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Falsa independencia, patria, matria e identidad

19.09.06

Simón Bolívar, O’Higgins y San Martín, así como la mayor parte de los próceres de la independencia, eran grandes latifundistas, millonarios y arrogantes. Veamos como se desarrolla el proceso de acercamiento entre estos y otros más, así como los motivos que les llevan a tan “altruista” misión: la transición del status colonial a la condición de estado “libre”.

Antes de eso sería oportuno resaltar que la democracia y los demócratas no luchan por valores, sino que erigen esos valores a partir de la necesidad de argumentar, defender y desarrollar el capital y su instrumento estado, para lo cual hagamos el ejercicio de introducirnos en medio de los cañonazos de la revolución francesa sintiendo los olores y escuchando los gritos de la multitud insurrecta de los sans culott que enardecida y valiente se apodera de París:

“El gobierno republicano que toma el poder, la convención, fecha sus actas de este modo: “Año IV de la libertad, I de la República.” Paralelamente, el gobierno municipal de París, fuertemente influido por el movimiento popular, fecha las suyas de esta otra forma: “Año IV de la libertad, y de la igualdad.”
El cenit de la revolución estará cruzado por esta diferencia que marca programa y caminos opuestos. Las ideas de los protagonistas que llevaran la revolución a su punto más alto, se anuncian sin ambigüedades desde el momento de la insurrección.
La noche del 9 de agosto una comisión electa por las secciones parisinas se presenta ante el gobierno municipal, la comuna, a informarle que el pueblo ha decidido sublevarse y necesita organizar una dirección. Acto seguido se declara comuna insurreccional, desplazando a la comuna legal y asumiendo los poderes de ésta. No es dificil adivinar en esta acción la influencia de los agitadores enragés, que se mueven como peces en el agua.

(Estimado lector: No se sorprenda si ya en esa época habían comunas paralelas autónomas, que sirvieron de antecedente para la famosa y querida Comuna de París, así como a los municipios autónomos zapatistas. Para mayores detalles, vaya y revise el texto del mexicano Carlos Escobar en http://biblioteca.itam.mx/estudios/estudio/letras38/notas1/notas1.html )

