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El fetiche del “poder del conocimiento”.

23.04.06

A treinta años de la dictadura militar
El fetiche del “poder del conocimiento”

Por Luis Mattini
La Fogata

Partimos de una reafirmación necesaria: la Dictadura Militar, no fue ni irracional, ni excepcional, ni exclusiva, sino el instrumento de un estudiado proyecto de las clases dominantes para destruir las bases del Estado de Bienestar y los avances del movimiento popular. Dicho proyecto data de 1955, sustentado por la vieja oligarquía terrateniente, los empresarios agrarios e industriales argentinos y sus socios en el mercado mundial, el capital transnacional,.

En efecto: el movimiento obrero argentino organizado, con una legislación laboral y conquistas sociales superior a la mayoría de los países europeos de la época, representaba un enorme escollo para la libre circulación del capital.

La voracidad del capital nacional y transnacional, el carácter dependiente de nuestro país, la pobreza intelectual de nuestra clase política, impedía que los conflictos sociales se canalizaran por las vías de la democracia representativa, sea por inoperancia de su estructura formal o sea porque cuando el movimiento popular lograba una correlación de fuerzas favorable, era cortado por la intervención de los militares.

En esa serie de frustraciones, surgió la generación de los setentas, como parte de ese movimiento libertario mundial iniciado por el 68 francés, simbolizado en la figura del Che Guevara. Pero fundamentalmente alimentada por esa generación que se alzó después del golpe de estado de 1955 y que iria a conformar lo que luego se llamaría “nueva izquierda” Y, en nuestro caso, adquirió una inusitada radicalidad en los métodos porque nuestra generación, más que lucidez racional tuvo la intuición que en la Argentina se estaban echando las bases para el capitalismo de Estado en tiempos de guerra. Dicho de otro modo: las clases dominantes incorporaban los conflictos sociales en el ámbito de la llamada guerra fría. Tres intelectuales, desde tres visiones políticas, marcaron la época; John W. Cooke, Silvio Frondizi y Ernesto Guevara. Los tres tenían dos puntos en común: el convencimiento de la inexistencia de una burguesía nacional (los empresarios “nacionales” nunca lograron constituirse como clase) y, en consecuencia, la critica a la democracia representativa como sistema válido de progreso social.

Hoy está fehacientemente demostrado que el sustento ideológico de los militares argentinos fue la fusión del más oscuro catolicismo del pensamiento nacional con el integrismo católico francés y la tesis de guerra antisubversiva, plasmados en la llamada Doctrina de Seguridad Nacional. A partir de 1975 las Fuerzas Armadas Argentinas actuaron según el modelo establecido por los instructores franceses en la llamada Batalla de Argel. Bignone lo ha declarado sin ambages: “Nosotros actuamos con el reglamento en la mano; el Operativo Independencia fue una copia del plan de la Batalla de Argelia”

Esto no los disculpa, por el contrario, los militares argentinos pusieron su cuota de particular perversidad al racionalismo de los instructores franceses. Pero los crímenes de las Fuerzas Armadas como ejecutores materiales del Terrorismo de Estado, no debe disimular la responsabilidad activa de, como queda dicho, en primer lugar los Empresarios, nacionales y extranjeros, la Iglesia Católica, las Instituciones de la República, particularmente el Poder Judicial, los medios de comunicación y vastos sectores de la sociedad civil. Tampoco escapan –bueno es recordarlo– el doble discurso de muchos de los gobiernos de los países centrales, y ex países socialistas, quienes, como hoy, detrás del discurso de los Derechos Humanos, o las declamaciones democráticas, propiciaron pingues negocios por el camino abierto a la mercancía por la Dictadura Militar. Sólo basta recordar El mundial de fútbol de 1978, una de las páginas más negras en la historia nacional, a la que Pablo Llonto llamó; “la vergüenza de todos”:

Hoy, a treinta años de aquel horror, la lucha en todos los ámbitos ha logrado acorralar a los militares de modo tal que Argentina pasa a ser reconocida en América Latina por estos indiscutidos avances contra la impunidad. Sin embargo, circunscribir la impunidad sólo a su aspecto jurídico, sin extenderla a los ámbitos políticos sociales y económicos, como si el Terrorismo de Estado hubiera sido una especie de locura de un grupo de militares con patologías integristas, además de ser una gran injusticia, oculta las razones de fondo por las cuales millones de habitantes de la argentina sufre los padecimientos actuales.

Hoy la Argentina sufre dos flagelos prácticamente desconocidos en su historia: hambre y desempleo. Además la violencia social ha dejado más muertos y desaparecidos sociales que los producidos por la violencia política de los años setenta.

