarios. En suma, la ley 19.253 no fue un gesto del estado, por el contrario, sólo se logró gracias a las movilizaciones de organizaciones y comunidades de distintos pueblos.

Por otro lado y con posterioridad, la CONADI (Corporación Nacional de Desarrollo Indígena) jugó un papel importante en la explosión participativa desde 1993. A través de diversos mecanismos institucionales nacieron nuevas organizaciones en casi todas las comunas del gran Santiago, cuyos aportes principales estaban relacionados con el rescate cultural y la defensa de la identidad. La modalidad de funcionamiento y financiamiento de estos actores sociales se ha caracterizado por el trabajo con proyectos de corto y mediano plazo. Y tal vez la contribución más significativa de estas organizaciones ha sido el fortalecimiento de nuestra identidad en sectores que antes se encontraban completamente apagados y entregados al olvido de la migración.

Por otra parte, en la primera mitad de los noventa algunos conflictos territoriales mapuche fueron despertando el apoyo de varios referentes, levantando nuevamente la reivindicación histórica del territorio usurpado. Pero es tal vez durante la segunda mitad cuando surge en Santiago, al igual que en territorio mapuche, una nueva camada de dirigentes que orientan y trasmiten demandas mucho más políticas, recogiendo ideas que se habían cultivado e instalado por diversos referentes anteriores. Así, al alero de nuevas demandas por la autodeterminación, la autonomía y el territorio, algunas organizaciones de la capital han rescatado lo central de ese discurso y lo han plasmado en su propio accionar. Sin embargo, en Santiago sucede lo mismo que en todo el territorio mapuche, el sector más autonomista es minoritario en lo que respecta al conjunto del movimiento social mapuche, por lo tanto, no es una expresión numéricamente significativa aún.

El movimiento mapuche autonomista hoy tiene varias caras, tanto en Santiago como el sur. Indudablemente, la discusión sobre autonomía (modalidad para ejercer nuestro derecho a la autodeterminación) es un debate abierto para nosotros, situación que se repite en todo el continente. Entre los referentes mapuche, hay quienes buscan estatutos autonómicos y con esa visión intentan realizar aportes a esta lucha; otros analizan la posibilidad de ocupar los espacios públicos y otros se abocan a construir actos autonómicos desde abajo, decidiendo lo más autónomamente posible en las bases, organizaciones y comunidades. Como se puede ver, no tenemos una respuesta unificada del cómo queremos esa autonomía, pero se está creciendo en ella como un objetivo, asumiendo que todavía queda mucho por discutir y dialogar entre nosotros. Nuestra mirada como organización es que la lucha por la autonomía se trata no sólo de demandarla o exigirla, sino sobretodo de ir construyendo esos actos autonómicos y a la vez ejerciendo poco a poco esa autonomía.

Pero volviendo a lo de atrás, como siempre, hay muchas paradojas que permiten tener una esperanza en el trabajo que se pueda realizar en la capital. El movimiento mapuche autonomista y los actores del movimiento de condición más institucional no se excluyen mutuamente. De hecho, en muchas ocasiones confluyen en reuniones, actividades y manifestaciones. Prima entonces una solidaridad de pueblo en los temas más delicados y de carácter humanitario (represión, presos políticos, familias afectadas por la violencia política estatal-empresarial, etc.). Son esos gestos los que muestran una posibilidad de apostar a desarrollar un trabajo político y organizativo permanente en esta ciudad. Además hay muchos mapuche que no pueden ser encasillados fácilmente en alguna categoría y que también son partícipes de lo que nos sucede como pueblo, lo que nos confirma que hay caminos por recorrer. No obstante, es bueno ser concientes- para imaginarnos la magnitud de la tarea- de que todo el movimiento social mapuche de Santiago, es decir todos los actores, representa una ínfima parte de los mapuche residentes en la capital. Por lo tanto, se sabe que el desafío se presenta difícil.