“Este levantamiento se organizó y ejecutó desde abajo, a niveles donde ni los más prestigiados caudillos jacobinos tuvieron algo que hacer. No existe ningún testimonio de que alguien haya visto a Marat o Robespierre en esa noche histórica. ¿Qué principios enarbolaba y en dónde se apoyaba ese gran ascenso popular que en el año II querrá implantar la República de la igualdad?
Con el exclusivo fin de elegir representantes a la asamblea de estados generales, cuya apertura debía tener lugar el primero de mayo de 1789, París fue dividido en 60 distritos electorales (los “pasivos”, esto es, los no propietarios, sólo podían nombrar electores; éstos eran los “activos”, gente que tenía rentas, de entre quienes se elegían, y sólo entre iguales, los diputados del Tercer Estado), que debían disolverse una vez terminada la elección. Sin embargo, las asambleas continuaron reuniéndose, y al calor de la agitación, de forma por demás audaz, comenzaron a atribuirse funciones que legalmente correspondían a las instancias del aparato administrativo gubernamental. A la organización de los distritos se debió el armamento y la ejecución del asalto a la Bastilla.
Hacia mediados de 1790 la fuerza del Tercer Estado era ya una realidad incuestionable. La asamblea nacional configura un auténtico poder paralelo. Consciente de que ha iniciado una carrera ascendente, la burguesía quiere manos libres; su vocación de poder no es compatible con esa iniciativa popular de autoorganización que, después de todo, se desarrolla al margen de su voluntad de control. Con el fin de neutralizarla, la asamblea nacional entre mayo y junio de 1790 vota una ley municipal que, disolviendo los distritos, crea una nueva subdivisión de París en 48 secciones. La creatividad popular, acrecentada con la carga de la experiencia, acepta el decreto, pero traslada a las secciones las funciones que antes ejercían los desaparecidos distritos, y en adelante actuarán como organismos del gobierno municipal, coordinadas en la comuna mediante una especie de centro de correspondencia.
A partir de ahí se habrá de entablar una batalla permanente entre el poder estatal y las secciones; aquél empeñado en controlar y someter, y éstas en actuar como organismos autónomos, donde los sans culott discuten y votan sin intermediaciones. Como lo señalamos, serían las secciones las únicas protagonistas del levantamiento de agosto.
Si después de junio de 1789 se creó una dualidad de poderes entre la monarquía y la asamblea nacional, luego de agosto del 92 esa misma dualidad se instalará entre el gobierno de la convención y las secciones agrupadas en comuna. Una experiencia inédita de autogobierno, fundado en la democracia directa y el control riguroso de los dirigentes seccionales, se confrontará con un proyecto estatal centralizado. Tras estas diferencias se mueven fuerzas sociales muy concretas.
Las jornadas del año IV echaron por tierra todas las barreras legales con que el antiguo régimen mantuvo a las masas populares al margen de toda actividad política, y que la burguesía conservó de buen grado para hacer las cosas a su manera, sin la participación de sus auxiliares comprometedores.
Se anuló la distinción entre ciudadanos pasivos y activos. La guardia nacional se abrió al ingreso de los plebeyos, y aun cuando el gobierno convencionista fue todavía electo a dos niveles, se aceptó como principio el sufragio universal.
Por derecho y méritos propios, ganados en el campo de batalla, los sans culott ingresan masivamente a la política con una visión que concibe a ésta no como una colección de ideas abstractas, sino como un medio práctico para realizar los más altos fines de la revolución que, en su idea, son eminentemente sociales. Querrán pues, que la democracia sea realmente igualdad.
Y es que cuando las multitudes deciden tornar por propia cuenta la solución de sus problemas, al formular las aspiraciones de lo que deben cambiar, tienden siempre a una interpretación literal. Para la masa, a diferencia de las reglas de la política como profesión o negocio, no existe contradicción entre las palabras y los actos.
En la cúspide del poder los dirigentes de la convención hablan a nombre del pueblo y juran que la voluntad de éste ha encarnado en el flamante estado republicano. La democracia sólo les es imaginable literalmente también - a través del estado y el centralismo; sólo en ese marco se les revela como una realidad aceptable.
Robespierre y el Partido jacobino, lo mismo que la Gironda, asomados a un momento de relativo desconcierto, admiten estar ante una experiencia inédita, para la cual no ofrecen respuesta los ejemplos de la República Romana o de las revoluciones inglesa y norteamericana. Pero sí tienen muy claro lo que la democracia no debe ser y los límites que no debe traspasar en un proyecto de poder que, para existir como realidad estable, necesita someter al orden la actividad de las secciones.
Dice Robespierre en un discurso de febrero del 94, “la democracia no es un estado en que el pueblo - constantemente reunido regula por sí mismo los asuntos públicos y todavía menos es un estado en el que cien mil fracciones del pueblo, con medidas aisladas, precipitadas y contradictorias, deciden la suerte de la sociedad entera…. La democracia es un estado en que el pueblo soberano, guiado por leyes que son el fruto de su obra, lleva a cabo por sí mismo todo lo que está en sus manos hacer y por medio de sus delegados todo aquello que no puede hacer por sí mismo” (subrayados nuestros).
La idea de los sans culott es completamente distinta. En noviembre del 92 la Sección de la Cité, emite una proclama en la cual, de pronto, suelta un juicio sin concesiones: “La soberanía popular es imprescriptible, inalienable e indelegable.”
Más adelante, en agosto del 93, Leclerc, uno de los más destacados dirigentes enragés, aprovecha la tribuna del Ami de Peuple para precisar - parafraseando a Rousseau- cómo se entiende la democracia en las secciones y cómo la entiende él mismo: “Un pueblo representado no es libre…. no prodigues este epíteto de representantes, …. tus magistrados, cualquiera que sean, no son otra cosa que tus mandatarios.”
Seguramente que a los tribunos y funcionarios de la convención no les haría mucha gracia el recibir documentos enviados por los sans culott, donde éstos firmaban al final: “tu igual en derecho”.
