Conchudo
Raúl A. Wiener
Disculpen la palabrota, pero no tengo otra.
Hubo un día en que la casualidad me hizo parte de una conversación telefónica entre el jefe del Instituto de Planificación y el ministro de Economía en el año 1978.
Uno le decía al otro que no iba a despedir a ninguno de sus trabajadores, a pesar del acuerdo que había hecho el gobierno militar de entonces con el FMI para reducir el Estado.
Y el ministro contestaba que el iba a botar unos 800, porque si no nadie iba a creer en su palabra, porque él había firmado el acuerdo.
¿Pero como te las vas a ver con 800 menos?, preguntaba el general Chávez Quelopana.
No importa, después veré si contrato personal de reemplazo, concluyó Silva Ruete.
Pocos políticos más cínicos que los sucesivos ministros de economía.
Y entre ellos el más notable es Javier Silva Ruete.
Su arte consiste en utilizarlo todo y a todos.
En el 2001, por ejemplo, en vísperas del gobierno Toledo y siendo ministro en el período provisional de Paniagua, público la información de todos los pasivos del Estado, que incluyen pagos de jubilaciones no realizados, beneficios de trabajadores no abonados, juicios laborales perdidos y por perder por los que se deberá desembolsar algún día, dinero de fonavistas, etc.
Este monto daba una cifra fantástica y significaba que el Estado tiene una deuda mucho mayor que la externa.
¡Qué transparente el ministro!, se dijo entonces.
Pero no era sino una manera de tratar de decirle a Toledo que se quejaba que le estaban dejando bombase de tiempo, que los explosivos eran de muchos más megatones de lo que imaginaba.
Ahora como ministro de Toledo, el ex gordo simpaticón, se ha encargado de volver a esconder las cifras que publicó y como no quiere acordarse de pagar lo que se debe y menos poner en riesgo el cumplimiento con los acreedores externos que podrían ser arrastrados a un plan de reestructuración, simplemente hace como si nunca se hubiera hablado de la deuda social interna.
Ayer el ministro Silva Ruete ha lanzado su enésimo paquete contra la economía popular y ha tenido la frescura de decir que se debe a las demandas de aumento de los maestros y otros sectores laborales.
Es decir que para darles 100 soles a los profesores que ganan 500, necesita castigar los precios de los combustibles (que ya son los más caros del continente), los teléfonos (que ya representan un gigantesco forado en la economía de las familias), los ahorros, los servicios informáticos, los productos de consumo, los espectáculos culturales, etc.
Y encima echarse de un solo plumazo las exoneraciones tributarias regionales que tienen que ver con el desarrollo y la compensación de los desequilibrios que afectan a la selva y las fronteras.
Y encima anota que si no hay más demandas, no habrá más impuestos.
Es decir nos invita a gritar a coro: abajo los maestros.
Pero todo esto no es más que mentira desde la primera a la última palabra.
No es verdad que este sea un Estado supercaro, que se realiza intensos programas de obras de infraestructura, brinda eficientes y calificados servicios de educación, salud, transporte masivo, telefonía, agua, electricidad y otros.
No señor.
La mayoría de las responsabilidades estatales están privatizadas, convertidas en negocios de particulares y ofreciendo servicios a precios muy altos para el nivel de ingreso promedio de los peruanos.
Y lo que hasta hoy no han podido privatizar, como la educación pública, subsiste en estado de maltrato con bajísimo presupuesto.
Para discutir si la presión tributaria debe ser de 12, 14, 18 o 20%, primero hay que saber en que se gasta nuestro dinero.
Pero, ¿cuál es el efecto de saber que se paga al Estado y no se recibe nada a cambio?, ni siquiera un policía cuando a uno le roban en la calle.
Pero además la política tributaria de Silva Ruete consiste en escandalizarse que la selva consuma gasolina sin IGV, pero no que las mineras y petroleras estén exoneradas de este impuesto. Roncar porque las poquísimas presentaciones culturales que se dan en el país no paguen impuestos, pero asumir como intocables los contratos fujimoristas que liberaron de cargas a las trasnacionales de la privatización.
A Silva Ruete no le importa nadie. Ni el pobre Toledo, al que acaba de activarle la ultima carga de dinamita para hacer explotar su gobierno. Porque un político tan trajinado no puede ser ignorante se la que se viene después de las medidas.
En los 70, el coro de los trabajadores decía “abajo Silva Ruete y todo su paquete”. Un cuarto de siglo después el problema del Perú es el mismo.
Raúl W.