Los ex integrantes de la dictadura militar suelen decir que ellos ganaron la guerra y perdieron la batalla política. Y ello podría ser la mitad de la verdad. Porque en efecto, la supuesta guerra ganada por medio del Terrorismo de Estado, echaron las bases para estas transformaciones estructurales, que han hecho ingresar a Argentina en el grupo de países con mayor desigualdad social. Porque si, como es sabido, el proyecto socioeconómico de la dictadura, expresado en su Ministro civil, Alfredo Martínez de Hoz, era convertirnos en un eficiente país agroexportador…. pues aquí tenemos ese país. La actual República sojera. Hoy el problema fundamental de Argentina pasa por el modelo productivo que ha transformado a la tierra en una industria extractiva, tanto en lo agropecuario como en lo minero y energético, con la alarmante tendencia hacia la monoproducción, la pérdida de la soberanía alimentaria, y sus conocidas consecuencias sociales y ecológicas.

Además, la honestidad obliga a reconocer que el privilegio no sólo es para los monopolios nacionales y extranjeros, alcanza también a millones de personas que vivimos relativamente bien, y con ciertas perspectivas inmediatas de progreso, sin saber, o sin querer saber, a pesar de tener un cartonero en la puerta de nuestra casa, que este tipo de crecimiento económico no elimina la pobreza, por el contrario, la produce.

Cabe entonces preguntarse: ¿cómo es posible que en treinta años de democracia y estando en el gobierno hoy aquellos militantes sobrevivientes de los setentas, el modelo productivo sea en esencia aquel que impuso la dictadura militar?

¿Traición? ¿Complot? Traidores hay, desde luego, pero no podemos imaginar una sociedad de traidores.

En cambio es interesante observar cómo mientras se luchaba contra las consecuencias físicas y jurídicas , por así decirlo, del Terrorismo de Estado: por los derechos humanos, el estado de derecho y la conquista de la democracia y contra la impunidad, etc. poniendo a los militares a la defensiva táctica, las clases dominantes desarrollaban una “estrategia” en el ámbito del pensamiento por medio del sistema educativo, los medios de comunicación y los aparatos ideológicos , para consolidar un poder más dominante que la fuerza armada: El “Poder del Conocimiento”. Broche de oro de la Modernidad sólo posible de lograr plenamente en este momento de hegemonía total del capitalismo.

El “Poder del Conocimiento”, un sistema de creencias simple, pero más fundamentalista que el de las religiones monoteístas, que ha demostrado la capacidad de coptar las mentes y los corazones más sensibles, mediante un sutil entramado de seminarios, post-grados, becas, capacitaciones, etc, que van formando una nueva aristocracia. La aristocracia de los que “saben”, donde los títulos académicos equivalen a los viejos títulos de nobleza, pero sobre todo donde cada uno de esos saberes parciales, es un fin en sí mismo que autojustifica su existencia. (No es chiste, hay post grados para aprender a hacer post grados)

Así la democratización de los estudios universitarios que se había logrado de hecho y a pesar de gobiernos dictatoriales o impopulares, ha sido burlada, desnaturalizada por la exigencia de post-grados. Hoy el sustantivo “carrera” aplicada a la Universidad, ya no se corresponde a la séptima acepción de la palabra sino a la primera: voz del verbo correr; la universidad es un hipódromo de función continuada..

En ese sentido, la honestidad también nos obliga a salir de ese lugar común de atribuir la fuente de todos los males únicamente a la corrupción de los políticos, y recordar que la clase política llamada “progresista”, que es la que hoy gobierna, se nutre de esta nueva nobleza. Porque, por ejemplo, gestionar proyectos de “capacitación”, embaucando, consciente o inconscientemente a los desocupados en la esperanza de que con los planes de capacitación propiciados por el Banco Mundial, se solucionará el empleo y habrá una mayor equidad social, es corrupción de guante blanco. Así, la educación se reduce a “capacitación”. Y esos proyectos de capacitación, impulsados por el Banco Mundial, producen más daño que la infantería de marina norteamericana, porque dañan el cerebro, de modo tal que impiden ver que están destinados a consolidar el modelo agroexportador.

Las ideas, el pensar, que antes se expresaban en tesis, hoy han sido cambiadas por extensos curriculum, de records de horas de seminarios y eventos donde se adquieren “conocimientos”. Hoy una tesis no es una idea, es un listado de bibliografía de otras tesis que constituye un gran círculo donde los tesistantes se citan entre sí y desarrollan su propio argot de iniciados:

Por eso ahora, ese político progresista, hasta ex revolucionario, devenido funcionario del Estado con poder de decisión, descalificará determinada propuesta porque los reclamantes “no saben”, ni tienen curriculum que sustente la verdad de sus peticiones. ¿Cuántos post-grados se necesitan para tener derecho a reclamar a los funcionarios responsables que, por ejemplo, al principio de incertidumbre le corresponde el principio de precaución?

En realidad no es nuevo, ya la democracia helénica se había topado con él. Este Poder niega a los ciudadanos comunes el derecho a la decisión con el argumento de su ignorancia. Este poder confunde conocer con pensar. Y nuestros intelectuales, fascinados por el nuevo fetiche, “el conocimiento”, no son capaces de enfrentar al más ignorante, como decía Ortega y Gasset, de los estamentos sociales, los especialistas.