1793: La revolución ha llegado a su punto más alto. Los plebeyos hablan de una República popular y comienzan a conducirse como si ésta ya fuese una realidad. La convención emite decretos, lanza furibundas condenas a la anarquía y exige disciplina. No tiene los medios para imponerla, pero pretende gobernar como si realmente existiese un estado fuerte.
Tras la caída del absolutismo, el calendario de la revolución -otra de sus innovaciones- marca a 1793 como el año II, que unos quieren sea solamente el de la República y otros, el de la Igualdad.
Entre ambas concepciones no cabe más que la confrontación, y ésta se desarrollará como causa y efecto al mismo tiempo de un grave cisma en las filas de la burguesía. Girondinos y jacobinos chocarán a muerte por diferencias en torno al curso que ha tomado la revolución, que no son sino diferencias sobre cómo frenar al desbordado movimiento popular.
El hecho de dirigir el movimiento revolucionario y compartir, en lo general, una misma idea acerca del poder y la revolución, los afirma como élite del liderazgo, pero no los hace idénticos. Lo que verdaderamente los diferencia, es el lugar donde cada uno tiene colocado el bolsillo.
Los girondinos preferentemente representan los intereses de la burguesía manufacturera y comerciante de los puertos, donde también se alinean los grandes plantadores esclavistas de las colonias americanas. En conjunto integran una corriente que busca transformarse en una gran potencia del mercado mundial, para lo cual les es imprescindible liquidar un añejo conflicto marítimo comercial con Inglaterra. Por eso los girondinos son entusiastas partidarios de la guerra, y a veces hacen gala de un nacionalismo exaltado.
Por otra parte, los jacobinos son más bien expresión de los nuevos ricos que han amasado respetables fortunas comprando bienes nacionalizados que fueron de la nobleza emigrada, pagándolos con asignados, papel moneda en veloz depreciación. Además, son éstos quienes por encima de los acaudalados girondinos, obtienen los más importantes contratos del estado para abastecimiento del equipo militar.
La fortuna le había sonreído a la Gironda. Durante ese período de inestable transición, que va del asalto de la Bastilla hasta las jornadas de agosto, sus exportaciones aumentaron y se benefició con la inflación provocada por la incontrolable emisión de asignados para financiar la guerra y los gastos del aparato estatal. Todo parecía marchar más o menos bien, hasta que la insurrección popular de agosto del 92 coincidió con el agotamiento de la bonanza, tan fugaz como artificial, y las utilidades comenzaron a descender al mismo tiempo que la disciplina y el respeto a las propiedades.
Es demostrable que la guerra, al prolongarse, incidió directamente sobre la revolución, acentuando su radicalismo. Nadie mejor que la Gironda comprendió esta relación. Eso ya no era negocio, y comenzó a clamar en voz alta por el retorno del orden y la disciplina necesarios para la reactivación de sus tasas de ganancia; pero el signo del año 11 era justamente el opuesto. Con ganancias prácticamente en cero, se negaba a que los enormes gastos de una guerra ya no deseada recayeran sobre los poseedores. Alguien debía pagar la cuenta, y quiénes sino los sans culott. Harta de revoluciones, la Gironda se decidió por la línea dura: ninguna concesión a las masas.
La pieza maestra de la política económica de la convención, fue la venta de bienes nacionales. Quienes se beneficiaron con éstos, - en la compra y la especulación no podían considerarlos como presa segura hasta no ganarle la guerra al enemigo exterior, aliado a la nobleza expropiada, y para eso necesitaban a las masas populares de su lado.
Este sector - identificado con el partido jacobino - entendió las concesiones como sacrificios inevitables para garantizar lo medular de sus intereses, amenazados por la reacción. Éste es el fondo real que animaba la sentencia de Saintandre y Lacoste: «Es absolutamente necesario que permitáis vivir al pueblo, si queréis que os ayude a consumar la revolución». En sus “Notas históricas de la convención Baudot es más que explícito: “Solamente las masas podían rechazar las hordas extranjeras. Por consiguiente, había que sublevarlas e interesarlas por el éxito. La burguesía es pacífica por naturaleza y por lo demás, poco numerosa para movimientos de esa envergadura.” Luis xvi había sido guillotinado en enero del 93. Este hecho, de incalculables consecuencias por sus implicaciones simbólicas y materiales, marcó el punto de no retorno. Imposible el retroceso, quedaba solamente avanzar. La fracción jacobina lo asumió así y con esa lógica abordó el enfrentamiento con la Gironda. Para deshacerse de ésta, no existía más que un medio: la fuerza plebeya, que sólo resultaría efectiva a través de una alianza donde explícitamente se contemplara dejar vivir al pueblo, como dirían Saintandre y Lacoste.
Se necesitaba tener mucha audacia para ejecutar este golpe. Robespierre y los jacobinos demostraron poseerla, tanto como la firme convicción de que éstas eran medidas excepcionales y no un sistema de hacer política.
Los límites de la audacia jacobina se encontraban en su propio programa: Como revolucionarios fueron capaces de bajarle la cabeza a un rey, pero como propietarios por encima de todo valoraban el orden y la disciplina. No eran ningunos ingenuos quienes sopesaron fríamente los riesgos de hacer intervenir a los sans culott en una disputa entre familias, logrando canalizar y controlar el levantamiento popular del 31 de mayo de 1793, que derribó del poder al partido girondino.
Como en agosto de 1792, las secciones eligieron un comité insurreccional que debía desplazar a la comuna legal y tomar la dirección del levantamiento. Los jacobinos habían aprendido demasiado bien la lección del 92 como para dejarles las manos libres a las secciones influidas por los enragés. Dobsen, un agente de los jacobinos, consiguió hacerse elegir como el décimo miembro del comité insurreccional, y mediante una hábil maniobra logró que este comité, junto con la comuna y los comisarios oficiales de la entidad departamental donde se encuadraba París, formaran un comité central revolucionario con el que la burocracia neutralizó la energía plebeya. Los enragés sufrieron un duro golpe y su estrella comenzó a declinar. Robespierre no olvidaría esta valiosísima experiencia; había encontrado la vía para desmontar otro poder: el de los sans culott”.