En otro punto, cierto es que representamos una diáspora, como lo han señalado algunos intelectuales de nuestro pueblo; a veces decimos incluso que vivimos una suerte de exilio. Cierto es también, que a pesar de esto, algunas organizaciones urbanas tenemos una concepción de territorio como un elemento vital para cualquier lucha autonomista. Sin embargo, sabemos que proclamar el regreso casi inmediato de todos nosotros al territorio histórico como han planteado algunos, es algo iluso y tal vez irresponsable en estas condiciones. El ideal es luchar para crear las condiciones futuras de un retorno, así como también luchar por una sociedad mapuche más abierta, tolerante, democrática, pluralista y respetuosa de los derechos humanos, pero sin olvidar nunca nuestro sustento histórico y cultural, fundamental en esta lucha.

Por todo esto que llamamos “nuestra realidad” y que hemos estado describiendo, queremos apostar al fortalecimiento del trabajo de base mapuche en la ciudad, a generar iniciativas y propuestas que contribuyan a entregar elementos y conocimientos propios a los hermanos/as mapuche que han quedado en el olvido y la exclusión, que sólo cargan con un apellido y un pasado más o menos difuso de su familia. Nuestra alternativa en la ciudad es la construcción social mapuche desde abajo. Esto no significa en ningún sentido tranzar nuestra visión autonomista, porque ese profundo tema nos compete a todos, no es exclusivo de comunidades o de algunas organizaciones, es un asunto de pueblo, donde muchos pueden aportar.

Notamos que el vivir en la capital nos plantea diversas interrogantes. Nos hemos enfrentado muchas veces a la segregación y negación de esta realidad de parte de algunos actores del movimiento social mapuche. Sin embargo, tenemos la convicción de que ningún mapuche ha perdido su condición de tal por haber migrado o por sólo tener un apellido y muy pocos elementos de su cultura; tampoco han dejado de serlo los que proyectan su vida acá. Los únicos que no quieren ser parte de este pueblo son lo que por múltiples situaciones- discriminación, rechazo- han decidido olvidar su pasado.

Acá en Santiago nuestras tradiciones se rescatan, se reconstruyen, pero también se reinventan y se reinterpretan. Por ejemplo, las organizaciones han retomado el palin como expresión deportiva y lo han masificado. Se hacen campeonatos. Prácticamente todos los fin de semana en algún lugar de la capital se juega un partido. Quizás se juega más que en muchas comunidades. Por otro lado, la gente se esfuerza por realizar ngillatun [fiesta popular y rogativa], y la mayoría lo hace con la misma convicción de que si estuviera en el campo; sólo cambia el lugar, se hace en canchas de fútbol, en sitios eriazos, y no por eso es menos verdadero. Asimismo y con todo el derecho de ser parte de un pueblo, también se crean cosas nuevas, los jóvenes fusionan música mapuche con diferentes estilos foráneos y no por eso dejan de ser expresiones de nuestro pueblo; se hace teatro, música y poesía mapuche. Las organizaciones tienen sus propias dinámicas, son como comunidades, son familias.

Santiago nos llama a tener una visión mapuche más abierta y tolerante a las nuevas expresiones. Acá no dictamos cátedras de cómo se debe ser mapuche. Lo importante es sentirnos parte de una comunidad de destino, de un pueblo y lograr generar conciencia de que tenemos derechos colectivos que reivindicar, de que tenemos derecho a decidir por nosotros lo que queremos hacer en el futuro.

Desde nuestra mirada, los mapuche residentes en Santiago pueden y tienen mucho que entregar. Es una aspiración constituirse en una fuerza social para nuestro pueblo, que esté en constante defensa de nuestras demandas políticas y territoriales, y en ese sentido también, que exista un contacto permanente con la gran diversidad de actores mapuche : con las comunidades que siguen siendo de vital importancia para nuestro pueblo, con estudiantes, con artistas, con intelectuales y profesionales, con trabajadores mapuche, con los hermanos/as que están en el extranjero y que no han olvidado a su pueblo, etc. De cómo lo vamos a hacer, eso se plasmará en otro documento.

Buscar puntos de unión en el discurso con otras organizaciones nos permitirá- de alguna manera- establecer alianzas más fraternas y sinceras. Los mapuche, que por las circunstancias de la historia residimos en Santiago, somos actores que no podemos ser omitidos y que sin duda podemos contribuir en la lucha general de nuestro pueblo.

Meli Witran Mapu


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