Así, este “progresismo” pretende “apropiarse” del Poder del Conocimiento y darlo vuelta a favor de la humanidad, sin comprender que por el sólo hecho de ser “Poder”, es inapropiable y antihumano.

Así es como, en el mejor de los casos, se enfrenta al bien llamado “pensamiento único”, con un pensamiento único opuesto. Como si diríamos un pensamiento único “de izquierda” (exportar para los “buenos”. China, Vietnam, Venezuela, etc). Y sólo desde esta perspectiva, con este fetiche del conocimiento, se puede entender cómo un conocido compañero de los setentas, (hoy referente de grupos populares que apoyan al gobierno) pueda haber afirmado, ante estudiantes universitarios, como hecho positivo que la “gran burguesía agraria” hiciera una “reforma agraria al revés” en la década del noventa, concentrando la tierra y eliminando 200.000 productores menores, llevando al campo la “tecnología de punta”, porque ahora la producción agraria casi se ha duplicado. Desde luego, nuestro compañero, parrapuchando a Hegel con eso de “ir de lo general a lo particular”, se ubica siempre en lo general y por lo tanto no debe ser uno de ese “particular” expulsado del campo que hoy vive en una villa miseria.

La dificultad consiste en no poder oponer a ese pensamiento único un pensamiento múltiple, porque para ello es necesario dar vuelta como un guante los criterios de análisis que usan las ciencias sociales y bajar de su pedestal las verdades absolutas de las ciencias naturales, para dejar al desnudo la inconsistencia del llamado “Poder del Conocimiento”, que nos lleva continuar la loca carrera tras el “desarrollo”. Y el desarrollo, como se sabe, fue la mayor trampa del siglo XX. Que los memoriosos recuerden la “revolución verde”, la revolución “científico técnica” y sus promesas de liquidar el hambre en el mundo.

Porque los problemas de Argentina no pasan por el desarrollo, no pasan por el crecimiento. Los problemas de Argentina pasan por la distribución de la riqueza. Sólo que debemos descubrir cómo se distribuye la riqueza.

Sin embargo no todo es este oscurantismo iluminista del siglo XXI.

Por debajo de la superficie, por debajo de la dictadura de la imagen, por detrás del resplandor de la transparencia, por detrás de las engoladas voces del conocimiento, se están gestando fuerzas constituyentes de una nueva forma de relaciones sociales.

Porque hay que recordar que esta afirmación del modelo dominante se hizo con sombra de la resistencia de vastos sectores de la población, con notable fuerza y, por momentos, con grandes dosis de creatividad. –ahí están las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 y la explosión asambleísta posterior– a pesar de avanzar con la sensación de frustración en frustración.

Porque quizás las causas de la sensación de frustración radiquen en la dificultad para visualizar las nuevas formas que adquiere el imaginario colectivo para encontrar un proyecto común que contenga la multiplicidad, la diversidad y sobre todo pueda conducirse en la complejidad de los tiempos actuales.

Reconocemos que no es fácil, en parte porque el modelo –como dije más arriba–, beneficia en términos relativos, también a unos cuantos millones de habitantes, incluida la mayor parte de los que se reivindican “progresismo”, quienes, tomados masivamente, obran de contrapeso.

Porque, repartir la riqueza no consiste sólo en medidas administrativas de distribución. Consiste fundamentalmente producir de otro modo, producir desde adentro y hacia adentro y de modo tal que la producción esté al servicio del hombre concreto y no a la abstracción del mercado mundial.

Huelga añadir que me refiero a todo tipo de producción, en primer lugar la producción de saberes. Y allí radica el nudo “estratégico” de nuestro devenir: Enfrentar a ese Poder del Conocimiento con un nuevo tipo de producción de saberes en una nueva práctica social en donde pensar y hacer son una misma cosa.

Ello significa pensar desde adentro, desde el ser humano como potencia inmanente, produciendo esos saberes del que sabe lo que quiere porque sabe lo que no quiere. Pensar la ciudad desde el barrio, pensar el país desde la provincia, pensar el mundo desde el país.

Nada más lejos de mi espíritu que el estrecho nacionalismo. No opongo lo nacional a lo transnacional, sino que opongo lo múltiple a lo único, el intercambio entre diferentes de igual jerarquía.

Pensar y producir desde adentro y para adentro significa en este caso, intercambio entre autónomos.

Entonces si todos, hombres y mujeres, barrios, aldeas, provincias, países aprendemos a pensar, a crear subjetividades, a producir saberes desde adentro, podrá generarse un gran “afuera” colectivo que podremos llamar, ahora sí. universalidad, en donde no existe el centro sobre el que actúe el “Poder del Conocimiento”, porque habrá tantos centros como mundos posibles.


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