Después de leer estas partes extraídas del bello texto recordatorio de las jornadas de París, digamos que Simón Bolívar llegó a esta ciudad y se unió a los Gerondinos. Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar de la Concepción Palacios y Blanco era hijo de una de las familias más ricas y destacadas de Caracas, un oligarca millonario, por lo que no fue extraño que se uniese a sus pares franceses para aprender como controlar a los pobres y atarlos al proyecto libertador que beneficiaría a su casta. Su familia tenía una gran cantidad de títulos nobiliarios, haciendas y minas de cobre, así como otras riquezas “menores”. Los tíos, primos y otros parientes de Simoncito eran igualmente propietarios de otra enormidad de títulos y empresas. Algunos autores han pretendido pintarlo como oveja negra para hacer un panegírico, pero han resultado versiones falsas y su desempeño escolar había sido mediocre hasta que entró al Instituto de Matemáticas donde fue discípulo de Andrés Bello y luego ingresó en 1797 como cadete del aristocrático batallón de milicias de Voluntarios Blancos. En 1803 en España se filia a la masonería a través de la logia llamada Lautaro, cuya primera filial en Cádiz era subsidiaria de la sede en Londres fundada por el venezolano Francisco Miranda con el nombre inicial de Gran Reunión Americana o la Orden de los Caballeros Racionales y en la que participaban Andrés Bello, San Martín, O’Higgins y otros.

San Martín era hijo del teniente gobernador en el Virreinato de La Plata, de modo que al igual que Bolívar y O’Higgins, representaba las más altas capas aristocráticas y poderosas del lugar. Recibe el grado de teniente coronel y la medalla de oro por sus servicios en el ejército español contra los franceses durante varios años de ser un destacado oficial del estado colonial en la península. Ahí es reclutado por el masón británico Lord Macduff, un noble escocés sumamente interesado en disputarle a España los mercados americanos controlados por el colonialismo ibérico. Este astuto hijo de Albión le suministra un pasaporte inglés y se lo lleva a Londres donde lo incorpora al comité central de la revolución americana contra España dirigida por los ingleses a través de la logia lautarina.

Esa logia se llamó así porque O’Higgins relataba a Miranda que los araucanos enfrentaban a los españoles y el zorro aquel aprovechó el nombre para su campaña a favor de los ingleses.

Bernardo O’Higgins era hijo de un mercenario irlandés que fue nombrado por la corona española ni más ni menos que gobernador de Chile y Virrey del Perú. Fue concebido por fuera del matrimonio, es decir, en alguna aventurilla del pater familias, por lo que fue considerado legalmente con el ridículo título de “hijo ilegítimo”, pero eso no es culpa de él. Podrá usted imaginar el poder nobiliario, inmobiliario y otros “arios” similares con que contaba la familia y allegados del individuo que colocan como icono para las mal llamadas fiestas patrias.

Antes de continuar con el “libertador” de Chile, digamos que la marina chilena ha publicado una biografía de este sujeto ocultando su filiación a la masonería, es decir, escondiendo los hilos que en realidad movían los verdaderos intereses de estos señores oligarcas subordinados al colonialismo inglés. Puede verlo en http://www.armada.cl/site/tradicion_historia/historia/biografias/208bohig.htm

Podrá ver que ahí se introducen una serie de inexactitudes y algunas mentirillas, todo sea por la patria… La verdad es que el salvador de la patria trajo a los ingleses para organizar la armada. Hoy por ti, mañana por mí.

Lo cierto es que en la colonia ya habían ideas emancipatorias desde antes como el llamado Motín de los Tres Antonios, algo de lo cual relata Encina: “El generoso y utópico proyecto de Berney proponía la sustitución del régimen monárquico por el republicano. El gobierno residiría en un cuerpo colegiado, con el título de “el soberano senado de la muy noble, muy fuerte y muy católica república chilena”, que sería elegido por el pueblo, inclusive los araucanos. Se abolían la esclavitud y la pena de muerte, y desaparecían las jerarquías sociales. Se redistribuiría la tierra, repartiéndola entre todos los chilenos en lotes iguales. Lograda la primera etapa, de inmediato pensaban hacer extensivas al mundo entero las ventajas de estas reformas. Para ello, la república de la Audiencia procedió con similar sigilo al de los conspiradores. Se les apresó en secreto, como a extranjeros sin licencia, y fueron enviados con delicadeza y buen trato a Lima. La desgracia se cebó en los ilusos galos. El barco en que eran conducidos a España naufragó en las costas de Portugal. Berney pereció en la catástrofe y Gramusset sólo sobrevivió tres meses”.

Otra versión, donde ya aparecen “chilenos” involucrados, puede verse en ¿Quienes fueron “Los Tres Antonios”? http://html.rincondelvago.com/independencia-de-chile_1.html
“Dos de los tres Antonios (Antonio Gramusset y Alberto Berney), eran de nacionalidad francesa y se radicaron en Chile para promover la independencia del país; y ser así, los primeros revolucionarios de los que se ha sabido en la Historia de Chile en emanciparse en contra de la Corona Española.
Gramusset era un personaje extraño: ocupaba su vida perfeccionando un invento suyo, una máquina para elevar agua. Berney se desempeñaba como profesor particular de latín y matemáticas, y estaba imbuido de ideas liberales. Comunicaron su proyecto a algunos chilenos, de los cuales el más receptivo fue, José Antonio de Rojas, también de filosofía liberal.
Al integrarse Rojas, de forma muy pasiva, el trío pasó a llamarse “Los Tres Antonios”.
Hechos tan importantes en la Historia como la Revolución Francesa o la Independencia de los Estados Unidos, fueron el motor de aquella fantasía emancipadora de los Antonios.
Berney, ilusionado con la fantasía, llegó a redactar una síntesis de lo que sería Chile, en organización política y social, una vez independizado. Lo gobernaría un ente colectivo, un senado. Se suprimirían la pena de muerte y la esclavitud; se establecería el libre comercio con el mundo entero; se redistribuiría la tierra agrícola; una parcela igual para cada chileno.
Berney y Gramusset fueron denunciados por uno de sus confidentes, lo cual hizo que los capturaran y enjuiciaran en el mayor secreto, en 1781; para ser remitidos a Lima y posteriormente a España. Pero lamentablemente, el barco que conducía a los franceses naufragó, pereciendo Berney ahogado, y salvándose Gramusset, sólo para morir a su vez en las cárceles de Cádiz, corto tiempo más tarde.
Rojas y los restantes implicados chilenos, a los cuales los franceses identificaron durante el proceso, no fueron procesados, pero se les sometió reservadamente a vigilancia”.

Como puede verse no era un motín de tres, sino que la idea se extendía y había que decapitarla antes de que fuese tarde. De seguro habrá más material para profundizar estos estudios y análisis de las verdaderas batallas por la emancipación del colonialismo español, más allá de la farsa independentista de pasar del dominio español al dominio inglés consolidando una institucionalidad estatal que sería el más importante instrumento del capital en los territorios controlados por el estado chileno. Por ahora bástenos decir que Rafael Bilbao Beyner, intendente pipiolo (liberal) de Santiago, de fuertes ideas progresistas y que se opuso a la dictadura conservadora impuesta después de Lircay y por cuyo motivo fue desterrado, es hijo de la familia del Antonio Beyner, uno de los tres amotinados y padre de Francisco Bilbao, fundador de la Sociedad de la Igualdad conformada por líderes como Santiago Arcos, José Zapiola, Eusebio Lillo, Manuel Guerrero, Benjamín Vicuña Mackena y los artesanos como el sombrerero Ambrosio Larrecheda, el sastre Cecilio Cerda, Rudesindo Rojas, y otros. Todos los asociados deberían aceptar tres principios básicos: reconocer la soberanía de la razón, como autoridad de autoridades; la soberanía del pueblo, como base de toda política; el amor y la fraternidad, como base de la vida moral.

Roberto Aceituno, psicoanalista y director de la revista Praxis nos aclara algunos conceptos en su texto “Notas sobre los cuerpos sociales (reflexiones críticas sobre la identidad cultural)”, publicado en “Revisitando Chile. Identidades, mitos e historias” de Sonia Montecinos:

“La pregunta por la modernidad que se abre, que prolonga los destinos actuales de otros proyectos racionales, ha de contener también otra que interrogue por aquello que resiste tanto a la idealización de los orígenes como el relato desmemoriado de nuestro presente”.

En este interesante artículo, siguiendo aquella otra pregunta, Aceituno nos dice que los padres de la patria son emblemas fálicos, con débiles soportes identitarios frente a la matriz alternativa de las referencias maternas. Se trata de una antinomia originaria donde las figuras matriarcales representarían el marco plural que en nuestras culturas le habrían hecho el peso a las “sólidas” referencias de la Ley del Uno, masculino y central.

Aceituno toca certeramente por el lado de la psiquiatría lo que poco a poco se va transformando en evidente a los ojos de los pueblos y comunidades que habitamos en los territorios controlados por el estado chileno: La imposición de una falsa identidad chilena por encima de la pluralidad y diversidades de identidades, el establecimiento de un estado nación que jamás ha podido conseguir imponer la imagen del huaso colchagüino en otras localidades, la mantención de las identidades regionales a pesar de la centralización forzada y concientizada por medio de las escuelas, iglesias y aparatos militares. La oligarquía chilena sucesora de O’Higgins y el empresariado no han conseguido implantar el modelo cultural del símbolo patronal de fundo que es el huaso con ropas caras, espuelas y cueros bien trabajados, acorralando y agarrándose a una “china”, como hizo el padre del sujeto llamado libertador.

En estas mal llamadas fiestas patrias muchos no bailamos la cueca ni vamos a las fondas. Frente a la patria, levantamos la matria, la madre tierra, la pacha, la mapu, los orígenes y las identidades.

Abrazos no muy patrióticos

Profesor J


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